Revisiones, An lisis y Reflexiones En defensa de la oveja negra: observaciones a la ley sobre trasplantes

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REVISIONES, ANÁLISIS Y REFLEXIONES
EN DEFENSA DE LA OVEJA NEGRA:
OBSERVACIONES A LA LEY SOBRE TRASPLANTES
José Canal-Feijóo
El propósito de estas páginas es presentar algunos reparos a la ley nacional sobre trasplantes de
órganos y tejidos. La ley se refiere a las actividades, vías, medios y recursos requeridos para la realización de trasplantes, en pos del objetivo de encauzar los operativos minimizando riesgos e impidiendo prácticas objetables. No mucho después de
su promulgación, se juzgó conveniente modificarla
habida cuenta de que crecen las listas de pacientes
que esperan un trasplante pero los donantes escasean. La ley modificada intenta una procuración
más eficiente de donantes 1 . En el art. 19 bis dice:
“La ablación podrá efectuarse respecto de toda persona capaz mayor de dieciocho (18) años que no
haya dejado constancia expresa de su oposición a
que después de su muerte se realice la extracción
de sus órganos o tejidos, la que será respetada cualquiera sea la forma en la que se hubiese manifestado”. En el artículo inmediato anterior establece que
“toda persona podrá en forma expresa: 1. Manifestar su voluntad negativa o afirmativa a la ablación
de los órganos o tejidos de su propio cuerpo”, y en
el artículo 20 que “todo funcionario del Registro del
Estado Civil y Capacidad de las Personas estará
obligado a recabar de las personas mayores de dieciocho (18) años que concurran ante dicho organismo a realizar cualquier trámite, la manifestación
positiva o negativa en los términos del artículo 19 y
19 bis, o su negativa a expresar dicha voluntad. El
interesado deberá responder al requerimiento”. En
el artículo 21 se refiere al caso de una persona difunta de cuya decisión no haya registro legal, y estipula el orden a seguir para recabar un “testimonio
sobre la última voluntad del causante”, a familiares,
parientes, “representante legal, tutor o curador”.
Agrega que “en caso de resultar contradicciones en
los testimonios de las personas que se encuentren
en el mismo orden, se estará a lo establecido en el
artículo 19 bis”, o sea se dispara el operativo. En
consonancia con todo ello se ha dado en llamar a
esta ley del presunto donante o de la presunción
de consentimiento. Acerca de la ley, como es fácil
de suponer, se pueden hacer múltiples consideraciones desde diversos puntos de vista. Me voy a
limitar a unas cuantas observaciones en torno al con1
Ley 24.193 y su modificatoria 26.066.
Facultad de Filisofía y Letras - Universidad Nacional de Tucumán
Correo electrónico: [email protected]
sentimiento presunto.
1. En algunos puntos la ley indica expresamente
el trato respetuoso que se ha de observar con los
donantes y sus familiares en toda circunstancia. No
obstante, como a partir de una buena intención corresponde esmerarse por descubrir la modalidad de
acción más apropiada a la más sana interpretación
de la intención, conviene analizar si la posición asumida por la ley es susceptible de alguna objeción.
En el artículo 20 referido a la manifestación de la
decisión de las personas ante el Registro Civil, se
mencionan tres opciones: la voluntad positiva, la
voluntad negativa y la negativa a expresar su voluntad, o sea, el sí, el no y la abstención. Sin embargo, pocas líneas más adelante en el mismo artículo
tropezamos con que “la reglamentación establecerá otras formas y modalidades que faciliten la manifestación e impulsará la posibilidad de recabar el
consentimiento en ocasión de las actos
eleccionarios.” No dice, como cabía esperar, que
sencillamente se solicitará al votante que exprese
su opción (sin presiones de ninguna especie), sino
que en relación a sólo una opción (de las dos restantes ni mención) emplea los verbos recabar e
impulsar. En este punto vuelve a ponerse en evidencia la valoración preferencial, a favor de la opción positiva, que inspira a la ley, ya manifestada
con la presunción del consentimiento de una persona que haya fallecido sin haber dejado constancia
de su negativa, como vimos en el artículo 19 bis.
