REVISIONES, ANÁLISIS Y REFLEXIONES EN DEFENSA DE LA OVEJA NEGRA: OBSERVACIONES A LA LEY SOBRE TRASPLANTES José Canal-Feijóo El propósito de estas páginas es presentar algunos reparos a la ley nacional sobre trasplantes de órganos y tejidos. La ley se refiere a las actividades, vías, medios y recursos requeridos para la realización de trasplantes, en pos del objetivo de encauzar los operativos minimizando riesgos e impidiendo prácticas objetables. No mucho después de su promulgación, se juzgó conveniente modificarla habida cuenta de que crecen las listas de pacientes que esperan un trasplante pero los donantes escasean. La ley modificada intenta una procuración más eficiente de donantes 1 . En el art. 19 bis dice: “La ablación podrá efectuarse respecto de toda persona capaz mayor de dieciocho (18) años que no haya dejado constancia expresa de su oposición a que después de su muerte se realice la extracción de sus órganos o tejidos, la que será respetada cualquiera sea la forma en la que se hubiese manifestado”. En el artículo inmediato anterior establece que “toda persona podrá en forma expresa: 1. Manifestar su voluntad negativa o afirmativa a la ablación de los órganos o tejidos de su propio cuerpo”, y en el artículo 20 que “todo funcionario del Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas estará obligado a recabar de las personas mayores de dieciocho (18) años que concurran ante dicho organismo a realizar cualquier trámite, la manifestación positiva o negativa en los términos del artículo 19 y 19 bis, o su negativa a expresar dicha voluntad. El interesado deberá responder al requerimiento”. En el artículo 21 se refiere al caso de una persona difunta de cuya decisión no haya registro legal, y estipula el orden a seguir para recabar un “testimonio sobre la última voluntad del causante”, a familiares, parientes, “representante legal, tutor o curador”. Agrega que “en caso de resultar contradicciones en los testimonios de las personas que se encuentren en el mismo orden, se estará a lo establecido en el artículo 19 bis”, o sea se dispara el operativo. En consonancia con todo ello se ha dado en llamar a esta ley del presunto donante o de la presunción de consentimiento. Acerca de la ley, como es fácil de suponer, se pueden hacer múltiples consideraciones desde diversos puntos de vista. Me voy a limitar a unas cuantas observaciones en torno al con1 Ley 24.193 y su modificatoria 26.066. Facultad de Filisofía y Letras - Universidad Nacional de Tucumán Correo electrónico: [email protected] sentimiento presunto. 1. En algunos puntos la ley indica expresamente el trato respetuoso que se ha de observar con los donantes y sus familiares en toda circunstancia. No obstante, como a partir de una buena intención corresponde esmerarse por descubrir la modalidad de acción más apropiada a la más sana interpretación de la intención, conviene analizar si la posición asumida por la ley es susceptible de alguna objeción. En el artículo 20 referido a la manifestación de la decisión de las personas ante el Registro Civil, se mencionan tres opciones: la voluntad positiva, la voluntad negativa y la negativa a expresar su voluntad, o sea, el sí, el no y la abstención. Sin embargo, pocas líneas más adelante en el mismo artículo tropezamos con que “la reglamentación establecerá otras formas y modalidades que faciliten la manifestación e impulsará la posibilidad de recabar el consentimiento en ocasión de las actos eleccionarios.” No dice, como cabía esperar, que sencillamente se solicitará al votante que exprese su opción (sin presiones de ninguna especie), sino que en relación a sólo una opción (de las dos restantes ni mención) emplea los verbos recabar e impulsar. En este punto vuelve a ponerse en evidencia la valoración preferencial, a favor de la opción positiva, que inspira a la ley, ya manifestada con la presunción del consentimiento de una persona que haya fallecido sin haber dejado constancia de su negativa, como vimos en el artículo 19 bis. 2. A impulsos del interés por acrecentar el número de donantes, ¿incurre la ley en un atropello a la libertad personal? ¿Se