La verdad, el silencio, el lenguaje

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La verdad, el silencio, el lenguaje. Los aspectos del alfabeto en Macedonio
Fernández.
Virginia Katzen
La palabra bruta, confiada del intercambio comunicativo posee una lógica
mercantil. Semeja una moneda que se pone en la mano del otro para trasmitir sólo
silencio.1 Si bien se pretende una ventana o espejo de las cosas, en rigor consiste en una
página web. Acuñamos la metáfora de Internet para dar cuenta de esta ocultación que
detenta el lenguaje. Lo que está publicado o signado es lo que posee estatuto de
realidad. Internet funciona como el diccionario, que conduce de un lugar a otro dentro
de los límites de su propia usurpación sin acceder al espacio insólito y misterioso que
nos rodea.
La palabra bruta oculta y aliena esa pululación u hormigueo del ser hasta dejarlo
velado por su sello. Ese sello es lo que hace familiar el mundo y aleja el miedo o el
asombro. La palabra se agota en servilismo: es útil. Consiste en la nada en acción, es “lo
que actúa, trabaja, construye, el puro silencio del negativo que concluye en la
estrepitosa fiebre de las tareas”2
Del otro lado del lenguaje surge su aspecto esencial. Aquí se olvida de ese
puente tendido ante el mundo para constituirse en Ser del lenguaje, donde la palabra
puede decir el Ser. Donde antes callaba, tímida o humilde, olvidada de sí, para decir los
otros, para intentar decirlos en ese acto imposible de transubstancialidad de las cosas,
ahora se mira al espejo y se dice sola, y así misma, se manifiesta en su pureza. Más que
decirse, se presenta, aparece, existe. ES. La palabra esencial surge no como conducto
sino como un ser particular: el ser del lenguaje en su autonomía.
“Silenciosa entonces porque nula, pura ausencia de palabra, puro intercambio donde nada se
intercambia” Maurice Blanchot: El espacio literario. Paidós, Barcelona-Buenos Aires: 1992 (pág. 32)
2
Maurice Blanchot, Op.cit. (pág. 33)
1
En estos dos aspectos de la palabra que Blanchot desglosa en Mallarmé, hay un
pequeño matiz ausente y una elección clara. Dice que la palabra bruta es silenciosa, y
ese silencio se aboca a su propia condición de ser lenguaje. También dice que con la
palabra bruta somos remitidos al mundo. Que lo representado no está presente. Que
palabra en su aspecto bruto no logra hablar. Por otro lado, esta palabra es útil.
Supongamos que Blanchot gustaría más de utilitario. En tal aspecto, el lenguaje tiene
que ver con el trabajo y con la vida del mundo en la que hablan los fines y se impone la
preocupación por terminar. Asocia también esta palabra, contra lo que sugiere
Mallarmé, al conocimiento. Evidentemente, Blanchot se refiere a una clase específica
del saber: el conocimiento ecuestre. En el discurso de Blanchot, lo que cursa entre el
lenguaje bruto y la realidad no es nada. No existe mediación más que ese concepto
pseudo-mercantil de lo útil y su asociación con el trabajo. Ahora bien, en su elección
de la palabra esencial como jerarquía binaria, que apropia al discurso poético, retoma un
punto fuera del alfabeto que tiene que ver con la pulsión humana: el tema de la muerte.
Esto es, se sale de la no referencia para decir la muerte. Acude a ese valor. Si hay una
ausencia en su consideración de la palabra bruta como búsqueda frustrada del mundo, es
el punto en que la pulsión de lo humano pugna por plantarse en el caos de los sentidosrealidad. En efecto, la palabra bestia es eminentemente social. El único recurso de
supervivencia que posee la especie para reproducirse radica justo en el lenguaje. Si el
lenguaje bruto no nombra nóumenos o esencias, es porque su relación con el mundo
está fundada allí, en la relación. Por un lado, no puede dar cuenta más que de valores.
Los que urgen a la comuna. Por otro, semejante relación se establece entre el grupo y el
mundo; el hombre, el sujeto no tiene cabida. El hombre debe hacer uso del lenguaje
para lo que al grupo acecha. El sentido radica allí donde hay que nombrar el peligro.
