XXXII Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO C z Lc 20, 27-38 z Primera lectura z 2M 7 ,1-2. 9-14 z “El rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. z Segunda lectura z 2Ts 2, 16-3, 5 z “El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas”. z Salmo z 16 z “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”. z Evangelio z Lc 20, 27-38 sino de vivos”. z “No es Dios de muertos, E n aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». N os encontramos en Jerusalén, cerca del templo que es el centro del ministerio de Jesús en Jerusalén. Jesús está con un grupo de adversarios suyos, que quieren provocarlo, son los saduceos, los maestros de la ley. Y la cuestión en el fondo que le plantean es la resurrección de entre los muertos. Lo hacen a través de una costumbre, ley que se denomina del levirato que aseguraba la descendencia legal al hermano difunto. Para un judío, en tiempos de Jesús, morir sin hijos, sin descendencia, era una de las mayores desgracias que le podía ocurrir. Para evitarlo existía la ley del levirato que decía: «Si dos her- manos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos la viuda no saldrá de casa, su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre». A partir de esta práctica asumida por la ley de Moisés, los saduceos le preguntan a Jesús de una forma irónica por medio de un hecho en el que siete hermanos mueren casándose siempre con la viuda: «¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Los saduceos son las familias más nobles y ricas de Israel. De entre ellos surgían los senadores y los Sumos Sacerdotes que formaban el Sanedrín, ellos no creían en la resurrección de los muertos. Ellos vivían bien ¿para qué preguntarse por el mañana? Ellos vienen a preguntarse ¿hay algo más de lo que ya experimentamos en este mundo? ¿Cabe esperar algo mejor de lo que ya disfrutamos? Es normal, como ellos estaban bien situados, según los criterios del mundo, ya que habían hecho de este mundo su paraíso; no les interesa para nada lo que pueda haber después de la muerte. La repuesta que Jesús les da está inspirada en la ley de Moisés que es la única parte de la Escritura que los saduceos aceptaban como ley. Dios es un Dios de vivos. Los que han muerto son como ángeles. «En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la resurrección». mente nuestro ser de hijos de Dios y de hermanos universales. La resurrección de los muertos la proclamamos en el credo «Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna». Hemos sido creados por Dios para la vida plena, la muerte no es lo definitivo, la vida de este mundo no es el absoluto. Viviremos y daremos cuenta a Dios de lo que hemos hecho en este mundo. El dinero, los bienes de este mundo... no son lo definitivo. Lo último es el encuentro con Dios y con todos los que ya han alcanzado la meta y se han encontrado con el Señor para vivir eterna- L a fe en la resurrección fue haciéndose camino en el pueblo de Israel poco a poco. Para los cristianos es fundamental. San Pablo lo afirma: “Si Cristo no ha resucitado, si no vamos a resucitar vana es nuestra fe”. Me pongo en presencia de Dios, del Dios de vivos, del Dios que nos ha creado para la vida. Le pido a Dios que me ilumine y me haga comprender la Buena Noticia que hoy me ofrece. z El texto de hoy es un texto de conflicto, a través del cual aparece la luz, Jesús pone luz. ¿Hago de este mundo mi cielo, pongo todas mis ilusiones y mis metas en este mundo? z ¿Vivo sólo o sobre todo para lo de aquí abajo? z ¿Se nota en mi vida que creo en la resurrección, en el encuentro definitivo con Dios Padre? ¿Cómo lo manifiesto? z ¿Qué consecuencias tiene la resurrección en mi vida? z Llamadas. Oro al Señor. Le doy gracias por la resurrección. Le pido fe en la resurrección y sobre todo que esa fe tenga sus debidas repercusiones en mi vida concreta NO ES UN DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS: PORQUE PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS S eñor Jesús, hoy quiero ante todo darte gracias por esa promesa que un día se hará realidad en cada uno de nosotros: RESUCITAREMOS, viviremos para siempre, la muerte será vencida y el mal también. Por muy bien que nos lo pasemos en este mundo, por muchas cosas que tengamos... esta no es nuestra meta definitiva. Estamos hechos para encontrarnos definitivamente contigo, para vivir contigo la vida que tendrá un único motivo: amar, amarte a Ti y amar a los demás; estamos llamados para vivir la vida en la que no existirá la maldad, en la que el bien habrá vencido, en la que Dios se impondrá por encima de todos y de todo. Gracias por esta meta tan llena que nos ofreces, meta conquistada por Ti, Señor Jesús para toda la humanidad. Vida esta, nueva, que ya podemos saborear aquí y de hecho lo hacemos siempre que amamos, siempre que reconocemos a Dios como Padre, siempre que vivamos según su Proyecto. La vida de resucitados es un don de Ti, Señor Jesús, y al mismo tiempo una conquista humana. ¿Mi vida trasluce que creo en algo más de lo que aquí toco, experimento y disfruto? O por el contrario ¿vivo de tal forma apegado al dinero, a las cosas, a los placeres, a los éxitos, a los honores... que doy a