contradice con su declaración de respeto a la dignidad de las personas involucradas? Hay tal atropello si disponer del propio cuerpo para después de la muerte es un derecho personalísimo, pero hay quienes dudan de que lo sea. La Doctora María del Pilar Hiruela (en una nota sobre el presunto donante que se puede consultar en Internet) se pregunta si la decisión de una persona sobre el destino de su cadáver constituye un auténtico derecho subjetivo. Argumenta que, como no hay forma de tutelar jurisdiccionalmente ese derecho, por cuanto correspondería a un muerto, no sería propiamente tal: un cadáver no puede ser su sujeto. Con la presunción del consentimiento no se priva a nadie del derecho de decidir, pues un cadáver carece de autonomía, no hay nadie en él, por REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007) 33 así decirlo. A los especialistas en leyes ya se les habrá ocurrido más de una respuesta a esa argumentación. Al margen de esas respuestas expertas, a cualquier profano se le pueden cruzar por la mente varios planteos con vistas a objetar lo que establece la ley. Veamos algunos de ellos. 3. Si lo que una persona dispone en vida que se haga con sus despojos después de su muerte, se lo respeta en virtud de que se la respeta a ella como persona, implicando ese respeto el compromiso de cumplir su voluntad cuando fallezca, ¿cómo se puede desligar el cadáver del debido respeto a quien fuera su dueño? Considerar que un cadáver no puede ser sujeto o que carece de autonomía, no significa que sea una mera cosa en completa disponibilidad. El hecho de que no haya dejado documentada su voluntad no da pie a tomar una decisión de suyo indelegable por su índole personalísima. Máxime cabiendo la posibilidad de que la persona podría haber llegado a una decisión, pero, sorprendida por la muerte, no haya podido manifestarla. 4. Para cada uno su cuerpo es algo muy íntimo, personalísimo. Cuando se dice yo, ¿no se dice también de algún modo el cuerpo? Tal vez sin poder explicar con claridad cómo decimos que somos nuestro cuerpo, nos es evidente que lo somos. Tan íntimo es el cuerpo a la persona que el respeto que se le debe vivo o muerto es inescindible del respeto a la persona. Cuando acaba de fallecer la persona, ¿por qué para la ley no pasa a ser mero reservorio de órganos disponibles sino que intenta obtener una suerte de autorización para proceder a la ablación? ¿Por qué el intento de legitimación apunta al consentimiento de la persona muerta, aunque por una vía imposible? Con su modo de proceder la ley pone de manifiesto su tácito reconocimiento de que la disponibilidad de un cuerpo humano está supeditada en exclusividad al arbitrio de su dueño. Buscando entonces una especie de autorización en el consentimiento de la persona (aunque por una vía equivocada), pone asimismo de manifiesto que reconoce el deber de respetar a la persona, lo que a su vez implica que reconoce como derecho personalísimo el de disponer acerca del cuerpo para después de la muerte. Si a fuer de personalísimo es exclusivo e indelegable, muerta la persona queda sellada la indisponibilidad de su cuerpo. Si por respeto a la persona se considera una obligación cumplir con su voluntad acerca de sus despojos, las leyes que reconocen esa obligación dan por descontada la selladura definitiva e irrevocable de su indisponibilidad. De paso salta a la vista el con34 flicto entre estas leyes que amparan o presuponen aquel derecho personalísimo y la ley del presunto donante. 5. Entonces, si la donación no tuvo lugar antes del fallecimiento de la única persona que podía hacerla, después es imposible. La donación de un órgano sólo puede realizarla la persona que dice ser de algún modo el cuerpo de cuyo órgano se trata. Una donación presunta no pasa de ser mera conjetura. No hay ninguna seguridad de que al efectuar la ablación no se esté atropellando la libertad de la persona fallecida, ya que la negativa es tan presumible como la afirmativa, si no más, a juzgar por las estadísticas. Lo que propiamente tiene lugar no es ni un dar ni un recibir sino un sacar y tomar. El paciente se apropia de