Cuando la pájara deja el nido: Las universidades son el refugio último y digno de un estudiante Se busca el éxito internacionalizado del joven latinoamericano para un futuro prometedor en tanto estudie para lograrlo… No se le pide algo imposible. No se le exige el sobrepasar obstáculos imperecederos a los cuales nunca podrá ganar. Así, el joven dedica su tiempo, luego de salir del ambiente postmaternal de la escuela, al trabajo duro de pestañas abrasadas por la luz penetrante de una lamparilla de escritorio y el adquirir, además de mucho conocimiento, uno que otro callo en la mano o en el pie. En medio de la cotidianidad y gran merito que vive un joven universitario, se alza una pregunta al viento para cuando una pajarita se halla en su nido: ¿Está acreditada mi universidad? ¿Está acreditada mi carrera? De repente, el joven mira la pajarita en espera de una respuesta. ¿Será capaz de responder la interrogante más avasalladora para un joven este animal tan simple? Dentro de un enredado nido de conexiones nacionales e internacionales, todo estudiante universitario merece con toda razón que su sudor tenga por recompensa el prestigio de su carrera y, de paso, de su universidad, y no tanto qué becas ofrece al exterior o en cuáles lugares en las estadísticas de demanda de colegiales está posicionada “mi U”. Un nido desprotegido de los vendavales del mundo educativo y comercial queda expuesto al peligroso encuentro del suelo con todo y polluelos. Si lo huevos no han eclosionado aún, la catástrofe será mucho peor. Cuanto más joven e ignorante sea un estudiante de su universidad, más vulnerable es éste a comprometerse en una carrera sin que tenga futuro asegurado. La pájara es la encargada de dar acogida y protección desde el más fuerte de sus polluelos hasta el más débil. Un título universitario es la gansa de los huevos de oro para muchísimos estudiantes en Centroamérica y a la larga no es posible que la gansa se haga pedacitos de papel maché. Cuando un joven de una zona marginal se aventura a recorrer los (sub)mundos de la “Universidad Estatal” (sea cual sea ésta), la mente, el corazón y las manos se alistan en la presurosa ubicación de sus deberes ante el mañana. No hay tiempo que perder. Las clases son las fibras de la paja, algunas veces delgadas y frágiles, otras fuertes e imperecederas. El joven dispone sus intereses de manera tal que todo circunde en el mejor desempeño para su carrera y familia. Nunca se imaginó acompañado de paja marca McExtranjera o de los graneros Dra. Esperanza Mejor De Algo. La pájara acomoda las partes en fe de un polluelo deslumbrante como los huevos de su amiga. Pero, sucede que el nido no tiene registro en la Gerencia de Nidos Continental. Lo huevos tiemblan sin siquiera poder explicar por qué. Los más grandecitos no se sienten para volar: el nido nunca existió. Los años de esfuerzo se quedaron en las cartulinas que nunca se usaron, en las calculadoras herrumbradas por las baterías, en el papel maché que se empapó en la lluvia del martes. El joven ahora quedó en una cita formal con la pájara ya que ella le aceptó la invitación a un coloquio sobre su experiencia con el nido. La pájara no le agradó la necesidad de recapacitar aquella terrible equivocación, le dijo al joven. La paja quería sueldos más “confortables” mientras la madera del árbol no estaba en buenas condiciones. Los almuerzos no satisfacían a la mayoría, los gusanillos al pastor y lombrices a la parrilla aburrían a sus pequeños. Recordaba como el tiempo a dedicar a la notificación para la Gerencia se iba en asuntos de menor índole. Confiaba en que el arreglar los asuntos (im)perdonables del nido agilizaría los procesos de la Gerencia. De cierta forma tenía razón, pero los meses pasaron y ni la Gerencia ni los polluelos encontraban acaso las plumas de la desaparecida pájara: ¡se había ido! El joven está confundido. Intenta comprender cómo fue que la pájara se esfumó de un pequeño nido. De tal modo la pájara se frustró con tanto por hacer y tan poca ayuda de los antiguos