Una gestión democrática de la educación Con la participación de: Yaackob Hecht, director del Instituto de Educación Democrática de Israel y Eli Gahan, profesor de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Sao Paolo. Yaacob Hecht, director del Instituto de Educación Democrática de Israel (IDEI) presentó la noción de educación democrática, un nuevo enfoque educativo iniciado en los años 90 y que hoy existe en más de 30 países. Su principal objetivo es crear una cultura en la que todas las personas puedan llegar a la “autorrealización”, según Maslow una de las necesidades humanas fundamentales, que actualmente sólo consigue satisfacer el 2% de los individuos. Para conseguir este objetivo, la educación democrática basa su actuación en tres principios fundamentales: - un enfoque plural del aprendizaje, - unos contenidos democráticos, - una comunidad democrática. En las escuelas convencionales se ofrece actualmente sólo una pequeña parte de los ingentes conocimientos que nuestra especie ha ido atesorando a lo largo del tiempo, reflejo de la extraordinaria diversidad y pluralidad de los seres humanos. “Se estudia, por ejemplo, mucha ciencia, pero la mayor parte del conocimiento científico queda fuera; lo mismo sucede con el arte, las matemáticas, etc...”, explica Hecht. En base a esta limitada selección de saberes, se clasifica a los estudiantes en distintos niveles de competencia, encontrándose el 70% de ellos, por una sencilla ley matemática expresada en la campana de Gauss, en una posición mediocre o mala. La distribución normal de resultados, para contenidos idénticos, conduce automáticamente a un fracaso anunciado, “matemático”, que provoca en el alumno un sentimiento de inadecuación, generando insatisfacción, frustración y, en última instancia, mucha violencia. “El sistema está negando sus capacidades, el carácter único de cada individuo, su valía, su singularidad; niega, en definitiva, su propio ser”, asegura el conferenciante. Contrariamente a la concepción tradicional según la cual sólo el 1% de la población puede ser genio, el enfoque democrático entiende que todas las personas poseen un don, un área de competencia que constituye su vocación y en la que pueden alcanzar la excelencia. La tarea de la educación consiste entonces en ayudar al niño a encontrar su “área fuerte”, el interés y la actividad que van a proporcionarle la energía y las experiencias de éxito necesarias para fortalecer su autoestima y construir su identidad. No se trata de renunciar a los conocimientos sino de ponerlos al servicio de la actividad que realmente nos gusta, con la que nos sentimos realizados. La historia de Gal Friedman, un ex alumno de la Escuela Democrática de Hadera, ganador de la primera medalla de oro (wind surf) que consigue Israel en los Juegos Olímpicos de Atenas (2004), ilustra estas ideas. Al principio, Friedman estaba poco interesado en las actividades académicas y decía “no servir para nada”; tras algunas conversaciones con Hecht, expresó un fuerte interés por el wind surf. El director propuso un acuerdo especial entre la escuela, el alumno y su familia que le permitía entrenar en un club de navegación durante las horas lectivas, siempre que las condiciones climatológicas se lo permitieran. El resto del tiempo, Friedman se comprometía a investigar las disciplinas que pudieran apoyar su práctica, como la física o la meteorología. Algunos años más tarde el joven empezaba a ganar competiciones y medallas olímpicas. En las escuelas regulares los estudiantes aprenden que son mejores que otros. En las escuelas democráticas aprenden que son diferentes: “Responden al reto democrático de construir un sistema educativo que no muestre la diferencia como algo negativo, sino todo lo contrario”, señala el director del IDEI. La educación democrática persigue la auto-actualización individual y grupal en una comunidad de diferentes basada en la cooperación y el respeto mutuo. La escuela se gestiona como un país democrático, con un Parlamento que toma las decisiones, una serie de Comités Ejecutivos que las gestionan y una metodología de resolución de conflictos y negociación de acuerdos. Alumnos y profesores tienen la libertad de elegir y decidir en los asuntos que les afectan a nivel individual y grupal. Al igual que los niños, los adultos deben cumplir las leyes decididas democráticamente, y como ellos, en ocasiones no lo hacen. Grupos, asambleas y comités favorecen un aprendizaje del trabajo en equipo. Los educadores acompañan a los estudiantes en el proceso de descubrir y cultivar sus intereses, de practicar sus “dones”: “Al permitir que cada individuo encuentre su “punto fuerte”, exprese su singularidad y sea reconocido por