un órgano extraído de una persona clínicamente muerta pagando un muy alto precio, él mismo y/o una obra social o el Estado. En consecuencia, la ley, al violar la indisponibilidad del cuerpo de la persona fallecida, perpetra retroactivamente una intrusión en su foro interno usurpando una función privativa suya. Dado que los partidarios del consentimiento presunto suelen hacer hincapié en que “todas las religiones del mundo se han pronunciado favorablemente respecto de este esfuerzo por la vida”, como dice Hiruela, convendría consultar a los teólogos si en su opinión la divinidad, según todas las religiones del mundo, deja de observar en alguna ocasión un respeto sagrado por la libertad de la persona humana. En caso de que nunca deje de respetarla, la ley -que se declara respetuosa de la dignidad de las personas y que ordena se observe ese respeto en todas las instancias del operativo- incurre en una flagrante falta de respeto con su presunción de consentimiento. El encomiable fin que se propone de salvar la vida de algunas personas resulta incongruente con el medio elegido para alcanzarlo: el atropello a la libertad de otras personas. Contradicción que ejemplifica, dicho sea de paso, aquello de que los caminos del error suelen estar adoquinados de buenas intenciones (excepto en política). 6. De todo lo que llevamos visto hasta aquí, salta a la vista que no se puede hablar de la muerte ni de sus circunstancias, o de las oportunidades a que da lugar ni de nada en defintiva que se refiera a ella, sino desde una concepción de la vida, más bien desde una concepción del hombre. Se desprende asimismo, dicho sea de paso, la recomendación en el plano práctico, por un lado, de que se suprima la posibilidad de presumir el consentimiento de una persona que ya no lo puede dar, modificando eufemísticamente esta ley denominada del presun- REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007) to donante cuando en realidad debería llamarse del donante forzado; y por otro lado, que se fomente una respuesta concienzuda plenamente responsable mediante una información imparcial, completa y leal. 7. En la problemática de la donación de órganos, una cuestión crucial para identificar la concepción de hombre que subyace en la postura asumida, concierne al tratamiento que se estime debido al cadáver. Al respecto conviene tener presente que detrás de las actitudes ante un cadáver obviamente se agolpan milenios de historia humana. En circunstancias corrientes suele suceder que en la presencia de un congénere fallecido se abra el suelo bajo nuestros pies y un torbellino de reacciones instintivas, recuerdos personales y hábitos culturales nos conmuevan profundamente. Hace más de treinta milenios éramos testigos de cómo nuestra parentela neanderthalense vivía la muerte de sus congéneres. Su mirada era muy distinta de la nuestra, a juzgar por los actos a que daba lugar. Lo que haya pasado con nuestra mirada y esté aún pasando es una cuestión harto complicada y larga. En un vistazo relámpago inevitablemente abusivo, se puede decir que todos nos encontramos con lo mismo pero cada uno lo ve a su modo. Lo dado es lo mismo para todos, pero los datos con los que damos cuenta de lo dado ya tienen sus diferencias, pocas o muchas, pues nos hacemos con ellos mediante una interpretación de lo dado. 8. Si se hace un relevamiento global de los datos con que se cuenta en relación a la pregunta “¿qué es un cadáver?”, se los podría tal vez clasificar en los siguientes grupos: 1) los datos del sentido común, los datos folclóricos; 2) los datos procesables por la logicidad científica, filosófica y teológica; y por último 3) los datos que se manejan a través de actitudes religiosas, míticas o místicas. Puesto que los modos de habérselas correspondientes a esos grupos se influyen y condicionan orgánicamente entre sí, no conviene entenderlos aislados e independientes el uno del otro aunque a veces resulte indispensable enfocarlos y tratarlos por separado. Aparentemente, la diversidad de datos albergados en la conciencia y sus correspondientes modos de habérselas, se encuentran en ella interconectados