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Me han dicho que tengo cara de tonto
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
Las flores y semillas provienen de las plantas, y las plantas provienen de las flores y semillas. Por
ejemplo, la flor se abre, expone el polen, las abejas se posan sobre ella, el polen se les adhiere a
las patas y se lo llevan a otras flores, que las reciben con beneplácito para crear la siguiente
planta.
Los volcanes pueden permanecer moderadamente tranquilos durante algún tiempo, pero debido al
incremento de la presión, la masa de fuego que hay bajo la tierra puede acabar escapando por la
parte superior o reventando por uno de los lados.
Los seres humanos salimos de seres
humanos anteriores por nacimiento. Y
por lo general, un bebé proviene del
interior de su madre para entrar en el
mundo y convertirse en un ser capaz
de dar vida a otro.
Lo que quiero decir es que todos
provenimos del interior de alguien que
existió antes que nosotros, ya seamos
plantas, magma o seres humanos. En
algunos casos generamos a otros
seres, como nosotros, y en otros, no.
Por ejemplo, una erupción volcánica
puede ser muy devastadora, pero en
sí misma no da lugar a volcanitos.
TODOS PROVENIMOS DE ALGUIEN
Con esas tres ilustraciones, las flores,
los volcanes y los seres humanos, quiero decir que, en la vida, unas cosas proceden de otras que
ya existían. No fuimos los creadores de la primera flor, ni del primer volcán ni del primer ser
humano. Por ejemplo, en el caso de los seres humanas, solo podemos continuar, ramificar, alterar
o interrumpir la línea de descendencia, pero no podemos crearla. ¡Ya existe!
Ocurre algo similar con la personalidad y el carácter. Nacemos con cierta influencia que proviene
de nuestros antecesores, y podemos alterarla y modificarla, pero no podemos deshacernos de ella.
Porque somos como las flores, que transmitimos el polen y damos lugar a otras flores; y somos
como los volcanes, que tarde o temprano sacamos de nuestro interior lo que verdaderamente
somos. La figura de arriba te permite visualizar lo que queremos decir. En pocas palabras,
básicamente, tú eres lo que eres como resultado de la contribución de tus progenitores.
Pero ¿es inalterable o cambiante?
Por una ley natural, no nacemos como páginas en blanco. Venimos al mundo con un código
genético intraconstruido y preprogramado en muchos sentidos, es decir, previamente escrito y
diseñado en el seno de la naturaleza, la cual dio órdenes a las células para que formaran las
diferentes partes del cuerpo de una manera específica que no pudimos controlar a voluntad. Nadie
puede decir “quiero tener una nariz diferente” y lograr que su nariz comience a cambiar por sí
misma. La ingeniería genética nos promete que tal vez algún día podamos ejercer más control
sobre nuestros genes, pero no por ahora (dicho sea de paso, la naturaleza tiene una programación
definida, pero el ambiente donde uno nace y crece, así como la contaminación moral y ambiental y
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otros factores, pudieran dañar el código genético y causar muchos problemas a los seres que
vienen después, ya sea por medios naturales o artificiales).
Junto con la herencia física que recibimos de nuestros padres, también recibimos influencia sobre
nuestra personalidad y carácter, la cual nos hacen reaccionar de determinadas maneras. Por eso a
veces alguien pudiera decir: “Ríes como tu abuela”, o “eres terca como tu madre”, o “te gusta el
fútbol como a tu tío”, o “eres músico (médico, abogado, artesano) porque somos una familia de
músicos (médicos, abogados, artesanos)”. De modo que no venimos desprovistos de inclinaciones
predeterminadas. Algunos investigadores hasta creen que venimos al mundo con una empatía
básica.
