Cap 8

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8
DEL ENOJO
AL AMOR
¿Hay alguien en su vida que le haga subir la presión arterial, tan solo con oír su nombre?
¿Hay alguien que le retuerza el estómago de enojo o resentimiento, con tan solo entrar en la
misma habitación? ¿Hay acontecimientos en su pasado que repase una y otra vez en su mente,
manteniendo vivo su enojo y amargura? Cuando usted oye las palabras “enojo” y “perdón”,
¿hay algún nombre que venga inmediatamente a su mente?
¡Qué fácil es caer en el estilo de vida de incubar enojo y rencor! Cuando alguien nos hace
daño, nos priva de nuestros derechos o nos trata injustamente, es fácil obsesionarse con las
emociones negativas que aparecen dentro de nosotros. ¿Pero cuál es el efecto en nosotros
cuando nos enojamos? Nuestros músculos se contraen, nos ponemos tensos en cada parte de
nuestro cuerpo, somos vulnerables al dolor y la enfermedad y nuestro espíritu se estrangula,
impidiéndonos acercarnos íntimamente al Espíritu de Vida. Nos hacemos esclavos no sólo de
las emociones que nos controlan, sino también de aquel con quien estamos enfadados. Como
vemos sus acciones como la causa de nuestro estado, estamos atados a ellas.
En enojo y la falta de perdón están entre las necesidades más comunes que llevan a la gente a
los doctores y consejeros profesionales. ¿Es posible que encontremos alivio y sanidad de estas
emociones que nos discapacitan a los pies de nuestro Consejero Jesús? No sólo es posible, sino
que su más profundo deseo es poder ministrarle el Espíritu de Amor a usted, que puede hacerle
libre –más libre de lo que nunca antes lo ha sido en toda su vida.
Entendiendo el enojo
El enojo no es pecado. La Biblia no nos manda que no nos enfademos, sino que nos exhorta
diciendo: “Airaos, pero no pequéis...” (Ef. 4:26). La ira no es el problema, el problema es la
respuesta a la ira que sentimos, y la forma en que tratemos con la ira determinará si pecamos o
si tenemos victoria.
Si la ira no es pecado, ¿qué es? Bill Gothard ha dado la siguiente definición: “El enojo es el
sistema interno de alarma que revela los derechos personales que, o bien no hemos dado a Dios
o bien los hemos vuelto a tomar de Él”. Examinemos esta definición minuciosamente.
“El enojo es un sistema de alarma interno...”. El enojo nos dice que hay un problema dentro
de nosotros. Nos advierte de que el sistema de seguridad de nuestros espíritus ha sido violado de
alguna manera; nos alerta de la necesidad de apuntalar nuestras defensas contra el pecado en
alguna área de nuestra vida. La primera respuesta debe ser descubrir qué es lo que hizo saltar la
alarma, y después neutralizar al enemigo que está intentando robarnos la paz.
“El enojo… revela derechos personales que, o bien no hemos dado a Dios o bien los hemos
vuelto a tomar de Él”. Hemos nacido con ciertos derechos, y nuestra Constitución incluye entre
estos “derechos inalienables” la vida, la libertad y la persecución de la felicidad. Como
cristianos, podemos incluir otros “derechos” que se nos han dado por ser hijos de Dios – quizás
el derecho al gozo, la salud, la prosperidad, las respuestas contestadas, cualquier cosa que su
doctrina en particular defina como los derechos del pacto de salvación. Vivimos en una
sociedad que está obsesionada con proteger sus derechos y demandar más. Nuestro sistema
judicial está desbordado con individuos y grupos que demandan a otros individuos o grupos por
privarles de lo que ellos creen que son sus derechos. Incluso la iglesia ha sido infectada con el
espíritu que demanda su cuota de Dios.
Qué lejos está esto del ejemplo de nuestro Señor. En Filipenses 2:5-8 vemos un enfoque
totalmente diferente de la vida.
“Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía
en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y
hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz”.
Jesús tenía el derecho de ser adorado como Dios ¡porque era Dios! Jesús tenía el derecho de
ser tratado con respeto porque era el Señor del Universo, tenía el derecho de ejercer todo poder
y autoridad sobre cada cosa creada, porque era el Creador, tenía el derecho a vivir porque era el
dador de la vida, tenía el derecho a una sentencia justa porque era el Juez justo, tenía el derecho
a recibir justicia, porque Él es justo.
