II DOMINGO DE ADVIENTO Todos verán la salvación de Dios (Lc 3,1-6)

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II DOMINGO DE ADVIENTO
Todos verán la salvación de Dios
(Lc 3,1-6)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Jr 31,10; Is 35,4)
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor; anunciadla en los confines de la tierra: Mirad a nuestro
Salvador que viene; no temáis.
No se dice «Gloria»
ORACIÓN COLECTA
Señor Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,
no permitan que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para
que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria.
PRIMERA LECTURA (Bar 5,1-9)
Dios mostrará su esplendor sobre ti
Lectura del Libro de Baruc
Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios
te da; envuélvete en el manto dela justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema dela gloria
perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre
para siempre: «Paz en la justicia, Gloria en la piedad» Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira
hacia Oriente y contemplando a tus hijos reunidos de Oriente a Occidente, a la voz del Espíritu,
gozosos, porque dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te
los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes
elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el
suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a
los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su
gloria, con su justicia y su misericordia.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 125)
R/. El Señor ha estado Grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambio la suerte de Sión,
nos parecía soñar;
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R/.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El señor ha estado grande con nosotros
y estamos alegres. R/.
Que el Señor cambie nuestra suerte
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechen entre cantares. R/.
Al ir, iban llorando,
llevando la semilla,
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas. R/.
SEGUNDA LECTURA
Manteneos limpios e irreprochables para el Día de Cristo
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo Filipenses
Hermanos: Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido
colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra
confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el
Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero en Cristo Jesús. Y esta
es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en
sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables,
cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Lc 3,1-6)
R/. Aleluya, aleluya
Mirad, el Rey viene, el Señor de la tierra, y él romperá el yugo de nuestra cautividad.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Lc 3,1-6)
Todos verán la salvación de Dios
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y
Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de
Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los
pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: «Una voz grita en el
desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los
montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de
Dios.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor, y al vernos desvalidos y sin
méritos propios, acude compasivo, en nuestra ayuda.
PREFACIO DE ADVIENTO I o III
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Bar 5,5;4,36)
Ponte en pie, Jerusalén; sube a la altura, contempla el gozo que Dios te envía.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Alimentados con esta eucaristía te pedimos, Señor, por la comunión de tu sacramento, nos des
sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.
Lectio
Este y el próximo domingo de este tiempo del Adviento están dominados por la figura de Juan
Bautista, primero lo vemos como un profeta que entra en el complejo escenario de la historia para
darnos esperanza y luego como un profeta que exige conversión. Pero lo esencia sobresale en
la definición que el evangelista da de él y que explica el por qué de su presencia especial en este
tiempo: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas
(3,4).
Estructura
La entrada del precursor del Mesías en el escenario de la historia es el tema del evangelio de hoy.
Para responder a la pregunta ¿Cómo aparece la persona y la obra del que debe preparar la
venida del Señor?, Lucas nos conduce por un itinerario que tiene tres partes:
– Una visita al marco histórico en el que Juan comenzó su ministerio (3,1-2ª)
– La presentación de la vocación del profeta (3,2)
– Un resumen de lo esencial de la misión profética de Juan (3,3-6)
-
Un profeta bien situado en su tiempo (3,1-2)
“1En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de
Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de
Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; 2en el pontificado de Anás y Caifás...”
El evangelio comienza con una contextualización. Lucas nos presenta la lista de una serie
de autoridades terrenas y religiosas, cuyas intervenciones inciden profundamente en el
destino de Juan.
La lista de los personajes y sus fechas no es simplemente ilustrativa, a través de los datos el
evangelista nos está dando el mensaje de que la acción salvífica de Dios no ocurrió en una
indeterminación fantástica o mítica, sino en un marco espacial y temporal bien definido; él es el
Dios de la historia.
Se presenta una situación política, a nivel del imperio y de Palestina. A nivel religioso aparecen los
nombres de las máximas autoridades judías.
Una necesaria pero peligrosa confrontación
La obra de Juan, y también la de Jesús, se desarrolla en medio de una historia concreta en la que
estos gobernantes sobresalen. Dios entró en la historia y se puso a nuestro lado de esta forma, en las
condiciones comunes de la vida humana.
Los personajes mencionados tienen que ver directa o indirectamente con el ministerio de Juan y con
el de Jesús; la relación con las autoridades será conflictiva. La balanza del poder se inclina, como es
natural, hacia los gobernantes y el ministerio del Mesías y el de su precursor será truncado con
violencia por el poder mundano representado en estos personajes.
Pero la visión del evangelio no es la del derrotismo frente al poder que calla a los profetas con
métodos de violencia. Si estos personajes que ejercen poderes destructivos se mencionan es porque
se quiere dar una buena noticia, y es que no estamos entregados de manera definitiva a los poderes
históricos porque la última palabra sobre el destino del mundo la tiene Dios, el Señor de la historia.
Con la venida de Jesús, cuyo camino prepara Juan Bautista, Dios quiebra el círculo de hierro y el
curso inflexible de las fuerzas históricas que niegan al hombre. Por eso Jesús y el último de los
profetas entran en el escenario estrechamente ligados a esta historia.
-
La vocación del profeta Juan: su palabra proviene de Dios (3,2b)
Ocurre un evento importante en la vida Juan: “Fue dirigida la Palabra de Dios a Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto”. Gracias a él, se escucha de nuevo la voz profética que se había apagado en
la tierra.
Juan recibe su vocación de manera análoga a la de los grandes profetas del Antiguo Testamento (ver
Jeremías 1,1). El evangelista Lucas nos cuenta que desde los orígenes él fue escogido para esta tarea
y para ello fue dotado por el Espíritu de Dios (ver 1,15-17). En este momento, en esta circunstancia
histórica precisa, Juan es llamado para que lleve a cabo su misión.