Sin embargo, el que la naturaleza nos haya dotado de ciertas influencias para comenzar, porque el
ser humano necesita una identidad elemental, no significa que nuestra preprogramación sea como
la de un perro, que solo puede ladrar, o un gato, que solo puede maullar. El ser humano tiene un
cerebro distinto al de todas las demás especies. Cuenta con una cualidad única en la naturaleza
terrestre: Puede autoprogramarse para ser y hacer lo que desee.
Si el ser humano quiere hablar varios idiomas, puede hacerlo; si quiere tener varias profesiones,
puede hacerlo; si quiere viajar, puede hacerlo; si quiere construir casas, puede hacerlo; si quiere
subir hasta la luna, puede hacerlo; si quiere bajar a las profundidades del mar, puede hacerlo; si
quiere dominar a los tiburones y osos, o nadar con ballenas y leopardos marinos, puede hacerlo.
No hay cosa que pueda imaginar que no pueda intentar hacerla. Ninguna otra especie terrestre
conocida puede autoprogramarse.
Y lo mismo podemos decir de la cara de tonto. El que alguien tenga o no cara de tonto no tiene
nada que ver con la cara en sí, porque los rostros de las personas no son lo que nos transmiten
emociones y sensaciones. Por ejemplo, la próxima vez que vayas a un velorio o mortuorio, mira
detenidamente el rostro del fallecido y date cuenta del vacío que te causa. Está desprovisto de
emoción. Los muertos son absolutamente inexpresivos. Tienen cara, pero no tienen expresión. No
comunican alegría ni tristeza, ni dolor ni satisfacción, no tienen cara ni de tontos ni de vivos.
Por lo tanto, una cara de tonto no depende de la cara en sí, sino de la expresión del dueño de la
cara. Porque son los sentimientos y las sensaciones los que crean o generan las expresiones del
rostro, así como sus gestos y ademanes, tono de voz y escritura. Por eso los muertos no tienen
expresión, porque no sienten nada. Y es interesante que, aunque esté viva, una persona que no
siente emociones, o cuyas sensaciones han sido interrumpidas por alguna enfermedad nerviosa,
tampoco expresa nada. Tiene un rostro inexpresivo.
Depende mucho de ti
De modo que depende mucho de ti y de los sentimientos y las sensaciones que cultivas en tu
interior. ¡Como un volcán! Lo que hay en tu interior es como el magma de un volcán, y la expresión
de tu rostro es solo un reflejo de ese interior. La pregunta clave es: “¿Qué influencia pudiera haber
causado las expresiones que hicieron que alguien te diga que tienes cara de tonto?”. Si logras
hallar la respuesta, podrás comenzar a modificar la programación que causa dicho efecto. Pero
debes entender que tu expresión depende mucho de ti, de tus circunstancias y de tu autoestima.
A veces se dice de ciertos niños: “Tiene cara de vivo (es muy despierto)”, o “tiene cara de esconder
algo (ha hecho una travesura)”, o “parece desnutrido (está muy flaco)”, o “tiene algo (está
enferma)”. El rostro comunica lo que habita en nuestro interior. No es por gusto que alguien diga:
“Esa mujer tiene cara de pocos amigos”, es decir, que su rostro envía el mensaje: “No te me
acerques, que muerdo” (no sería raro que, a raíz de dicho estímulo, le pongan un sobrenombre
como “Pitbull”, “Dragón” u otro. Es como si lleváramos un letrero a todas partes indicando lo que
somos por dentro. Lamentablemente, algunos envían mensajes contradictorios. Hay casos
excepcionales. Alguien tal vez tenga un gran corazón, pero su rostro comunique rencor y
desprecio, o viceversa.
Si caminas rígidamente, como un robot, y trabajas como vigilante, podrían apodarte “Robocop”. O
si eres médico y tratas mal a tus pacientes, no sería raro que tus compañeros de trabajo te apoden
“Cruelo”. El estímulo provoca la reacción de los observadores, y el apodo nutre tu carácter y
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personalidad. Si quieres modificar la situación, tendrías que dejar de caminar rígidamente o de
tratar mal a tus pacientes. Mucho depende de ti.
