El modelo neoclásico Torres Gaytan Introducción Durante la segunda mitad del siglo XIX la estructura de la economía europea sufrió modificaciones importantes a consecuencia del empleo de capital y técnicas de producción que incrementaron la productividad del trabajo. El industrialismo adquirió preponderancia en el desarrollo económico de los países imperiales. Los salarios reales y los niveles de vida de los trabajadores en estos países aumentaron. La revolución productiva en la industria desbordó sus efectos hacia la agricultura, los transportes marítimos y fluviales y sobre el desarrollo ferroviario. Las actividades comercial y financiera adquirieron una importancia inusitada y su expansión favoreció a la población de los países industrializados. Frente a este panorama se produjo no la idea de que el fortalecimiento de los países más desarrollados se debía precisamente a la explotación tanto de los asalariados como a las poblaciones y recursos de las colonias, sino que dedujeron que con la expansión del capitalismo se daba un mentís a la teoría de la explotación de Marx. Surgió el marginalismo como explicación tanto del origen de los valores económicos generados como de la distribución del producto creado. En lo productivo se generalizó el principio de que cada factor contribuye al proceso productivo de acuerdo con su aportación marginal. En consecuencia, en materia de distribución, "a cada agente una participación determinada en la producción, y a cada cual una remuneración respectiva: he aquí la ley natural de la distribución"i. Mediante este cambio ideológico, el modelo clásico del comercio internacional fue objeto de dos modificaciones por los economistas neoclásicos. De un lado, dicho modelo sufrió enmiendas y ampliaciones que tuvieron por objeto más bien "acercarlo a la realidad”, mediante el procedimiento de eliminar los supuestos simplificadores o irreales. A consecuencia de estos cambios, el modelo se tornó más complejo, pero al perder su simplicidad se volvió más representativo. A estos autores que reformularon el modelo clásico haciéndole correcciones y aportaciones parciales suele llamárseles economistas neoclásicos, porque continuaron siendo fieles a los principios fundamentales de los clásicos y a la mayoría de los demás supuestos (fundamentales y de tendencia). ii Sin embargo, de otro lado, efectuaron un cambio sustancial al quitarle exclusividad al factor trabajo como generador de valores económicos para asociarlo con el capital. Este cambio ideológico se debió a lo siguiente: desde el siglo XVIII la organización económica sufría modificaciones importantes. El productor independiente desaparecía paulatinamente y era sustituido por el empresario que empleaba trabajadores a cambio de un salario. Ya no resultaba tan claro que las mercancías se cambiaran en proporción a los costos trabajo incorporados en ellas. Bajo la mirada de los observadores superficiales, el salario dejaba de tener correspondencia con el producto individual y la diferencia fue atribuida a la asociación con el capital (que dejaba de ser propiedad del trabajador para ser acumulado como propiedad de terceros). En estos hechos se basaron Senior y los demás neoclásicos para justificar la ganancia percibida por el propietario del capital. La ganancia no podía explicarse por el monopolio tal como había sucedido con la renta del suelo. En materia industrial, donde suponían que reinaba la libre competencia, la única explicación lógica consistía en abandonar el supuesto del trabajo como única fuente de valor, y considerar al menos que había otra fuente creadora de valores económicos: el capital. Fue así como creyeron haber resuelto el problema de “justificar" la ganancia, atribuyéndole al capital ser (igual que el trabajo) fuente de valores económicos y al propietario derecho a participar del producto neto que se obtenía al emplear el trabajo asociado con su capital. El capital era producto del ahorro y éste, decían, implicaba un sacrificio para quien se abstenía de disfrutar todo su ingreso. La parte del mismo que no era consumido se destinaba a la acumulación. Por tal razón la ganancia percibida por el patrón se debía al sacrificio lo que éste hacía al aportar el capital, tan esencial a la producción como el propio trabajo. De allí que el costo real o valor de las mercancías fuera atribuido tanto al