riccardi_2.pdf

Anuncio
Conferencia.
"La importancia de la actuación de los laicos en la vida pública"
Dr. Andrea Riccardi.
Abandonar lo público
En muchas partes del mundo vemos que los laicos católicos se mantienen al margen de la
vida pública. ¿Por qué? A menudo la vida pública se presenta sucia, como un conjunto de
avenencias, cuando no de corruptelas. Por otra parte, la política, al estar condicionada por
la economía global, puede hacer poco. Faltan recursos financieros. El gran sociólogo
Bauman afirma: "los ciudadanos, y aquellos que han sido elegidos como sus
representantes, se encuentran frente a una tarea que no pueden ni siquiera soñar llevar a
cabo: la tarea de encontrar soluciones locales a las contradicciones globales" (Confianza y
temor en la ciudad). ¿Es tarea imposible?
Los católicos se mantienen al margen. He asistido a este fenómeno en mi país, y también
en otros, como los africanos, donde los cristianos no entran en una política corrupta y
contaminada. Tras la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, generaciones enteras de
católicos entraron en política. En Italia es la historia de la Democracia Cristiana. Y entre los
años sesenta y noventa, también los jóvenes, todos estaban hiperpolitizados. Hoy se
mantienen al margen. Eso genera muchos vacíos.
En primer lugar, querría decir que la vida pública no es solo política y política de partido.
Existe un inmenso campo más allá de la política: medios de comunicación, cultura,
sociedad y mucho más. Yo mismo fui ministro en un Gobierno que guió a Italia en un
periodo de grave crisis económica desde finales de 2011 hasta 2013, el Gobierno Monti,
formado por técnicos. Pero mucho antes de aquel gobierno ya experimenté que la vida
cristiana lleva a hablar y a actuar en público. Así sucede con el trabajo a favor de los
pobres que, al mismo tiempo que nos lleva a su lado, exige dar voz a quien no la tiene o no
es escuchado, porque no tiene nada que dar a cambio.
Hay otro aspecto que, personalmente, me llevó a lo público: la paz. De hecho, estoy
convencido de que los cristianos pueden hacer mucho contra la guerra, que es la madre de
todas las pobrezas. El trabajo contra la guerra no es algo reservado solo a los
diplomáticos. Eso me llevó a trabajar en varias cuestiones, como las negociaciones de paz
entre el Gobierno y la guerrilla en Mozambique, que se prolongaron durante dos años y
2
que pusieron fin a un conflicto que había provocado un millón de muertos. Por todo ello me
alegra hablar ante ustedes sobre el papel del cristiano en el espacio público. No voy a
hacer una disertación sobre teología del laicado. La situación que ocupan los laicos cambia
con la evolución de la sociedad y de los modelos de relación de la Iglesia con esta. Hoy
estamos en un tiempo particular: no voy a repetir las reflexiones que desgrané ayer sobre
el cambio provocado por la globalización y sobre la aportación de la Iglesia a la sociedad.
Pero –veo que hoy todavía me escuchan pacientemente– la práctica de la fraternidad y la
cultura de la fraternidad son la gran aportación de la Iglesia a nuestra sociedad.
El laico no puede ser un hombre totalmente privado, separado de lo público. Sería como
aquel hombre que recibió un talento y lo escondió bajo tierra (Mt 25, 14 ss): "me dio miedo
y fui y escondí en tierra tu talento" Y yo me pregunto: ¿los católicos hoy no tenemos miedo
de la complejidad de la vida pública?
En años pasados, algunas Iglesias se estructuraron como subcristiandades: defendían
algunos valores, como minoría de puros y duros. En ese panorama los hombres públicos
eran más bien los obispos. Eso fue así, entre otros motivos, a causa de que los laicos
sucumben al miedo o enferman de clericalismo. Ven su papel como algo interno de la
comunidad eclesial, quizás de manera competitiva con el clero. Abandonar el espacio
público responde a la lógica de una comunidad que se convierte en gueto, y aun siendo
correcta, en el fondo vive resignada ante la sociedad.
