Introducción Con la caracterización de la Arquitectura Latinoamericana que hiciera Marina Waisman en 1989 se abre quizá un nuevo modo de interpretar el proceso seguido por la modernidad en nuestra región. La importancia de ello radica no tanto en la búsqueda de un discurso auténtico para la Arquitectura Latinoamericana, tarea que Browne, Fernández y otros ya habían comenzado con anterioridad; sino en un reclamo “anticipado” a fin de reconocer una particularidad en la manera cómo se ha desarrollado el proceso civilizatorio. Bajo ésta mirada ya no cabe referente ajeno al mundo. En los últimos diez años se da inicio a una serie de “construcciones” teóricas desde la ciencia social para fundamentar un devenir particular a América Latina. La arquitectura, como manifestación cultural, se inscribe en dicha construcción. Eso es precisamente lo que intenta entrever este ensayo. La temática del “proceso modernidad en Latinoamérica”, hecha teniendo como base el trabajo de Renato Ortiz y adaptado a un idioma arquitectónico, explica lo que hace no mucho era antítesis: el inicio de una tradición de una modernidad para nuestra América. El tercer punto se sitúa en la tradición moderna para explicar y direccionar el proceso de la globalización, como hecho inevitable e irreversible, no es del todo negativo. La positividad radica precisamente en la globalización de nuestra siempre negada localidad. Con ello la identidad deja de ser un tema necio para volverse un factor intrínseco a lo “humano”. Con estas dos nuevas realidades, lo tradicional moderno y redefinición de la identidad, es posible tantear un esbozo para una estructura metodológica que explique sobre la “marcha” el futuro devenir de la “otredad” o “propiedad” de una arquitectura moderna latinoamericana. Básicamente dos son las tareas que se plantean como antídoto al abstraccionismo y conceptualización vacía de significados: transdisciplinadidad para con otras ciencias y como método para ello, el desarrollo analítico en la incursión histórica crítica y teórica. Desde esta perspectiva, el pensamiento filosófico latinoamericano contribuye en ello. 1 1. El proceso “modernidad” en Latinoamérica: la tradición pre-industrial. El proceso de la modernidad en América Latina no solo significó un nuevo tipo de organización u orden a nivel macrosocial, sino también una “narrativa”, una concepción referencial del mundo que se articula con la presencia real o (generalmente) idealizada de elementos diversos: urbanización, tecnología, ciencia, industrialización, etc. La modernidad en Latinoamérica va a surgir a partir de un umbral previo, de una configuración social formada y asentada durante el proceso colonizador y los primeros siglos anteriores al iluminismo, es decir, una síntesis históricamente madurada en el contacto entre el colonizador, los pueblos indígenas y, en el caso de muchos países, del trabajo esclavo del negro africano1. En América Latina, el contacto entre colonizadores e indígenas crea una nueva tradición, distinta de los países centrales y del pasado precolombino. Esta tradición social madurada en muchos casos (como el nuestro) durante tres siglos, es lo antecedente a los primeros intentos de industrialización. Obviamente aquí hubieron varios rasgos en la configuración social preindustrial, rasgos cuya presencia fueron determinantes en el desenvolvimiento de los primeros pasos hacia la aplicación científica y técnica de la modernidad. Principalmente estos fueron: Mestizaje: Con el proceso colonizador, las antiguas formas de organización social fueron sustituidas por otras, sin embargo, no se trata de formas "puras" sino de mezclas étnico-culturales, dando origen a una población mezclada y a una clase intermedia de mestizos.2 Es decir, existe un proceso de sincretismo. El sincretismo consiste en unir los pedazos de las historias míticas de dos tradiciones diferentes en un todo que se ordena en un mismo sistema.3 En cierta forma, se puede decir metafóricamente, que América Latina es un lugar de sincretismo. Las formas culturales de los imperios conquistadores, por lo tanto, Renato Ortiz, “América Latina. De la modernidad incompleta a la modernidad-mundo”, ensayo tomado de Etcétera, política y cultura en línea, 2000. URL: www.etcetera.com.mx/2000/381/ensayos.html 2 Es necesario recordar que el proceso de mestizaje no se limita a su versión racial sino que, en el contexto de la situación colonial, se reapropian creencias, comportamientos e instituciones. 