Sin embargo, ¿cómo vio Él sus derechos? Él “no los vio como algo a qué aferrarse”; no
demandó sus derechos, sino que se despojó a sí mismo de todos ellos, y en vez de cerrar sus
manos para tomar todos sus derechos, las abrió y permitió que le clavaran en la cruz.
“Halla, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús.” Dios quiere que le
cedamos todos nuestros derechos y posesiones, cada bendición que creemos que merecemos, y
que le permitamos decidir si y cuando nos la volverá a dar. Puede que pensemos que tenemos el
“derecho” a una buena reputación. Dios dice: “Dame tu reputación”. Creemos que tenemos
derecho a planear nuestro tiempo y vivir bajo una agenda ordenada, y Dios dice: “Déjame que
sea el Señor de tu tiempo”. Creemos que tenemos el derecho a una dignidad personal, y Dios
dice: “Ponte por entero en mis manos”.
Aquí tenemos el señorío. ¿Estamos dispuestos a darle a Dios todo, nuestros hijos, nuestro
matrimonio, nuestro futuro, nuestra salud, amigos, empresa, dinero, vida sexual? ¿Realmente
creemos que nos ama y está dispuesto y es capaz de hacer que todas las cosas obren para bien?
¿Podemos confiar totalmente en que Él cuidará de cada cosa que es importante para nosotros sin
poner condiciones u ofrecer sugerencias sobre cómo deberíamos manejarlas?
Si nos hemos despojado de todo, como hizo Cristo, no habrá lugar para el enojo. Nos airamos
cuando creemos que uno de nuestros derechos ha sido violado. Piensa en ello un instante, ¿cuál
fue la última cosa por lo que te airaste? ¿Fue que te trataron injustamente en el trabajo? ¿Por qué
te enfadó esto? Porque tienes el derecho de ser tratado justamente y con dignidad. ¿Por qué te
enfadas cuando tus hijos no se portan bien? Porque tienes el derecho al respeto y la obediencia y
a un hogar de paz y una buena reputación como padre. ¿Por qué te enfadas cuando se dañan tus
posesiones? Porque te pertenecen, las compraste con dinero que ganaste trabajando duro, son tu
responsabilidad y tienes derecho a disfrutarlas.
Por tanto, la ira se convierte en un sistema de aviso que nos alerta de cualquier derecho o
posesión que, o bien no hayamos entregado al cuidado del Señor o bien lo hayamos vuelto a
tomar de Él. Si sentimos la ira surgiendo en nuestro interior, nuestra respuesta debería ser
examinar nuestros corazones, bajo la iluminación del Espíritu, para determinar qué “derecho” ha
sido violado. Cuando entregamos este derecho otra vez al Señor, nuestro enojo se termina.
Para permanecer libre de la ira, debemos: 1) Ceder el derecho a Dios (Fil. 2:5-8). 2) Saber
que Dios probará sus derechos (Gn. 22:1-14). Generalmente, después de un tiempo de
consagración viene un tiempo de prueba, no para humillarnos a través de los fracasos sino para
demostrar el maravilloso poder que hemos desatado al entregarle al Señor el gobierno total de
nuestras vidas. 3) Responder a la pérdida de los derechos con una buena actitud. No nos
convertimos en esclavos sin carácter que dan la bienvenida a cada pérdida o bajada de ánimo, ni
nos convertimos en masoquistas pasivos, sino que nos convertimos en adoradores, gloriándonos
en el poder de Dios para manejar todo lo que nosotros no podemos sobrellevar, y haciendo que
sea para nuestro bien. “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job
1:21b).
De nuevo, debemos saber que ceñirnos a esta fórmula de una manera legalista nunca
producirá vida, sino muerte. Si nosotros, por nuestros propios esfuerzos, nos obligamos a
aplastar nuestro enojo y, de una manera ritual, devolverle nuestros derechos al Señor, nos
convertiremos en robots religiosos, sin carácter y sin espíritu. Esto no es lo que Dios quiere de
nosotros; ¡Él quiere que estemos gozosos, exuberantes, rebosantes de vida y vitalidad! Lo que
Él quiere solo viene a través de un encuentro con Cristo.
La experiencia del camino de Emaús es el único camino para la verdadera libertad.
