V Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO A z Mt 5, 13-16 z Primera lectura la aurora”. “Romperá tu luz como z Segunda lectura z 1Co 2, 1-5 rio de Cristo crucificado”. z Salmo z 111 z “El justo brilla en las tinieblas como una luz”. z Evangelio mundo”. z Is 58, 7-10 z z Mt 5, 13-16 z z “Os anuncié el miste- “Vosotros sois la luz del E n aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo». Para situar el Evangelio Seguimos en el Sermón de la Montaña... En Mateo se presenta el Mesías como el gran maestro religioso. Pero también perfila la fisonomía espiritual de los nuevos miembros del pueblo de Dios, de la comunidad fundada por Jesús. Estamos ante el texto intermedio entre las Bienaventuranzas y la interpretación de la Ley. En el Evangelio de Mateo (5, 13-16) Jesús define lo que es -y lo que debe ser- el cristiano. Son nuestras señales de identidad de la persona que quiere seguir a Jesús de Nazaret. Y lo hace con dos metáforas caseras: la sal y la luz. Para fijarnos en el Evangelio La primera metáfora... la Sal. La sal cumple dos funciones básicas: - Como condimento sazona y da sabor a los alimentos... cuando falta la comida no sabe. - Y como conservante, preserva de la corrupción. Otras características: la sal no se pone al lado de los alimentos, sino dentro de él; hace falta poco para dar sabor o conservar... como la levadura. La sal son los discípulos; la tierra la gente. El mundo no está corrompido, pero en él hay corrupción (1Jn 2, 15s). La sal no puede desvirtuarse. El cristiano solo puede ser sal de la tierra cuando su manera de ser y de vivir proteja a la humanidad de la podredumbre que le amenaza. La segunda metáfora... la Luz. La luz, en la literatura bíblica se asocia a lo bueno, la oscuridad a lo malo (Rom 13, 12). Pero esta metáfora de la luz se enriquece con dos figuras paralelas: la vela en el candelero y la ciudad sobre el monte: buenas será signo de la salvación de Dios, de la gloria de Dios. - La vela en el candelero... Mateo se sitúa en una casa de una sola habitación y de una sola lámpara... y habla de lo sensato: colocarla sobre el candelero para que alumbre a todos lo de la casa. - La ciudad sobre el monte... Mateo recuerda la imagen de Is 60, 1-3 que habla de Jerusalén. Esa ciudad iluminada, que desde lo alto lanza sus destellos luminosos, y atrae a todos hacia sí, no será ya Jerusalén, sino la comunidad de los discípulos de Jesús. Igualmente el Siervo de Yahvé será “Luz de las naciones” (Is 42, 6; 49, 6). Solo los cristianos, que han dejado transparentar por el espíritu de las bienaventuranzas, serán luz del mundo y sal de la tierra. La luz se identifica con las buenas obras de los discípulos, y el mundo son las gentes todas. No solo los judíos. Los discípulos se convierten así, viviendo las bienaventuranzas en fermento y alumbramiento de una humanidad nueva. La luz llega a todos y todas. La práctica de obras z Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor. z Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado. z Leo el texto. Después contemplo y subrayo. z Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿qué descubro de la misión y acción de la Iglesia y de cada discípulo de Cristo? Mi vida-acción-contemplación, ¿es de estilo de vida? z Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio. ¿He descubierto la presencia de Dios? ¿A quién he encontrado que actuara como “sal”, como “luz”, como levadura? z Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso. z Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... VERDADERAS Y FALSAS LUCES Luz de neón de los supermercados, luz de lentejuelas de los espectáculos televisados, luz de los spots publicitarios, luz de oro de las vitrinas de los joyeros, luz de los restaurantes y los bares, luz artificial, luz parpadeante, luz agresiva, luz cegadora, luz chillona, luz macilenta...: extrañas luces del mundo que espesan la niebla en el corazón del hombre. ¿Cómo podemos seguir manteniendo oculta aquella Luz que un día se encendió en Belén, en el Tabor y en la mañana de Pascua, y que no ilumi- naba más que a los pobres, a los pastoresy a unos cuantos pescadores de Galilea? ¿Qué otra cosa es ser cristiano sino creer que Cristo es la Luz verdadera que brilló en este mundo para que nadie camine ya en las tinieblas y todos podamos recibir la Luz que conduce a la Vida? ¿Qué otra cosa es ser cristiano sino dejarse cegar por la luz de Jesucristo para, de ese modo, ser luz en la noche? Una luz que debe brillar para todos. Luz de nuestra vida y de nuestras comunidades, luz de nuestros hogares, luz de nuestras opciones por la justicia y la paz, luz para los pobres y los desesperados, luz de testigos que reflejan el Amor-Luz de Dios. ALUMBRAR «Para que vean vuestras buenas obras...» (Mt 5, 16) «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que se vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en el cielo». Señor Jesús: «Vela con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza». No se trata de hacer para que se vea, sino de vivir, pensar y comportarse con naturalidad, pero como Tú lo hiciste. Reconocemos que necesitamos de tu auxilio, pero también de nuestro esfuerzo y entrega, para asumir nuestra responsabilidad cristiana: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente». Ayúdanos, Señor Jesús, a ser auténticos y a contagiar «tu