trabajo necesario como a la abstinencia de consumo indispensable para la formación del capital. Pero bien pronto Karl Marx con su estudio de la plusvalía explicó este aspecto que parecía resuelto. Para este autor lo que había sucedido era que el trabajador al perder su condición de productor independiente y convertirse en asalariado, no recibía sino parte de lo que su fuerza de trabajo producía, lo necesario para restablecer la fuerza de trabajo y perpetuar la especie humana. La otra parte, el excedente no pagado o plusvalía era la ganancia. De esta manera con la sociedad capitalista habían emergido dos clases: los asalariados y los capitalistas y dos nuevas categorías económicas: El salario y la ganancia. Uno de los aspectos que contribuyeron a este cambio para complicar el problema de la teoría del valor fue la transformación de los métodos de producción, al emplearse en forma continua más capital asociado al trabajo. El capitalista compra la fueza de trabajo que vende luego incorporada a las mercancías. El proceso del intercambio que antes era efectuado entre los mismos pequeños productores se dividió en dos etapas: en la primera una transacción de fuerza de trabajo a cambio de un salario y en la segunda etapa otra transacción de bienes y servicios entre capitalistas y consumidores. En la primera etapa se producía la plusvalía; en la segunda se realizaba, haciéndose efectiva a través del proceso comercial. En la medida que la ganancia adquiría importancia, la teoría del valor trabajo perdía prestigio (no validez), al lograr preeminencia las teorías de la abstinencia de Senior iii y los esfuerzos y esperas de Marshall, ambas invocadas para justificar la propiedad de los instrumentos de producción y naturalmente el derecho de sus propietarios a participar del producto generado. Una vez aceptada la percepción del ingreso con apoyo en el criterio de que el capital es tan creador de valor como el trabajo, el problema a discutir sufrió una alteración sustancial. Posteriormente la atención de los economistas burgueses se dirigió hacia la discusión de cómo debía distribuirse entre patronos y trabajadores el ingreso producido. De la búsqueda de la fuente del valor se pasó hacia el estudio de los principios de la justicia distributiva. iv Ya no importó tanto esclarecer la fuente del valor como la discusión de las bases que debían normar la distribución del producto generado. v Al desviar la atención del estudio del valor hacia los aspectos de la distribución le atribuyeron "carta de ciudadanía" al capital como creador de valores económicos en igualdad de trato respecto al trabajo. Que el capital generaba valor económico se dio como un hecho indiscutible. En lo sucesivo el monopolio y la explotación del trabajador, más que la propiedad capitalista, vinieron a ser los objetivos que la clase trabajadora tenía derecho a objetar.vi Fue así como los teóricos de la economía burguesa consideraron haber justificado la percepción de ingresos vía la ganancia. La política económica constituyó el campo de la discusión y no ya las bases teóricas en que debía apoyarse la generación y el reparto de los valores económicos. Este cambio de enfoque reflejó la transformación del capitalismo comercial al capitalismo industrial, y su principal abogado fue Senior. vii Aceptada la argumentación anterior, aún quedaba la necesidad de solucionar esta discordancia: el esfuerzo de ahorrar no es lo mismo, que el de trabajar. Por lo tanto, subsistía el problema, aunque de menor fondo de sumar cantidades heterogéneas: ¿cómo hacer mensurables ambos esfuerzos mediante un denominador común? Fue el mismo Senior quien creyó encontrar la solución al afirmar que ambos esfuerzos implicaban un "sacrificio". La medida de este sacrificio era lo que debía ser objeto de cuantificación. Respecto al trabajo, atendiendo a qué cantidad de dinero era necesaria para que el trabajador renunciara al ocio; en cuanto al propietario del capital, preciando cuál era el precio o costo monetario que había de pagarse al capitalista para incitarlo a no gastar todo su ingreso e inclinarlo a tomar el riesgo de invertir la parte ahorrada. Una vez desviada la atención del problema central fue fácil derivar hacia otros enfoques falsos. Así, pocos años después, en Inglaterra también se soslayó la atención del sector obrero cuando surgió la discusión proteccionismo