Planos de Hotel la Concha

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Como el Ave Fénix: Breve recuento de una obra redimida
Hay quien podría afirmar que el Hotel La Concha no impresionó a los
puertorriqueños cuando se inauguró en diciembre de 1958 del mismo modo que lo
había logrado en la década anterior un vecino no muy distante: el Caribe Hilton. Y
es que, con ‘el Hilton’, Osvaldo Toro, Miguel Ferrer y Luis Torregrosa le presentaron a
Puerto Rico y el resto del mundo su manifiesto de modernidad tropical en una obra
de gran escala. Trascendidas las barreras que imponía una hispanofilia decadente,
lograron el diseño de una pieza paradigmática donde el racionalismo hermético,
radical y europeo cedía ante las exigencias de nuestro contexto climático, social,
económico y cultural.
Sin embargo, con la proyectación del Hotel La Concha, la firma Toro y Ferrer
demostró la posibilidad de incorporar a esta nueva arquitectura una poética tropical
no tan perceptible en su precedente. Al introducir un vocabulario innovador, los
diseñadores lograron conciliar la naciente identidad moderna con la tradición
cultural de un ‘pueblo de mar’ en una pieza colmada de invenciones estructurales
con gran fuerza expresiva y formas surrealistas. De este modo, los techos que
cubrían el ala de las cabañas dejaron de serlo para transformarse en una marejada
alucinante; la piscina y sus alrededores, en la orilla del mar bañada de espuma; y el
juego de luz y sombra que creaba el entretejido de quiebrasoles poligonales sobre el
patrón de los pisos ¿no nos recordaba acaso el momento único de la caída del rayo
verde del sol antes de despedirse del mar? Asi, el componente emblemático de todo
el conjunto: la concha.
Dinámica por su propia naturaleza, la línea elíptica ha
ostentado -desde Bernini y Borromini- una fuerza emotiva que embruja.
A todo
admirador de la buena arquitectura le resulta inolvidable su primera contemplación
de aquella fotografía que tomara Alexandre Georges para la revista Progressive
Architecture de agosto de 1959 donde aparecía la cubierta sinuosa sobre el
estanque dejándose invadir de modo sutil por una pieza antagónica; la estampa
quimérica que nos transporta a un Caribe paralelo al nuestro donde existe una
perfecta armonía entre dinamismo y rigidez.
Poco le duró al ‘La Concha’ ese encanto. Casi cuarenta años después de su
apertura y luego de varias intervenciones desafortunadas, el gobierno que una vez
patrocinó la construcción de esta y muchas otras edificaciones de envergadura en la
isla, proponía derribarla para dar paso a un ambicioso proyecto turístico con el fin de
mitigar el deterioro urbano de El Condado.
La propuesta del nuevo resort -un
carnaval asfixiante de arcos, tejas y torreones- fue ejecutada por Wimberly Allison
Tong & Goo. Con ejemplos como el Atlantis en Las Bahamas, el Venetian de Las
Vegas y el Grand Floridian de Walt Disney World, esta firma se especializa en el
diseño de hospederías ‘temáticas’ y era evidente en las perspectivas preliminares
como inspiración para el futuro Condado Beach Resort un amasijo delirante entre la
Città Nuova de Sant’Elia y los caprichos hispánicos de un revival de revival.
La
propuesta no tuvo la acogida esperada debido a la oposición de diversos sectores de
la comunidad con el apoyo del Municipio de San Juan. Entre ellos, el Colegio de
Arquitectos de Puerto Rico cuyos miembros presentaron ante la Junta de
Planificación una propuesta para designar la hospedería sitio histórico alegando que
“…la imagen de Puerto Rico esta representada en su obra pública y privada y que, al
auspiciar el desarrollo de estructuras hoteleras ajenas a la realidad profesional y
cotidiana de Puerto Rico, se confunde y mal-representa las bondades de esta Isla del
Encanto.” Para sustentar dicha propuesta, la fotógrafa Ivonne María Marcial realizó
una documentación de la hospedería que reveló el sorpendente estado en que se
hallaba previo a su desmantelación y eventual demolición.
Se llevaron a cabo
diversas manifestaciones públicas y los estudiantes de arquitectura expusieron
soluciones de diseño alternas pero, al parecer, poco realistas.
Raúl Barrenche
escribió aquella memorable ‘protesta’ para la revista Architecture y el Comité
Ejecutivo de la Federación Panamericana de Arquitectos -de visita en la Isla- adoptó
una resolución donde solicitaba al gobierno reconsiderar la demolición del hotel
catalogándolo como “muestra de la mejor arquitectura de América”.
Del otro lado, unos alegaban el deterioro irreversible de una estructura con el
sello de Mario Salvadori, mientras otros calificaban la pieza como un “adefesio feo”
para justificar su demolición.
No sólo la Junta desestimó la petición del Colegio
amparándose en un reglamento obsoleto sino que también se intentó impedir que
las fotografías de Marcial fueran difundidas. Al final, todo parecía indicar que la
pérdida del Hotel La Concha era un hecho inminente tal como había sucedido antes
con la Estación Ferroviaria de San Juan o la mansión Giorgetti de Nechodoma.
La demolición parcial del hotel –varias cabañas y el area de la piscina- ha
coincidido hoy con un cambio de administración gubernamental que respalda su
conservación, un evento oportuno para quienes dábamos por perdido este caso.
Todo le ha sido favorable y, a no dudarlo, la presencia del hotel nos acompañará por
tiempo indefinido. Pero, si bien es cierto que la aglutinación de todos nuestros
esfuerzos contribuyó al feliz desenlace de esta saga plagada de inconsistencias,
contradicciones, incongruencias y una politización cancerosa, tambien es justo y
necesario admitir que nuestra tolerancia ante la mediocridad y la incuria ha
comprometido gradualmente las virtudes de un entorno que hoy por hoy nos abruma
y oprime.
“The profit of the future is in the past” (La recompensa del futuro yace en el
pasado) es un proverbio muy sabio, de cuyo origen no tengo certeza y que no hace
mucho me revelo una galleta de la fortuna. Cierto que de esta historia es moraleja
porque no cabe duda que - conscientes o no- hemos sentado un valioso precedente
con el rescate de esta pieza arquitectónica moderna y caribeña. El destino nos ha
brindado hoy la oportunidad poco común de recuperar en tiempo y espacio el
espiritu de una obra con historia. Y esa historia -en cualquiera de las facetas de la
humanidad- no es de ayer, ni de hoy, ni de mañana. Es, prácticamente, un ente
vivo, que vive en los que heredaron, en los herederos y en los que heredarán. La
historia de la arquitectura permea todas las culturas humanas desde un zigurat
persa hasta las lamentablemente perdidas Torres Gemelas. Hay todo un proceso
escrito en piedra viva; y las piedras, siempre serán basales o angulares. Y, como
tales, alimentan el arte en toda la humanidad desde el monolito prehistórico hasta
los días del mañana.
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