Como aportación al 8 de marzo publicamos el libro de

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Como aportación al 8 de marzo publicamos el libro de
entrevistas a la feminista Christine Delphy
Boltxe Kolektiboa :: 07/03/2014
La aportación de Boltxe kolektiboa al 8 de marzo de este año es la publicación de un libro de
entrevistas a la feminista francesa Christine Delphy, Discriminación encubierta por el igualitariamo
– Charlando con Christine Delphy sobre las mujeres en el Estado francés. Como avance publicamos
el prólogo de dicho libro.
Prólogo Presentamos en esta ocasión una serie de entrevistas con Christine Delphy, militante y
teórica del feminismo, responsable del comité de redacción de la revista franco-suiza Nouvelles
questions féministes, fundada en 1981 por un grupo de militantes entre las que se encontraban ella
misma y Simone de Beauvoir. También estuvo entre las iniciadoras de la Fondation Copernic en
1988, y ha sido una de las primeras investigadoras europeas en señalar la cuestión del trabajo
doméstico como una de las bases fundamentales de la opresión específica de las mujeres, labor que
sintetizó en el primer volumen («Economía política del patriarcado») de su libro El enemigo
principal . El segundo volumen de El enemigo principal («Pensar el género») presenta un análisis
materialista de la sociedad, de las relaciones sociales y políticas, un análisis clave para comprender
todas las opresiones, principalmente la de las mujeres, fundamental para todo proyecto de
emancipación. Del género hablaremos más adelante, ya que, si bien varias de las entrevistas
presentadas aquí se refieren a cuestiones generales, también hay otras centradas en casos concretos
que en los últimos años han suscitado amplias polémicas en el estado francés (la paridad, el velo y la
islamofobia, la prostitución, etcétera). Asuntos concretos, pero no menores En el año 2000 se aprobó
la ley francesa sobre la paridad, que establecía un sistema de «cuotas» en las listas electorales. Esa
ley recibió varapalos de todas partes; los liberales afirmaban que iba en contra de los ideales
republicanos y que, si se fijaban cuotas para las mujeres, ¿por qué no establecerlas asimismo para
las clases sociales, los inmigrantes o las minorías étnicas?: eso abriría la puerta a lo que ellos
denominan «comunitarismo», del que también hablaremos más adelante. Christine Delphy opone a
las cuotas abstractas las medidas de acción positiva para luchar contra las discriminaciones que
padecen históricamente las mujeres (véase la entrevista «Paridad, procreación, prostitución,
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pañuelo»). Ya que hemos citado el «pañuelo», recordemos que el parlamento francés aprobó en
marzo de 2004 una ley sobre lo que se denominó «signos religiosos ostensibles» y que,
fundamentalmente, se dirigía a prohibir el velo de las mujeres (el de las musulmanas, que no el de
las religiosas católicas); en efecto, la ley autoriza los «signos menores», como las crucecitas que se
cuelgan del cuello, y prohíbe el velo islámico y las «cruces de dimensiones manifiestamente
excesivas», pero (como afirma Christine Delphy en «El feminismo debe ser mundial») los católicos
no van arrastrando cruces por las calles, con lo que se prohíbe algo que existe (el velo de las
mujeres musulmanas) y se pretende ser equitativo prohibiendo supercruces inexistentes, intentando
así maquillar la islamofobia de la ley. En abril de 2011, una comisión francesa de investigación sobre
la prostitución recomendó la opción de multar a los clientes (medida que se aplica en Suecia desde
1999), y ello desencadenó una áspera discusión en todos los medios. Los contrarios a esta nueva
política la acusaban de moralista y liberticida. En efecto, es bien conocida la tendencia a afirmar que
la prostitución debe legalizarse porque «es un trabajo como otro cualquiera», y que, del mismo modo
que todas las trabajadoras venden su fuerza de trabajo, quienes se dedican a la prostitución deben
ser libres de «vender su cuerpo». Ello es cierto en abstracto, pero choca con la realidad: del mismo
modo que quienes critican las leyes de género porque afirman que no son necesarias en aras de la
igualdad, y que una mujer que mata a un hombre es igual que un hombre que mata a una mujer,
olvidan que en estos casos el hombre homicida es la regla, mientras que la mujer homicida es una
simple anécdota. Asimismo, en la prostitución, el 99% de los clientes son hombres; y si admitimos
que una mujer pueda «vender su cuerpo» (o «alquilarlo» u «ofrecerlo en régimen de tiempo
compartido») por cuenta propia, acabaremos admitiendo que pueda hacerlo también por cuenta
ajena, con lo que estaremos aceptando que el proxenetismo deje de ser delito (véase la entrevista
