Jovenes20101107XXXIIOrdinario

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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO C z Lc 20, 27-38
z
Primera lectura z 2M 7 ,1-2. 9-14 z “El rey del universo
nos resucitará para una vida eterna”.
z
Segunda lectura z 2Ts 2, 16-3, 5 z “El Señor os dé fuerza
para toda clase de palabras y de obras buenas”.
z
Salmo z 16 z “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.
z
Evangelio z Lc 20, 27-38
sino de vivos”.
z
“No es Dios de muertos,
E
n aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos,
que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su
hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda
y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete
hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron
sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la
resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y
de la resurrección de entre los muertos no se casarán.
Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de
Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica
en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios
de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de
muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos».
N
os encontramos en Jerusalén, cerca del templo
que es el centro del ministerio
de Jesús en Jerusalén. Jesús
está con un grupo de adversarios suyos, que quieren
provocarlo, son los saduceos,
los maestros de la ley.
Y la cuestión en el fondo que
le plantean es la resurrección
de entre los muertos. Lo
hacen a través de una costumbre, ley que se denomina
del levirato que aseguraba la
descendencia legal al hermano difunto. Para un judío, en
tiempos de Jesús, morir sin
hijos, sin descendencia, era
una de las mayores desgracias que le podía ocurrir. Para
evitarlo existía la ley del levirato que decía: «Si dos her-
manos viven juntos y uno de
ellos muere sin hijos la viuda
no saldrá de casa, su cuñado
se casará con ella y cumplirá
con ella los deberes de cuñado; el primogénito que nazca
continuará el nombre». A partir de esta práctica asumida
por la ley de Moisés, los saduceos le preguntan a Jesús de
una forma irónica por medio
de un hecho en el que siete
hermanos mueren casándose
siempre con la viuda: «¿de
cuál de ellos será la mujer?
Porque los siete han estado
casados con ella».
Los saduceos son las familias
más nobles y ricas de Israel.
De entre ellos surgían los
senadores y los Sumos
Sacerdotes que formaban el
Sanedrín, ellos no creían en la
resurrección de los muertos.
Ellos vivían bien ¿para qué
preguntarse por el mañana?
Ellos vienen a preguntarse
¿hay algo más de lo que ya
experimentamos
en
este
mundo? ¿Cabe esperar algo
mejor de lo que ya disfrutamos? Es normal, como ellos
estaban bien situados, según los criterios del
mundo, ya que habían hecho de este mundo su
paraíso; no les interesa para nada lo que pueda
haber después de la muerte.
La repuesta que Jesús les da está inspirada en la
ley de Moisés que es la única parte de la
Escritura que los saduceos aceptaban como ley.
Dios es un Dios de vivos. Los que han muerto
son como ángeles. «En esta vida hombres y
mujeres se casan; pero los que sean juzgados
dignos de la vida futura y de la resurrección de
entre los muertos, no se casarán. Pues ya no
pueden morir, son como ángeles; son hijos de
Dios, porque participan de la resurrección».
mente nuestro ser de hijos de Dios y de hermanos universales.
La resurrección de los muertos la proclamamos
en el credo «Creo en la resurrección de la
carne y la vida eterna».
Hemos sido creados por Dios para la vida plena,
la muerte no es lo definitivo, la vida de este
mundo no es el absoluto. Viviremos y daremos
cuenta a Dios de lo que hemos hecho en este
mundo.
El dinero, los bienes de este mundo... no son lo
definitivo. Lo último es el encuentro con Dios y
con todos los que ya han alcanzado la meta y se
han encontrado con el Señor para vivir eterna-
L
a fe en la resurrección fue haciéndose camino en el pueblo de Israel poco a
poco. Para los cristianos es fundamental. San Pablo lo afirma: “Si Cristo no ha
resucitado, si no vamos a resucitar vana es nuestra fe”.