en una constelación de sistemas de redes según una concertación orgánica, o tienden a esa manera de organizarse. Por ello, llegado el momento de analizar una interpretación asumida como guía de la acción, es conveniente averiguar acerca del sistema de interconexiones subyacente en cuyo seno se concibe y gesta para luego salir a la luz en virtud de una opción. Dada entonces la pluralidad de modos de habérselas en principio involucrados en el contexto de la elección, condicionada por éste en cada caso según cómo se configure en cada persona, para la cuestión “¿qué es un cadáver?” es sumamente conveniente un tratamiento interdisciplinario. (La ejercitación disciplinada produce por habituación la (de)formación profesional en que consiste la competencia en una determinada logicidad.) 9. Entre los datos disponibles sobre la muerte en nuestra cultura, para la determinación de cuándo hay que dar por muerto al donante, la ley escoge el dato médico: el cese completo de la respiración, de la actividad cardíaca, de todos los reflejos y de la actividad encefálica, confirmado todo con el instrumental apropiado 2 . Verificado el clic del corte del suministro de energía, se dispara el operativo del trasplante. 10. Por la antiquísima costumbre de desear que el difunto descanse en paz, suele conmocionar que, pese a que siempre se respeten las cautelas de los pasos reglamentados por ley, se lo intervenga quirúrgicamente poco después de que expire para extirparle los órganos trasplantables, de antemano ya destinados a determinados pacientes de la lista de espera. Pero todo dependerá de la idea de muerte que haya intervenido en la decisión. Respecto del concepto de muerte que maneja la ley surgen algunas preguntas. Entre los signos descriptos en el artículo 23, están la inactividad encefálica y, en palabras textuales, “la pérdida absoluta de conciencia”, confirmada aquélla por el electroencéfalograma (EEG), ésta por la observación de signos externos. Ahora bien, de las posibilidades de la conciencia, de todo lo que puede acontecer o darse en ella, consta que se sabe mucho, pero consta asimismo que es poco a juzgar por los enigmas con que tropiezan las investigaciones, constando también que los límites de este “mucho” y este “poco” son borrosos. La absoluta pérdida de la conciencia atestiguada por el médico es indiscutible desde el punto de vista externo, el único accesible por lo demás. “a) Ausencia irreversible de respuesta cerebral, con pérdida absoluta de conciencia; b) Ausencia de respiración espontánea; c) Ausencia de reflejos cefálicos y constatación de pupilas fijas no reactivas; d) Inactividad encefálica corroborada por medios técnicos y/o instrumentales adecuados a la diversas situaciones clínicas [...]. La verificación de los signos referidos en el inciso d) no será necesaria en caso de paro cardiorrespiratorio total 2 REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007) 35 Este diagnóstico implica que el otro punto de vista, el subjetivo, es imposible. ¿En qué términos consta esta imposibilidad? Consta conforme a una observación externa de síntomas. ¿Cabe alguna duda respecto de la pérdida absoluta de conciencia siendo nula la actividad cerebral? ¿No es una duda absurda? Sin embargo, ¿por qué inquieta el empleo del término “absoluto” tratándose de una observación científica? ¿No es acaso sino porque la historia de la ciencia nos recuerda que más de una vez hubo que abandonar seguridades absolutas? 11. Se da por descontado que cuando alguien muere se ausenta para siempre. Pero ese dejar de estar ahí, ese desencarnarse, ¿se sabe a ciencia cierta cuándo y cómo acontece? ¿Es instantáneo o se trata de un proceso que lleva su tiempo? ¿Cuánto tiempo? Ciertamente se trata de una inquietud de difícil elaboración. No es fácil saber si, en términos absolutos, la persona cuyo cadáver se manipula está aún ahí o no de algún modo. La ciencia no se lo plantea. La medicina tampoco, pues asume el enfoque científico, y desde el punto de vista legal su accionar está amparado por la ley. Si desde el punto de vista ético es correcta su conducta, es una cuestión que cae fuera del itinerario de estas consideraciones. 