Resignados a no cambiar
La verdadera cuestión es la resignación. El mundo es demasiado complejo para poderlo
cambiar, se dice. En el espacio público se puede encontrar algo de poder y de beneficios,
pero ¿cambiar el mundo? Quien haya ocupado algún cargo de gobierno conocerá la
cansina relación con las instituciones, el poder de inhibición de administraciones,
burocracias y demás. Hacen falta tenacidad, paciencia y competencia. Hay que entender el
espacio de lo posible para actuar. Hace falta audacia para no resignarse, pero también
realismo y sentido político. No solo entre los católicos, sino por todas partes, toma forma la
idea de que no se puede cambiar. Véase a este respecto la crisis de la izquierda en
muchos países europeos y también en otros lugares. En su película "Abril", el actor y
director italiano Nanni Moretti se dirige con impaciencia a un político de la izquierda y le
dice: "¡D'Alema (es el nombre del político), di algo de izquierdas! ¡Di algo, aunque no sea
de izquierdas, algo civilizado!". Ironiza sobre el silencio de la izquierda ante el cambio
social.
3
En la crisis alemana, Dietrich Bonhoeffer escribía: "Al no haber confianza en la justicia, se
declara justo lo que conviene. E incluso la tácita confianza en el prójimo... se transforma en
un perenne y sospechoso espiarse mutuamente". Y concluía diciendo: "Esa es la
singularísima situación de nuestro tiempo, que es un tiempo de auténtica decadencia". La
decadencia es no esperar ya nada. Lo único firme es el interés personal. La lógica del
interés personal se convierte en el motor de la acción y de la intervención en el espacio
público.
La pregunta de los pobres
Un fuerte llamamiento viene de los pobres. Yo me pregunto: ¿de qué fidelidad a los valores
hablamos, si aceptamos la miseria de muchos? ¿De qué vida espiritual hablamos, si nos
cerramos a los pobres? No hay que perder nunca el contacto con las heridas de la miseria,
ni siquiera cuando uno tiene responsabilidades públicas o está muy atareado. El palacio de
la política aísla como en una burbuja y atenúa las motivaciones genuinas. En el palacio, el
cristiano debe tener siempre dos puertas abiertas: la de la oración de cada día, que
proporciona el sentido del límite y esperanza, y la de la calle, es decir, la del encuentro con
los pobres y la gente. Si no, acaba siendo prisionero. Quien hace política conoce los
conflictos. Si reza, no pierde la paz en su interior y como ideal: "Conquista la paz en tu
interior y miles a tu alrededor la encontrarán", decía el santo ruso Serafín de Sarov.
Las heridas de los pobres piden cambiar. Es un verdadero motivo para entrar en el espacio
público. Un gran alcalde de Florencia de los años cincuenta y sesenta, Giorgio La Pira, que
impulsó la ciudad como lugar de diálogo y de paz en tiempos difíciles, hablaba de "la
espera de la gente pobre". Su idea política era sencilla: "Un Gobierno con objetivo... único
y estructurado orgánicamente en vistas de la lucha orgánica contra el desempleo y la
miseria".
Parecía simplista, pero la lucha contra la pobreza es una de las motivaciones principales.
La gente pobre no puede continuar esperando. Evidentemente no se puede hacer una
magia revolucionaria. Hace falta creatividad constructiva. La caridad del buen samaritano
no es solo ayudar personalmente al hombre medio muerto entre Jericó y Jerusalén, sino
también negociar con el posadero para que se ocupe de él y reunir los medios necesarios
para pagar su estancia en la posada mientras espera que se cure. Decisión de pararse,
iniciativa personal, involucrar a los demás y negociar, recursos financieros... Las heridas de
los pobres piden solidaridad, pero muchas veces la solidaridad es una acción compleja,
formada por participación de los demás y de las instituciones.