Macedonio Fernández se plantea las mismas preguntas que Mallarmé a la hora
de decir. Sus conclusiones, en cierta forma, coinciden: reconocen los mismos aspectos,
las mismas opciones lingüísticas. Ahora bien, Mallarmé es un hombre que se agota en el
torbellino del alfabeto. Está obsesionado por él. Tan es así que, al vislumbrar las
opciones que la palabra ofrece, su elección no tiene otra salida. No puede pensar en
decir lo real. Herodías:
“Triste fleur qui croît seule et n´a pas d´autre emoi
Que son ombre dans l´eau vue avec atonie.”3
Herodías representa la palabra en su intrínseca calidad de Ser. Macedonio es conciente
del grado de autonomía que el lenguaje ofrece; pero busca en él, además del ser del arte,
un tránsito hacia otra cosa. Apunta al conocimiento de aquel ser obliterado por el sello
del lenguaje. Una realidad metafísica, y también una moral. La contrapartida de
Herodías, casi un melancólico Narciso parnasiano, es la Eterna:
“Pues que me hizo saber usted que mañana se ponía a prueba de ánimo fuerte con todos los
personajes, he venido no sólo para verlo y asegurarme de la lucidez y fortaleza que deben
acompañarlo en la agitación en que se lanza, sino para convencerlo de que debo asociarme
a todas las alternativas de su empresa y estar cerca para cuidar su espíritu” 4
La Eterna, puro personaje de novela, acompaña a cada paso al Presidente en sus
iniciativas y se olvida de ella misma. Su esencia es la de darse a los otros y amar.
Representa, en este punto, conceptos clave en el sistema de pensamiento macedoniano.
Ambos personajes son simbólicos. Herodías, egoísmo dramático de la belleza, se
traduce en la figura de la Eterna, Beldad e inmortalidad, pero también altruística y
pasión.
La obra de Macedonio emerge en un intento de solucionar dos problemáticas
fundamentales: una alude a la posibilidad del conocimiento de la realidad, a la
“Triste flor que sola crece y no tiene otra emoción que contemplar en el agua su sombra”, Stéphane
Mallarmé: Hérodiade en Poesía. Fausto, Buenos Aires: s/d (pág. 104)
4
Macedonio Fernández. Museo de la Novela de la Eterna. Corregidor, Buenos Aires: 1975 (pág. 140)
3
posibilidad de un conocimiento no erosivo ni usurario sino metafísico. La segunda,
relacionada con la anterior, plantea la posibilidad del decir. El mundo de Macedonio no
está hecho sólo de palabras; gravita en esa pululación u hormigueo de la Existencia que
intuye velada. A partir del momento en que busca expresar la realidad tal como le fue
descubierta por el acto no lingüístico de la contemplación, reconoce el doble estado de
la palabra, uno comunicativo, el otro esencial, en el sentido que le otorga Blanchot.
Donde falla Mallarmé, que no puede hablar más que del lenguaje, porque desde ese
espacio lo real se le evidencia como ausencia, Macedonio pretende demostrar lo que Es
a través del lenguaje. Para él escribió Maeterlinck la frase: También la palabra es
grande, pero no lo más grande5. Macedonio explora todas las capacidades, todos los
aspectos del alfabeto para hacer aparecer “El fenómeno, el Ser en su plena realidad,... el
fenómeno ocurriendo en el ser...”6. Es posible distinguir los diferentes usos de la palabra
en el proceso develatorio de la verdad metafísica a lo largo de su obra. En este punto
delimitaremos aquellos usos presentes en el libro de ensayo filosófico No toda es
vigilia la de los ojos abiertos, donde se plantean las problemáticas mencionadas.
1er momento: palabra bruta. Género del ensayo filosófico
Si la palabra esencial se revuelve en el discurso autónomo acotado a los géneros
literarios, la palabra bruta está direccionada hacia dos esferas verbales fundamentales: el
diálogo cotidiano y el conocimiento. En cuanto a éstos, está claro que los géneros
discursivos que les dan forma poseen una carga axiomática de verdad que obstaculiza
su discusión. En efecto, el contenido temático y el estilo verbal, la selección de los
recursos léxicos, fraseológicos y gramaticales, la composición y estructuración de tales
5
Maeterlinck Maurice: El tesoro de los humildes. Editorial Las Grandes Obras, Buenos Aires: 1943
(pág. 8)
6
Macedonio Fernández: “Bases en metafísica”, en No toda es vigilia la de los ojos abiertos. CEAL,
Buenos Aires: 1967 y 1977 (pág. 15)
enunciados aparentan una necesidad condicionada por el referente. Por otro lado, la
tradición del uso y la eficiencia comunicativa justifican hasta cierto punto sus
intenciones de decir la verdad, considerada esta última en términos pragmáticos7.