vs. librecambio. Al discutirse en el Parlamento la famosa Ley de Granos, los obreros terciaron en esta discusión en pro del librecambio olvidándose de presionar para que se aprobara una legislación que los protegiera. Al desviar su atención hacia un asunto que más bien competía discutir a los capitalistas y a los terratenientes, acerca de sí debían abolirse o no los aranceles a la importación de alimentos, cayeron en el garlito siguiente: La eliminación de los impuestos a la importación de trigo tendría la ventaja de aumentar el salario real, porque la importación de trigo más barato debía bajar su precio, hecho que beneficiaba tanto a los trabajadores como a los industriales en detrimento de la renta de los terratenientes. Enfrascados en esta discusión (secundaria para el sector obrero) retrasaron su lucha por una legislación social que los protegiera ante el cambio radical que acontecía: incluir el capital en igualdad de derechos con el trabajo para justificar que su propietario participara del producto neto generado por el trabajo. Dentro de estas condiciones prevalecientes en el último tercio del siglo XIX surgen las corrientes de pensamiento subjetivas y marginalistas. De las variantes de este pensamiento predominó la teoría neoclásica, cuyo principal representante fue Alfred Marshall. En materia de comercio internacional, los neoclásicos después de repudiar la teoría del valor-trabajo se dedicaron a la tarea de acercar el modelo clásico a la realidad, eliminando los supuestos irreales más evidentes (v.gr.: que sólo había dos países y dos mercancías), pero aceptando otros supuestos que en realidad también eran falsos. Nos referimos a la ley de los mercados o Ley de Say, al supuesto de la ocupación plena, a la ausencia de crisis de sobreproducción y al pleno funcionamiento de la teoría cuantitativa del dinero. En el aspecto productivo, los neoclásicos trabajaron con base en un supuesto fundamental: el problema económico consiste en obtener el máximo provecho neto de una dotación determinada de recursos productivos, y el cometido de la política económica consiste en lograr la mejor asignación de dichos recursos. La política óptima para los neoclásicos estribaba en conceder amplia libertad a los empresarios en cuanto a la decisión de qué y cuánto producir, a los trabajadores qué salario motivaba la dedicación al trabajo y a los consumidores cuáles eran sus preferencias. El equilibrio del sistema se lograba por sí mismo gracias a la libre competencia entre los empresarios, teniendo como guía la libre elección de los consumidores. A las leyes de la oferta y la demanda y al lucro les atribuyeron ser los factores decisivos del buen funcionamiento del sistema. El precio ocupó el centro de la escena como guía en las decisiones de los empresarios, de los asalariados y de los consumidores. A consecuencia de este cambio ideológico que sirvió para normar la política económica surgió el marginalismo para enfrentarlo al clasicismo y sobre todo al marxismo. Se trataba de sustituir la teoría objetiva del valor por la teoría de la utilidad marginal y su derivación: la productividad marginal. Con este nuevo enfoque se hizo depender el valor económico de los satisfactores de la utilidad que para el consumidor tiene la última unidad disponible de tal manera que a medida que la cantidad de bienes disponibles aumenta, baja no sólo la utilidad de la última unidad sino la de todas las anteriores. Así condujeron esto al contrasentido de que el valor no dependa del trabajo humano sino de las reacciones psicológicas del consumidor, cuyos cambios están en función de la abundancia o escasez, y que al disminuir la cantidad de satisfactores, la utilidad subjetiva de estos puede aumentar. viii Esta teoría subjetiva del valor derivó hacia una teoría relacionada con la distribución del producto generado. Según ésta, la distribución del ingreso depende de la productividad marginal de cada factor de la producción. En el proceso productivo cada factor percibe el equivalente de lo que aporta. Así, la renta del suelo, el salario del trabajador, el interés del capital otorgado en préstamo, la ganancia del empresario y otras percepciones de ingresos cualquiera que sea su motivo no son sino el precio percibido por el servicio aportado. En estas circunstancias, no hay explotación del trabajador ni percepción de