«El feminismo retrocede»). La entrevista titulada «La igualdad es la condición del don» alude a la
tesis enunciada en 1924 por el antropólogo francés Marcel Mauss conocida como «el paradigma del
don»: alguien da una cosa (el don) y recibe otra a cambio (el contra-don); esta es una práctica
conocida en muchos tipos de sociedades de todos los continentes, analizada en su momento por
antropólogos reconocidos, como Boas y Malinowski, que Mauss considera una forma arcaica de
contrato, independiente de las leyes del mercado. Christine Delphy se alza contra la concepción de
que el don sea algo propiamente femenino y deja claro que un «don» solo puede practicarse entre
iguales, pues cualquier forma de dominación es incompatible con ese don espontáneo. Cuando
«tolerancia» significa ocultar al «otro» Cuando los opresores que se presentan como liberales
afirman que «hay que tolerar a los otros», la pregunta que hay que hacer es: ¿quiénes son «los
otros»? Y la respuesta es que «los otros» son simplemente aquellos que son llamados así por quienes
tienen el poder. Quienes pueden denominar a los demás son «los unos», los miembros de la clase
dominante . Para que haya «otros» tiene que haber «unos»: para que haya un «diferente» tiene que
haber un «referente» (el «referente» es el burgués y el «diferente», el trabajador; el «referente» es
el hombre y el «diferente», la mujer; el «referente» es el autóctono y el «diferente», el inmigrante, y
así sucesivamente). Esta ha sido una aportación fundamental del feminismo marxista (véase la
entrevista «La fabricación del “otro” por parte del poder»). El discurso de la clase dominante no ha
cambiado; esta solo se ha visto obligada en ciertos terrenos a pasar de la represión a la tolerancia.
El significado de la famosa «tolerancia» reapareció claramente no hace mucho en la frase que el
mediático filósofo sionista Alain Finkielkraut dirigió a los homosexuales: Faîtes ce que vous voulez,
mais de la discrétion, que diable ! Es decir: «estad contentos, porque ahora ya no os metemos en la
cárcel, pero portaos bien»; es la frase que los liberales pueden lanzar a cualquier colectivo oprimido:
«se os tolera, pero disimulad». Aquí aparece la acusación de «comunitarismo», que en el estado
español se llama «identitarismo»): si alguien exhibe su homosexualidad se le acusa de «repliegue
identitario»; si alguien exhibe su heterosexualidad, es normal: «dejamos que los homosexuales
hagan lo que quieran en su casa, pero que parezcan normales en público» (que no vayan de la mano,
vamos); esto equivale a «dejamos que los musulmanes puedan ir a la mezquita, pero que parezcan
normales en público» (¡nada de velos!) . El problema de la religión Hay un razonamiento primario
bastante extendido: «De religiones, ni hablar: ¡somos marxistas!». Bien, si somos marxistas,
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recordemos la célebre cita de Marx al respecto: Das religiöse Elend ist in einem der Ausdruck des
wirklichen Elendes und in einem die Protestation gegen das wirkliche Elend. Die Religion ist der
Seufzer der bedrängten Kreatur, das Gemüth einer herzlosen Welt, wie sie der Geist geistloser
Zustände ist. Sie ist das Opium des Volks. En efecto, para la bedrängten Kreatur (el oprimido), la
religión es una droga (das Opium) que le ayuda a soportar su situación, pero ello no significa de
forma automática que sea algo que le lleve a aceptar esa opresión (podríamos hacer un paralelismo
con la psiquiatría: si una persona, que ya no soporta las condiciones de vida que el sistema le
impone, acude a un terapeuta que le prescribe unas pastillas, está claro que debe saber que lo que
hay que hacer es luchar para cambiar esas condiciones de vida insoportables, pero mientras tanto no
vamos a quitarle sus antidepresivos). La misma actitud que hay que mantener ante los
psicofármacos y las drogas puede esgrimirse frente a la religión. El islam sirve de refugio contra el
racismo en el estado francés, como ya lo fue en Estados Unidos, donde los afroamericanos
empezaron a crear organizaciones islámicas de resistencia antirracista desde 1930 (cabe recordar
que incluso militantes tan preparados como el propio Malcolm X peregrinaron a La Meca, con la
esperanza de haber encontrado una religión que no les hiciera «poner la otra mejilla»). Pero incluso
el cristianismo ha servido de refugio en África y América Latina. En la Sudáfrica del apartheid, los
africanos esgrimían el mensaje evangélico de igualdad entre todo el género humano como respuesta
a la política de segregación. En la Nicaragua de los Somoza, Ernesto Cardenal se dirigía así
desesperadamente al dios de los cristianos: Libéranos Tú, ya que no nos pueden liberar los partidos.