En un primer movimiento, Macedonio Fernández apuesta a este aspecto social
de la palabra para decir algo que lo conmueve en su íntima conexión con el mundo, una
presencia real de lo real, fuera de la circunstancia alfabética. Delimita para ello el
campo de su experiencia: una expedición de color metafísico. A partir de aquí surge el
enunciado donde se vuelca (se intenta decir) la explicación de ese átomo profundo de la
evidencia del Ser. Macedonio elige el género del ensayo filosófico.
Tal elección supone, en primera instancia, la previsión de la objetividad y la
implementación de un léxico técnico consecuente. El punto que nos interesa de este
discurso de la palabra directa en un enunciado que pretende el conocer consiste
precisamente en la problematización o cuestionamiento de ese conocer y de la palabra
que permite su acceso. La elección sobre el lenguaje comunicativo no significa una
adhesión plena. Dicho cuestionamiento emerge desde las primeras líneas del texto y
surca la obra casi en contra de ella misma. Otorga un espacio de hesitación que devora
la propia obra, la consume y la obliga a callarse, casi a ser desechada.
Macedonio manifiesta la certeza dificultosa en la posibilidad de conocer. Piensa:
"Que es obtenible la perfecta adecuación de la Inteligencia al Fenómeno; que es
contradictorio, absurdo, que la Inteligencia pueda llegar a dar contorno a una interrogación
que ella no pueda contestar: tales preguntas incontestables serían alumbramientos más
milagrosos que el del Ser. La actitud primaria de la Inteligencia ante el Fenómeno es la de
plena solucionabilidad; torturada por él, torturándolo a su vez, la Inteligencia teme las
interrupciones y fatigas, no la imposibilidad intelectual llamada Inconocible" 8
Hasta aquí todo parece claro. Si bien se trata de una tarea plagada de escombros
(escombros sobre todo kantianos), el conocimiento de la realidad metafísica se muestra
7
Sobre la eficiencia comunicativa y la verdad referencial en términos pragmáticos pensamos en las
máximas conversacionales de H. Paul Grice (“Logic and conversation” en Speech Acts, P. Cole y J. L.
Morgan. New York: Academic Press: 1975 (pág. 41-58)
8
Macedonio Fernández: Op.cit. (pág. 19)
accesible. Los problemas comienzan en los matices. En principio, Inteligencia para
Macedonio queda fuera del lenguaje. Significa una percepción superior pero sensitiva
del referente realidad. Así, sostiene que "Conocer un fenómeno es percibirlo libre de
toda adherencia psicológica"9. También establece las técnicas inalienables de la certeza
metafísica a partir de mecanismos no conceptuables o abstractos:
"Hay dos mecanismos que nos proporcionan la percepción pura de cualquier estado. Son los
dos únicos métodos posibles en Metafísica: la Contemplación y la Pasión. Ambos dan la
certidumbre, suprimen el asombro de existir o el " asombro del ser", dan la plena visión." 10
La Contemplación, la Pasión: técnicas de aprehensión sensorial y afectiva. Si
tales se constituyen en los caminos obligados del conocimiento al que se apunta, la
pregunta no puede eludirse: ¿qué papel juega el libro (No toda es vigilia, todos los
libros) a la hora de conocer? Ninguno, más que señalar al lector que la experiencia es
por completo intransferible. El libro encierra en una construcción sígnica lo que no se
dice, lo que se agota en el campo referencial. Macedonio lo sabe. Sin embargo; aún
espera. Su libro, editado "por encargo", supone que puede puntear un camino. Parte de
este trabajo de apertura consiste en un despojamiento de la palabra que salve el Ser. Así
cuestiona los conceptos obligados del discurso metafísico, diciendo que "la materia de
una naranja es una creación, una palabra, una abstracción"; o afirmando que principios
como la Causalidad, Temporalidad, Sujeto no tienen razón, "tratando de sugerir en otros
términos la distinción esencial que separa al fenómeno, a lo que existe, de los meros
conceptos (que en realidad son meras palabras, instrumentos de sugestión, de
comunicación intelectual"11.