4
Las heridas suscitan –en hombres y mujeres que muchas veces están resignados– la
pasión por cambiar. Estoy convencido de que hay que recuperar la pasión para salir de lo
privado y para desempeñar un papel en el espacio público o al menos habitar el espacio
público. Sí, es una pasión, y no un deber vivido con cansancio o solo con una ambición
personal. Si ponemos nuevamente a los pobres en el centro, nacerán las pasiones por
cambiar. Ninguna hermenéutica tiene el derecho de relativizar la primacía de los pobres en
la vida cristiana. Hablé de ello ayer en referencia a la educación: los pobres tienen poco
espacio en nuestras experiencias formativas.
Debemos estar agradecidos al papa Francisco porque está poniendo nuevamente a los
pobres en el centro de la vida cristiana. El Papa propone la visión evangélica según la cual
el mismo Cristo está en los pobres, una visión de los Padres de la Iglesia, como Juan
Crisóstomo, que habla del sacramento del pobre junto al sacramento del altar: "Para la
Iglesia –ha dicho Francisco– la opción por los pobres es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica, política o filosófica". Los pobres no son un número o un expediente,
sino experiencia de Dios y de la profundidad de lo humano. Todo cristiano debería tener
por amigo o vecino a un pobre: "Sólo desde esta cercanía real y cordial –dice Francisco–
podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación". "No se trata de una
misión reservada sólo a algunos", añade. E insiste: "Nadie debería decir que se mantiene
lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros
asuntos... nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la
justicia social".
Los ancianos: indicadores de humanidad para una sociedad
A menudo los ancianos son un auténtico drama de nuestro tiempo: una sociedad que
elimina a sus ancianos demuestra ser inhumana y estar dominada solo por el interés
económico. Prepara, para todos los ancianos que seremos, una vida terrible. En nuestros
días hemos hecho realidad un sueño de la humanidad que esperaban las generaciones
anteriores: vivir mucho tiempo. Pero ahora se desperdicia este gran logro diciendo a los
ancianos que ha llegado la hora de que se vayan de nuestras casas. El trato que se da a
los ancianos revela el rostro oscuro de nuestras sociedades. Es un drama que Sant'Egidio
denuncia en Europa desde hace cuatro décadas. Me emociona la actitud de Francisco, que
cuando visitó Sant'Egidio dijo: "El trato que se da a los ancianos –y el que se da a los
niños– es un indicador que revela la calidad de una sociedad. Cuando los ancianos son
5
descartados, cuando los ancianos son aislados y a veces se apagan sin cariño, ¡es mala
señal!".
Ante todo hay que escuchar a los pobres cuando piden ayuda y amistad: "Hacer oídos
sordos a ese clamor –escribe el Papa–, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios
para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre...". El grito del pobre lleva
a soñar un mundo humano. El de los vagabundos en el frío (a cuya muerte se ha resignado
la conciencia pública), el de los niños sin educación, el de los pueblos en guerra, como los
sirios.
Paz y oración
La guerra de Siria hace cuatro años que dura y ha provocado doscientos mil muertos y
cuatro millones de refugiados: nos estamos acostumbrando a su agonía. No surge ningún
estadista que asuma ese drama: un justo que busque la paz. ¿Qué hacer? ¿Pueden
aceptar los cristianos que un país entero sea destruido ante los ojos del mundo que juega
al ajedrez con la sangre de un pueblo? ¿Podemos aceptar que los cristianos abandonen
aquel Oriente Medio en el que viven desde hace veinte siglos? Ante esta guerra somos
como el levita o como el sacerdote: tenemos otras cosas que hacer. Aunque nos sintamos
impotentes, salgamos de lo privado y, en público, pidamos la paz. El mundo global permite
vivir cerca de dramas que están lejos.
Lancé un llamamiento para que la histórica ciudad siria de Alepo, patrimonio de la
humanidad e histórico lugar de convivencia entre cristianos y musulmanes, se convirtiera
en zona libre de combates, un llamamiento que la ONU respaldó. Pero Alepo muere bajo
las bombas y los cristianos huyen. Veo un gran vacío de pasión por la paz y de ideas en la
comunidad internacional y en sus enviados (con sus generosos sueldos). ¡El mundo
cristiano puede ser una fuerza de paz! No soy ingenuo. Las soluciones no siempre son
posibles, pero el grito de dolor sigue siendo un aguijón. El dolor de los pobres y de la
guerra deben convertirse en incesante invocación: Dios escucha la oración hecha con fe e
insistencia (así lo asegura Jesús). ¿No rezamos poco en nuestras iglesias por la paz?