plusvalía. El sacrificio del trabajador resulta compensado con el salario pagado, de igual manera que los sacrificios del empresario (el comerciante y el industrial, o el banquero y el terrateniente) eran compensados con la ganancia, la tasa de interés y la renta del suelo. Como el sistema económico se mantiene en equilibrio estable a largo plazo, aunque perturbado por factores friccionales y aun cíclicos, no hay desocupación involuntaria de mano de obra. Hay cierto desempleo voluntario para aquellos trabajadores que rehusan aceptar el salario corriente, La falsedad de estos criterios salta a la vista si reflexionamos que la escasez es sólo un punto de partida en el campo de la economía y de ninguna manera la escasez en sí crea valor aunque se manifieste en aumento de precios y conduzca, tras la persecución de mayores ganancias, a la producción de satisfactores que la sociedad demanda. Es al generarse la producción cuando los valores económicos se crean por la fuerza de trabajo qué pone en movimiento a ésta, único factor o agente productivo. La escasez de un bien demandado motiva la generación de valores económicos y el mercado con régimen de precios origina la ganancia. En este caso la economía está gobernada no por factores subjetivos sino por leyes tan objetivas como la oferta y la demanda que determinan el salario, el precio de las mercancías y la remuneración de los demás factores productivos, teniendo como objetivo central la ganancia. Placer y sacrificio de cada factor se enfrentan y correlacionan inversamente hasta que coinciden en un punto en el cual se fija el precio. "El valor se ve reducido al precio, en tanto que éste último a la escasez relativa, o sea, a la correlación entre la demanda y la oferta. El circulo se vuelve a cerrar". ix i J. B. Clark, Distribución de la riqueza, p. 40: citado por Arcadio Fainisky, Crítica de Ias teorías neoclásica y keynesiana, México, 1967, Ediciones Historia y Sociedad, p. 34. ii En otros aspectos de la economía, especialmente en teoría económica y en el desarrollo económico los neoclásicos desempeñaron un papel más destacado que en la teoría del comercio internacional. Una buena síntesis de sus aportaciones en desarrollo económico puede verse en la obra de Celso Furtado, Teoría y política del desarrollo económico, México, Siglo XXI Editores, pp. 49-68. iii Fue este autor el primero en insistir que el capital era tan generador de valores como el trabajo mismo al requerir el sacrificio de la abstinencia de consumo que conducía al excedente económico llamado ahorro. iv Eric Roll, Historia de las doctrinas económicas, México, FCE, 1942, p. 397; versión española de Daniel Cosío Villegas y Javier Márquez. v Ibid., p. 397. vi Un hecho no esclarecido es hasta donde la afirmación de David Ricardo "El principal problema de la economía política es determinar las leyes que rigen la distribución” (Preámbulo a los Principios) ocasionó este enfoque contribuyendo a desviar la atención del origen del valor hacia el campo de las leyes de la distribución, criterio que confirma después en una carta a Malthus cuando dice: “más bien debía llamarse -a la economía política- una investigación sobre las leyes que determinan la división del producto de la industria entre las clases que concurren a su creación" (citado por Eric Roll, op. cit., p. 191, too l). vii Los nuevos intereses económicos beneficiarios tenían que encontrar validez a la percepción de ingresos debido a fuentes distintas a las del trabajo. En los demás campos de la actividad creadora del ser humano, a nadie se le ha ocurrido que la creación de valores, por ejemplo los artísticos, se deba de un lado al ser humano y de otro al pincel, los colores y la tela que el pintor emplea. A mayor abundancia respecto a la falsedad de esta dualidad, se ignoró que en economía los instrumentos de producción no son sino producto del trabajo social anterior que sólo hacen más productivo el trabajo actual de la sociedad, y que el capital es una categoría histórica inherente a un régimen de producción (el capitalismo), en tanto que los instrumentos de producción son producto del excedente económico e inseparables de cualquier régimen de producción anterior o posterior al régimen de la ganancia. viii Para una explicación y crítica amplias de esta teoría véase Arcadio Fainisky, op cit. ix Fainisky, op. cit, p. 13.