2. A impulsos del interés por acrecentar el número de donantes, ¿incurre la ley en un atropello a
la libertad personal? ¿Se contradice con su declaración de respeto a la dignidad de las personas
involucradas?
Hay tal atropello si disponer del propio cuerpo
para después de la muerte es un derecho
personalísimo, pero hay quienes dudan de que lo
sea. La Doctora María del Pilar Hiruela (en una nota
sobre el presunto donante que se puede consultar
en Internet) se pregunta si la decisión de una persona sobre el destino de su cadáver constituye un
auténtico derecho subjetivo. Argumenta que, como
no hay forma de tutelar jurisdiccionalmente ese derecho, por cuanto correspondería a un muerto, no
sería propiamente tal: un cadáver no puede ser su
sujeto. Con la presunción del consentimiento no se
priva a nadie del derecho de decidir, pues un cadáver carece de autonomía, no hay nadie en él, por
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así decirlo.
A los especialistas en leyes ya se les habrá ocurrido más de una respuesta a esa argumentación.
Al margen de esas respuestas expertas, a cualquier
profano se le pueden cruzar por la mente varios
planteos con vistas a objetar lo que establece la ley.
Veamos algunos de ellos.
3. Si lo que una persona dispone en vida que se
haga con sus despojos después de su muerte, se lo
respeta en virtud de que se la respeta a ella como
persona, implicando ese respeto el compromiso de
cumplir su voluntad cuando fallezca, ¿cómo se puede desligar el cadáver del debido respeto a quien
fuera su dueño? Considerar que un cadáver no
puede ser sujeto o que carece de autonomía, no
significa que sea una mera cosa en completa disponibilidad. El hecho de que no haya dejado documentada su voluntad no da pie a tomar una decisión de suyo indelegable por su índole
personalísima. Máxime cabiendo la posibilidad de
que la persona podría haber llegado a una decisión,
pero, sorprendida por la muerte, no haya podido
manifestarla.
4. Para cada uno su cuerpo es algo muy íntimo,
personalísimo. Cuando se dice yo, ¿no se dice también de algún modo el cuerpo? Tal vez sin poder
explicar con claridad cómo decimos que somos
nuestro cuerpo, nos es evidente que lo somos. Tan
íntimo es el cuerpo a la persona que el respeto que
se le debe vivo o muerto es inescindible del respeto
a la persona. Cuando acaba de fallecer la persona,
¿por qué para la ley no pasa a ser mero reservorio
de órganos disponibles sino que intenta obtener una
suerte de autorización para proceder a la ablación?
¿Por qué el intento de legitimación apunta al consentimiento de la persona muerta, aunque por una
vía imposible? Con su modo de proceder la ley pone
de manifiesto su tácito reconocimiento de que la disponibilidad de un cuerpo humano está supeditada
en exclusividad al arbitrio de su dueño. Buscando
entonces una especie de autorización en el consentimiento de la persona (aunque por una vía equivocada), pone asimismo de manifiesto que reconoce
el deber de respetar a la persona, lo que a su vez
implica que reconoce como derecho personalísimo
el de disponer acerca del cuerpo para después de
la muerte. Si a fuer de personalísimo es exclusivo e
indelegable, muerta la persona queda sellada la
indisponibilidad de su cuerpo. Si por respeto a la
persona se considera una obligación cumplir con
su voluntad acerca de sus despojos, las leyes que
reconocen esa obligación dan por descontada la
selladura definitiva e irrevocable de su
indisponibilidad. De paso salta a la vista el con34
flicto entre estas leyes que amparan o presuponen
aquel derecho personalísimo y la ley del presunto
donante.