La guerra, lo público, la política, las miserias deben impregnar la oración. La oración ya es
contestar la fuerza del mal, que genera pobreza y guerra, es contestar la indiferencia.
Decía La Pira: "Yo creo en la fuerza histórica de la oración". También yo creo que de la
oración nace una fuerza de paz. Dice el libro de Ester: "Todo el pueblo de los justos,
estremecido por el terror de sus desgracias... clamaba a Dios. A su clamor, de una
6
pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas” (Est 1, h) [Ester uno, hache]. Hay
que estremecerse para rezar.
Política y visiones
Decíamos antes –perdonen las reflexiones que se suceden sobre un tema complejo– que
hace falta pasión para cambiar. La política está hecha de pasión. No obstante, la pasión
debe conjugarse con visiones y cultura. De lo contrario existe el peligro de caer en la
impotencia o en el pragmatismo. Hace años que terminó la época ideológica de la política.
En una fase post-ideológica, además de la ideología, hemos eliminado también el gusto de
las ideas y de las visiones. A menudo la gran política, al igual que la política menor, carece
de visiones: sabemos decir poco sobre el futuro. Karol Wojtyla, en una poesía de los grises
años soviéticos, sin visión del futuro, escribía: "yo creo que el hombre sufre sobre todo por
falta de visión... Si sufre por falta de visión, debe abrirse camino entre los signos...".
Es difícil tener una visión. En el pasado los horizontes terminaban en el país, la región, la
ciudad; ¿cómo tener hoy una visión, con horizontes ilimitados y con tantas interferencias?
¿No es algo anacrónico, cuando el panorama está dominado por mediáticos fuegos
artificiales y por apremiantes y cambiantes preguntas? Hoy, en el fondo, una buena parte
de la política es espectáculo.
La resignación nace de la falta de visiones de esperanza. Hemos repetido principios, pero
no hemos practicado, con creatividad y fantasía de esperanza, visiones de futuro. Visiones
de justicia. Visiones de paz. Eso es necesario para provocar un temblor, para ser
innovadores... y no terminar presos de las mecánicas de las instituciones y de las
administraciones que repiten: "no es posible".
Visión significa sueño, utopía, proyecto, narración del futuro: lectura del propio tiempo,
cultura. Siento la responsabilidad de hablarles a ustedes que representan una parte
significativa de la cultura de los católicos en Argentina. No querría entrar en el debate sobre
la definición de cultura católica. Es evidente que la aportación a la sociedad o la acción
pública necesitan una elaboración. La acción pública sin visión o cultura es agitarse a
ciegas. La fraternidad debe inquietar a la economía y al derecho, intentando entrar en ellos.
La fe es el origen de pensamientos amplios. Ante todo, el cristiano que hace cultura y
enseña, no debe solamente citar pensamientos católicos en su trabajo, sino que debe
alimentarse de Biblia y oración. Cada cristiano que actúa en el ámbito público debe rezar y
leer la Biblia, y no solo apelar a principios cristianos o a la doctrina social.
7
Fíjense que la cultura entra con fuerza en el espacio público y anima la acción pública. La
cultura del mundo global, cada vez más dominada por una lógica económica, corre el
peligro de perder su componente humanista. Se convierte en hiperespecialización o en
tecnicidad. La pérdida del humanismo se puede ver en las universidades europeas, donde
se priorizan estudios y enseñanzas útiles, respecto a la denominada inutilidad de los
estudios humanistas. Se olvida una visión humanista y social. Pienso en el olvido de la
historia, que es perder las raíces. No construiremos una nueva historia si no sabemos de
dónde venimos. A menudo el hombre queda reducido a una dimensión, decía el viejo
Herbert Marcuse. Los cristianos deben trabajar por una cultura que esté animada por el
espíritu: un humanismo espiritual en el diálogo con todos y arraigado en una vida creyente.