De hecho, no pocos militantes han llegado al socialismo por querer ser consecuentes con el mensaje
igualitario presente en muchas religiones. Saltar de la caridad a la solidaridad no es algo difícil de
entender; Hélder Câmara afirmó: Quando dou comida aos pobres chamam-me de santo. Quando
pergunto por que eles são pobres chamam-me de comunista. Las facciones religiosas en la lucha de
los pueblos musulmanes, que al principio incluso fueron propiciadas por el imperialismo para
contrarrestar la fuerza de las organizaciones socialistas , cobraron gran fuerza tras la desaparición
de la URSS. No es difícil imaginar la razón: si el «socialismo real» aparecía tan frágil, muchos
militantes decidieron integrarse en grupos de inspiración islámica, pues «solo Alá no les
traicionaría». Es así como en todo el mundo musulmán, de Marruecos a Indonesia pasando por
Palestina, los grupos islamistas han arrebatado a las organizaciones socialistas y comunistas la
bandera del antiimperialismo en estos últimos años. Está claro que los marxistas no vamos a
«convertirnos», pero tampoco vamos a despreciar a la bedrängten Kreatur que busca
desesperadamente liberarse de la opresión. Ninguna conciliación con las religiones, pero respeto a
los y las trabajadoras creyentes, pues la manera de alejarlas de la superstición es el debate de ideas,
no la posición prepotente que les obligue a comer cerdo o les arranque el velo, como quieren hacer
los legisladores burgueses del estado francés, jaleados por la prensa pretendidamente liberal de
toda la Unión Europea (véase la entrevista «La islamofobia a la francesa»). El objetivo de presentar
a los inmigrantes como fanáticos religiosos, sexistas y homófobos es socavar la necesaria solidaridad
entre los trabajadores de todos los orígenes. Eso no significa que entre esos inmigrantes (y también
entre los trabajadores autóctonos) haya fanáticos religiosos, sexistas y homófobos, pero tampoco que
haya que dejar de luchar contra todo tipo de discriminación. Separar a los trabajadores inmigrantes
de los autóctonos favorece un racismo sin mala conciencia («no es porque sean negros, es porque
son fanáticos sexistas y homófobos»), y también favorece el sexismo, pues cuestiones como las del
velo de las mujeres inmigrantes («nosotros no somos sexistas, los sexistas son ellos») hacen olvidar
las del culto al cuerpo y la cirugía estética de las mujeres autóctonas (véase la entrevista «Del velo a
la prostitución»). La trampa del cosmopolitismo El cosmopolitismo habita un mundo ideal, sin
contradicciones de clase; incluso ha habido seudomarxistas que lo han esgrimido como bandera
contra lo que despreciaban como particularismos (fueran esos «particularismos» la lucha feminista o
los movimientos de liberación nacional, por ejemplo), pero los «particularismos» son tenaces, porque
responden a una opresión concreta. A finales del siglo XIX hubo un debate en el imperio zarista
entre el proletariado de origen judío sobre si debían incorporarse a los otros grupos obreros o si
debían crear una organización propia. Algunos integraron los partidos socialistas, pero otros crearon
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la Federación General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia (conocida como Bund,
palabra que en yidis significa «federación»). Los primeros acusaron a los segundos de desviaciones
«particularistas» y, para hacerles ver que vivían en un mundo globalizado (¡ya entonces!), les
recitaban la típica letanía de que «tu chaqueta es de lana de ovejas inglesas, ha sido tejida en
fábricas flamencas, los botones son austriacos…», a lo que los militantes del Bund respondían: «sí, ¡y
el desgarrón del codo viene del pogromo de Kiev!». Exacto, es la agresión la que provoca la
respuesta, y es porque hay diversos tipos de opresión por lo que el universalismo solo es una utopía:
como afirma Christine Delphy, el universalismo es imposible mientras exista la opresión y la
sociedad dividida en clases. Sexo y género Hay quienes se sorprenden de que ahora se utilice el
término «género» donde hasta hace no muchos años se hablaba de «sexo». Algunos incluso se
imaginaron que era una copia servil del inglés, pues esta acepción del término «género» fue
acuñada en 1955 en Estados Unidos por un sexólogo neozelandés. Pero el significado distinto de
ambos términos está bien claro: el sexo es meramente biológico, y la división entre sexos se limita a