La palabra que va a predicar no es creación suya. Un profeta no se presenta a nombre propio sino
como delegado de Dios (ver 20,4). Por eso vemos en el texto a Juan recibiendo la Palabra de Dios.
Y la recibió, como gusta de precisar el evangelista, “en el desierto” ―justo donde había pasado
su largo tiempo de preparación (“vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a
Israel”, 1,80)―.
El “desierto” nos remite a los orígenes del pueblo de Israel en el éxodo e incluso nos remanda a
los comienzos de la historia misma (ver Génesis 2,5). El desierto evoca aridez, soledad,
anonimato, miedo, carencia, falta de esperanza. En él rozamos con la muerte. El desierto es el
lugar donde si uno grita nadie lo escucha; donde si uno se desvanece agotado sobre la arena, no
hay quien se ponga a nuestro lado; donde si nos ataca una bestia, no hay quien nos defienda;
donde si se vive una gran alegría o una gran pena, no hay con quien compartirla. ¿Qué significa
entonces escuchar la voz de Dios en el desierto (v.2) para proclamarla también en el desierto
(v.4)?
Porque Juan tiene todas las credenciales, el pueblo lo reconocerá como un profeta (ver 20,6),
pero Jesús dirá también que él es más que un profeta porque preparó el camino del Señor
(7,26s).
-
La misión del profeta Juan: la preparación del camino del Señor (3,3-6)
“3Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón
de los pecados, 4como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; 5todo barranco
será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas
serán caminos llanos. 6Y todos verán la salvación de Dios”.
El profeta expone el pensamiento y el querer de Dios. Porque se trata de la misma Palabra de
Dios, sus enseñanzas obligan y no deben ser menospreciadas. Por medio de Juan toda persona
queda sometida a la gracia y a las exigencias de Dios. Con esta misión Juan “se fue por toda la
región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados”
(v.3).
Al final, en la cita de Isaías donde están las promesas que se están cumpliendo en el ministerio
de Juan, se ve el resultado del ministerio del Bautista: “Y todos verán la salvación de Dios”
(v.6). Esta frase significa que (1) todo apunta hacia la llegada de la “salvación” que trae Jesús;
(2) que sólo quien se prepara para la venida del Señor puede “ver” su Salvación (recordemos
las palabras del anciano Simeón en Lc 2,29-32); y (3) que la salvación es para “todos” (judíos y
paganos) y tiene alcance universal.
La tarea del precursor de Jesús es preparar la venida del Señor mediante la predicación de la
conversión. Pero, ¿cómo entiende este texto la conversión?
Lucas responde con la profecía de Isaías 40,3-5. La conversión pedida es parecida a la
transformación de un desierto: “Voz que clama en el desierto”, el desierto que cada uno lleva
por dentro y el desierto de nuestras ciudades. Juan recibió la inmensa tarea de sacudir esos
desiertos, todos esos obstáculos que impiden avanzar (“barrancos”, “montes y colinas”, “lo
tortuoso y las asperezas”). La imagen de los “caminos que se hacen llanos” evoca una gran
apertura que nos rescata de nuestras soledades, un fluir que nos saca de nuestros
estancamientos, un gran espacio para la compañía que nos saca de nuestros egoísmos, una
ampliación de la visión que nos devuelve los sueños de humanidad que creíamos imposibles.
Quien vive cerca de un desierto se acostumbra a verlo siempre así y se resigna. Así mismo
sucede con nuestros pecados y con los de los otros. Igualmente, cuando una expectativa se
prolonga, viene el cansancio y se echa para adelante casi por inercia, así sucede con nuestros
compromisos con la sociedad. La voz que clama en el desierto nos dice que sí es posible
cambiar, que Dios abre caminos donde parece imposible.
Es así como Juan predica el regreso a los caminos de Dios para un pueblo necesitado del
perdón.
El punto está en aceptar que lo necesitamos, que creamos que podemos transformar el desierto
(o los desiertos). La conversión no es una auto-tortura ―como quizás alguno podría
imaginar―, más bien es la maravillosa aventura de aceptar participar en la creación de Dios
que se realiza en nosotros mismos y que apunta a la calidad de vida en la sintonía de proyecto
de vida con Dios.
Por eso en la predicación de Juan se conjugan dos aspectos: él es al mismo tiempo el predicador
de la penitencia y el mensajero de la alegría. La transformación del desierto supone la
remoción, a veces dolorosa, de aquello a lo que estábamos habituados, pero el resultado es la
inmensa felicidad de descubrir nuevos y más fecundos horizontes. A la tierra nueva de la
reconciliación se llega por el camino bien preparado de la conversión.
El profeta ahora estremece el desierto, después vendrá Jesús y lo hará florecer bautizándolo en
el Espíritu Santo
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
La esperanza
1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida
eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos
no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la
confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23). “El Espíritu Santo que
Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que,
justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 67).
1818. La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de
todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para
ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el
corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo
y conduce a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su
origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en
Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda
esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).
1820. La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la
proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo
como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que
esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda
en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que
penetra... “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma
que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el
yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la
alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la
oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace
desear.
1821. Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8,
28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la
gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el
gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de
Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera
estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo
se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira
que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con
tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús,
Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)
La esperanza
2090. Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino
por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar
conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición
divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de
provocar su castigo.
2091. El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la
desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar
a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia —porque el Señor es
fiel a sus promesas— y a su misericordia.
2092. Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando
poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia
divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).
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