El cristianismo es –decía Olivier Clément, un gran teólogo ortodoxo– un humanismo, y aún
más que eso: un divino-humanismo.
Cultura para entender y actuar
La acción en público necesita alimentarse de cultura, de humanismo y de visiones. Además,
sin cultura el mundo es ilegible: eso es cierto para los grandes escenarios internacionales
de los que surgen noticias cada día y para los escenarios locales. Hoy, para entender un
mundo complicado, la cultura y la historia son tan necesarias como el inglés para viajar por
el mundo. Cuando era joven, se clasificaban las informaciones según esquemas
ideológicos: si uno era de izquierdas, estaba a favor de Vietnam del Norte; si uno era
anticomunista, iba a favor de Vietnam del Sur. ¿Cómo se pueden hoy descifrar los
conflictos? Hace falta más cultura; de lo contrario, uno no participa. Y cuando uno no
participa, termina por dar la espalda y mirar hacia otro lado. La ignorancia provoca
indiferencia o –como dice el Papa– globalización de la indiferencia.
Para una buena parte del mundo, no hay más que ignorancia, el espacio de las emociones,
la volubilidad de los sentimientos de masa. Si no tenemos un prisma cultural y de
interpretación, una gran cantidad de información nos resbala como agua sobre cristal. La
ignorancia genera indiferencia. Hoy las grandes masas son más instruidas y alfabetizadas
que ayer; pero ¿qué claves de lectura tienen? Menos que ayer.
El espacio público es el ágora de los medios de comunicación de todo tipo: "La revolución
tecnológica y los procesos de globalización –dice el documento de Aparecida– conforman
el mundo actual como una gran cultura mediática. Esto implica una capacidad para
reconocer los nuevos lenguajes, que pueden ayudar a una mayor humanización global".
Esto plantea el problema de una cultura de pueblo, de claves de lectura compartidas, del
8
papel de los medios de comunicación. Y no solo una cultura-espectáculo. Habitar la vida
pública significa operar en el gran espacio de los medios de comunicación. ¿Pueden los
medios de comunicación, en medio de tantos "yoes" emotivos y fragmentados, masa y poco
pueblo, construir una cultura popular? Un pueblo no vive sin cultura compartida.
¿Es posible? ¿Prepararse para la política?
Estamos en una gran crisis. Crisis económica, distanciamiento de la política. Tenemos una
importante tarea: batir una política emocional sin comunidad ni pueblo. Hace falta una
nueva época: la política debe asociarse a visiones del futuro y reconstruir la comunidad
humana. Parece una tarea inmensa. Pero no tenemos que gobernar o dominar el mundo.
Tenemos que vivir y sembrar, reunir. Todos somos distintos. Pero se puede aplicar a todos
el antiguo dicho del maestro hebreo Hilel, contemporáneo de Jesús: “Cuando falten los
hombres, tú esfuérzate en ser hombre". Lo siento por el machismo de la expresión:
esforcémonos en ser hombres. Caminando responsablemente en la vida pública se
descubre a mucha gente de buena voluntad, que intenta hacer algo, que no está
resignada. Intentan –como decía un cómico italiano, Totò– ser hombres humanos.
A menudo se dice que hay que prepararse para la política. Una auténtica vida de Iglesia y
el contacto con los dolores preparan para la política. El verdadero problema es un
cristianismo vivo, corrientes de espiritualidad que habiten nuestras comunidades: el
florecer espiritual –empezando por uno mismo– hará nacer una renovada atención por la
política. El franciscanismo, en su origen, no se proponía cambiar la economía o la política;
sin embargo los historiadores afirman que tuvo un fuerte impacto en la vida económica y
política, y en la paz durante la Edad Media. Hace falta un cristianismo vivo: genera pasión
por cambiar y esperanza en el reino de Dios. El papa Francisco afirma: "Una auténtica fe...
siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar
algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra". Hay que volver, en cuanto gente
competente y preparada, pero volver a soñar, a plantear visiones: el mundo –decía dom
Hélder Câmara– caería en el frío y en la muerte si, un día, los sueños y las utopías
abandonaran la humanidad. Los grandes sueños y las utopías de hoy son la aurora de
mañana".