3 Roger Bastide, 1970. Citado por Renato Ortiz en ídem. 1 2 han sido "aclimatadas" al nuevo medio social. El proceso de mezcla es parte constitutiva de estas sociedades. Configuración social jerarquizada: El proceso de sincretismo americano es amplio y generalizado pero no se realiza al azar. El orden colonial atribuye a las diversas culturas en contacto una posición diferenciada de poder fortaleciendo una pirámide socialmente jerarquizada que separa colonizadores, indígenas y negros. Eso significa que América Latina está profundamente marcada en su historia por las instituciones esclavistas y serviles, discriminación legitimada y sacramentada por la religión católica, pues en tanto vínculo entre las clases sociales y los individuos, sea en su vertiente más intelectualizada o popular sincrética, el catolicismo actúa como cemento ideológico de este orden social colonial.4 La entrada en la escena del pensamiento ilustrado a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se contrapone al conservadurismo vigente y al catolicismo tradicional. El ideario revolucionario se constituyó así en un complejo de ideas, un conjunto de imágenes, que sirven de guía de acción y de práctica política.5 Sin embargo, esas ideas no se imponen por sí solas, sino que se traducen y “adaptan” de acuerdo con los intereses y las conveniencias locales. Los referentes extranjeros: Los ideales políticos iluminístas pretendían hacer de iberoamérica un espacio políticamente unificado, no obstante, en la realidad prevalecen los intereses de los sectores locales. Sucede que los Estados nacionales se construyen a partir de estas organizaciones coloniales previas. Ese es el momento cuando la problemática de la modernidad, por primera vez, se impone a los latinoamericanos.6 Las revoluciones nacionales redefinen los parámetros de las sociedades latinoamericanas. España y Portugal, por mantener sus estructuras feudales, dejan de ser un patrón de referencia, que es sustituido por otro: Francia e Inglaterra y, a fines del siglo XIX, Estados Unidos encarnan un nuevo tipo de organización social. No es tanto la especificidad nacional de 4 Ídem. Ídem. 6 Ídem. 5 3 esos países lo que cuenta sino la realización de la modernidad en tanto forma de configuración social7. Mientras que en los nuevos países referentes la emergencia de la nación está íntimamente asociada a la consolidación de la modernidad, en el caso latinoamericano encontramos una disociación de esos dos movimientos. Durante el siglo XIX se sueña con la revolución industrial pero ésta sólo se concretará en el siglo XX, momento cuando las sociedades latinoamericanas efectivamente se modernizan. En este sentido, hay un desfase entre el ideal buscado y la realidad alcanzada. Cada país, al imaginar su identidad nacional, tenía como referencia obligatoria lo que pasaba en Europa o en Estados Unidos. 8 2. El proceso “modernidad” en Latinoamérica: el ingreso a la industrialización. En América Latina el mestizaje es visto por la élite dominante (cultura letrada) como un obstáculo, una traba, algo que debe ser superado. La modernidad periférica sólo podía, por lo tanto, expresarse como un simulacro de la modernidad europea.9 Así, existe en América Latina, sobre todo a finales del siglo XIX y comienzos del XX, un profundo pesimismo en relación con la modernidad. Ese es el momento cuando proliferan las interpretaciones raciológicas o racistas que, de una manera fatalista, buscan comprender el destino de las naciones latinoamericanas. El cruce racial, la mezcla, es en este sentido un problema y no una virtud, pues inevitablemente contribuirá a la degeneración de las cualidades indiscutibles de la civilización blanca.10 Esta visión negativista comienza a alterarse a comienzos del siglo XX. Desde diferentes construcciones teóricas el proceso de mestizaje en América Latina es valorado en cuanto positividad. Esta reorientación del pensamiento latinoamericano corresponde a transformaciones profundas de la sociedad: reforma agraria, 7 Ídem. Ídem. 9 Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. 10 Renato Ortiz, “América Latina. De la modernidad incompleta a la modernidad-mundo”, ensayo tomado de Etcétera, política y cultura en línea, 2000. URL: www.etcetera.com.mx/2000/381/ensayos.html 8 4 industrialización, urbanización, racionalización del aparato del Estado, redefinición de la noción de trabajo. Dentro de este contexto también las manifestaciones de cultura popular, antes vistas como señales de barbarie, son redefinidas en tanto "raíces" nacionales, es decir, son valoradas como símbolos potenciales de construcción de la identidad nacional.11 Valorar la modernidad como positividad no significa, sin embargo, obtenerla. En América Latina la modernidad es siempre un proyecto una utopía, algo que pertenece al porvenir. En los países ya industrializados el modernismo plantea la cuestión de la forma artística como una adecuación a la propia transformación de la sociedad, por el contrario, en América Latina el modernismo existe pero sin modernización. Los artistas latinoamericanos tenían la intención de ser modernos, pero su propuesta, lejos de ser palpable, era un proyecto. La recuperación de la cultura popular fue la manera que encontraron los artistas para expresar los ideales vanguardistas y el proyecto de construcción nacional. El artista es un intelectual "comprometido" cuyo compromiso con el destino nacional se encuentra expresado en su texto, su pintura, su poesía. Lo "moderno" es así anunciado en el arte, pero su realización efectiva está desfasada en el plano temporal.12 Se puede decir lo mismo de la teoría desarrollista donde el desarrollo fue implantado, jamás desarrollado ni mucho menos adaptado. La riqueza material prometida a nuestros pueblos por el proyecto de la modernidad solo era visible en un futuro, así, la actitud acritica era parte de esa promesa. Expresada entre el pensamiento conservador y la cuestión nacional, la modernidad fue asumida como un valor en sí, sin que para eso fuese necesario cuestionarla. Deriva de ahí una actitud ambigua en relación con la tradición. Ella es simultáneamente fuente de identidad y obstáculo que debe ser superado. 