Por ejemplo, a veces se oye a alguien decir: “A mí siempre me asaltan”, y a otro, “a mí nunca me
asaltan”. No es que quiera establecer un análisis, pero cabe preguntarse qué tiene uno que no
tenga el otro por lo cual a uno siempre lo asalten, y a otro no. ¿No será que los ladrones ven algo
en la expresión de uno, como si dijera: “Soy asaltable”, mientras que el otro dijera: “Mejor no te
metas conmigo”. Los ladrones no son tontos. Intuyen con quién se meten, porque no quieren
problemas. Buscan víctimas fáciles. Es cierto que a veces se equivocan, pero en la mayoría de los
casos, observan muy bien a quién van a asaltar, procurando no equivocarse. Porque prefieren no
meterse con alguien que les dará batalla.
Por ejemplo, hace algún tiempo, al pasar por un parque, observé a una señora que caminaba con
los que parecían ser sus hijos. Uno a la derecha y otro a la izquierda. Ella tenía una expresión dura
y dominante, y ellos, cara de tontos, andaban con paso pesado, balanceaban poco los brazos y
llevaban la cabeza gacha. Me quedé observando la escena con disimulo, pero con un enorme
interés. No te imaginas el interés que les puse. ¿Por qué?
Ellos eran unos jóvenes de unos 15 ó 16 años de edad, y ella, una mujer muy gorda de unos 45 ó
50 que llevaba un paso firme y decidido. Los muchachos la seguían al compás, y para un
observador perspicaz era obvio que los tenía dominados y que la cara de tontos obedecía a una
influencia dominante o sobreprotectora de la madre. Pero esa escena se ve en muchos lugares,
por ser muy común, ¿por qué, entonces, llamó tanto mi atención?
Los jóvenes estaban vestidos con karateguis o trajes para practicar karate, ¡y cada uno ostentaba
nada menos que un cinturón negro! Era evidente que la señora los estaba acompañando de
regreso a casa de la academia de karate.
Sabemos que nadie puede meterse con un cinturón negro y salir impune. Pero era muy interesante
que no disimularan su cara de tontos. En opinión de algunos, eso los convertiría en especialmente
peligrosos, porque al pasar por tontos y no estar vestidos con karateguis de seguro incrementarían
las probabilidades que algún abusón inadvertido los fastidiara de vez en cuando, y ya te imaginas
el resultado (en defensa propia, por supuesto).
Lo que quiero decir es que aunque nacemos con una expresión viva, dinámica y exigente, y casi
todos pegamos un alarido increíble al momento de nacer, con el tiempo perdemos viveza durante
el proceso de adaptación al medio ambiente familiar y social. Entonces, cuando la nariz sigue
creciendo más de los que pensábamos, o nuestros ojos comienzan a torcerse, o las puntas de los
pies se orientan hacia dentro, algún estúpido nos dice: “¡¡Tonto!!”, y regresamos a casa doloridos
emocionalmente, y nos miramos en el espejo, lloramos y nos preguntamos “¿Por qué yo?”.
A nadie le gusta que le digan tonto, y a nadie le gusta descubrir lo que significa esa palabra. Pero
cuando dos, tres o más personas lo repiten, comenzamos a creer que tienen razón, y lo
aceptamos, lo asimilamos y nos resignamos. Por lo tanto, no hacemos nada por modificar nuestra
expresión, porque creemos que venimos al mundo preprogramados para parecer tontos, y punto.
Cuando yo era niño, caminaba con las puntas de los pies hacia dentro y la cabeza gacha, pero
había un vecino que caminaba con las puntas exageradamente hacia fuera, y yo lo observaba
preguntándome: “¿Por qué camina así?”. Y había quienes caminaban normalmente, ni con las
puntas hacia dentro ni hacia fuera. Entonces me forcé a mí mismo y comencé a caminar con las
puntas exageradamente hacia fuera. El resultado fue que corregí mi postura y nunca más volví a
andar con las puntas ni hacia dentro ni exageradamente hacia fuera.
