Solemnidad de la Santísima Trinidad Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu recibirá de lo mío y os lo anunciará (Jn 16,12-15) ANTÍFONA DE ENTRADA Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros. ORACIÓN COLECTA Dios, Padre, todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la Santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa. PRIMERA LECTURA (Prov 8,22-31) Antes de comenzar la tierra, la Sabiduría y había sido engendrada. Lectura del Libro de los Proverbios Así dice la sabiduría de Dios: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un limite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres. SALMO RESPONSORIAL DE LA MISA (Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9. (R.: 2a) R/. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? R/. Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos. R/. Todo lo sometiste bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar. R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 5, 1-5) Caminando hacia Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Ap 1, 8) R/. Aleluya, aleluya Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era, que viene que vendrá. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Jn 16, 12-15) Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará Lectura del santo Evangelio según san Juan En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. É1 me glorificará, porque recibirá de mi lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mio y os lo anunciará.» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Por la invocación de tu santo nombre, santifica, Señor, estos dones que te presentamos, y transfórmanos por ellos en ofrenda perenne a tu gloria. PREFACIO Un solo Dios, un solo Señor En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte siempre gracias y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno. Que con tu Único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza. Yo lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad. A quien alaban los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales, que no cesan de aclamarte con una sola voz. Santo, Santo, Santo ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Gal 4,6) Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre) ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Al confesar nuestra fe en la Trinidad santa y eterna y en su unidad indivisible concédenos, Señor y Dios nuestro, encontrar la salud del alma y del cuerpo en el sacramento que hemos recibido. Lectio “Sumerjámonos en esta Trinidad Santa, en este Dios todo amor. Dejémonos transportar hacia aquellas regiones donde no está sino Él, sólo Él” (Sor Isabel de la Trinidad) El “Domingo de la Santísima Trinidad” tiene lugar el domingo después de Pentecostés. Esta fiesta comenzó a celebrarse hacia el año 1000, y fueron los monjes los que asignaron el domingo después de pentecostés para su celebración. El Domingo de la Santísima Trinidad fue instituido relativamente tarde, pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra. “Tres personas distintas, un solo Dios verdadero”, así confesamos al Dios en quien nuestra vida fue sumergida bautismalmente. En un día como hoy proclamamos que la vida trinitaria, la intimidad del Padre y del Hijo y su Amor, es la medida, la gracia y la inspiración de nuestras relaciones con Dios y entre nosotros. Celebrar esta solemnidad tiene sentido, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la Trinidad de personas en el único Dios verdadero. La Santísima Trinidad es ciertamente un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos. Una revelación que proviene de Jesús, el Hijo Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el Antiguo Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los apóstoles hacen la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo comprenden de manera inequívoca. La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la “formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión de que Dios es Trinidad Santa. EL PRETEXTO. INTRODUCCIÓN Esta perícopa del evangelio de Juan forma parte del Libro de la Comunidad en el cual Jesús da algunas instrucciones a sus discípulos. Estas instrucciones pasan por hacer las cosas que han visto hacer al Maestro, es un llamado a una vida de servicio a las y los más pequeñitos. El Espíritu Santo es quien va a mostrar la Verdad y quien va mostrar la Gloria. La verdad que derrota la mentira al evidenciar al mundo su condición de pecado. Y la Gloria que es la presencia de Jesús en medio de la comunidad unida que hace la voluntad de Dios mediante el Espíritu. Frente a la fe imperfecta de los discípulos, Jesús les promete el Espíritu de la Verdad “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (16,12). Esta frase de Jesús suena extraña a primera vista, puesto que Él ya antes había dicho: “todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (15,15). Pero el sentido es éste: si bien Jesús ya lo dijo “todo” en la confidencia de la amistad con sus discípulos, todavía está faltando la comprensión profunda y vital. La frase “ahora no podéis con