13 La antinómia tradicional-identidad/moderno-modernidad, intrínseca a la teoría de la modernización, asociada a la noción de etapas, de alguna manera se adecua a la expectativa de un desfase temporal del "atraso" latinoamericano. El meollo de la cuestión es cómo comprender la problemática latinoamericana no como desfase 11 Idem. Idem. 13 Idem. 12 5 temporal, sino como una modernidad adecuada -como concepto histórico- a las circunstancias14 surgida del “respectus” -miramiento, consideración, observación atenta- de nuestra realidad.15 Eso implica admitir la existencia de una cierta originalidad en el proceso de realización de las modernidades latinoamericanas, lo que necesariamente nos lleva a revisar la noción del patrón referencial de modernidad. Este es el reclamo que hace Marina Waisman cuando pregunta: ¿no será el momento de definir la modernidad “apropiada”, no solo para nuestros pueblos, sino, de un modo más general, para las circunstancias de la historia contemporánea?16 La matriz (modernidad) no se confunde con una de sus realizaciones históricas, la europea; ésta es sólo la primera cronológicamente pero no la única ni su forma más acabada. Las comparaciones deben hacerse tomando como punto de partida la diferencialidad de esas modernidades y no un futuro incierto en el cual todas estarían reflejadas.17 Con los cambios de la segunda posguerra, la industrialización en América Latina se efectivizó en la medida en que era necesaria para la reconstrucción. Las décadas siguientes a 1960 significaron para Latinoamérica el ingreso a la modernidad en cuanto a su obtenimiento real aunque no general. García Canclini enumera hechos que indican un cambio estructural de los países latinoamericanos: un desarrollo económico más amplio y diversificado, la ampliación del mercado de bienes culturales, consolidación y expansión del crecimiento urbano a partir de los años 40, introducción de nuevas tecnologías de comunicación, avance de movimientos políticos progresistas. Tal vez el mejor ejemplo de esos cambios sea la llegada de las industrias culturales. En este sentido, la noción misma de la cultura popular se modificará. En los 30, 40 y 50 lo popular se encontraba íntimamente asociado a la idea de raíces locales Marina Waisman, “Para una caracterización de la arquitectura Latinoamericana”, IV Encuentro de Arquitectura Latinoamericana, México, Mayo-Junio 1989. 15 Cristian Fernández Cox, “Hacia una Modernidad Apropiada: obstáculos y tareas internas”. Ídem. 16 Lo “apropiado” aquí se debe interpretar ahora como “diferente”. Cabe aclarar que esta visión de la modernidad en cuanto a su trayectoria histórica es temprana a la mayoría de razonamientos sociales y antropológicos de la actualidad. Marina Waisman, “Para una caracterización de la arquitectura Latinoamericana”. 17 Renato Ortiz, “América Latina. “De la modernidad incompleta a la modernidad-mundo”, ensayo tomado de Etcétera, política y cultura en línea, 2000. URL: www.etcetera.com.mx/2000/381/ensayos.html 14 6 (nacional o regional). Cultura popular significaba tradición. La industrialización de los bienes de consumo redefine lo popular en términos de modernidad.18 Las industrias culturales introducen además nuevos estilos-de-vida, lo que significa la emergencia de nuevos patrones de sociabilidad y de legitimidad cultural. Las industrias culturales redefinen, por lo tanto, el panorama cultural latinoamericano. Se puede decir que se levanta en América Latina una "tradición de la modernidad".19 Entendida esta en un sentido antropológico, es decir, “la cultura de lo cotidiano”. En dicha “tradición” se insertan patrones y referencias -técnicas y sociales- que orientan la conducta y las aspiraciones de los individuos. La modernidad se vuelve así algo presente, un imperativo de nuestros días, y ya no más una promesa deslocalizada en el tiempo.20 3. La redefinición de identidad latinoamericana en la globalización. El tema de la modernidad es mucho más complicado en la actualidad, pues, si en Latinoamérica ya puede entreverse un tradición moderna, es cuando esta tradición se hace visible que ingresa un nuevo vocablo: la globalización. Culturalmente se trata del tránsito de identidades nacionales y modernas, de base territorial, a otras de carácter transterritorial. En dicha transterritorialidad interactúan simultáneamente actividades económicas y culturales dispersas, generadas por un sistema de múltiples centros donde no importa el punto geográfico desde donde se actúa, sino la velocidad con la cual se recorre el mundo.21 Según García Canclini22, el proceso de globalización en América Latina, en su dimensión cultural, ha conllevado a cuatro grandes transformaciones: 18 Ídem. Renato Ortiz, 1988. Citado por el mismo autor en Ídem. 20 Ídem. 21 M. Carvajal , J.M. Gordillo S. "La propagación de bienes culturales latinoamericanos en los albores del siglo XXI. Tiempos de Globalización y Nuevos Paradigmas de Políticas Culturales”. URL: www.esumer.edu.co/ponencia.html 22 Néstor García Canclini, Consumidores y Ciudadanos, Conflictos Multiculturales de la Globalización. Ed. Grijalbo, México, 1995. 