unas diferencias físicas. Una mujer puede tener hijos; un hombre, no: esta es una diferencia por
razón de «sexo». En cambio, que las mujeres lleven faldas, o relojes pequeños, o se maquillen, y que
los hombres lleven pantalones, o relojes grandes, o no se maquillen, no tiene nada que ver con el
«sexo», estas son diferencias culturales construidas históricamente: diferencias por razón de
«género». Y la más importante de ellas es la que hace que sean las mujeres, y no los hombres,
quienes soportan la carga del trabajo doméstico, que acostumbra a representar bastante más de
cuarenta horas semanales de una labor que, además, no está remunerada. Así, a partir de la realidad
biológica (solo las mujeres pueden procrear), el sistema patriarcal ha ido tejiendo desde tiempos
inmemoriales todo un reparto estructurado de papeles, que se articula en una serie de silogismos
encadenados: si las mujeres pueden tener hijos, deben encargarse de ellos, deben ocuparse del
hogar, deben cuidar a los hombres, deben ser obedientes y sumisas, etcétera. ¡Pero absolutamente
nada de todo esto se deriva del mero hecho biológico de que las mujeres puedan tener hijos!: todo es
una construcción cultural destinada a perpetuar la opresión social. Y la mejor manera de mantener
esa opresión es que la construcción cultural aparezca como un hecho natural. ¡Ojo con quien viene
en nombre del progreso y de la humanidad! Se dice que Manon Roland, revolucionaria francesa líder
del partido de los girondinos, exclamó cuando se vio frente a la guillotina: «Ô Liberté, que de crimes
on commet en ton nom!» . En la actualidad, los crímenes se cometen en nombre de la humanidad. El
llamado «derecho a la injerencia humanitaria» es la denominación actualizada de aquello que para
los colonialistas de hace cien años era «la misión civilizadora del Hombre Blanco». Christine Delphy
ha analizado estas hipocresías neocoloniales, sobre todo cuando los imperialistas de Estados Unidos
pretendían hacer creer al mundo que la última guerra de Afganistán era una especie de «lucha de
liberación de la mujer», y nos recuerda que las mujeres de Afganistán nunca fueron más libres que
cuando, en los años setenta y ochenta, el gobierno comunista obligaba a las familias a llevar a las
niñas a la escuela . Y entonces la Casa Blanca se dedicó a armar a la rebelión de los muyahidines,
que querían volver a la sharia, y ese apoyo hizo que las mujeres afganas volvieran a la reclusión en
casa, a las violaciones punitivas, a los matrimonios forzados y a las agresiones si querían estudiar. Y
a los dirigentes de Estados Unidos no les quitó el sueño la suerte de las mujeres de Afganistán…
hasta el 11 de septiembre de 2001, cuando descubrieron «casualmente» la infamia del burqa
obligatorio. Los imperialistas son conscientes de que ya no pueden decir que hacen la guerra para
«llevar la civilización a los salvajes»; así, gracias a una pirueta terminológica, ahora se trata de
«liberarlos». Para ello contarán con la complicidad de los socialdemócratas de todo pelaje, que serán
los primeros en jalearlos (a no ser que incluso se les adelanten, pidiendo, en nombre del «progreso»
y la «libertad», ¿cómo no?, «intervenciones humanitarias» aquí y allá). Lo grave es que hay
trabajadoras y trabajadores que no se atreven a enfrentarse a ese «humanitarismo bélico». Está
claro que no vamos a defender a Milosevic, a los talibán o a Sadam Husein, pero lo último que
necesitaban los pueblos de Yugoslavia, de Afganistán o de Irak era una agresión imperialista.
Christine Delphy hizo un paralelismo claro: el derecho al voto de las mujeres es algo fundamental,
pero jamás estaremos a favor de bombardear a los países que aún no lo reconocen. Sabemos que la
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libertad se conquista, y para ello todos los oprimidos del mundo tienen que desarrollar diversas
formas de lucha, pero lo que hay que tener claro es que las bombas inteligentes lanzadas sobre
objetivos civiles desde los aviones invisibles de las grandes potencias nunca han traído la libertad a
nadie. Oigamos ahora lo que dice Christine Delphy, sabiendo que encontraremos ideas heterodoxas,
polémicas y tal vez chocantes, que nos llevarán a reflexionar. Pero siendo conscientes también de
que sus palabras nos acompañan en la lucha por un mundo solidario de mujeres y hombres libres e
iguales.
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