Cuando estaba en los últimos años de la escuela, me enamoré de la chica más bonita, y ella
aceptó salir conmigo. Pero un día que caminábamos por un parque, me tomó el mentón con un
dedo, me empujó suavemente la cara hacia arriba y me dijo: “Levanta la cara, Miguelito”. Hasta ese
momento, yo no había tomado conciencia de que solía caminar con la cabeza gacha, y hasta hoy
le estoy agradecido por señalarme ese pequeño defecto y enseñarme a alzar la cabeza. Ella me
enseñó a ver que la vida estaba adelante y arriba.
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Cuando yo tenía entre 10 y 14 años de edad, uno de mis hermanos mayores (16 años mayor) solía
decirme: “La gente inteligente no ve las cosas, las mira; no oye los sonidos, los escucha; no toca
las cosas, las palpa; no huele los olores, los olfatea; y no come los alimentos, los degusta”. Es
decir, observa todo con interés. Y me daba ejercicios. Por ejemplo: “Hoy quiero que mires todas las
narices que puedas, y a la noche conversamos sobre tus observaciones. También una vez me
preguntó: “¿Cuántos diferentes pájaros podrías mencionar?”. Yo le dije: “Mmm, unos 20”. Y él
añadió: “A ver, comienza”. Y comencé: “Loro, canario, cuervo, gallina, pato, perdiz, avestruz,
águila, búho, gaviota, gorrión, tucán, cóndor, pelícano, pavo…” y mencioné tantos que me quedé
pasmado. Entonces me dijo: “Así como sabes más nombres de pájaros de lo que creías, también
eres más observador e inteligente de lo que crees”. Y me levantaba la moral.
Pero tenía un hermano aún mayor (17 años mayor), que cuando me equivocaba, siempre me
decía: “¡Caramba, hijo! ¿Por qué no te fijas en lo que haces?”, y me hacía gestos de desprecio y
suspiraba, haciéndome sentir culpable e ineficiente. Un día, al cabo de ver cómo me
menospreciaba, lo abordé en privado para preguntarle por qué me trataba tan mal. Pero dijo que
yo siempre fui un inútil y un engreído, que mi padre siempre me prefirió a mí, y que no tenía ningún
sentido siquiera darme explicaciones. Entonces me puse a llorar y le pedí que me ayudara y me
tuviera más en cuenta, pero él sentenció alzando la voz: “¡¡Está demás, tú y yo nunca seremos
amigos!!”, y siguió concentrado en lo suyo. Me retiré y nunca volví a pedirle nada. Nuestro padre
había muerto hacía poco tiempo de un paro cardíaco, y yo contaba con unos 16 años de edad, la
edad en que un joven necesita más que nunca la guía y el apoyo de sus mayores. Fue devastador.
Aunque fui aquel hermanito que mis hermanos mayores habían pedido con tanto empeño, el final
de la historia fue muy distinto. Por un lado, un hermano me hacía sentir inteligente e importante,
mientras que el otro me hacía sentir estúpido e inservible. Pero fue más fuerte la influencia del
primero, porque me ayudó a ser lo suficientemente inteligente para entender todas las cosas.
Porque ¿a quién crees que preferí creerle? ¡Al que me levantaba la moral, pues!
De hecho, un día, el mayor se fue de viaje y me dejó una carta breve en la que me encargaba a
mis dos hermanos menores y a mi madre, una responsabilidad más grande de lo que pensé que
podía cargar, y nunca volvió a comunicarse conmigo. Se esfumó de nuestra vida. Nunca volví a
verlo. El otro, falleció en la década del 90, dejándome un extraordinario legado intelectual.