Me pongo en presencia de Dios, del Dios de vivos, del Dios que nos ha creado para la vida. Le pido a Dios que me ilumine y me haga comprender la Buena Noticia que hoy me ofrece.
z El texto de hoy es un texto de conflicto, a través del cual aparece la luz, Jesús pone luz. ¿Hago de este mundo mi cielo, pongo todas mis ilusiones y mis
metas en este mundo?
z ¿Vivo sólo o sobre todo para lo de
aquí abajo?
z ¿Se nota en mi vida que creo en la
resurrección, en el encuentro definitivo con Dios Padre? ¿Cómo lo manifiesto?
z ¿Qué consecuencias tiene la resurrección en mi vida?
z Llamadas.
Oro al Señor. Le doy gracias
por la resurrección. Le pido fe
en la resurrección
y sobre todo que esa fe tenga
sus debidas repercusiones
en mi vida concreta
NO ES UN DIOS DE MUERTOS,
SINO DE VIVOS: PORQUE PARA
ÉL TODOS ESTÁN VIVOS
S
eñor Jesús, hoy quiero ante todo darte gracias
por esa promesa que un día se hará realidad
en cada uno de nosotros: RESUCITAREMOS, viviremos para siempre, la muerte será vencida y el
mal también.
Por muy bien que nos lo pasemos en este mundo,
por muchas cosas que tengamos... esta no es
nuestra meta definitiva. Estamos hechos para encontrarnos definitivamente contigo, para vivir
contigo la vida que tendrá un único motivo: amar,
amarte a Ti y amar a los demás; estamos llamados
para vivir la vida en la que no existirá la maldad, en
la que el bien habrá vencido, en la que Dios se impondrá por encima de todos y de todo.
Gracias por esta meta tan llena que nos ofreces,
meta conquistada por Ti, Señor Jesús para toda la
humanidad.
Vida esta, nueva, que ya podemos saborear aquí y
de hecho lo hacemos siempre que amamos, siempre que reconocemos a Dios como Padre, siempre
que vivamos según su Proyecto.
La vida de resucitados es un don de Ti, Señor Jesús, y al mismo tiempo una conquista humana.
¿Mi vida trasluce que creo en algo más de lo que
aquí toco, experimento y disfruto? O por el contrario ¿vivo de tal forma apegado al dinero, a las
cosas, a los placeres, a los éxitos, a los honores...
que doy a entender que esto es para mi “el cielo”?
Ver z Juzgar z Actuar
Eres Tú, Señor Jesús, quien con tu vida, con tu
Muerte y Resurrección has conseguido para nosotros esa vida definitiva.
Después de Ti la muerte ya no tiene la última palabra, ni el mal, ni el pecado es invencible. Porque
Tú los derrotaste, están heridos de muerte. Mientras vivimos estamos en tensión, sufrimos la debilidad de nuestro cuerpo y las flaquezas de nuestro
espíritu. Pero esto un día se terminará. Mientras
tanto llevados por tu fuerza, mirándote a Ti estamos llamados a hacer frente al pecado, a vivir la
vida de resucitados esperando que un día ello
será de una forma plena.
¡Señor Jesús! aumenta mi fe en la resurrección.
Ayúdame a que mi vida transparente la nueva vida
que Tú me has dado y de la que participo por el
bautismo.
Perdón porque a veces mi vida es tan de este
mundo que vivo como si esto
fuese todo. Ten paciencia
conmigo y con todos los
que caminamos en
este valle de lágrimas.
Mantén, Señor Jesús,
la fe en la vida eterna en
nosotros pobres pecadores pero con la esperanza de que
un día superaremos con
éxito las
pruebas.