5. Entonces, si la donación no tuvo lugar antes
del fallecimiento de la única persona que podía hacerla, después es imposible. La donación de un
órgano sólo puede realizarla la persona que dice
ser de algún modo el cuerpo de cuyo órgano se
trata. Una donación presunta no pasa de ser mera
conjetura. No hay ninguna seguridad de que al efectuar la ablación no se esté atropellando la libertad
de la persona fallecida, ya que la negativa es tan
presumible como la afirmativa, si no más, a juzgar
por las estadísticas. Lo que propiamente tiene lugar no es ni un dar ni un recibir sino un sacar y tomar. El paciente se apropia de un órgano extraído
de una persona clínicamente muerta pagando un
muy alto precio, él mismo y/o una obra social o el
Estado. En consecuencia, la ley, al violar la
indisponibilidad del cuerpo de la persona fallecida,
perpetra retroactivamente una intrusión en su
foro interno usurpando una función privativa
suya. Dado que los partidarios del consentimiento
presunto suelen hacer hincapié en que “todas las
religiones del mundo se han pronunciado favorablemente respecto de este esfuerzo por la vida”,
como dice Hiruela, convendría consultar a los teólogos si en su opinión la divinidad, según todas las
religiones del mundo, deja de observar en alguna
ocasión un respeto sagrado por la libertad de la persona humana. En caso de que nunca deje de respetarla, la ley -que se declara respetuosa de la dignidad de las personas y que ordena se observe ese
respeto en todas las instancias del operativo- incurre en una flagrante falta de respeto con su presunción de consentimiento. El encomiable fin que
se propone de salvar la vida de algunas personas
resulta incongruente con el medio elegido para alcanzarlo: el atropello a la libertad de otras personas. Contradicción que ejemplifica, dicho sea de
paso, aquello de que los caminos del error suelen
estar adoquinados de buenas intenciones (excepto
en política).
6. De todo lo que llevamos visto hasta aquí, salta a la vista que no se puede hablar de la muerte ni
de sus circunstancias, o de las oportunidades a que
da lugar ni de nada en defintiva que se refiera a ella,
sino desde una concepción de la vida, más bien
desde una concepción del hombre. Se desprende
asimismo, dicho sea de paso, la recomendación en
el plano práctico, por un lado, de que se suprima la
posibilidad de presumir el consentimiento de una
persona que ya no lo puede dar, modificando
eufemísticamente esta ley denominada del presun-
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to donante cuando en realidad debería llamarse del
donante forzado; y por otro lado, que se fomente
una respuesta concienzuda plenamente responsable mediante una información imparcial, completa y
leal.
7. En la problemática de la donación de órganos, una cuestión crucial para identificar la concepción de hombre que subyace en la postura asumida, concierne al tratamiento que se estime debido
al cadáver. Al respecto conviene tener presente que
detrás de las actitudes ante un cadáver obviamente
se agolpan milenios de historia humana. En circunstancias corrientes suele suceder que en la presencia de un congénere fallecido se abra el suelo bajo
nuestros pies y un torbellino de reacciones instintivas, recuerdos personales y hábitos culturales nos
conmuevan profundamente. Hace más de treinta
milenios éramos testigos de cómo nuestra parentela neanderthalense vivía la muerte de sus congéneres. Su mirada era muy distinta de la nuestra, a
juzgar por los actos a que daba lugar. Lo que haya
pasado con nuestra mirada y esté aún pasando es
una cuestión harto complicada y larga. En un vistazo relámpago inevitablemente abusivo, se puede
decir que todos nos encontramos con lo mismo pero
cada uno lo ve a su modo. Lo dado es lo mismo
para todos, pero los datos con los que damos cuenta de lo dado ya tienen sus diferencias, pocas o
muchas, pues nos hacemos con ellos mediante una
interpretación de lo dado.
8. Si se hace un relevamiento global de los datos con que se cuenta en relación a la pregunta “¿qué
es un cadáver?”, se los podría tal vez clasificar en
los siguientes grupos:
1) los datos del sentido común, los datos
folclóricos;
2) los datos procesables por la logicidad científica, filosófica y teológica; y por último
3) los datos que se manejan a través de actitudes religiosas, míticas o místicas.
