INCONSTITUCIONALIDAD DE LA “PESIFICACIÓN” DISPUESTA POR EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL1 Por Pablo Luis Manili “Aprecia como el mejor de los textos el sentido común” (Ángel Ossorio, El Alma de la Toga) El art. 765 del proyecto de Código Civil y Comercial sometido a tratamiento del Congreso por parte de Poder Ejecutivo Nacional (PEN) establece: “La obligación es de dar dinero si el deudor debe cierta cantidad de moneda, determinada o determinable, al momento de constitución de la obligación. Si por el acto por el que se ha constituido la obligación, se estipuló dar moneda que no sea de curso legal en la República, la obligación debe considerarse como de dar cantidades de cosas y el deudor podrá liberarse dando el equivalente en moneda de curso legal”. El párrafo resaltado fue introducido por el PEN, dado que el Anteproyecto preparado por la Comisión de Juristas establecía que esas obligaciones debían considerarse como de “dar sumas de dinero” y no contenía dicho agregado. Ello implica que, en caso de sancionarse esta norma, quedarán convertidas a pesos todas las obligaciones contraídas en dólares o en cualquier otra moneda extranjera. La propia terminología utilizada revela la pretensión de retroactividad del nuevo codificador, ya que se refiere a obligaciones contraídas en el pasado, en las cuales “se estipuló” el pago en moneda extranjera. En otras palabras, el proyecto no dice que “en lo sucesivo no se podrán pactar obligaciones que no sean en moneda de curso legal”, sino que claramente está destinada a convertir obligaciones ya constituidas, en otras de distinto tipo. La decisión está en línea con las medidas que el PEN viene imponiendo a la ciudadanía para eliminar toda referencia al dólar en la economía a través del control de cambios y de la prohibición de comprar divisas, dispuestas por resoluciones del Banco Central que no cumplen con el principio de legalidad del art. 19 de la CN, según el cual toda restricción de derechos debe ser hecha por ley del Congreso. 1 Publicada en La Ley 2012-E:1375. Una vez más debemos recordar las sabias palabras de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (en una de sus épocas de mayor independencia) referidas al derecho de propiedad: “ni el legislador ni el juez pueden, en virtud de una ley nueva o de su interpretación arrebatar o alterar un derecho patrimonial adquirido al amparo de la legislación anterior. En ese caso el principio de no retroactividad deja de ser una simple norma legal para confundirse con el principio constitucional de la inviolabilidad de la propiedad... (“Horta”, Fallos 137:47, año 1925). Asimismo: “todo derecho que tenga un valor reconocido como tal por la ley, sea que se origine en las relaciones de derecho privado, sea que nazca de actos administrativos…, a condición que su titular disponga de una acción contra cualquiera que intente interrumpirlo en su goce así sea el Estado mismo, integra el concepto constitucional de ‘propiedad’” (“Bourdie”, Fallos 145:307). Los destacados nos pertenecen. El proyecto de norma bajo análisis viola claramente el derecho de propiedad (art. 17 CN) a la luz de esa interpretación de la Corte, por cuanto arrebata un derecho al sujeto que firmó un contrato en moneda extranjera, cual es el de recibir una cantidad de esa moneda y no de otra. Ese derecho está incorporado a su patrimonio y la ley no puede privarlo de él. Si se trata de una obligación de dar “cantidades de cosas” y no dinero (como el mismo proyecto establece) no hay porqué modificar lo convenido entre las partes mutando esas “cosas” (moneda extranjera) por moneda de curso legal puesto que ese derecho ya ingresó en su patrimonio. Máxime cuando rige, como se dijo, la prohibición de adquisición de moneda extranjera (salvo para muy escasos fines), la cual generó que, en la actualidad, el valor oficial de la moneda extranjera no coincide con su valor real en el mercado; por lo cual, quien recibe pesos (al valor oficial) no podrá adquirir moneda extranjera: ni la cantidad pactada ni ninguna otra, en virtud de esa prohibición de venta (salvo lo imprescindible para viajar al exterior). Y si ese individuo decide violar la pseudo-ley y comprar la divisa en el mercado negro o paralelo, solo podrá comprar un cuarenta por ciento menos de la moneda extranjera que originariamente había convenido. Con ese mismo criterio, en un contrato donde las partes convienen entregar kilos de granos, o litros de leche en pago de una obligación (de dar “cantidades de cosas”), la ley podría obligarles a entregar dinero en vez de esos productos. Como es sabido, las referencias a moneda extranjera en los contratos son incluidas, la mayor parte de las veces, como un modo de mantener actualizadas las prestaciones a cargo de las partes en épocas de inflación y evitar así enojosas discusiones para ajustarlas cada cierto período de tiempo. No son una especulación financiera, ni un modo de enajenar la soberanía nacional sino tan solo un método automático de ajuste de las obligaciones. Son habituales en contratos de locación, de compraventa y hasta en convenios sobre obligaciones alimentarias. En reiteradas ocasiones la Corte convalidó este tipo de mecanismos destinados a superar los conflictos generados por la inflación, así en “Valdez” de 1976 (La Ley 1976-D:248), la Corte sostuvo que la merma del poder adquisitivo de la moneda era violatoria del derecho de propiedad (art. 17) y del preámbulo (en cuanto obliga a “afianzar la justicia”) y en “Santa Coloma”, de 1986 (Fallos 308:1160) reiteró ese criterio fundándose en la misma frase del preámbulo y en el principio alterum nom laedere, que la Corte consideró incluido en el art. 19 CN. En el proyecto, en cambio, se aniquila ese tipo de mecanismos. Asimismo, la norma bajo análisis entra en clara contradicción con el art. 7 del mismo proyecto, en cuanto establece: “La(s) leyes no tienen efecto retroactivo, sean o no de orden público, excepto disposición en contrario. La retroactividad establecida por la ley no puede afectar derechos amparados por garantías constitucionales. Las nuevas leyes supletorias no son aplicables a los contratos en curso de ejecución…”. Es interesante preguntarse cuál será la postura de los jueces de la Corte que participaron de la redacción del Anteproyecto cuando llegue a ese tribunal alguna causa donde se plantee la inconstitucionalidad de esta norma o de cualquier otra del nuevo código, si finalmente se sancionase. En el caso de ésta no habría prejuzgamiento por cuanto el texto propuesto por ellos fue modificado por el PEN, pero es fácil adivinar cuál será el resultado del pleito si se planteara la inconstitucionalidad de una norma contenida en el Anteproyecto y finalmente sancionada. Queda demostrada aquí la inconveniencia de que los jueces cumplan función alguna ajena a su cargo y la necesidad de que quienes ejercen la más alta magistratura guarden una prudente distancia de los poderes políticos, a los que deben controlar en vez de acompañar.