19 7 Predominio de las industrias electrónicas de comunicación sobre las formas tradicionales de producción y circulación de la cultura, tanto de élite como popular. Incremento del consumo cultural privado y a domicilio (radio, disco, televisión, video, Internet) que desplaza el consumo de los equipamientos públicos (teatros, cines, bibliotecas, casas de cultura y salas de conciertos). Redistribución de responsabilidades entre Estado e iniciativa privada respecto a la producción, financiamiento y difusión de los bienes culturales, que generan transformaciones en el contenido y los mensajes produciendo un cambio en los patrones de consumo masivo. Disminución del papel de las culturas locales, regionales y nacionales vinculadas a territorios e historias particulares, en beneficio del aumento de los mensajes generados y distribuidos a través de los circuitos transnacionales. De esta última transformación, ósea, el no confinamiento de lo globalizado en lo nacional, lleva a la modernidad a otros significados. El antiguo vínculo que identificaba modernidad y nación ha sido en mayoría superado, las diferencias producidas nacionalmente están ahora en parte atravesadas por un mismo proceso: la globalización. La modernidad se vuelve así “modernidad-mundo”, es decir, las múltiples modernidades ya no serían sólo una versión historizada de una misma matriz (la europea)23, a ellas se agrega una tendencia integradora que desterritorializa ciertos "ítems" para agruparlos en tanto unidades mundializadas. 24 Pero este hecho debe ser visto como un fenómeno antiguo, parte de aquel proceso cultural y civilizador de interrelación mundial y no como una ruptura. Si es visto como proceso cultural, la globalización es un nuevo aporte de los avances tecnológicos para la redefinición de la identidad. Por el contrario si la globalización es entendida solo como una ruptura, ésta constituirá un fenómeno homogenizante. Es decir, si por un lado acentúa diferencias del proceso civilizador contribuyendo a la riqueza cultural, por otro lado, tiende a la homogenización por la aceleración de lo 23 Mas aún cuando los mismos historiadores europeos subrayan que la modernidad allí no es un proceso unitario ni coherente sino híbrido y disparejo. 24 Renato Ortiz, “América Latina. De la modernidad incompleta a la modernidad-mundo”, ensayo tomado de Etcétera, política y cultura en línea, 2000. URL: www.etcetera.com.mx/2000/381/ensayos.html 8 moderno en sí mismo. El fenómeno de la globalización junto a su vertiente económica neoliberal impone patrones económicos, tecnológicos y culturales alimentando las diferencias sociales con beneficios que llegan solamente a una parte de los ciudadanos, favoreciendo así las migraciones, la dependencia y en el campo artístico: la copia banal e impropia25. Esta forma de practicar la globalización, en cuanto a la homogenización cultural es lo contrario a la cultura dada por identidad. No obstante, la redefinición de la modernidad en cuanto a su transterritorialidad y diferencialidad contribuye, como ya se dijo, al proceso civilizador. Proceso en el cual, la identidad también es redefinida por la resistencia de la localidad. En ese sentido, la identidad cultural de la experiencia de la globalización tiende a ser identidad “sociocomunicacional”26, ligada fuertemente a los circuitos socioculturales de la región: lo étnico, lo regional, lo patrimonial y lo popular. Se trata de una ciudadanía-mundo que posibilite articular selectivamente lo cultural desde lo local, lo nacional y lo internacional. Es un actuar profundamente local y poder pensar globalmente.27 En aras de la resistencia hacia la homogenización, en América Latina, la operatividad de la ciudadania-mundo de una modernidad vigente, deberá argumentar la identidad latinoamericana señalando la adecuada relación de la utopía28 con lo empírico, como forma de superar tanto el utopismo como la muerte de las utopías, así como las diferencias entre las nociones de vigencia y validez29 desde el punto de vista cultural30, como antídoto al pragmatismo en su vertiente neoliberal y por lo tanto homogenizante. Esta nueva operatividad del símbolo-identidad latinoamericano en el nuevo contexto de la modernidad-mundo fundamenta la pluralidad y la diferenciación Felicia Chateloin S, “De la globalización a la integridad en la conservación del patrimonio construido”, resumen de ponencia IX SAL. San Juan de Puerto Rico, agosto de 2001. 26 M. Carvajal , J.M. Gordillo S. "La propagación de bienes culturales latinoamericanos en los albores del siglo XXI. Tiempos de Globalización y Nuevos Paradigmas de Políticas Culturales”. URL: www.esumer.edu.co/ponencia.html 27 Ídem. 28 “La utopía es el referente trascendental desde el que analizar y evaluar lo real en la perspectiva de construcción de lo posible. Lo imposible es así condición para imaginar, pensar y realizar lo posible, el referente utópico es condición de un realismo crítico que al neutralizar la ilusión de realizar lo imposible, maximiza las posibilidades humanas evitando los efectos perversos ultraintencionales”. F. Hinkelammert, Crítica a la razón utópica. DEI, 2ª ed., San José, Costa Rica, 1991. 