Puesto que los modos de habérselas correspondientes a esos grupos se influyen y condicionan
orgánicamente entre sí, no conviene entenderlos
aislados e independientes el uno del otro aunque a
veces resulte indispensable enfocarlos y tratarlos
por separado. Aparentemente, la diversidad de datos albergados en la conciencia y sus correspondientes modos de habérselas, se encuentran en ella
interconectados en una constelación de sistemas
de redes según una concertación orgánica, o tienden a esa manera de organizarse. Por ello, llegado
el momento de analizar una interpretación asumida
como guía de la acción, es conveniente averiguar
acerca del sistema de interconexiones subyacente
en cuyo seno se concibe y gesta para luego salir a
la luz en virtud de una opción. Dada entonces la
pluralidad de modos de habérselas en principio
involucrados en el contexto de la elección, condicionada por éste en cada caso según cómo se configure en cada persona, para la cuestión “¿qué es
un cadáver?” es sumamente conveniente un tratamiento interdisciplinario. (La ejercitación disciplinada produce por habituación la (de)formación profesional en que consiste la competencia en una determinada logicidad.)
9. Entre los datos disponibles sobre la muerte
en nuestra cultura, para la determinación de cuándo hay que dar por muerto al donante, la ley escoge
el dato médico: el cese completo de la respiración,
de la actividad cardíaca, de todos los reflejos y de la
actividad encefálica, confirmado todo con el instrumental apropiado 2 . Verificado el clic del corte del
suministro de energía, se dispara el operativo del
trasplante.
10. Por la antiquísima costumbre de desear que
el difunto descanse en paz, suele conmocionar que,
pese a que siempre se respeten las cautelas de los
pasos reglamentados por ley, se lo intervenga
quirúrgicamente poco después de que expire para
extirparle los órganos trasplantables, de antemano
ya destinados a determinados pacientes de la lista
de espera. Pero todo dependerá de la idea de muerte que haya intervenido en la decisión. Respecto
del concepto de muerte que maneja la ley surgen
algunas preguntas. Entre los signos descriptos en
el artículo 23, están la inactividad encefálica y, en
palabras textuales, “la pérdida absoluta de conciencia”, confirmada aquélla por el electroencéfalograma
(EEG), ésta por la observación de signos externos.
Ahora bien, de las posibilidades de la conciencia,
de todo lo que puede acontecer o darse en ella,
consta que se sabe mucho, pero consta asimismo
que es poco a juzgar por los enigmas con que tropiezan las investigaciones, constando también que
los límites de este “mucho” y este “poco” son borrosos. La absoluta pérdida de la conciencia atestiguada por el médico es indiscutible desde el punto
de vista externo, el único accesible por lo demás.
“a) Ausencia irreversible de respuesta cerebral, con pérdida
absoluta de conciencia; b) Ausencia de respiración
espontánea; c) Ausencia de reflejos cefálicos y constatación
de pupilas fijas no reactivas; d) Inactividad encefálica
corroborada por medios técnicos y/o instrumentales
adecuados a la diversas situaciones clínicas [...].
La verificación de los signos referidos en el inciso d)
no será necesaria en caso de paro cardiorrespiratorio total
2
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Este diagnóstico implica que el otro punto de vista,
el subjetivo, es imposible. ¿En qué términos consta
esta imposibilidad? Consta conforme a una observación externa de síntomas. ¿Cabe alguna duda
respecto de la pérdida absoluta de conciencia siendo nula la actividad cerebral? ¿No es una duda
absurda? Sin embargo, ¿por qué inquieta el empleo del término “absoluto” tratándose de una observación científica? ¿No es acaso sino porque la
historia de la ciencia nos recuerda que más de una
vez hubo que abandonar seguridades absolutas?
11. Se da por descontado que cuando alguien
muere se ausenta para siempre. Pero ese dejar de
estar ahí, ese desencarnarse, ¿se sabe a ciencia
cierta cuándo y cómo acontece? ¿Es instantáneo o
se trata de un proceso que lleva su tiempo? ¿Cuánto
tiempo? Ciertamente se trata de una inquietud de
difícil elaboración. No es fácil saber si, en términos
absolutos, la persona cuyo cadáver se manipula está
aún ahí o no de algún modo. La ciencia no se lo
plantea. La medicina tampoco, pues asume el enfoque científico, y desde el punto de vista legal su
accionar está amparado por la ley. Si desde el punto de vista ético es correcta su conducta, es una
cuestión que cae fuera del itinerario de estas consideraciones.