12. La inquietud, implanteable al científico, se le puede plantear al hombre que hace ciencia. Para intentar responder tendrá que recurrir a una logicidad distinta de la científica. Pero de hecho, en el discurso científico interviene otra logicidad en el plano de los supuestos. En efecto, el diagnóstico de deceso consiste en comprobar un estado físico de una persona cuyo concepto es precientífico. De esta noción de muerte surgida en la mente por la experiencia ordinaria, se decide supeditar la comprobación a una observación científicamente configurada. Lo que ya se sabe precientíficamente, es decir qué sea morir, se lo da por efectuado de acuerdo con una metodología científica. Una consecuencia de ese tratamiento noético de la experiencia precientífica de la muerte es que la noción de muerte pierde su relativa borrosidad. El deceso está científicamente certificado, no caben dudas. El desenlace queda establecido en un momento cronométricamente preciso. 13. Para la exploración de aquella inquietud no queda otro camino que recurrir a la logicidad religiosa, mítica o filosófica. De las posibilidades del procesamiento filosófico, elijo el cauce de la hipótesis hilemórfica de cuño aristotélico. No disipa la inquietud, al contrario, la acrecienta, pero muestra que no es irrazonable dudar de la seguridad de la postura 36 científica, que no estaría mal un cierto temblor en la mano que maneja el bisturí. Se supone, según el hilemorfismo, que cuando se desbaratan las condiciones orgánicas que posibilitan que el principio vivificador vivifique, éste tiende a retirarse. Culmina su repliegue en la completa separación y zambullida en lo desconocido, acaso engullido por la nada, o para existir a su manera incógnita según la versión medieval del hilemorfismo. Así, la muerte es concebida como un proceso de desprendimiento del principio vivificador del organismo, que concluye cuando materia y forma se han separado por completo. Poniéndolo en metáforas folclóricas: el clic del certificado de defunción es el comienzo de un viaje sin retorno, el cruce de un puente o de un túnel, el deslizamiento por un tobogán en aceleración creciente. Es un enigma el tiempo del supuesto proceso. Brevísimo, muy probablemente, para aquel que le estalla entre las manos una bomba atómica; prolongado para el explorador que se desmaya en plena tormenta en la Antártida y lo cubre la nieve para siempre. Esta especie de secuencia de cierres de circuitos es el proceso de desvivificación que el médico intenta frenar con lo que la ley 3 llama “mantenimiento biológico del donante hasta la ablación de los órganos”. Aquí se tropieza con preguntas que quizá tengan ya respuestas convincentes de los especialistas en hilemorfismo. Por ejemplo: Con el mantenimiento biológico, ¿qué vida se mantiene hasta el momento de la ablación? ¿Interviene la función vegetativa del principio vivificador? En el tobogán, ¿está aún de algún modo la persona, la misma que se comunicaba cuando disponía de los mecanismos de expresión? ¿Vive de algún modo aunque el diagnóstico médico la considere muerta? 14. Para hablar de pérdida absoluta de conciencia en el tobogán, el médico presupone forzosamente que el único modo posible de conciencia tiene lugar si y sólo si en un aparato se captan señales eléctricas de cierto tipo y medida. La seguridad que impide el temblor del bisturí se basa entonces en la imposibilidad de ningún modo de conciencia en un cerebro eléctricamente nulo según determinado instrumental. Análogas seguridades tuvo la ciencia en otras épocas, que luego se desplomaron. En un momento no se sabía que con una antena de radio no se captaba neutrinos, pero porque no se sabía de la existencia de éstos. Por eso no es un disparate preguntar si las señales del EEG son las únicas emitidas o tan sólo las únicas captadas. 