29 Distinción que argumenta Sambarino “entre lo que en un universo cultural está vigente y lo que en él es valioso”, es decir, “entre el orden de lo que es según valores y el orden de lo que es valioso que sea”. Mario Sambarino, Investigaciones sobre la estructura aporético dialéctica de la eticidad. Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, 1959. 30 Yamandú Acosta, “Globalización e identidad latinoamericana”, Página Latinoamericana de Filosofía, 1997. 25 9 como criterio para discernir ideas, instituciones y sistemas local y regionales reales en detrimento de lo nacional abstracto. Esa seria entonces la posmodernidad en Latinoamérica. 4. El desarrollo del pensamiento latinoamericano como aporte a la arquitectura La explicación e interpretación, así como la puesta en escena de diferentes criterios interpretativos y operativos en el desenvolvimiento latinoamericano dentro del proceso de la modernidad, ha sido construido desde diversas disciplinas como la sociología, la politología o la antropología. Sin embargo, es desde el campo precedente a toda “construcción” teórica, es decir, desde el pensamiento y la materia que lo convoca, la filosofía, donde se han dictado los nuevos rumbos que han hecho del devenir latinoamericano un lugar de similitudes tanto prácticas como discursivas. Lo que ha sucedido es que el pensamiento siempre ha sido el antecedente a cualquier manifestación -ya sea esta propia o importada- de la cultura de un país o en este caso de una determinada región. La arquitectura latinoamericana, si bien es cierto, no tiene una tradición discursiva –esta recién ha sido iniciada a finales de siglo XX- si se practicó en función de condiciones que determinaron y aún determinan su producción. Por esta razón se cree necesario hacer una lectura no solo de los rasgos característicos sino del proceso histórico seguido por el pensamiento latinoamericano desde el siglo XX, el cual es a su vez el “punto de partida”31 de distintos seguimientos históricos de la arquitectura latinoamericana. Si nos acercamos a los rasgos caracterizantes del pensamiento latinoamericano32, encontraremos, como es obvio, similitudes con los rasgos que han determinado el devenir de la práctica arquitectónica: Ausencia de una larga tradición propia que implicó también una ruptura con el pasado pre-colombino. 31 Los pocos estudios históricos de la arquitectura latinoamericana son principalmente del siglo XX. Ejemplo de ello son los textos de Ramón Gutiérrez: Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX y de Enrique Browne: Otra arquitectura en América Latina. 32 Betancourt, Gaillard, Padilha, Rabossi, N. Rodríguez, Z. Rodríguez, Salmeron, Santamaría, Serrano, Soler, Vázquez, Vial, Wiggins, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Lima. La enseñanza, la reflexión y la investigación filosóficas en América Latina y el Caribe. Ed. Tecnos, Madrid, 1990, pp. 15-17. 10 Mimetismo, es decir, asimilación y adopción de influencias y orientaciones occidentales, en la que ninguna ha sido dominante dando lugar a un eclecticismo no siempre coherente. Desarrollo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, de actitudes por una mayor autonomía y autenticidad. Similar esquema de desarrollo –aunque con particularidades nacionales- en los diversos países de la región. Presencia de un retardo decreciente y una aceleración creciente33, ganando un estado de contemporaneidad “a la altura de los tiempos”. Pero no son tanto los rasgos característicos los que convocan a una revisión en cuanto a la similitud del pensamiento con la práctica arquitectónica latinoamericana, sino que es precisamente este desenvolvimiento procesual el que se tomará como iniciativa para que, de acuerdo con el carácter antecesor de la filosofía y del pensamiento, se enfoquen nuevos métodos para una operatividad teórica actual en la arquitectura latinoamericana. Si revisamos las construcciones históricas del pensamiento latinoamericano contemporáneo, notaremos como las temáticas y métodos actuales de la filosofía son el siguiente paso para el discurso teórico, histórico y crítico de la arquitectura. Así, la práctica antipositivista (el positivismo fue la expresión ideológica de la expansión del capitalismo y el imperialismo) y los planteamientos anarquistas y socialistas de finales de siglo XIX e inicios del XX corresponden al nacionalismo del arte y la arquitectura “comprometida”, así como la práctica académica de los “neos” en el afán por “rescatar” las “raíces tradicionales” configurantes de “identidad nacional”, todo ello visto en los años 20 y 30. Un segundo momento del desarrollo filosófico hace explicita la necesidad de un proyecto auténtico latinoamericano en el que se vislumbra la posibilidad real de que América Latina deje de ser sólo un reflejo pasivo de occidente.34 Esta etapa, iniciada a 33 Augusto Salazar Bondy, ¿Existe una filosofía en nuestra América?, Siglo XXI, México, 1968, p. 36. Betancourt, Gaillard, Padilha, Rabossi, N. Rodríguez, Z. Rodríguez, Salmeron, Santamaría, Serrano, Soler, Vázquez, Vial, Wiggins, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Lima. La enseñanza, la reflexión y la investigación filosóficas en América Latina y el Caribe. Ed. Tecnos, Madrid, 1990, p. 19. 