ello” (16,12b), o más exactamente “no lo podéis soportar”, tiene como trasfondo la imagen de una persona que carga un objeto pesado (ver Hechos 15,10; Gálatas 5,10). De hecho la expresión tan conocida “cargar la cruz” está relacionada con esto. La situación, entonces, es dramática porque –según el evangelio– a la meta sólo se puede llegar caminando detrás de Jesús que carga con la Cruz (ver Juan 13,36). Pero aquí el sobrepeso está relacionado con la capacidad de entrar en todo lo que implica la relación del Padre y del Hijo (“Todo lo que he oído a mi Padre”, 15,15): es conocimiento de – – – las confidencias entre ellos , de la obra de ellos en el mundo, pero también de la vivencia de esta revelación de amor y salvación. Es como un avión que, para poder volar alto, no puede llevar sobrepeso. Tengamos en cuenta que el problema no está únicamente en “saber” la enseñanza de Jesús sino en el poder llevarla a la práctica; y también es verdad que sólo cuando se lleva a la práctica, ésta se comprende plenamente. Esto es propio del conocimiento que se deriva de la fe. Por lo tanto, nos encontramos ante una doble dificultad: – la que proviene de nuestra capacidad limitada para entender las enseñanzas de Jesús y – la que proviene de nuestra capacidad limitada para practicarlas. La única solución posible es la pedagogía: hacer itinerarios, recorrer el camino gradual de maduración de la fe. Esta es la obra del “Paráclito”: precisamente este título significa “el que ayuda”. El Espíritu Santo es “pedagogo” que nos conduce hasta el profundo misterio de Dios “Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad completa” (12,13). La obra del Espíritu tiene tres acentos: – Es pedagógica. Hay un leve matiz en la frase: “Os guiará progresivamente”. Se trata de una labor de inducción, hecha poco a poco. – Está centrada. Su horizonte es la “Verdad”. Se trata de la “Verdad” de la presencia del amor de Dios en el mundo, llevada a cabo en el Verbo encarnado (“Yo soy la Verdad”, 14,6). – Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una visión global y perfecta de la obra que Dios, en su fidelidad con la creación y el pueblo con el cual hizo alianza, ha querido llevar a cabo. Un camino para un profundo anhelo. El anhelo de todo ser humano es ver a Dios, ver su gloria. Estamos llamados a la unificación de la vida y a caminar a hacia una plena realización. Como lo expresa el orante del Salmo 24,5, “Guíame hacia la verdad” (ver también el Salmo 143,10), tenemos una sed ardiente por conocer el camino del Señor, con la certeza de que sólo en Él está la vida. Del mismo modo que ocurrió con el pueblo de Dios en el desierto, este camino de vida no se puede recorrer si Dios mismo no es quien lo guía (ver Éxodo 15,13; Isaías 49,10). Esta ruta pascual se le debe al Espíritu Santo: “El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo para hacerte un nombre glorioso (Isaías 6,14). Entonces, la “guía pascual” del Espíritu consiste en introducir en medio de la fragmentación de la vida humana, de las situaciones históricas, una fuerza transformadora y orientadora que lo unifica todo en la plenitud de Cristo en la historia. La vigencia y la pertinencia de la eterna novedad del Resucitado Bajo la clave pascual comprendemos mejor la obra del Espíritu: la cristificación del mundo. El Espíritu “guía” a cada discípulo y a la comunidad de los creyentes para hacer presente el “hoy pascual” de la obra de Jesús, el Señorío de Cristo, en cada una de las circunstancias que se dan en la humanidad y también en cada uno de los nuevos desafíos que van apareciendo en cada nueva etapa de la historia. Camino abierto hacia la plenitud Lo que aquel día en el cenáculo los discípulos no estaban en condiciones de “soportar” tenía que ver, entonces, con la asimilación de la gran unidad de la revelación que, a pesar de haber sido dada plenamente en Jesús, no se capta sino en la medida que va entrando en contacto con todas y cada una de las realidades humanas que emergen a lo largo del caminar histórico. En fin, el Espíritu Santo lo centra todo en el Plan de Dios y por lo tanto en la persona de Jesús que, como Verbo encarnado, lo ha llevado a cabo en el mundo mediante el doble movimiento de “salida” del Padre y “subida” al Padre (ver 16,28). Su “salida” es venida que inserta el amor de Dios en las tinieblas y las estructuras egoístas del mundo. Su “subida” –pasando por la Cruz- lleva a los que entran en su camino hasta la comunión de amor, luminosa y gozosa, de Dios, en la plenitud de la vida. ¿De qué manera el Espíritu nos guía hasta la “Verdad completa”? a) Con una fuente de alta fidelidad El Espíritu “hablará”. La voz del Espíritu comienza a partir del silencio de Jesús. Jesús calla (16,12) pero su mensaje está ahí resonando por medio del Espíritu. Por eso “hablará lo que oiga” (16,13b). “No hablará por su cuenta”. La gran fidelidad que caracteriza al Espíritu con relación a Jesús. Su actitud es similar a la que Jesús tiene con el Padre: “el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a él es lo que hablo al mundo” (8,26). El Espíritu “anunciará lo que ha de venir”: más que