Homilía P. Juan Díaz S.J.

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MISA SEMANA DE LA FAMILIA
En el evangelio que acabamos de escuchar se nos ha relatado
el momento en que el niño Jesús, de 12 años de edad, se pierde en
el Templo en medio de la preocupación de sus padres que no
tenían idea de dónde estaba. El acontecimiento sucede en la época
en que los niños comienzan a sentirse independientes. Lo primero
que llama la atención en el texto es que, a pesar de su corta edad,
Jesús estaba decidido a que el proyecto de su vida consistiría en
consagrarse y entregarse por entero a su Padre Dios. Los padres
entraron en conflicto con el niño Jesús porque no tenían aún la
comprensión de una tal decisión, aunque la madre María parecía
presentirla. La vocación de Jesús trascendía el medio familiar. Aquí
hay algo muy valioso a decir para cada una de nuestras familias: la
educación de los hijos va unida a una actitud de parte de los padres
de sincero respeto a los proyectos que en ellos se van
consolidando. Si no, es imposible que surja en el ámbito familiar la
compresión y la confianza.
Pero igual el conflicto se da. También en esto hay una
enseñanza. No tenemos que tenerle miedo a los conflictos que
puedan surgir en nuestras casas. Muchas veces son inevitables.
Como es en este caso. El niño desconcierta a sus padres
quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. Después de
que lo encuentran sigue un diálogo difícil que suena a
desencuentro. Comienza con un reproche: “¿Por qué nos has
hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia que los padres
habían experimentado. La respuesta sorprende: “¿Por qué me
buscaban?”. Sorprende porque la razón parece obvia. Pero el
segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debo
ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. María y José no
comprendieron estas palabras de inmediato. Estaban aprendiendo
de su Hijo. Los padres ciertamente deben estar también dispuestos
a aprender de sus hijos.
A propósito de los conflictos una vez me tocó conversar con
una mamá del colegio que se quejaba de que su hijo era insolente
con ella y sin embargo, tan diferente era su actitud con los
compañeros con los cuales se mostraba más amable y cariñoso. Yo
le decía que siendo algo triste lo que me contaba, también era algo
bonito pues sus hijos viven en un ambiente de mucha competencia,
interés y soledad y donde deben disimular mucho sus defectos,
porque de lo contrario los van a rechazar. En ese ambiente hostil la
mamá es un oasis. Se presenta como el único ser humano donde
un hijo puede desahogar sus frustraciones y rabias, donde puede
darse el lujo de ser pesado y tener siempre la certeza de que lo van
a seguir queriendo. Le decía a la mamá que más que lamentarse le
enseñara a su hijo a amar más y a competir menos. María y José
nos enseñan a las familias de hoy que éstas irán madurando en
medio de perplejidades, angustias y alegrías. Las cosas en la vida
se van poco a poco manifestándose más claras. Hay que saber,
igual que María, conservar las cosas en el corazón. No es fácil
entender los planes de Dios. Hay que esperar siempre que la
semilla en nuestros hijos vaya fructificando en el tiempo y en la
estación que Dios les tiene preparada.
Nosotros en el colegio queremos que nuestros niños(as) y
jóvenes vayan gestando un sueño que tenga que ver con el servicio
a los demás. Despedimos cada año a los alumnos de cuarto medio
animándolos a concretar su sueño. El sueño es un proyecto de vida.
No se trata solamente de que los alumnos(as) elijan una carrera,
que de por sí suena a cansancio, a agotamiento. Diseñar un
proyecto de vida significa contactarse con los sueños más
profundos en camino a descubrir la misión que tiene cada uno aquí
en la tierra. No es simplemente buscar el éxito o la ganancia
personal, porque todo eso suena a posible fracaso, a angustia
agazapada de perder, a la posibilidad de equivocarse, a todo
aquello que puede traer miedo e incertidumbre. Se trata de soñar en
lo que regala calidad de vida, lo que garantiza sonreír 8 horas
diarias, lo que hace que el tiempo pase volando y que haga sentirse
plenamente vivo. No hay que olvidar que el Padre Hurtado desde
pequeño fue elaborando su sueño en este lugar y paso a paso fue
cumpliéndolo. ¡Tantas cosas que pudo realizar con su sueño! Es
verdad que mientras más grande es el sueño, más obstáculos uno
encuentra para hacerlo realidad, pero esta empresa termina
haciendo inmensamente feliz porque el sueño del ignaciano es
también el sueño de Jesús. Quien sirve siempre está con Jesús.
Hay que darse tiempo para ir concretando todo esto. Hay que
saber sentarse en la mesa en familia, tratarse bien, regalonearse
entre todos, darse el tiempo para compartir con los abuelos, tratar
de dosificar la tecnología en la casa (llámese internet, juegos o
facebook) para, de ese modo, dar paso más a la conversación de
sobremesa y a los juegos antiguos. No hay que contestar teléfonos
mientras comemos para que los únicos ruidos que se escuchen
sean los de nuestras voces. Debemos decirnos más seguido que
nos queremos. Algo de estos consejos lo expresa también el
apóstol Pablo en la primera lectura: “revístanse de sentimientos de
profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia…”. Son los criterios contundentes para
llegar a formar una hermosa y santa familia.
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