Hacer que renazcan los pueblos
La globalización ha introducido un increíble proceso de verticalización, que vacía los
niveles inferiores, empezando por la comunidad local y terminando por la nacional y la
9
internacional. La paradoja es la economía, en la que el poder está en manos invisibles.
Todo se ha verticalizado y está en una nebulosa. La globalización financiera no es la
providencia que traerá bienestar para todos: aquel que queda fuera, que espere con
paciencia y confianza. Ese es el mensaje. El Papa escribe: "Ya no podemos confiar en las
fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo
más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas...".
Hay que hacer que renazcan los sujetos, a los que la globalización les ha expropiado
poderes y dimensiones comunitarias: desde la ciudad, hasta el Estado o la vida
internacional. Somos masas de individuos solos, dominados por la espiral de la
competición entre nosotros o relegados al margen de esa competición, y el proceso no ha
hecho más que empezar. Lo decía ayer: no es humano. El fundamentalismo es muchas
veces la respuesta equivocada a la expropiación del mundo global: es la respuesta del
muro y de la enemistad. La respuesta, en cambio, es la red. Y la red necesita sujetos.
Habitar lo público significa reactivar las comunidades políticas a todos los niveles, hacer
que renazcan sujetos políticos, subsidiaridad, compartir el poder (soy consciente de que
hoy gobernar requiere rapidez de decisión). Hacer que renazcan los pueblos y las
comunidades significa hacer que madure la idea del bien común. Que el mayor número de
gente se involucre en lo público, a través de la participación y de la pasión, crea
comunidades y sujetos.
Los pueblos tienen una alma: la tienen las ciudades. Lo he visto en muchas ocasiones.
Son historias de personas-comunidades. Las ciudades, en el mundo global, pueden
desempeñar un papel decisivo. Deben tener una alma, hecha de historia y de memoria. En
África me enseñaron un proverbio: "Cuando uno no sabe adónde va, qué bueno es saber
de dónde viene". Hay que cuidar el alma y la memoria de las comunidades para que
encuentren motivos de cohesión u orgullo de cohesión. El cardenal Bergoglio escribía: "la
memoria es una fuerza de unificación y de integración". De ese modo se integran nuevas
generaciones, mundos periféricos. Es reconstruir los sujetos intermedios de la política, que
adquieren capacidad de interlocución. Rehacer un pueblo y la política. El papa Bergoglio
afirma: "convertirse en pueblo... es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y
aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía".
Los espacios públicos, grises y masificados, deben tomar el color de la vida de
comunidades y pueblos. Marc Chagall, pintor ruso de origen judío, afirma: "Si toda la vida
va inevitablemente hacia su fin... debemos pintarla con nuestros colores de amor y de
esperanza". El cristiano pinta el gris del espacio público. Termino con una oración-poesía,
10
llena de esperanza para que podamos vencer el gris de nuestras sociedades y del mundo
global. La escribió Davide Maria Turoldo, creyente y gran poeta:
"Vuélveme a la infancia, Señor, haz que vuelva a ser niño, al sabor auténtico de las cosas,
al gusto del pan y del agua. El tiempo ha limitado los sentidos hasta hacerlos impasibles.
Señor, sálvame de la indiferencia, de este anonimato de hombre adulto. Es el mal que
sufrimos sin ser conscientes... / y que nos quita la poesía y la fe.
Señor, sálvame del color gris del hombre adulto y haz que todo el pueblo quede libre de
esta senilidad del espíritu. Devuélvenos la capacidad de llorar y de alegrarnos; haz que el
pueblo vuelva a cantar en tus iglesias."
Fuente del documento:
VIII Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos (ENDUC-8)
Aportes católicos al desarrollo histórico de Argentina
15, 16 y 17 de mayo de 2015. Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires.
Comisión Episcopal de Pastoral Universitaria.
www.enduc.org.ar/enduc8
Descargar