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Homilía de Monseñor Eduardo María Taussig
Querido Cardenal Estanislao Karlic, querido padre Marcelo, queridos
hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas todos:
Es providencial que este encuentro en el cuál reflexionamos acerca de los
Aportes Católicos en la historia de Argentina, lo celebremos en vísperas de la
Ascensión, ese último acontecimiento histórico de la vida de Jesús pero al mismo
tiempo el acontecimiento que trasciende a la historia, porque en la Ascensión se
tocan el Tiempo y la Eternidad, la existencia terrena de Jesús y su existencia
celestial en su condición humana que ya tiene para siempre. Y lo hagamos en este
sábado, a las puertas de esta Fiesta donde la Liturgia y la Palabra de Dios nos
invitan a reflexionar sobre el sentido profundo de la historia.
Discuten los filósofos si puede haber una Filosofía de la historia, si siendo
natural puede desentrañar las leyes del devenir concreto de la historia. Recuerdo
la dura posición de Roger Bernaud cuando critica a Hegel y su idealismo absoluto,
y entonces tajantemente dice que no es posible una filosofía de la historia. Pero
sin entrar en esta discusión la Palabra de Dios sí nos da claves para entender la
historia y podemos hacer una Teología de la Historia, la hacemos desde la fe. El
concepto de “la hora” de Juan es claro. Y estos últimos días cuando rumiamos,
como la Iglesia naciente, los discursos de Jesús en la Última Cena, nos invitan a
ubicarnos en la hora de Jesús, en la hora de su Pascua. O también como decía
san Pablo, en el Kairós de la historia, esa plenitud de los tiempos que ocurre
cuando el padre envía a su hijo nacido bajo la Ley, nacido de una mujer, para
hacernos a todos hijos de Dios, y que culmina en su muerte y en su resurrección,
la encarnación redentora.
Y Jesús tenía conciencia también de su condición humana, del devenir de
la historia, por eso, en estas palabras de la Última Cena les dice a los apóstoles:
“Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre”. Ese éxito es
un rédito que Platón había intuido en su filosofía pero que se hace patente en la
Palabra de Dios, “Todo nace de Dios y todo vuelve a Dios”, y vuelve en Jesucristo,
vuelve en Jesús, que con su muerte y su resurrección, con su Pascua, le da el
sentido nuevo a todo el devenir de la historia, porque es propio de la historia que
las cosas nazcan y mueran, pero con la resurrección de Jesús, el poder divino
entra de una manera nueva en la concretez de nuestra realidad histórica y terrena
y nos permite abrirnos a una existencia eterna aún en nuestra condición corporal.
Y aquí está entonces la clave que ilumina todo el compromiso cristiano, el
compromiso concreto para construir la historia terrena mirando y recibiendo desde
el cielo, desde la eternidad de Dios, la fuerza, para ser protagonistas de ese Reino
que se va, como la levadura en la masa, desenvolviendo en nuestras vidas, en las
vidas de los pueblos, en la vida de la humanidad.
Y también aquí tenemos la clave de esa confianza que tiene el cristiano
cuando actúa en la historia, Jesús nos invita a pedir en su nombre, porque nos
invita a confiar en ese Padre bueno que se hizo presente en su condición de Hijo,
que nos hermana a todos y que se compromete entonces en cada una de
nuestras luchas, en cada uno de nuestros compromisos, en cada una de nuestras
empresas en la historia. “Pidan y recibirán, y tendrán una alegría perfecta”, la
alegría del evangelio, la alegría que nos recuerda Francisco con su prédica y con
sus gestos, la alegría de la esperanza cristiana que es el gran motor de la historia.
Por eso, cuando miramos el pasado, y nos preparamos para el futuro desde
nuestro presente, lo hacemos con la esperanza teologal, con esa radicación en
Dios, en Jesucristo, que nos anima a nosotros también a seguir las huellas de
nuestros antepasados y ser constructores de la historia cristiana.
María Santísima tenía como nadie, también, conciencia de la historia por
eso en su Magníficat, con toda esperanza, con toda humildad, con toda alegría,
proclama que todas las generaciones la van a llamar Bienaventurada. Ella fue
protagonista del gran acontecimiento de Nazaret que divide los hechos y marca la
historia con su Fiat, con su actitud de respuesta plena a la voluntad de Dios nos
muestra como cada uno en nuestro momento, en nuestra historia personal, en
nuestras responsabilidades, tenemos también que construir la historia con su
misma humildad, con su misma esperanza, con su misma alegría, con la
posibilidad de asociarnos a su Magníficat. Y no sólo nos da el ejemplo sino que se
compromete como lo hace con sus intervenciones desde el Cielo en la historia
terrena. Celebramos Nuestra Señora de Fátima esta semana, Luján hace una
semana, el sábado pasado, Guadalupe podríamos recordar, y cada una de las
advocaciones con las cuáles nuestra Madre hace presente su compromiso de
ayudarnos a sus hijos a construir la historia en Cristo y llevarla a su plenitud.
Por eso, en esta eucaristía, en esta eucaristía en donde monseñor
[Estanislao Karlic] ayer nos iluminó tan espléndidamente, pero complementando
donde, como decía san Juan Pablo, se concentra el tiempo, donde lo que
aconteció hace dos mil años se hace memorial, se actualiza, para que nosotros
nos asociemos a la Pascua de Jesús y desde donde también recibimos la luz de la
Palabra y la fuerza de la Carne de Jesús que se hace pan de vida para que,
asociados al Kairós de la Historia, asociados a la Pascua de Jesús, vivifiquemos
con su gracia y con su vida, nuestra historia.
En esta eucaristía, entonces, pedimos que todo este encuentro nos ayude a
asumir la herencia de nuestros mayores y nos ayude a construir la historia futura
con la misma confianza, con la misma esperanza. Que la Santísima Virgen nos
ayude así, del mejor modo.
Que así sea.
Fuente del documento:
VIII Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos (ENDUC-8)
Aportes católicos al desarrollo histórico de Argentina
15, 16 y 17 de mayo de 2015. Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires.
Comisión Episcopal de Pastoral Universitaria.
www.enduc.org.ar/enduc8
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