No te engañes
No tengo ni tiempo ni deseo que contarte mi vida, pero lo que dije fue para que entendieras una
cosa: Es un engaño que creas que eres un tonto solo porque otros te digan que pareces un tonto.
Pero mucho depende de ti en cuanto a si lo crees o no, en cuanto a si te comportas o no como un
tonto. Suena duro, pero prefiero ser franco y asumir la responsabilidad de responder a tu consulta.
Lo que tú creas es lo que finalmente importa, porque es lo que influye en tu actitud.
Los actores de cine tienen que actuar diferentes papeles. A veces hacen de malos y a veces de
buenos, a veces de vivos y a veces de tontos. Pregúntate: “Cuando un actor parece tonto, ¿es
acaso porque es tonto en la vida real?”. ¡De ninguna manera! Solamente parece tonto porque le
han pedido que haga el papel de tonto, y lo hace tan bien que pudieran darle un Oscar a la mejor
actuación. No es tonto, pero parece tonto por su expresión, sus actitudes y su manera de
comunicarse. Lo que nos lleva a una conclusión interesante.
La cara de tonto no es el resultado de que uno sea tonto, sino de que parezca tonto. En otras
palabras, depende de su expresión, de sus actitudes y de su manera de comunicarse. Lo mismo
ocurre con un actor. Para parecer tonto tiene que actuar como tonto.
La piedra angular es: “¿Te consideras tonto?”. Porque si te consideras tonto, no vas a querer
modificar tu expresión y siempre seguirán diciéndote tonto. Pero si no te consideras tonto, podrás
modificar tu expresión y lograr que dejen de decirte tonto. No te engañes. Lo que opinas de ti
mismo afecta tu expresión del rostro, y tu expresión del rostro les comunica a los demás lo que tú
piensas de ti mismo. El rostro es como las fumorolas de un volcán. Indican la actividad que hay en
su interior. Por eso los actores pueden actuar el papel de tontos, y los tontos, el papel de vivos.
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En cierta ocasión, Olga de Chong, de mediana edad, acompañó a su hija en automóvil al centro de
la ciudad. Su hija se bajó para realizar un trámite mientras Olga la esperó en el auto (el auto era de
la hija). De repente, Olga sintió un movimiento extraño y se percató de que eran unos delincuentes
tratando de llevarse un neumático. Un sudor frío recorrió como un latigazo por todo su cuerpo y,
aunque no sabía kung fu, recordó los movimientos de kung fu que hacían sus hijos cuando
practicaban en casa. De modo que cometió la locura de bajar del auto, saltar en posición de ataque
y extender sus manos con las uñas hacia delante, a la vez que dejaba salir un extraño sonido, tipo
“¡¡jiooooooaaaaahhhh!!”. Los tipos la miraron fijamente, se miraron
entre sí y salieron disparados como gatos techeros. Finalmente,
Olga se dejó caer dentro del auto, temblando, muerta de miedo,
diciéndose a sí misma: “No van a robarle a mi querida hijita”. Actuó
como peladora de kung fu, y ellos creyeron que era peleadora de
kung fu. ¡Aun ella misma se lo creyó!
No estoy diciéndote que fue un proceder sensato, porque pudo
ocurrir una desgracia. Un accesorio no vale más que la vida, y hay
ladrones curtidos que no dudarían en responder violentamente.
Pero este episodio nos demuestra que cuando una actuación es
buena, todos la creen. ¿No podrías hacer eso mismo para
modificar el concepto que los demás tienen de ti, no me refiero a
tomar clases de karate o kung fu, sino a dejar de actuar como un
UN ÁGUILA NO TIENE CARA
tonto, es decir, dejar de expresarte de una manera que los demás
DE TONTA, ¿VERDAD?
interpreten como tonta? En vez de mostrar una mirada pálida y
caída, como la de un sabueso, es decir, triste y sin vida, ¿no podrías imitar la expresión de un
águila y procurar darle más vida a tu mirada?