12. La inquietud, implanteable al científico, se le
puede plantear al hombre que hace ciencia. Para
intentar responder tendrá que recurrir a una logicidad
distinta de la científica. Pero de hecho, en el discurso científico interviene otra logicidad en el plano de
los supuestos. En efecto, el diagnóstico de deceso
consiste en comprobar un estado físico de una persona cuyo concepto es precientífico. De esta noción de muerte surgida en la mente por la experiencia ordinaria, se decide supeditar la comprobación
a una observación científicamente configurada. Lo
que ya se sabe precientíficamente, es decir qué sea
morir, se lo da por efectuado de acuerdo con una
metodología científica. Una consecuencia de ese
tratamiento noético de la experiencia precientífica
de la muerte es que la noción de muerte pierde su
relativa borrosidad. El deceso está científicamente
certificado, no caben dudas. El desenlace queda
establecido en un momento cronométricamente preciso.
13. Para la exploración de aquella inquietud no
queda otro camino que recurrir a la logicidad religiosa, mítica o filosófica. De las posibilidades del procesamiento filosófico, elijo el cauce de la hipótesis
hilemórfica de cuño aristotélico. No disipa la inquietud, al contrario, la acrecienta, pero muestra que no
es irrazonable dudar de la seguridad de la postura
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científica, que no estaría mal un cierto temblor en la
mano que maneja el bisturí.
Se supone, según el hilemorfismo, que cuando
se desbaratan las condiciones orgánicas que posibilitan que el principio vivificador vivifique, éste tiende a retirarse. Culmina su repliegue en la completa
separación y zambullida en lo desconocido, acaso
engullido por la nada, o para existir a su manera
incógnita según la versión medieval del hilemorfismo.
Así, la muerte es concebida como un proceso de
desprendimiento del principio vivificador del organismo, que concluye cuando materia y forma se han
separado por completo. Poniéndolo en metáforas
folclóricas: el clic del certificado de defunción es el
comienzo de un viaje sin retorno, el cruce de un
puente o de un túnel, el deslizamiento por un tobogán en aceleración creciente. Es un enigma el tiempo del supuesto proceso. Brevísimo, muy probablemente, para aquel que le estalla entre las manos
una bomba atómica; prolongado para el explorador
que se desmaya en plena tormenta en la Antártida y
lo cubre la nieve para siempre. Esta especie de
secuencia de cierres de circuitos es el proceso de
desvivificación que el médico intenta frenar con lo
que la ley 3 llama “mantenimiento biológico del donante hasta la ablación de los órganos”. Aquí se
tropieza con preguntas que quizá tengan ya respuestas convincentes de los especialistas en
hilemorfismo. Por ejemplo: Con el mantenimiento
biológico, ¿qué vida se mantiene hasta el momento
de la ablación? ¿Interviene la función vegetativa
del principio vivificador? En el tobogán, ¿está aún
de algún modo la persona, la misma que se comunicaba cuando disponía de los mecanismos de expresión? ¿Vive de algún modo aunque el diagnóstico médico la considere muerta?
14. Para hablar de pérdida absoluta de conciencia en el tobogán, el médico presupone forzosamente que el único modo posible de conciencia
tiene lugar si y sólo si en un aparato se captan señales eléctricas de cierto tipo y medida. La seguridad que impide el temblor del bisturí se basa entonces en la imposibilidad de ningún modo de conciencia en un cerebro eléctricamente nulo según determinado instrumental. Análogas seguridades tuvo la
ciencia en otras épocas, que luego se desplomaron. En un momento no se sabía que con una antena de radio no se captaba neutrinos, pero porque
no se sabía de la existencia de éstos. Por eso no
es un disparate preguntar si las señales del EEG
son las únicas emitidas o tan sólo las únicas captadas.
3
Reglamentación del artículo 16.
