El vínculo dinamizado

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El vínculo dinamizado
Inspirado en las famosas clases que impartía el Dr. Paschero cada
sábado, sus alumnos recopilan esos encuentros y nace un trabajo
titulado “La Psicología en la Facultad de Medicina” que data del año
1967. En él hallamos magistrales reflexiones de este gran hombre:
“El médico que considera al enfermo solo como un objeto es
porque también se considera a sí mismo como un objeto, por lo que
resulta lógico que haya separado el alma del cuerpo, lo psicológico
de lo fisiológico, lo espiritual de lo material, para hacer del
organismo un objeto de estudio científico, con exclusión de los
factores psicoespirituales que hace de ese objeto un sujeto
humano. En la medida que el médico haya crecido como persona
espiritual, haya concientizado en sí mismo los valores reales de la
existencia, haya madurado sus sentimientos de comunidad y
caridad, serán sus posibilidades de conocer al enfermo íntimamente
en su oculta e inaprensible subjetividad donde residen los factores
dinámicos esenciales de pathos humano”.
Para mi gusto es muy significativo este párrafo, ya que suscita una
entrañable síntesis de la agudeza en la observación del maestro y
su forma de ejercer la docencia, donde también mostraba su
carisma en la transmisión del conocimiento.
Traigo este tema del por qué el maestro le pedía a todos sus
alumnos esa introspección profunda de tipo psicoespiritual y me
pregunto por qué lo hacía; qué había descubierto el maestro Dr.
Paschero acerca de lo que sucedía en la relación médico paciente,
y que el mundo médico desconocía.
Lo primero que me viene a la mente es el famoso cuento de
Connolly que me narró mi amigo el Dr. Fernando Callejón que se
titula “El sanador herido” y cuenta la historia de un médico que
había sufrido la pérdida, en un accidente, de su esposa y su hija.
Sumido en un profundo dolor, llegó a sus oídos la existencia de una
rara historia. En una pileta llamada Betesdá, no muy lejos de donde
vivía, los ángeles bajaban una vez al día y cuando alguno con sus
alas tocaba el agua, todos aquellos que se sumergían primero se
curaban de todos sus males. Hacia allí fue este médico con su
tristeza y dolor. Cuando llegó, observó gran cantidad de gente
enferma rodeando la pileta. Esperó largas horas hasta que al
promediar la tarde bajaron del cielo varios ángeles. La multitud se
preparó para que ocurriera el milagro. Cuando uno de esos ángeles
tocó con su ala el agua, todos los hombres y mujeres salieron
corriendo a sumergirse. El médico comenzó a correr y de repente
sintió que uno de los ángeles lo frenaba con su ala y le gritaba con
firmeza: “¡Tú no!”
El médico se sintió imposibilitado de moverse. El ángel alzó su
vuelo y el médico observó cómo los paralíticos salían caminando de
las aguas y cómo los enfermos salían riendo.
Se dio vuelta y emprendió el camino de regreso a su casa. Estaba
confundido y abrumado. Solo pensaba en la dureza del ángel. “He
dado toda mi vida para curar a los que sufren y ahora que soy yo
quien necesita curarse, no me dejan.”
A los pocos pasos, un ángel lo volvió a parar y envolviéndolo con
sus alas le habló así: “Yo sé cómo te sientes, pero debes entender
algo. Tú eres un sanador y estás herido y por un tiempo serás las
aguas de Betesdá. Así te necesitamos. Por ahora ese es el pacto.
Luego podrás volar”. No muy lejos de allí lo esperaban sus
pacientes. Solo él podía ayudar. Solo él podía entender. Desde su
herida y desde su dolor.
Creo que la genialidad del Dr. Paschero era conocer e intuir que
cada uno de nosotros , de una u otra manera, había elegido esta
profesión porque en el fondo de nuestra alma somos sanadores
heridos, y que a pesar de conocer nuestra condición, el maestro
nos pedía “transformar esta herida en un proceso creativo al
servicio del prójimo y por supuesto que redundará en el propio”.
Con esto quiero decir que no hablo solamente de una enfermedad,
sino de una herida que en el médico se transforma en destino.
Ustedes se preguntarán por qué a esta altura de la historia de
nuestra nueva ciencia, la Homeopatía, que tiene apenas poco más
de 200 años, me estoy metiendo con algo tan delicado como es la
relación médico paciente y sobre todo, haciendo hincapié en esta
cuestión del médico.
Durante mucho tiempo me interrogué el porqué un paciente grave
me traía una problemática por la que de alguna manera, yo estaba
atravesando. Como sucede cuando uno cría un hijo, muchas
veces se transforma en un maestro de nuestro andar por el mundo
y nos viene a enseñar cosas que debemos aprender. Estos
pacientes a los que refiero, análogamente vienen a cuestionar
mucho de lo que estamos atravesando en nuestra vida interior.
La sincronicidad de este proceso con nuestra problemática actual
se transforma automáticamente en un interrogatorio de nuestra
propia existencia, lo que valida el trabajo con nuestro paciente como
una cuestión en conjunto y nuestra transformación va a ser crucial
en el destino de nuestro paciente.
¿A cuántos de nosotros, durante una consulta médica, nos pasa
que ante la interrupción de nuestra secretaria por pasarnos la
llamada de un paciente con un cuadro agudo, le indicamos por
ejemplo: siga con Lycopodium a la…
tanto, y de repente
levantamos la cabeza y es el mismo medicamento que estamos
indicando al paciente que tenemos enfrente nuestro, y quien,
turbado, piensa: “¿Este médico, le da el mismo medicamento a
todos?”