todo lo que va a pasar en el futuro, se trata ante todo de cómo tienen que reaccionar los discípulos frente a lo que va viniendo. El Espíritu no permite que las eventualidades de la historia desvíen a los discípulos de Jesús, sino por el contrario, los lleva a hacer presente y actual la Palabra del Maestro en todo lo que les va pasando. Para ello mantiene la sintonía –con la mayor nitidez posible- de los discípulos con Jesús. b) Sumergiéndonos en la gloria de la Trinidad El Espíritu “me dará gloria” (16,14a). Se trata de la gloria dada por el Padre al Hijo desde la eternidad: “la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese” (17,5b). El “dar gloria” a Jesús resume lo que se había dicho anteriormente sobre el Señorío de Cristo en el mundo, esto quiere decir que, llevando a plenitud la obra de Jesús en el mundo, el Espíritu está anticipando su plenitud final en la historia. Él nos lleva de brazos abiertos ante Dios. ¿Y qué es lo que trae la “gloria”? Pues la misma vida de Dios y sus tesoros inagotables. Jesús dice “Todo lo que tiene el Padre es mío” (16,15a). Este “mío” o “de mi propiedad” indica hasta dónde es capaz de llegar el amor: hasta compartirlo todo. Cuando dos se aman se entregan mutuamente –con absoluta confianza- todo lo que son y tienen: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (17,10; ver también las últimas palabras en la parábola del Padre Misericordioso en Lucas 15,31). La comunidad de amor es también comunidad de bienes; lo segundo es consecuencia de lo primero. ¿Y el Espíritu? Como lo muestra el texto: si bien el Espíritu y Jesús son dos, también son “uno” en el obrar. El discípulo de Jesús participa entonces de la vida que está en el Padre y el Hijo, la que sólo les pertenece a ellos en propiedad: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo” (5,26). Y más aún: todo lo que cabe en la relación del Padre y el Hijo, su estima, valoración, admiración, escucha/obediencia, el estar contentos el uno del otro, todo esto el Espíritu lo transmite a los discípulos. Por eso dice: “Recibirá de lo mío y os lo anunciará (transmitirá) a vosotros” (16,14c.15c). Se realiza así el deseo de Jesús: “Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria” (17,24). Bajo la luz de esta gloria, la comunidad de los discípulos queda envuelta en la fuerza y la intensidad del amor que es propio de Dios. Ahora vemos que el Espíritu no nos llega solamente a los oídos sino hasta el corazón. Es el Espíritu –Dios mismo vaciándose en nosotros- quien coloca en los más hondo de nuestro ser al Ser mismo de Dios. Fuimos creados para “vivir”. Porque fuimos creados en el Verbo (1,3) -que es eterna relaciónvivimos sedientos de amor: por eso lo que más nos duele es una mala relación. Es algo que llevamos impregnado dentro. Pues bien, por la entrada y permanencia de Jesús en nuestra vida, Él como Verbo lleno de amor, nos rescata de nuestras soledades y aislamientos, sana nuestras incomunicaciones y malas relaciones al colocarlas en el plano superior del amor primero y perfecto que viene de Dios. Todo lo hace converger allí y de Él, de lo alto, brota una nueva capacidad de amar. Y si bien pasamos por el trauma de la muerte física, viviremos para siempre porque en esa relacionalidad no hay lugar para la muerte, y esto: porque el Cielo de la Trinidad ya está en nosotros. Así, la misión del Hijo queda “completa”, esto es, darnos la vida eterna de Dios: “Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26). En conclusión… La Trinidad Santa nos habita de manera inefable. Gracias a la “guía” del Espíritu que todo lo conduce “hasta la Verdad completa”, nuestra vida se va paulatinamente cristificando, impregnando en nosotros el rostro del amor. La identidad con el Hijo, la participación en su gloria, nos hace posible unirnos al amor de los Tres, compartir su vida de alabanza recíproca, de amor y de gozo, y meditar largamente y en profunda paz las confidencias del Uno y del Otro a través de la escucha de lo que el Espíritu nos coloca en el corazón. Siendo todo esto así, no se puede ser cristiano completo sin vivir en la Trinidad, porque la novedad de la vida bautismal –somos bautizado “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”está iluminada por un amor transformante del Dios familia: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,5). ¿Qué más se puede desear? No queda sino adorar y suspirar hondamente. Como bien decía Sor Isabel de la Trinidad: “Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo… Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu Luz el abismo de tus grandezas” Apéndice La fe de la Iglesia Catecismo de la Iglesia Católica 234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47). 236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar. 237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad 253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). 254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina. 255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). 256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria: «Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).