34 11 partir de los años 30 adoptó la fenomenología35 y el existencialismo36 que explica, de alguna manera, la inclinación de la arquitectura en búsquedas propias y autenticas de lógicas vivenciales y existenciales que, como dice Browne, se desarrollaron después del intervalo 1940-1945. Una tercera etapa iniciada a partir de los 60, se encuentra ya en un proyecto auténtico y se caracteriza por la búsqueda de una sólida formación filosófica y eventualmente científica. Esta etapa del pensamiento latinoamericano es receptivo al empirismo lógico y la filosofía analítica, cultiva la lógica moderna, el análisis histórico-social de la realidad latinoamericana, así como también estudia la historia de las ideas37. Un desarrollo en ese sentido de la arquitectura latinoamericana se puede entrever en parte, a partir de la década de los 80 con la creación de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL), aportes teóricos como el de Enrique Browne38 con la dialéctica espíritu de lugar/espíritu del tiempo o Cristian Fernández Cox39 con la dialéctica endógena/exógena en pro de “lo apropiado” en la modernidad latinoamericana. No obstante, el desarrollo en ese sentido es incipiente, mas aún si tomamos en cuenta que es a partir de la producción teórica “ajena” como “La condición posmoderna” de Lyotard o “El regionalismo Crítico” de Frampton que se refuerzan e inician propuestas “propias” o “apropiadas”. 5. El desarrollo de la “tercera etapa” en la arquitectura latinoamericana. Con el respaldo teórico de Kenneth Frampton, la crítica de arquitectura latinoamericana, tomó el camino de lo que éste crítico e historiador denominara en su “Historia crítica de la arquitectura moderna”40, el regionalismo crítico. 35 Estudio filosófico de los fenómenos, que consiste esencialmente en describirlos y en describir las estructuras de la conciencia que tiene que ver con ellos 36 Doctrina que se interroga de la noción de ser a partir de la experiencia vivida por el hombre. 37 Betancourt, Gaillard, Padilha, Rabossi, N. Rodríguez, Z. Rodríguez, Salmeron, Santamaría, Serrano, Soler, Vázquez, Vial, Wiggins, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Lima. La enseñanza, la reflexión y la investigación filosóficas en América Latina y el Caribe. Ed. Tecnos, Madrid, 1990, p. 19. 38 Enrique Browne, Otra arquitectura en América Latina. Ed. GG, México, 1988. 39 Cristian Fernández Cox, “Hacia una modernidad apropiada: obstáculos y tareas internas”. 40 Kenneth Frampton, Historia crítica de la arquitectura moderna, Ed. GG, Barcelona, 1981 (2000), Págs. 318-332. 12 El regionalismo crítico, concepto desarrollado a principios de los años 80, marcó el inicio de una aceptación más extendida en cuanto a la necesidad de desarrollar una cultura arquitectónica crítica en oposición a formas de dominación universal 41 que hasta entonces solo había sido reclamada por unos pocos y en ciertos periodos. A partir de allí, básicamente se han reforzado o iniciado los principales reclamos hacia una arquitectura de América y para América: Enrique Browne en “Otra arquitectura en América Latina” se basa en una construcción histórica de la arquitectura latinoamericana, a partir del siglo XX, para explicar que en la producción de ésta ha existido, desde el ingreso de la arquitectura moderna, una constante tensión entre el espíritu de la época, como parte de un proceso universal de civilización intrínseca a toda cultura; y el espíritu del lugar, como el arraigo de toda cultura a la vivencia existencial particular de cada pueblo por sedimentación histórica. La “otredad” de la arquitectura latinoamericana desarrollaría, en su práctica, una correcta dialéctica de dicha tensión a partir de un proceso de maduración. Cristian Fernández Cox, por su lado, apela también a una actitud dialéctica entre los procesos endógenos y exógenos que la operatividad de la identidad debe seleccionar a fin de construir teorías propias para nuestros problemas inéditos, y apropiar o adecuar teorías externas, cuando y en las dimensiones en que, la experiencia ajena convenga a nuestra realidad.42 En pocas palabras, este autor, encarga a la función critico reguladora de la identidad construir una modernidad propia y apropiada en América Latina. En función de los aportes de los autores anteriores y de una manera más “apropiada”, Marina Waisman, se sustenta en la trayectoria del significado de la modernidad para que, de acuerdo con su rol civilizador, se transforme a las nuevas condiciones globales y a las diferentes condiciones de la regionalidad y la localidad existente en América Latina. En consecuencia concibe o entiende, además de modo ideológico, la modernidad como un proyecto inacabado, en constante transformación en el tiempo y acaso infinito. Aunque para arquitectos como Augusto Ortiz de Zevallos ello solo “fue un modo de hacer sitio a pasajeros de segunda clase”. Conversación con el autor, enero del 2002. 42 Cristian Fernández Cox, “Hacia una modernidad apropiada: obstáculos y tareas internas”. 