3 Reglamentación del artículo 16. REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007) 15. Desde un punto de vista filosófico queda a la vista que la tan segura respuesta de la ciencia a la cuestión de la muerte no es más que una respuesta conjetural. En una situación mental de incertidumbre basa el médico su acción contundente. Peor aún la ley que, apoyándose en la misma incertidumbre, autoriza la ablación en una persona recién fallecida que expresamente no la ha permitido. La respuesta filosófica es pobrísima por cierto; prácticamente no consiste más que en preguntas. Sus problematizaciones, sin embargo, ante semejantes enigmas representan una respuesta muy atendible por varias razones. Expresa una actitud indagativa que no se adormece con seguridades ilusorias, y cuanto más se aproxima a alguna seguridad genuina, más alerta y crítica se vuelve. Respeta además a las otras perspectivas sobre la muerte, dispuesta a recibir cuanta claridad puedan aportar, y al procurar cerciorarse de las verdades que dicen albergar, les puntualiza críticamente las fallas o errores que pudieran tener. Así, ante esas otras perspectivas, radicadas todas junto con ella en la misma mente y expresiones de sus potencialidades, se hace cuestión de sus interrelaciones, de cómo pueden potenciarse mutuamente o interferirse, de cuán concertables sean, qué conflictos puedan surgir entre ellas, etc. Por último, atenta a que la respuesta a la cuestión sobre la muerte concierne íntimamente a la persona concreta, la considera personalísima, y en consecuencia respeta la libertad de cada cual para decidir qué opinar y qué hacer al respecto. En consecuencia, la posición filosófica que estoy bosquejando se opone terminantemente a que por ley se autorice a suplantar a alguien en tamaña opción. Reconoce que si a nadie se le puede negar el derecho a dar su vida por otra persona, menos aún se le podría negar la donación de una porción de su cuerpo, máxime ante la ineluctabilidad de prescindir de él definitivamente, pero reconoce asimismo que tampoco se le puede negar el derecho a que no se le extirpe nada aunque no conste su negativa. 16. ¿Cómo se consolidó la antiquísima costumbre de depositar intactos los cadáveres en el sepulcro? ¿O de hermosearlos o incluso proveerlos de un avío para el viaje? ¿Por qué la mayoría de nosotros preferiría dejarse morir de hambre antes de ingerir porciones del cuerpo de otra persona fallecida pero conservada por el frío en impecables condiciones bromatológicas? De la rica diversidad de interpretaciones dan cuenta las diversas concepciones del hombre. La ley incurre en una simplificación abusiva respecto del sustrato teórico en que todo hombre ha de basar su modo de vivir y morir, al presuponer como único sustrato posible absoluta- mente lo que la ciencia médica establece. Que la muerte pudiera ser otra cosa por la que habría que venerar a los despojos del difunto y por lo menos conservarlos intactos, es algo que lisa y llanamente ni siquiera se lo plantea. 17. Otra inquietud surge en varios puntos de la ley, de los que señalo sólo tres. 1) Refrescando lo visto en el artículo 20, tenemos que todo funcionario del Registro Civil está obligado a recabar de toda persona que concurra por cualquier trámite su decisión respecto a la donación de sus órganos. Veíamos también que unas pocas líneas más abajo menciona sólo la opción positiva y encima agregando que “impulsará la posibilidad de recabar el consentimiento en ocasión de los actos eleccionarios”. 2) En la sección VII sobre las prohibiciones, en el inciso g del artículo 27, encontramos prohibida “la inducción o coacción al dador para dar una respuesta afirmativa respecto a la dación de órganos.” (Se echa de menos el adjetivo “potencial” calificando a “dador”, o alguno equivalente.) Después de un punto aparte, continúa: “El consejo médico acerca de la utilidad de la dación de un órgano o tejido, no será considerado como una forma de inducción o coacción”, sin dar ninguna explicación de por qué se establece que hay que interpretarlo así. 3) Por último, en el inciso w del artículo 44 referido a las funciones del Incucai, estipula la de “asesorar al Poder Ejecutivo en todo lo concerniente a las campañas de difusión masiva y concientización de la población respecto de la problemática de los trasplantes.” Escamoteando la abstención y escatimando el examen de una posible justificación de la negativa, la ley deja en evidencia la tendenciosidad con que prepara el escenario en que ha de tener lugar la decisión acerca de la donación. La inquietud surge exactamente respecto del interés que impulsa esa presentación tendenciosa de las posibles opciones. 