Ajustemos nuestra “formula” para sanar una vez más. Cuando sentimos que el enojo empieza a
surgir de nosotros, debemos: 1) Inmediatamente dirigirnos a Jesús y decirle cómo nos sentimos
(Lc. 24:13-24). Para mí, anotar en un diario es la manera más efectiva de hacerlo, y recuerde
que queremos volver a hablarlo con Jesús, no con nuestro vecino. Podemos tener una
conversación con otra persona en la que cada uno exprese sus enojos y frustraciones y no
conseguir nada, excepto tener más enojo y frustración. Sólo es beneficioso compartir sus
emociones negativas con otro, si alguien aporta la sabiduría de Cristo. 2) Después de vaciar
nuestros corazones de todo sentimiento destructivo, debemos aquietarnos y escuchar la
respuesta del Señor (Lc. 24:25-30). Algunas veces Él iluminará la Escritura en nuestro corazón,
otras hablará por medio de otro creyente, algunas veces nos hablará directamente por medio de
lo que hemos anotado, nos mostrará el regalo que quiere darnos por medio de la mala
experiencia, quizá sea que vamos a crecer en carácter, o en aplomo, o en integridad, en fe, o en
perseverancia debido a lo que ocurrió, si permitimos que el Señor lo use para nuestro bien. Él no
condena el comportamiento pecaminoso que nos causa el dolor, sino que promete que por
medio de ello, podemos ser más como Él. 3) Debemos unir sus palabras con la fe y adoptar la
actitud de Cristo (Lc. 24:31-35). La sanidad y el perdón completo solo vienen cuando recibimos
la obra de Dios en el dolor y aceptamos el regalo que quiere darnos a través de ello.
Entendiendo el amor
He notado que algunas personas son más propensas al enojo que otras. Algunas personas
parecen encontrar bastante fácil actuar con compasión y perdón hacia quienes les han herido, y
para ellos, ver a Dios obrando incluso en situaciones dolorosas y recibir el regalo proveniente de
estas no es un problema. Para otros, el enojo nunca parece estar lejos de la superficie y parece
que asomará a la más mínima provocación. A la gente como nosotros (sí, yo tengo que
contarme dentro de este grupo) a menudo nos resulta difícil aceptar que la persona culpable que
nos hizo mal merezca ser perdonada.
Por supuesto, como era cristiano, mi enojo estaba justificado, y no era realmente enojo, ¡era
una “indignación santa” por los pecados de los demás! Cuando reconocía el error en la teología
de otra persona, la ira de Dios crecía dentro de mí para vindicar la verdad. Cuando uno de los
que se llaman hermanos se apartaba del camino estrecho de la justicia y ponía en vergüenza el
nombre de Cristo por medio del pecado en su vida, una indignación santa me llevaba a
reprender y corregir al pecador. Al menos esta es la manera en que yo lo veía; pensaba que la
verdad, el conocimiento del bien y el mal, era el centro del cristianismo, creía que la pureza
doctrinal y la firme tenencia de un código moral estricto eran las pruebas del cristianismo y las
bases de mi comunión con otros.
Gracias a Dios que el Señor tuvo misericordia de mí (y mi esposa, mis hijos y mi iglesia) y
me mostró una forma mejor de vivir. Me mostró con la Escritura que Dios es Luz y Amor;
ambas palabras revelan un aspecto de su carácter, pero ¿qué significan estas palabras? ¿Cómo es
el carácter de la Luz revelado en Dios, y cómo demuestra Él el Amor? Considere el siguiente
gráfico
Dios es
Luz
y
Amor
Rectitud
Compasión
Juicio
Perdón
Desafío
Reconciliación
Confrontación
Sanidad
División
Unidad
Odio al pecado
Amor al pecador
Condenación
Consuelo
Justicia
Misericordia
Infinita precisión
Gracia sin igual
Los rasgos y las actividades del carácter de ambas columnas se encuentran en Dios. Mi vida
se centraba, principalmente, en la columna uno; yo afrontaba cada situación preparado para
juzgar la rectitud y la teología de la gente, retando y confrontando todo lo que descubría que
estaba fuera de tono, separándome de todo y todos los que fueran cuestionables, insistiendo en
la infinita precisión de la ley y demandando justicia para todos los transgresores. Esta actitud
había sido alimentada por todas las iglesias donde yo me había congregado, así como las
enseñanzas de mis profesores cristianos; yo creía que era lo correcto, y hasta cierto punto lo era,
porque Dios muestra estos mismos rasgos. Sin embargo, mi vida carecía del carácter equilibrado
de la columna del “Amor”.
El Señor me llevó a Miqueas 6:8, “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es
lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar
humildemente con tu Dios?”. A Dios le encanta mostrar misericordia, pero solo hace justicia
porque la justicia lo demanda. Yo era todo lo contrario: Me encantaba la justicia y sólo hacía
misericordia si sentía que se merecía; me encantaba lo que Dios hacía, y hacía lo que Dios
amaba. No es de extrañar que mi vida estuviera tan falta de propósito.