41 13 De manera general, la práctica crítica y teórica de lo latinoamericano en la arquitectura puede ser inscrito en el debate que desde 1989 hasta mediados de los 90 sostuvieron dos arquitectos venezolanos a propósito del presente y futuro de la arquitectura en ese país.43 No obstante, el ámbito de la polémica se trasladó, como ha sido frecuente, a lo latinoamericano. Por un lado, Juan Pedro Posani plantea la condición de espectadores de la cultura ajena y la poca capacidad creativa que manifiestan la mayoría de los arquitectos. A su ves propone la posibilidad de encontrar salida a este problema basados en razones sólidas, compartidas, elementales y lógicas: el clima, el paisaje, los materiales y las formas constructivas. Aquí Posani reafirma sus inclinaciones existencialistas y, en consecuencia, retoma el realismo como bandera y se preocupa por el asunto de la identidad.44 Por otro lado Alberto Sato, ubicado más desde la óptica de la diversidad que desde la unicidad, manifiesta de entrada la inutilidad de construir cualquier gran relato de la arquitectura latinoamericana en torno a algún punto posible de confluencia. Su insistencia, mas que en desviar la mirada hacia los elementos del paisaje, el clima, los materiales o las formas constructivas es la de ubicarnos en la esfera de la calidad de los hechos creativos y dentro del complejo tejido de realidades externas y propias.45 En resumen, lo que se discute y se ha discutido en los últimos años es una cuestión metodológica sobre cuáles deben ser los instrumentos y actitudes para un verdadero acto creativo, autónomo y auténtico en el quehacer arquitectónico latinoamericano. En vista de la consecución de estos rasgos como forjadores de una tradición-arquitectónica latinoamericana aquí se plantean dos cuestiones fundamentales en todo desarrollo teórico: La apertura hacia la transdiciplinariedad: es decir, la necesidad de empezar a desarrollar arquitectura en contacto más cercano con otras disciplinas. Así, la arquitectura, además de estudiar lo que siempre ha estudiado, debe extenderse o 43 Dicho debate fue compilado y ordenado cronológicamente para luego ser editado bajo el titulo: Debate y disquisiciones sobre el anón y el cambur. Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, 2000, 121 pp. 44 Abner J. Colmenares G, “Colección Ensayos Criticos sobre la Arquitectura Latinoamericana: una presentación”. Ídem. 45 Alberto Sato, “Una lectura caníbal” en Arquitectura Hoy, nº 87, Economía Hoy, Caracas, 19 de noviembre de 1994. 14 cuando menos abrirse hacia un entendimiento reflexivo para con materias que de alguna manera intervinieron, intervienen o intervendrán tanto en el quehacer edilicio como urbano: ciencia social, sicoanálisis de la sociedad, economía, tecnología informática, ecología o nuevas teorías físicas y químicas que explican la dinámica de los entes biológicos en general. Un desarrollo teórico, histórico y crítico desde la metodología analítica: esta propuesta de enfoque para pensar, proponer y hacer arquitectura latinoamericana ha sido recogida, como ya se ha expuesto en el seguimiento histórico de la filosofía latinoamericana, a partir de la evolución del propio pensamiento latinoamericano. Es decir, el quehacer arquitectónico debe mostrar una clara vocación por el rigor y la seriedad en el trabajo teórico, critico e histórico. La utilización de terminología clara, el uso correcto de la lógica argumentativa y la suficiente información al abordar temáticas científicas46 constituyen las principales características de esta metodología. En este sentido, valioso es el último aporte que hace el argentino Roberto Fernández. Este autor, desde el pensar en relaciones47, reclama que seamos capaces de interpretar globalmente el proceso general del presente histórico, en donde intervienen factores claves en el asentamiento humano: territorio, ciudad, arquitectura y sociedad. De allí, propone: a) la formulación de contenidos de forma social con el fin de defender y aquilatar lo público en la globalidad impersonal, b) identificar pieles que densifiquen contenidos de lenguajes y opciones de tecnología adecuada para entender y dar a comprender el actuar en una sociedad fracturada con un discurso cultural y con tecnologías apropiadas, c) proponer recintos de urbanidad que recalifiquen a la ciudad segregada en la ciudad dualizada, y; d) desarrollar interfases de cultura/naturaleza cuestionantes de la anomia desterritorial con elementos de cultura material. 6. Reflexiones finales 46 Estos rasgos metodológicos han sido adaptados a partir de la caracterización que hace Francisco Miró Quesada cuando explica la metodología analítica de la filosofía latinoamericana. “Filosofía Norteamericana, Filosofía Latinoamericana, Divergencias, Convergencias” editado en El Trabajo Filosófico de Hoy en el Continente. Coord. Carlos B. Gutiérrez. Ed. ABC, Bogotá, 1995, p. 297. 47 Roberto Fernández, “Critica Máxima de los Proyectos Mínimos: de la modernidad imperfecta a la globalización salvaje”, ponencia presentada en el VIII SAL celebrado en Lima en Agosto de 1999. 