compañeros y compañeras colaboradores de la construcción del nido, de los miembros de la paja ya abultados y sin estar de propietarios y la falta de respeto de los polluelos para con la cena que se dio unas vacaciones con el fin de extender las plumas que le quedaban en sustitución de las alas (el estrés le había desplumado parcialmente) y echó vuelo. No fue mucho, reflexionó la pájara, el volar antes de sorprenderse con la eficacia de otros nidos. Eran fuertes, anchos e, incluso, los había largos y en forma de tirabuzón, todos con entradas bien definidas y seguras para el polluelo. La pájara no resistió el alejarse de su pedacito de nido y concibió la idea de mejorar el nido; no sea que los vecinos comenten barbaridades sobre el estado del pobre nido y sus inquilinos. Resultó una gran iluminación en beneficio de los conocidos de la pájara el que ésta se preocupase en el lugar que merece el nido. El joven miró pasar sus compañeros de clase. Las muchachas de pelos rojizos y de “farmacha” se rifaban el turno de la próxima en buscar mejor universidad, carrera o trabajo y al son de la lotería sabían que la probabilidad de conseguir los tres premios era mil veces la infinitud de la próxima especie de nido en extinción. Es decir, mientras los movimientos burocráticos de coordinadores, directores y rectores continúen solapando la ineficiencia de muchos con los méritos de pocos, las chicas esperaran ganarse el trabajito a costa de una carrera insuficiente y una universidad sin futuro a comparación de sus vecinos países. En el mundo tan especial del estudiante las probabilidades no funcionan. El concepto original de una institución de educación superior unía las brechas causadas por la ignorancia y elevaba el intelecto a lo más alto. Las estadísticas no comprueban con facilidad como era el vuelo antes o después de la acreditación de los nidos circundantes al de la pájara. Lo que sí se confirmó fue la satisfacción de los polluelos al firmar sus papeles y despedirse con un gran uhhhhhuhhhhuhhh de todos los amigos, las pájaras de sus respectivos nidos, de la paja a la cual quizá nunca volverían a ver y del árbol que los acogió. Su regocijo no podía numerarse en cifras cerradas, ni en fórmulas establecidas. Aquellos polluelos dejaban sus cascaritas de pañales, los biberones escolares, las cunas colegiales para luego asumir con valor el entrenamiento riguroso de los aleteos y graznidos, frutos de una buena enseñanza nidal. Los polluelos de la pájara no eran capaces de reproducir tal emoción a la hora de marcharse. Era más bien un cierto reproche cuando eran informados del desconocimiento del nido proveniente. Su abandono le costó caro. Sus buenas intenciones no pasaron a las acciones y nuevamente quedaron todos defraudados. El joven interrumpe: “¿Y eso me espera a mí?” La pájara tuerce la cabeza y enfoca el ojo lampiño agrandando el fondo oscuro del iris: “Es muy simple. Si tú no quieres ser como mis polluelos, lucha por ser mejor cada día y por que donde te halles sea mejor también. Si de tanto insistir no hay respuesta, será la palabra ardiente del reproche que acabe fundiendo la rigidez de corazón”. Ella baja su cabeza y ladeando el torso con su patitas firmes a la rama llama con un trino. Se suspende en el aire un pequeñísimo colibrí que le dirige unas cuantas palabras a la pájara. El joven estaba apunto de despedirse cuando la avecilla le pide escuche lo que tiene que decirle. El ínfimo colibrí acaba de anunciarle que el nido ha sido aceptado por la Gerencia y que cualquiera de sus actuales y próximos polluelos puede optar por intercambios nidales y de gran prestigio nidal por mucho tiempo. “Y tú, ¿qué vas a ser ahora?” –preguntó la pájara– “podrías quedarte para festejar este gran acontecimiento en la existencia de mi nido”. El joven meditaba las palabras correctas. La alegría de los polluelos la quería para sí. Entonces se escucharon los redobles de tambor y el ondear de pesadas banderas que circulaban la plazoleta de la universidad. “La universidad espera y yo ha ella”.