esperanza» a todos. La sal actúa desde dentro y da sentido a todo el alimento. El cristiano tiene esa fuerza interior, que le permite dar sabor a lo que es y a lo que hace. También nos dices además: «Vosotros sois la luz del mundo... ponedla en el candelera y que alumbre a todos los de la casa». La luz se pone «en lo alto» y sirve para que los demás se vean, aunque ella misma se consuma en ese servicio. Exige la dimensión externa de manifestar lo que se cree, y, por eso, añades: Ver z Juzgar z Actuar “¿Para qué?” VER A nte una situación difícil que estaba atravesando una persona, no hacía más que preguntarse: “¿Por qué me ocurre esto?”, sin encontrar respuesta satisfactoria. Hasta que le sugerí: “No te quedes sólo en el ‘por qué’; pregúntate también ‘para qué’”. En ese momento no entendía lo que le decía, pero pasado el tiempo, me comentó que ahora podía entender algo mejor “para qué” había tenido que pasar lo que pasó. Y es que a veces confundimos el “por qué” con el “para qué”. Cuando nos preguntamos “¿por qué?”, estamos buscando la causa o motivo de algo y a veces no vamos a encontrar respuesta o no nos va a resultar satisfactoria; mientras que si nos preguntamos “¿para qué?”, estamos buscando el propósito o la finalidad de algo, y en este caso, aunque también cueste, sí que es posible con el tiempo llegar a descubrir ese propósito o finalidad. JUZGAR H oy la Palabra de Dios nos invita a que pensemos en algunos “¿para qué?”. A veces nos preguntamos: ¿Por qué soy cristiano? ¿Por qué sigo este camino? ¿Por qué existe la Iglesia? Y quizá las respuestas a estas pre- guntas no lleguen a satisfacernos; es mejor preguntarnos: ¿Para qué seguimos a Cristo? ¿Para qué asumimos seguir el camino de las Bienaventuranzas, como veíamos el domingo pasado? ¿Para qué existe la Iglesia? Y la respuesta la hemos escuchado en el Evangelio, resumida en dos imágenes muy claras: para ser «sal de la tierra y luz del mundo». Como se indica en Llamados por la Gracia de Cristo (paso 7): «la misión de la Iglesia [es] anunciar la Buena Noticia, es decir: evangelizar. (...) “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, 14). Toda la Iglesia es, pues, evangelizadora. Al ser misión recibida de Cristo, el anuncio del evangelio compromete a todos y cada uno de los cristianos. Esta misión nace de la experiencia del encuentro de la persona con Cristo. Encuentro en la fe que produce en el cristiano un cambio y una felicidad que empuja a ser comunicada. Esta experiencia la transmite a los demás para que puedan sentirla y vivirla ellos también». Ésta es nuestra misión, nuestro “para qué”. Y si esta misión no la cumplimos, es como si la luz que hemos recibido la metiésemos «debajo del celemín», y entonces «la sal se vuelve sosa y no sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente». No responderemos al “para qué” somos cristianos y somos Iglesia. Por eso, si queremos cumplir bien nuestra misión, encontrar y mostrar nuestro “para qué”, no debemos olvidar que «para que ésta [la evangelización] sea total ha de llevar al compromiso por la transformación del mundo y de sus estructuras. El encuentro con Cristo no sólo transforma a las personas, sino que debe convertirlas en transformadoras de la sociedad con sus vidas y su palabra. Porque “evangelizar significa para la Iglesia llevar la buena nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (Pablo VI, E.N. 18). Ninguna realidad humana es indiferente a la transformación que Cristo ha traído y que se perpetúa en la Iglesia cuando evangeliza». Así es como seremos sal de la tierra y luz del mundo, como indi- caba la 1ª lectura: «parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo... Entonces romperá tu luz como la aurora... brillará tu luz en las tinieblas». Si procuramos ser sal y luz se cumplirá el objetivo, el para qué de la misión evangelizadora: «para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo». Para que descubran la Buena Noticia. Y el cumplimiento de esta misión, llevar a cabo nuestro “para qué”, no requiere grandes capacidades intelectuales o materiales. Como decía san Pablo en la 2ª lectura: «mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios». No se trata de quedar nosotros bien, sino de manifestar la presencia y acción del Espíritu de Dios, “para eso” debemos ser sal de la tierra y luz del mundo. ACTUAR ¿H e pensado alguna vez “para qué” soy cristiano, “para qué” soy Iglesia? Hablando evangélicamente, ¿soy una persona “salada y luminosa”, o “sosa y apagada”? ¿Dónde y cómo llevo la Buena Noticia para ser sal y luz del mundo? ¿Tengo claro que he de mostrar la acción del Espíritu para que den gloria al Padre? La semana pasada, citando unas frases de la Campaña de Cáritas de este años, veíamos que “mucha gente pequeña haciendo muchas cosas pequeñas en muchos lugares pequeños, puede cambiar el mundo. Otro estilo de vivir es posible”. Podemos y debemos ser “sal y luz”, el mismo Señor nos capacita para ello con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre. Así anunciaremos de palabra y de obra la Buena Noticia y con nuestro compromiso humanizador, evangelizador y transformador, mostraremos de modo creíble para qué servimos los cristianos, y para qué seguimos al Señor en y desde la Iglesia. Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º 28014 - Madrid www.accioncatolicageneral.es