Este fenómeno no es una mera cuestión de la ley de atracción,
elemento en boga de la actualidad, sino que atraemos aquello de lo
profundo del medicamento que tenemos que modificar nosotros
mismos, los médicos.
Decía el Dr. Paschero “En el encuentro del médico con el enfermo,
el médico realiza el más difícil de todos los encuentros; el
enfrentamiento consigo mismo”.
Si pensamos que los médicos homeópatas usamos sustancias que
en realidad no lo son, ya que en su preparación se diluyen de tal
manera que no quedan rastros de esa sustancia, o sea van a la
nada y vuelven de ella con una potencia superior a cualquier otro
elemento medicamentoso conocido hasta la actualidad, llegamos a
la conclusión de que no usamos sustancias, sino un efecto de la
misma.
Saben ustedes que al estar por encima del número de avogadro, ya
no quedan restos de lo que se denomina sustancia, pero sí es una
potencia medicamentosa probadamente útil por nuestra experiencia
patogénetica.
Es aquí en donde me propongo explicar que en la relación médico
paciente se transfiere un efecto, de la misma manera que indicamos
una sustancia que en realidad no lo es. Se co-crea un vínculo
dinamizado potente y efectivo que opera desde el médico al
paciente y desde el paciente al médico.
Hay algo de la sustancia inconciente del médico que se pone en
conjunción con la sustancia inconsciente de nuestro paciente, y
para poner un poco de luz en este tema voy a dar un ejemplo.
Supongamos que se presenta a nuestra consultorio un paciente
cuyo motivo de
consulta es un cáncer con metástasis, y
supongamos asimismo, que la primera impresión que tenemos de
nuestro paciente es la de no tener qué hacer (quizás pensemos
esto por nuestra formación médica). Lo que vamos a transferir a la
manera de la preparación de la sustancia es esta idea. Y el paciente
en este caso no solo va recibir Lycopodium, Carsinosinum,
Pulsatilla, etc, sino este pensamiento germinal que actúa como una
creencia insoslayable de nuestra formación o deformación médica.
Esta manera de operar va a tener los mismos efectos que el
similimun que podríamos indicar. Hay que tener en cuenta que la
creencia forma en el médico estados de conciencia ampliados y son
estos que se transfieren al paciente de la misma manera que el
similimun y cumplen con los mismos efectos. Si en el caso
propuesto, mi creencia fue el derrotero pronóstico del paciente,
como consecuencia, seguramente este no tendrá un buen destino.
(Hace algunos años escribí un trabajo sobre la creencia médica y el
lugar del médico sugiero leerlo para entender esto que estoy
diciendo)
La posición del médico por el status cultural que ocupa en el
imaginario colectivo dentro de la sociedad, es un lugar en donde su
dictamen diagnóstico se traduce en una sentencia en el paciente,
inclusive en aquel caso en que el médico no abra la boca y tan solo
piense, como en el ejemplo anterior, en la irreversibilidad del
proceso. Esto reviste mucha importancia.
Como observarán, en la relación médico paciente, uno puede
transferir no solo el medicamento, sino también, frustración,
felicidad, creencias, etc.
Otra de las cosas más difíciles de hacer en la práctica de nuestra
profesión, es no juzgar el momento que atraviesa el paciente y el
motivo de su consulta. Y lo más difícil es soltar los prejuicios que
traemos de nuestra formación médica ya que este elemento es el
primero que debemos transformar para nuestra práctica.
Esto se ve de manera apreciable en lo que yo llamo EL
DESPERTAR DE LA NOCHE MÁS OSCURA DEL ALMA. En
muchas ocasiones de la vida, la enfermedad viene adosada a una
crisis que nos lleva más allá de nuestros límites y permite a un
paciente cambiar de rumbo y desandar viejas dolencias asociadas a
temores muy arcaicos, o situaciones traumáticas que el paciente
tuvo que haber atravesado. Es por esto que debemos tener en
cuenta que medicar la crisis espiritual de la noche más oscura del
alma puede ser contraproducente en el camino de la sanación de
una persona.
He visto a lo largo de mi carrera que a los médicos nos cuesta
acompañar estos procesos en nuestros pacientes y que tendemos,
no solo a eliminar los problemas físicos, sino a querer borrar el
germen de la transformación de esa noche oscura del alma, por la
desesperación que nos produce la vulnerabilidad del proceso.
El maestro Dr. Tomás Pablo Paschero le pedía a los alumnos,
dentro del trabajo de formación permanente del médico homeópata,
una profunda introspección de tipo personal, para poder tener
claridad en los procesos descriptos.
Pienso que la crisis personal es también espiritual y la enfermedad
viene a ser una maestra que nos permite entrar en este camino de
sanación. En su libro “Desafiar la gravedad”, Caroline Myss nos lo
dice: “El sanar es el resultado de un acto místico de rendición, un
despertar que trasciende cualquier religión, es un diálogo íntimo de
la verdad entre el individuo y lo divino”.
Los médicos debemos tener en cuenta que muchas veces oficiamos
de sanadores heridos y que por cierto, lo único importante es el
camino y no el momento de arribo, ya que para cada transformación
de un paciente hay un lugar de transformación y sanación en algún
rincón de nuestra alma mediado por el vínculo dinamizado.
Dr. Sergio Rozenholc
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