El trabajo de discusión terminológica llevado a cabo no puede pensarse como la
tarea del erudito que se entretiene en ajustar conceptos. En este caso se trata de una
discusión troncal con la palabra bruta, reconocida si pensamos en la elección del tipo de
9
Macedonio Fernández: Op.cit. (pág. 20)
Macedonio Fernández, Op.cit. (pág. 20)
11
Macedonio Fernández: Op. Cit. (pág. 21 y 27)
10
discurso de No toda es Vigilia, pero también interrogada. La palabra bruta actúa en
términos axiológicos, de aquí la sospecha y la discusión con Kant. La palabra bruta,
comunicante, se cierne sobre una invención de carácter moral. De relieve ficticio, su
valor está injustificado:
“…la palabra es instrumento de comunicación y no de pensamiento; se piensa con
percepciones e imágenes, se comunica esto con palabras, es decir, se suscitan estas mismas
imágenes en otro; en segundo término, en su único uso posible, la comunicación, pueden
usarse con inadecuación para aludir y refutarlas, a otras inadecuaciones verbales que hay ya
en la mente del lector o interlocutor.”
“El Yo, Materia, Tiempo, Espacio, son los faltantes en el Mundo: el genio gramatical
puede sustantivarlos así con un vocablo que precisamente los niega como substancias y
como fenómenos”12
De esta manera se lleva a cabo una sustracción conceptual que desmantela el
discurso del ensayo filosófico hasta trasmutarlo a la nada. En el vacío de los conceptos,
Macedonio salva dos o tres estructuras sígnicas (el Fenómeno, la Pluralidad) sin las
cuales el libro debe ser abolido. Es la mínima concesión hecha a un lenguaje que corre
el peligro de desaparecer.
2do momento: "Literatura metafísica". El juego sugestivo de la ficción
Tras el ocaso de la palabra-referente, el libro saca de bambalinas otro aspecto de
la palabra, el lenguaje como ser. Éste surge en el territorio de los tipos discursivos a
través de una puesta en abismo del género como convención, de ser-ficcional que posee
el enunciado filosófico, como cualquier otro. Lo resume una cláusula: el apelativo de
"literatura metafisica". Es el basamento que justifica el despojamiento absoluto de las
categorías más representativas del género. Si para Macedonio la intuición o inteligencia
no necesita del alfabeto, este último sólo puede aportar bocetos ficcionales. El autor
cree y descree; a veces se interna en el como si del discurso sabio, pero evidenciados
todos los aspectos de la palabra, su decir el valor social y su silencio, evade las fronteras
12
Macedonio Fernández, Op. cit (p. 82)
y muestra el mecanismo de usurpación que la palabra ofrece. Jugada contra el
enunciado del conocer. Luego, a la hora de desarrollar su tesis, Macedonio dice que no
quiere aburrir al lector con citas de otros autores, como si en el proceso del
conocimiento que él inaugura esos discursos fueran intrascendentes. El contenido del
conocimiento se trasluce en fórmula puramente convencional. No hace más que
disgregarse en un ejercicio de retórica. Lo que sugiere todo el libro es que la experiencia
metafísica estalla fuera del territorio lingüístico, pero no hay otro mecanismo para dar
cuenta de aquella.
La aparición de personajes literarios (como la poetización de Hobbes, doble de
Macedonio: el jurista con talento metafísico) es otra marca que socava el territorio sabio
para denostarlo juego ficcional. Se trata de una estrategia pedagógica: la entrada al
sistema literario permite crear una atmósfera lúdica que atrape al lector y así lograr la
conversión ideológica. Se encuentra en el discurso literario una otra posibilidad de
decir. Es lo que el autor denomina, retomando a Mallarmé, sugestión. Se trata de un
lenguaje oblicuo que puede acercarse a crear en el otro la visión. Dicho lenguaje explota
el aspecto autónomo de la lengua y pretende trasladar su calidad de fenómeno
evanescente a la percepción de lo real.
En rigor, en Macedonio opera una fuerte tensión entre la capacidad de conocercomunicar y una sospecha hacia el concepto que no termina de solucionarse. A lo largo
de su exploración discursiva, encuentra que los recursos sugestivos se develan más
eficaces en la función comunicativa que el estrangulamiento de la pura abstracción. Con
todo, no logran agotar la percepción lúcida. Es así que Macedonio afirma:
"Es muy difícil saber... por ello podría sospecharse que enseñar es imposible, con
la desagradable resultancia de que debo preguntarme ¿Y entonces para qué
escribo?” 13
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