No me refiero a poner cara de malo o duro, sino a abrir u poco más los ojos y ser más observador,
es decir, mirar las cosas en vez de solo verlas; escuchar los sonidos en vez de solo oírlos; palpar
las cosas en vez de solo tocarlas; olfatear los olores en vez de solo olerlos; y degustar los
alimentos en vez de solo comerlos? ¿Cuántos pájaros diferentes puedes mencionar?
También te ayudará trabajar en tu porte y manera de andar. No que parezcas un arrogante e
insensible que pone la nariz en las nubes, sino un poco más erguido, de modo que se te vea más
seguro y confiado. Una postura encorvada no te favorece. Es como proclamar: “Soy asaltable,
maltratable, humillable”. Imagínate llevar una camisa con un logotipo que diga “patéame”. Sin duda
no faltará un abusón que se cruce en tu camino y quiera darte gusto. ¿Podrías quejarte?
Tienes que parecer más convincente si quieres darle forma a una nueva manera de expresar tu
personalidad. Y si piensas que no tienes esas cualidades necesarias, tómalas prestadas de otras
personas por imitación. Poco a poco te sentirás mejor, cuando notes que cesan las frases
destructivas que socavan tu amor propio.
Que no te suceda como a aquellos jóvenes de cinturón negro que aprendieron a defenderse de los
ataques pero no hicieron nada por dejar de provocar ataques potenciales. La idea no es atacar ni
contraatacar, sino dejar de ponerte en una situación que provoque un enfrentamiento, es decir,
poner cara de tonto.
Recuerda, la cara de tonto no es un asunto del rostro en sí, sino de la expresión que uno pone. Si
tu mirada parece perdida y tu espalda se encorva como un junco; si dejas que tus anteojos
resbalen hasta la punta de la nariz, o si te llaman y te demoras un siglo en voltear, entonces,
prepárate, porque van a seguir tratándote como a un tonto, y tarde o temprano los ladrones te
escogerán para asaltarte, y los burlones para burlarse. ¡No puedo creer que eso sea lo que
quieres!
Si no, entonces, mírate en el espejo y comienza a actuar como otra persona, una que comunique
decisión y seguridad. Como decía el famoso psicólogo William James: “Actúa valerosamente, y el
valor surgirá”. Es decir, actúa como un ratón, y te convertirás en un ratón; actúa como un águila y
te convertirás en un águila. Recuerda el proverbio antiguo que dice: “Los justos son como un león
joven que tiene confianza”.
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No te digo que tomes clases de karate, porque como vimos en el caso de aquellos jóvenes que
seguían con cara de tontos aunque tenían un enorme cinturón negro, la clave no es aprender a
pegarle a los abusivos, sino dejar de parecerles una tentación para la burla.
Si te dicen a menudo que tienes cara de tonto, o te tratan de una manera que parecen dar a
entender que creen que eres tonto, es tiempo de empezar a actuar de un modo constructivo. Mira
al águila y modifica tu mirada. Vuélvete más observador, no solo con la mente, sino con la
expresión de tu rostro, porque, recuerda: No depende de tu cara, sino de tu expresión.
Si genéticamente te pasaron una herencia que no te agrada, o en tu hogar hubo influencias que te
hicieron sentir disminuido, no te vengues volviéndote un crítico recalcitrante de cuanto defecto
puedas pescar en los demás. Recupera tu dignidad, elévate un poco de sobre el suelo y siéntete
bien contigo mismo y con los demás. No te conviertas en un viejo amargado que ahuyenta a las
personas con una lengua hiriente, sino procura hablar bien de las personas.
Si cuando te dijeron “cara de tonto” te sentiste herido, entonces puedes comprender cuán dañino
es utilizar expresiones como esa. No hagas lo mismo con otras personas, especialmente con los
niños. Una persona positiva ayuda, estimula, felicita, encomia, elogia, agradece, coopera y levanta
la moral; pero una persona negativa dice cosas que matan la motivación y destruyen la autoestima.