Aunque Dios es Luz y debe permanecer contra las tinieblas, su mayor gozo es mostrar amor.
Aunque el pecado debe ser desafiado, Él ofrece la reconciliación con Él y el uno con el otro, ya
que para Él la unidad es más importante que la pureza doctrinal. Para alguien como yo, que
siempre ha aspirado a la verdad por encima de todo lo demás, fue una revelación que cambió mi
vida descubrir que la verdad es una persona, y que esa persona es amor.
Juan escribió su evangelio para que quienes lo leyeran pudieran creer y tener vida eterna (Jn.
20:31). Escribió su primera epístola para aquellos “que creyeran en el nombre del Hijo de Dios,
para que sepan que tienen vida eterna” (I Jn. 5:13). Esta carta ofrece pruebas de salvación por
las que podemos juzgarnos a nosotros mismos y a otros. Están resumidas en I de Juan 3:23: “Y
este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros, como Él nos ha amado”. Dos pruebas simples: ¿Quién es Jesús? y amarnos los
unos a los otros. La única verdad doctrinal que debe estar intacta es que Jesucristo es el eterno
Hijo de Dios, y todas las demás teorías y creencias teológicas no son causas legítimas para la
división. Si usted ha aceptado la obra limpiadora de Jesucristo en la cruz, usted es de mi familia,
y yo le amo.
Reconocer y aceptar la evaluación de Dios del desequilibrio de mi vida fue sólo el primer
paso para empezar a cambiar. Aunque tenía que amar, el poder para hacerlo no estaba en mi
carne; tuve que arrepentirme de mi pecado (incluso un sobre énfasis en la santidad puede ser
pecado si se olvida del objetivo del perfecto amor ágape), dejar atrás mis antiguos caminos,
recibir el perdón y aceptar su gracia y poder para cambiar. Me dio una tarea de forma que estaba
trabajando en cooperación con el Espíritu dentro de mí. Primero leí los evangelios varias veces,
mirando especialmente la manera en la que Jesús amaba a la gente. También estudié los salmos,
aprendiendo cómo procesar mis emociones ante Dios, donde pudieran ser sanadas sin dañar a
otras personas; y por último, volví a leer mi diario, observando cómo Él me amaba. Mientras mi
mente y mi espíritu se iban centrando en el increíble amor que destila de cada palabra y cada
acto de Jesús, el Espíritu Santo pudo remodelar mi corazón para que fuera más como el suyo.
Mi corazón crítico fracturado fue sanado y me convertí en un instrumento de reconciliación y
bendición en su mano. ¡Qué libertad! ¡Qué gozo!
Resumen
El enojo es un indicativo de que existen áreas de nuestras vidas que no han sido puestas
totalmente bajo el señorío de Jesucristo. Cuando sentimos que el enojo empieza a surgir en
nosotros, debemos ir al Señor, escuchar su voz y actuar en obediencia. Debemos aprender a
procesar todas nuestras emociones ante Dios, dándole la oportunidad de revelarse en nuestras
vidas.
Dios es amor y luz, y le encanta mostrar misericordia y compasión a sus hijos. Cada palabra
que dice y cada obra que hace está empapada de amor que no está basado en lo que hayamos
hecho, sea bueno o malo, y como Él también es justo, requiere santidad y justicia, pero todos
sus juicios son moderados con misericordia.
Mientras habitamos en su presencia y pasamos tiempo en comunión con Él, le vemos obrar
en el mundo espiritual haciendo que todo sea para bien a los que le aman, nuestros corazones
serán moldeados a su imagen, empezaremos a amar la misericordia, veremos cada situación
como una oportunidad para mostrar compasión y expresarle a alguien el amor que llena nuestros
corazones.
Respuesta
¿Hay alguien contra quien esté albergando enojo? ¿Hay alguien que le hizo tanto daño que ha
sido incapaz de perdonarle? ¿Le ha estado el Señor hablando a su corazón sobre los derechos
que todavía no le ha entregado? Exprésele lo que esté en su corazón y luego dele la oportunidad
de responder. Quizá le guiará a tener una experiencia de sanidad interior, como describimos en
el capítulo cinco; quizá le mostrará el regalo que quiere depositar en usted por medio de esta
experiencia. Si usted le concede la oportunidad, Él le mostrará la situación desde su perspectiva.
Una las palabras de Él con la fe, y sea sanado.
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