15 Debemos tener en claro en adelante, que ya no se trata de hacer arquitectura “con identidad latinoamericana”. Ha pasado que el hecho de "querer hacer" no ha llevado sino a una producción poco inteligente. Algo que los "dueños de la historia"48 aprovechan muy bien para traer sus ismos y fundamentar actitudes acríticas sobre una América que pretenden homogénea. Se trata mas bien de, como dijo Zea 49 a propósito de la filosofía latinoamericana, "hacer arquitectura sin más". Lo que no significa que los arquitectos “comprometidos” dejen de existir. Se hace este planteamiento con la certidumbre de una modernidad exclusivamente latinoamericana. Con una modernidad integrada a nuestro proceso evolutivo a lo largo de casi todo el siglo XX, en la que ya muchos pensadores han coincidido en gran parte alcanzada. Una modernidad, y esto es lo más importante, reforzada con la fragmentación de la condición posmoderna europea que le ha dado reconocimiento (por nosotros mismos por supuesto) y autenticidad; así, como nos ha hecho comprender varios fenómenos (o barbaries) particulares que "la cultura letrada" creía un trauma infantil y por lo tanto incurable. Nuestra modernidad, es la posmodernidad de los europeos y a la ves es la posmodernidad de nosotros mismos. Es decir, siguiendo con el análisis de la trayectoria de la modernidad que nos explica Marina Waisman50, es un "estado" de las nuevas condiciones que nos introdujeron los medios comunicacionales y su consiguiente globalización. Dicho "estado" es parte de un proceso cultural que no se ha detenido hasta ahora. Este estado que a la vez es dinámico, explica lo que varios sociólogos y antropólogos denominan “modernidad-mundo”. Es decir, la modernidad de lo localglobalizado, el estado civilizatorio diferenciado de cada fragmentación posmoderna, que a la ves se interrelaciona, según sus similitudes o complementariedades, con otros fragmentos todos ellos, especificados por su locus. Que son los que pregonan el “fin de la historia” y de paso la homogenización del capitalismo mercantilista. “Lo que debemos hacer en América Latina es filosofar sin más”. Frase que Leopoldo Zea sostuviera en una polémica con Salazar Bondy a propósito de una filosofía auténticamente latinoamericana. 50 Marina Waisman, “Para una caracterización de la arquitectura Latinoamericana”, IV Encuentro de Arquitectura Latinoamericana, México, Mayo-Junio 1989. 48 49 16 De aquí entonces, “la arquitectura sin más” es la que salga de cada fragmento conformante de la multiculturalidad latinoamericana. La actitud critica, el sostenimiento teórico y el seguimiento histórico iniciado en la década de los 80 en el quehacer arquitectónico latinoamericano ya dejó en claro la necesidad de arquitecturizar de acuerdo a la realidad y a las condiciones naturales. Los que hagan o quieran hacer “buena arquitectura” ya tienen presente ello. Estos arquitectos, debido a su “hacer o querer hacer”, se desenvolverán por más tiempo dentro del caracterizado realismo existencial ya sea pragmático o mágico que deberá reforzarse con la experiencia empírica. Experiencia empírica también significa esa apertura a la transdiciplinariedad. El contacto de la arquitectura con la dinámica urbana y sus nuevos fenómenos: desterritorialización, descentramiento, desurbanización. Fenómenos urbanos que han sido motivo de investigación y experimentación por parte de antropólogos y científicos sociales “urbanistas”. Si continuamos con la tendencia del pensamiento (filosófico) latinoamericano caeremos en la cuenta de la necesidad que nuestro siguiente paso, tanto en la teoría como en la praxis, es el análisis. El desarrollo analítico del desarrollo teórico, histórico y crítico debe llevarnos a operativizar aun más la capacidad adaptativa de la lógica identidad. El análisis, por ejemplo, nos lleva a definiciones más específicas y objetivas de lo que es identidad. Definición que deberá entenderse fuera del lenguaje arquitectónico con el fin de no manosearlo más y mucho menos usarlo como pretexto para ramplonerías nacionalistas o discursos facilistas. Así, las ciencias biológicas y sociales hacen su entrada en la escena al definir identidad, primero, como propiedad no exclusiva del ser humano y luego, como propiedad que permite a todo ser vivo diseñar sus propias estrategias de sobrevivencia, es decir, capacidad de todo ente biológico a conjugar un aspecto conservador, que facilita la conservación de su propia esencia, a la vez que adaptativo, para no excluirse del proceso objetivo de evolución del cual forma parte....ya que: el peligro de priorizar 17 uno u otro polo de esa dialéctica puede llevar a la perdida de la existencia de la propia especie.51 En ese sentido hay que tener cuidado con que la “otredad” o la “propiedad” de la arquitectura latinoamericana no se convierta en un “gran relato” que contrarreste la fragmentación de la modernidad-mundo. El pensamiento arquitectónico fundamentado en lo analítico, es decir, fundamentado en un método objetivo, minucioso e interdisciplinario con otras materias, contrarresta la vaciedad de la conceptualización y la abstracción del facilismo e inmediatismo que representa la abierta evasión52 al compromiso de pararse “un momento a pensar”. Oscar Niemeyer Iglesia de San Francisco Eladio Dieste Iglesia de la Atlántida 51 Definición que diera el físico y sociólogo alemán, Heinz Dieterich en su conferencia titulada: “Conservadoras y dogmáticas, las universidades se transformaron en iglesias”, a propósito de la ausencia de un pensamiento crítico latinoamericano. Universidad de Buenos Aires. 52 José Beingolea, “Conclusiones sobre la marcha”. Seminario de Arquitectura Latinoamericana, SPGSEFAUA UNI, agosto 2002. 18