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15. Desde un punto de vista filosófico queda a la
vista que la tan segura respuesta de la ciencia a la
cuestión de la muerte no es más que una respuesta
conjetural. En una situación mental de incertidumbre basa el médico su acción contundente. Peor
aún la ley que, apoyándose en la misma incertidumbre, autoriza la ablación en una persona recién fallecida que expresamente no la ha permitido.
La respuesta filosófica es pobrísima por cierto;
prácticamente no consiste más que en preguntas.
Sus problematizaciones, sin embargo, ante semejantes enigmas representan una respuesta muy
atendible por varias razones. Expresa una actitud
indagativa que no se adormece con seguridades ilusorias, y cuanto más se aproxima a alguna seguridad genuina, más alerta y crítica se vuelve. Respeta además a las otras perspectivas sobre la muerte,
dispuesta a recibir cuanta claridad puedan aportar,
y al procurar cerciorarse de las verdades que dicen
albergar, les puntualiza críticamente las fallas o errores que pudieran tener. Así, ante esas otras perspectivas, radicadas todas junto con ella en la misma mente y expresiones de sus potencialidades, se
hace cuestión de sus interrelaciones, de cómo pueden potenciarse mutuamente o interferirse, de cuán
concertables sean, qué conflictos puedan surgir
entre ellas, etc. Por último, atenta a que la respuesta a la cuestión sobre la muerte concierne íntimamente a la persona concreta, la considera
personalísima, y en consecuencia respeta la libertad de cada cual para decidir qué opinar y qué hacer al respecto. En consecuencia, la posición filosófica que estoy bosquejando se opone terminantemente a que por ley se autorice a suplantar a alguien en tamaña opción. Reconoce que si a nadie
se le puede negar el derecho a dar su vida por otra
persona, menos aún se le podría negar la donación
de una porción de su cuerpo, máxime ante la
ineluctabilidad de prescindir de él definitivamente,
pero reconoce asimismo que tampoco se le puede
negar el derecho a que no se le extirpe nada aunque no conste su negativa.
16. ¿Cómo se consolidó la antiquísima costumbre de depositar intactos los cadáveres en el sepulcro? ¿O de hermosearlos o incluso proveerlos de
un avío para el viaje? ¿Por qué la mayoría de nosotros preferiría dejarse morir de hambre antes de ingerir porciones del cuerpo de otra persona fallecida
pero conservada por el frío en impecables condiciones bromatológicas? De la rica diversidad de interpretaciones dan cuenta las diversas concepciones
del hombre. La ley incurre en una simplificación
abusiva respecto del sustrato teórico en que todo
hombre ha de basar su modo de vivir y morir, al
presuponer como único sustrato posible absoluta-
mente lo que la ciencia médica establece. Que la
muerte pudiera ser otra cosa por la que habría que
venerar a los despojos del difunto y por lo menos
conservarlos intactos, es algo que lisa y llanamente
ni siquiera se lo plantea.
17. Otra inquietud surge en varios puntos de la
ley, de los que señalo sólo tres.
1) Refrescando lo visto en el artículo 20, tenemos que todo funcionario del Registro Civil está obligado a recabar de toda persona que concurra por
cualquier trámite su decisión respecto a la donación
de sus órganos. Veíamos también que unas pocas
líneas más abajo menciona sólo la opción positiva y
encima agregando que “impulsará la posibilidad de
recabar el consentimiento en ocasión de los actos
eleccionarios”.
2) En la sección VII sobre las prohibiciones, en
el inciso g del artículo 27, encontramos prohibida “la
inducción o coacción al dador para dar una respuesta
afirmativa respecto a la dación de órganos.” (Se
echa de menos el adjetivo “potencial” calificando a
“dador”, o alguno equivalente.) Después de un punto
aparte, continúa: “El consejo médico acerca de la
utilidad de la dación de un órgano o tejido, no será
considerado como una forma de inducción o coacción”, sin dar ninguna explicación de por qué se establece que hay que interpretarlo así.
3) Por último, en el inciso w del artículo 44 referido a las funciones del Incucai, estipula la de “asesorar al Poder Ejecutivo en todo lo concerniente a
las campañas de difusión masiva y concientización
de la población respecto de la problemática de los
trasplantes.”