entender que esto es para mi “el cielo”? Ver z Juzgar z Actuar Eres Tú, Señor Jesús, quien con tu vida, con tu Muerte y Resurrección has conseguido para nosotros esa vida definitiva. Después de Ti la muerte ya no tiene la última palabra, ni el mal, ni el pecado es invencible. Porque Tú los derrotaste, están heridos de muerte. Mientras vivimos estamos en tensión, sufrimos la debilidad de nuestro cuerpo y las flaquezas de nuestro espíritu. Pero esto un día se terminará. Mientras tanto llevados por tu fuerza, mirándote a Ti estamos llamados a hacer frente al pecado, a vivir la vida de resucitados esperando que un día ello será de una forma plena. ¡Señor Jesús! aumenta mi fe en la resurrección. Ayúdame a que mi vida transparente la nueva vida que Tú me has dado y de la que participo por el bautismo. Perdón porque a veces mi vida es tan de este mundo que vivo como si esto fuese todo. Ten paciencia conmigo y con todos los que caminamos en este valle de lágrimas. Mantén, Señor Jesús, la fe en la vida eterna en nosotros pobres pecadores pero con la esperanza de que un día superaremos con éxito las pruebas. Así sea. tu muerte, “Anunciamos resurrección” s tu proclamamo VER C on motivo de la celebración de la fiesta de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos, me comentaba una persona que hacía más de 25 años que no iba al cementerio a “visitar las tumbas” de sus familiares. Argumentaba: “Es que allí no hay nada. Yo para tener presentes a mis seres queridos, celebro la Eucaristía por ellos, porque ahí es donde celebramos la muerte y resurrección de Cristo, y por tanto la de todos los que han muerto en Cristo”. Otra de las personas con las que hablábamos no dio importancia a esto, sino que seguía escandalizada porque la otra “no iba al cementerio”. JUZGAR E s lógico que, humanamente, guardemos el debido respeto a los difuntos, sobre todo a aquellos que han significado algo para nosotros, bien por formar parte de la familia o porque han sido personajes que han influido positivamente en la sociedad. Solemos construir monumentos, mausoleos, tumbas... que son visitados por muchas personas y que mantienen el recuerdo. Pero nosotros no nos debemos quedar en el plano humano, con el simple recuerdo hacia los difuntos. Nosotros creemos lo que ha dijo Jesús en el Evangelio: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». Y esto lo creemos por la muerte y resurrección de Cristo, que ha abierto las puertas de la Vida a todos los que estén unidos a Él. Por eso, ante «unos saduceos que niegan la resurrección, Jesús les contestó: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección». En la muerte y la resurrección de Jesús tenemos la prueba de lo que decía san Pablo en la 2ª lectura: «Dios nuestro Padre... nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza». Un consuelo y esperanza que dan «fuerza para toda clase de palabras y obras buenas»; que permiten afrontar las dificultades, a «los hombres perversos y malvados». Un consuelo y esperanza, una fuerza que encuentra su fundamento en la resurrección, que ya era esperada por quienes, a lo largo de la historia, han vivido su fe como una relación personal con Dios, por lo que han adquirido un mayor conocimiento de cuál es su plan salvador. Así lo hemos escuchado repetidamente en la 1ª lectura, cuando, ante las torturas sufridas por siete hermanos y su madre, van respondiendo: «cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.... Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará...». No es que se desprecie la vida presente, sino que por la fe sabemos que estamos llamados a la auténtica Vida, y por eso en la muerte física no vemos el final de todo, sino un paso que nos permite entrar en la eternidad. Y esa certeza nos hace relativizar lo que ahora tenemos y vivimos, porque queremos y esperamos ser «juzgados dignos de la vida futura». ACTUAR N o es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». ¿Cómo he vivido las pasadas celebraciones de Todos los Santos y Fieles Difuntos? ¿Qué ha predominado más, el simple recuerdo o la esperanza en la resurrección? ¿Cómo es mi fe en la resurrección? ¿Esta fe me da fuerza para afrontar la certeza de mi propia muerte? ¿Me ayuda a dar el justo valor a las cosas de este mundo, también las situaciones dolorosas, sin caer en la desesperación? « La Eucaristía es el momento cumbre de nuestra comunión con Cristo Resucitado. Cada vez que la celebramos, tras la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”. Y al proclamar su resurrección, también proclamamos la de todos los que han muerto en Cristo, y a los que también nos unimos en la comunión de los santos. Por eso, lo mejor que podemos hacer por ellos es celebrar la Eucaristía. No nos quedemos en el simple respeto a su memoria, en el recuerdo: vivamos la Eucaristía como encuentro con el Señor Resucitado y, por Él, sintámonos unidos a nuestros difuntos. Y que esta certeza nos dé fuerza en la vida presente para toda clase de palabras y obras buenas, que a pesar de los momentos dolorosos sigamos esperando en Cristo, y con Él y por Él participemos de la Resurrección. Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º 28014 - Madrid www.accioncatolicageneral.es