No actúes así. No hagas eso.
Pero es una crítica constructiva
Ninguna clase de crítica parece ser lo suficientemente buena como para ayudar a nadie, si esta no
se basa en los principios de la crítica. Más información sobre la crítica, en la obra “Nadie es
Perfecto, Cómo criticar con éxito”.
Recuerda que las flores y semillas provienen de las plantas, y las plantas, de las flores y semillas.
Por ejemplo, la flor se abre, expone el polen, las abejas se posan sobre ella, el polen se adhiere a
sus patas y se lo llevan a otras flores que las reciben con beneplácito para crear la siguiente
planta.
Los volcanes pueden permanecer moderadamente tranquilos durante algún tiempo, pero la masa
de fuego que hay bajo la tierra podría escapar por la parte superior o reventando por uno de sus
lados debido a la presión.
Y los seres humanos salimos de seres humanos anteriores por nacimiento. El bebé proviene del
interior de la madre, entra en el mundo y se convierte en un nuevo ser, capaz de preservar la
cadena de la vida.
Tú eres como una flor que poliniza a otros con tus cualidades e influye en los que vienen después,
ya sean hijos, sobrinos, nietos, amigos o compañeros de estudios o de trabajo. Eres como un
volcán cuyo magma bulle por salir y contarle al mundo todo lo que puedes dar. Hay presión en tu
interior, y la pregunta que me enviaste es como una fumarola que indica que quieres mejorar y
explotar. Eres un ser humano que ha recibido una herencia, es cierto, pero que no tiene por qué
vivir atado a tradiciones y costumbres esclavizantes que no promueven la verdad y la bondad de
las cosas. Recibiste una herencia, pero no tienes que vivir conforme a una influencia destructiva,
que te baja la moral.
Si quieres que cesen, de una vez por todas, los apodos o sobrenombres desagradables, tienes que
actuar como un águila, remontarte sobre los árboles y las montañas y disfrutar de un nuevo
concepto de ti mismo, uno que se ajuste más a la verdad. Porque si bien es cierto que tu cara
depende en parte de tu herencia genética, no puedes culpar a tus genes de la expresión que estás
poniendo en este momento. Recuerda: tu expresión refleja el magma que hay en tu interior. Si tu
magma es negativo, tu rostro será negativo, y si positivo, positivo.
Finalmente, te sugiero leer el artículo “El crimen del fotógrafo” donde explico el enorme daño que
causan los fotógrafos ineficientes que toman fotografías que contribuyen a que las personas
cultiven una imagen empobrecida de sí mismas. Y ten presente esto: No existe peor insulto que
decirle “¡Feo!” a alguien; ni peor actitud que provocar dicho insulto. En pocas palabras, haz algo
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por lo cual te admiren, y no por lo cual te insulten. Procura enviar el estímulo adecuado y
producirás las reacciones adecuadas.
Nunca te creas todo lo que habla la gente. Hay gente resentida que sencillamente no aprecia a los
demás ni tiene frases agradables para otros, sino todo lo contrario. No faltará alguien que te diga
que eres un inútil y te eche en cara todas tus fallas; y habrá quienes digan que leer o mirar tus
obras no vale la pena, o que tus esfuerzos de toda una vida no son nada más que basura, pero
tarde o temprano desaparecerán de tu vida como una neblina. ¿Vas a creerles y dirigir tu vida
desde su perspectiva destructiva? ¡De ninguna manera!
Nadie tiene cara de tonto. ¡Tal vez estás poniendo cara de tonto! Deja de poner cara de tonto. Mira
al águila. Imita un ejemplo diferente. Decídete a modificar cualquier estímulo negativo que estés
enviando con tus expresiones. Porque lo importante no es ser un karateca por fuera, sino un
karateca por dentro.
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