Escamoteando la abstención y escatimando el
examen de una posible justificación de la negativa,
la ley deja en evidencia la tendenciosidad con que
prepara el escenario en que ha de tener lugar la
decisión acerca de la donación. La inquietud surge
exactamente respecto del interés que impulsa esa
presentación tendenciosa de las posibles opciones.
18. ¿A qué valoración se encuentra vinculado
ese interés?
En primer lugar, la ley aprecia el valor de la vida,
quiere salvar vidas. Faltan órganos, procura incrementar la posibilidad de obtenerlos. En este sentido se sintoniza de lleno con la vocación del médico.
En segundo lugar -cabe conjeturar- la ley, en el
convencimiento de que la afirmativa es objetivamente la mejor opción, estimaría que la presunción del
consentimiento no es en absoluto una falta de respeto, sino más bien todo lo contrario, una suerte de
homenaje a la persona fallecida.
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En tercer lugar, hay que dar por sentado un interés por un lucro honesto. En el vasto operativo de
un trasplante lo único gratis es el órgano pues se lo
considera una donación. En el inciso f del artículo
27 se prohíbe “toda contraprestación u otro beneficio por la dación de órganos [...] en vida o para después de la muerte, y la intermediación con fines de
lucro.” Por lo que respecta al resto, un trasplante
suele movilizar a más de ochenta especialistas y
requiere infraestructuras y equipos especiales. Todo
lo cual exige cuantiosas sumas de dinero.
19. Detrás del interés por la presunción de consentimiento y en general de todo el asunto de la
donación de órganos, hay intereses pecuniarios diversos. Por ejemplo, el de los laboratorios que producen la droga inhibidora del rechazo del órgano
implantado, que el trasplantado debe de por vida
incorporar regularmente a su organismo. El hecho
de que cuanto más trasplantados haya, tanto mayor la ganancia de los laboratorios, lleva a suponer
gestiones de influencia ante funcionarios públicos,
lo que comúnmente se conoce como lobbying. Pero
este aspecto de la cuestión cae también fuera del
itinerario de estas páginas.
20. He intentado presentar algunos reparos a la
ley de trasplante de órganos. Las observaciones
han apuntado sobre todo a poner en evidencia que
la presunción de consentimiento no se compadece
con el debido respeto a la libertad personal. He
esbozado además algunas razones por las que se
podría defender la negativa a la donación como
opción razonable y válida. Por último, como las
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entrelíneas de la ley despiertan la sospecha de que
abriga poca simpatía por el que niega sus órganos
en solidaria ofrenda, me pareció recomendable defender a esa oveja negra. Muchos otros argumentos podría venir en su auxilio, no sólo de arsenales
filosóficos, sino también de la historia, la teología, la
antropología cultural, etc. No constando a ciencia
cierta qué podría estar pasando después del clic en
la conciencia del que resbala por el tobogán, en caso
de que pudiera pasar algo en absoluto, ¿se sabe si
la conciencia no podría estar condicionada -de un
modo imposible de describir- por el sucesivo desprendimiento de anclajes en el cuerpo? ¿Se sabe
si ese hipotético condicionamiento no podría verse
trastornado por las ablaciones y, en consecuencia,
interferida la conciencia?
21. En un contexto en el que flota tácita la proclividad por la donación de órganos, en el que también se adivina un reproche a quienes se niegan a
ella, he presentado algunos argumentos,
sustentables en un punto de vista filosófico, en defensa de la abstención de donación y en contra de
una ley que permite considerar donante a quien
expresamente no se ha declarado tal. Como otros
argumentos originados en puntos de vista diferentes, defienden fundamentalmente la libertad de toda
persona y la solidaridad consigo mismo. Tarde o
temprano los humanos morimos. A todos nos espera la catapulta que nos arrojará al misterio. A todo
humano, cualquiera sea su biografía, le asiste el
derecho a que el escenario de la zambullida -su
propio cuerpo- sea protegido de toda perturbación
en ese trance arduo e inescrutable.
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