18. ¿A qué valoración se encuentra vinculado ese interés? En primer lugar, la ley aprecia el valor de la vida, quiere salvar vidas. Faltan órganos, procura incrementar la posibilidad de obtenerlos. En este sentido se sintoniza de lleno con la vocación del médico. En segundo lugar -cabe conjeturar- la ley, en el convencimiento de que la afirmativa es objetivamente la mejor opción, estimaría que la presunción del consentimiento no es en absoluto una falta de respeto, sino más bien todo lo contrario, una suerte de homenaje a la persona fallecida. REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007) 37 En tercer lugar, hay que dar por sentado un interés por un lucro honesto. En el vasto operativo de un trasplante lo único gratis es el órgano pues se lo considera una donación. En el inciso f del artículo 27 se prohíbe “toda contraprestación u otro beneficio por la dación de órganos [...] en vida o para después de la muerte, y la intermediación con fines de lucro.” Por lo que respecta al resto, un trasplante suele movilizar a más de ochenta especialistas y requiere infraestructuras y equipos especiales. Todo lo cual exige cuantiosas sumas de dinero. 19. Detrás del interés por la presunción de consentimiento y en general de todo el asunto de la donación de órganos, hay intereses pecuniarios diversos. Por ejemplo, el de los laboratorios que producen la droga inhibidora del rechazo del órgano implantado, que el trasplantado debe de por vida incorporar regularmente a su organismo. El hecho de que cuanto más trasplantados haya, tanto mayor la ganancia de los laboratorios, lleva a suponer gestiones de influencia ante funcionarios públicos, lo que comúnmente se conoce como lobbying. Pero este aspecto de la cuestión cae también fuera del itinerario de estas páginas. 20. He intentado presentar algunos reparos a la ley de trasplante de órganos. Las observaciones han apuntado sobre todo a poner en evidencia que la presunción de consentimiento no se compadece con el debido respeto a la libertad personal. He esbozado además algunas razones por las que se podría defender la negativa a la donación como opción razonable y válida. Por último, como las 38 entrelíneas de la ley despiertan la sospecha de que abriga poca simpatía por el que niega sus órganos en solidaria ofrenda, me pareció recomendable defender a esa oveja negra. Muchos otros argumentos podría venir en su auxilio, no sólo de arsenales filosóficos, sino también de la historia, la teología, la antropología cultural, etc. No constando a ciencia cierta qué podría estar pasando después del clic en la conciencia del que resbala por el tobogán, en caso de que pudiera pasar algo en absoluto, ¿se sabe si la conciencia no podría estar condicionada -de un modo imposible de describir- por el sucesivo desprendimiento de anclajes en el cuerpo? ¿Se sabe si ese hipotético condicionamiento no podría verse trastornado por las ablaciones y, en consecuencia, interferida la conciencia? 21. En un contexto en el que flota tácita la proclividad por la donación de órganos, en el que también se adivina un reproche a quienes se niegan a ella, he presentado algunos argumentos, sustentables en un punto de vista filosófico, en defensa de la abstención de donación y en contra de una ley que permite considerar donante a quien expresamente no se ha declarado tal. Como otros argumentos originados en puntos de vista diferentes, defienden fundamentalmente la libertad de toda persona y la solidaridad consigo mismo. Tarde o temprano los humanos morimos. A todos nos espera la catapulta que nos arrojará al misterio. A todo humano, cualquiera sea su biografía, le asiste el derecho a que el escenario de la zambullida -su propio cuerpo- sea protegido de toda perturbación en ese trance arduo e inescrutable. REVISTA DE LA FACULTAD DE MEDICINA - VOL. 8 - Nº 1 (2007)