Así sea.
tu muerte,
“Anunciamos resurrección”
s tu
proclamamo
VER
C
on motivo de la celebración de la fiesta de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos, me comentaba una persona que hacía
más de 25 años que no iba al cementerio a “visitar las tumbas” de sus familiares. Argumentaba: “Es que allí no hay nada. Yo para tener presentes a mis
seres queridos, celebro la Eucaristía por ellos, porque ahí es donde celebramos la muerte y resurrección de Cristo, y por tanto la de todos los
que han muerto en Cristo”. Otra de las personas con las que hablábamos no dio importancia a esto, sino que seguía escandalizada porque
la otra “no iba al cementerio”.
JUZGAR
E
s lógico que, humanamente, guardemos el debido respeto a los difuntos, sobre todo a aquellos que han significado algo para nosotros, bien por formar parte de la familia o porque han sido personajes que han influido positivamente en la sociedad. Solemos construir
monumentos, mausoleos, tumbas... que son visitados por muchas personas y que mantienen el
recuerdo.
Pero nosotros no nos debemos quedar en el plano humano, con el simple recuerdo hacia los difuntos. Nosotros creemos lo que ha dijo Jesús en
el Evangelio: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». Y esto lo
creemos por la muerte y resurrección de Cristo,
que ha abierto las puertas de la Vida a todos los
que estén unidos a Él. Por eso, ante «unos saduceos que niegan la resurrección, Jesús les contestó:
son hijos de Dios, porque participan en la resurrección».
En la muerte y la resurrección de Jesús tenemos la
prueba de lo que decía san Pablo en la 2ª lectura:
«Dios nuestro Padre... nos ha amado tanto y nos
ha regalado un consuelo permanente y una gran
esperanza». Un consuelo y esperanza que dan
«fuerza para toda clase de palabras y obras buenas»; que permiten afrontar las dificultades, a «los
hombres perversos y malvados».
Un consuelo y esperanza, una fuerza que encuentra su fundamento en la resurrección, que ya era
esperada por quienes, a lo largo de la historia, han
vivido su fe como una relación personal con Dios,
por lo que han adquirido un mayor conocimiento
de cuál es su plan salvador. Así lo hemos escuchado repetidamente en la 1ª lectura, cuando, ante
las torturas sufridas por siete hermanos y su madre, van respondiendo: «cuando hayamos muerto
por su ley, el rey del universo nos resucitará para
una vida eterna.... Vale la pena morir a manos de
los hombres cuando se espera que Dios mismo
nos resucitará...». No es que se desprecie la vida
presente, sino que por la fe sabemos que estamos
llamados a la auténtica Vida, y por eso en la muerte física no vemos el final de todo, sino un paso
que nos permite entrar en la eternidad. Y esa certeza nos hace relativizar lo que ahora tenemos y
vivimos, porque queremos y esperamos ser «juzgados dignos de la vida futura».
ACTUAR
N
o es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». ¿Cómo he
vivido las pasadas celebraciones de Todos los Santos y Fieles Difuntos? ¿Qué ha predominado más,
el simple recuerdo o la esperanza en la resurrección? ¿Cómo es mi fe en la resurrección? ¿Esta fe
me da fuerza para afrontar la certeza de mi propia
muerte? ¿Me ayuda a dar el justo valor a las cosas
de este mundo, también las situaciones dolorosas, sin caer en la desesperación?
«
La Eucaristía es el momento cumbre de nuestra
comunión con Cristo Resucitado. Cada vez que la
celebramos, tras la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”.
Y al proclamar su resurrección, también proclamamos la de todos los que han muerto en Cristo,
y a los que también nos unimos en la comunión
de los santos.
Por eso, lo mejor que podemos hacer por ellos es
celebrar la Eucaristía. No nos quedemos en el simple respeto a su memoria, en el recuerdo: vivamos
la Eucaristía como encuentro con el Señor Resucitado y, por Él, sintámonos unidos a nuestros difuntos. Y que esta certeza nos dé fuerza en la vida
presente para toda clase de palabras y obras buenas, que a pesar de los momentos dolorosos sigamos esperando en Cristo, y con Él y por Él participemos de la Resurrección.
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