la comunidad, desaparece la violencia”, apunta de nuevo Hecht. La atención y el reconocimiento de las personas, de sus necesidades y dificultades es fundamental también desde la óptica de los resultados, como lo demuestra una experiencia llevada a cabo recientemente en una universidad de Israel. Se dividió aleatoriamente a los estudiantes en dos grupos: en el primero se impartieron clases de matemáticas a primera hora, “cuando las mentes están más despiertas”; en el segundo, el profesor dedicó esa primera hora a escuchar las dificultades, intereses, propuestas y proyectos de los estudiantes. Al final de curso, el segundo grupo obtuvo resultados significativamente mejores que el primero en las pruebas de matemáticas. El profesor Eli Gahan, de la Universidad de Sao Paolo, hizo un análisis global de la situación política y educativa en su país tratando de responder a la pregunta: “¿podemos decir que la educación en Brasil se gestiona democráticamente?”. Cuestión delicada en un territorio con 190 millones de habitantes donde, según una reciente encuesta, el 83% de los alumnos dicen acudir diariamente a clase “para comer”. Eli Gahan responde a esta pregunta con un rotundo “no”, precisando que en las contadas ocasiones en que la educación se aproxima a una gestión democrática, no se trata de una democracia directa. Tratando de explicar esta situación, identifica cinco causas principales: - la trayectoria política del estado brasileño, sometido a un régimen autoritario hasta mediados de los años 80, - la débil cultura de solidaridad y la fragmentación de acciones, - la escolarización de masas, - los escasos mecanismos de participación, y especialmente de participación directa, - la falta de democracia en general y de gestión democrática de la educación, en particular. La democracia brasileña es muy joven; la dictadura fue la forma de gobierno hasta mediados de los años 80: “Cuando acabó el régimen autoritario, señala Gahan, ingresamos en una fase noautoritaria, que no es lo mismo que una democracia” . El actual estado democrático no puede negar la herencia autoritaria que ha recibido y que se refleja en las dinámicas sociales con poderes que tienden a lo absoluto, una lucha aún muy frágil por los derechos humanos así como la falta de solidaridad entre los distintos grupos sociales y de una actuación coresponsable. La democracia constitucional entendida como un simple proceso de toma de decisiones colectiva y basada casi exclusivamente en la posibilidad de voto, resulta a todas luces insuficiente: “Y aún así, en Brasil, muchos ciudadanos no votarían si no fuera obligatorio”, precisa el profesor Gahan. Los mecanismos de participación están limitados a cada establecimiento escolar, y son raras las experiencias de ejercicio de la democracia directa en las prácticas educativas Las familias contribuyen con los centros escolares de distintas maneras, ya sea económicamente, mediante aportaciones en especie o con trabajo, no necesariamente educativo. Pero existe, como hemos señalado, una gran fragmentación social y una débil cultura solidaria. Los esfuerzos por introducir cambios a nivel social y educativo son escasos y se encuentran aislados. El discurso global sobre las políticas sociales las concibe exclusivamente en términos de gasto, opuestas a las políticas económicas. No existe una visión que permita entenderlas como una inversión económica sustancial y necesaria, a medio y largo plazo. Esto hace que, en muchos casos, los actores implicados (alumnos, padres, profesores...) no puedan tomar decisiones vitales para el sistema educativo, “y a veces ni tan siquiera se toman el Ministerio de Educación sino en el de Hacienda”, precisa Gahan. La distancia entre el estado y la sociedad civil, entre el espacio público y el privado es, en ocasiones, prácticamente insalvable. Otro factor que contribuye decisivamente a la ausencia de gestión democrática en las escuelas es la escolarización masiva. La extraordinaria masificación de los centros escolares no sólo hace deficientes los procesos educativos disminuyendo la calidad de la enseñanza; también favorece una marcada tendencia a la burocratización reduciendo al mínimo las posibilidades de participación. Como resultado, las relaciones de poder en los centros son asimétricas, con escasa comunicación entre los múltiples agentes implicados. En conclusión, Eli Gahan afirma: “Tenemos una educación anti-democrática”, y propone avanzar en la democratización intensificando los modos de participación directa de los docentes en la orientación general de la educación, así como en los medios y formas de realizar el trabajo educativo: “si no se les implica, añade, es difícil que se avance”. Heike Freire