XII Domingo del Tiempo Ordinario ¿Quién es éste, a quien hasta el viento y las aguas le obedecen? (Mc 4,35-40) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 27,8-9) El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y llévalos siempre. ORACIÓN COLECTA Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. PRIMERA LECTURA (Jb 381.8-11) Aquí se romperá la arrogancia de tus olas Lectura del Libros de Job El Señor habló a Job desde la tormenta: ¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seño materno, cuando le use nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: «Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas»? SALMO (106) R/. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia Entraron en naves por el mar comerciando por las aguas inmensas. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano. R/. Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto; subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo. R/. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar. R/. Se alegraron de aquella bonanza, y él los condujo al ansiado puerto. Den gracias al Señor por su misericordia, Por las maravillas que hace a los hombres. R/. SEGUNDA LECTURA (Cor 5, 14-17) Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo Lectura de la segunda carta del apóstol san pablo a los Corintios Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie por criterios humanos. Si algún vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no. El que vive con Cristo, es una creatura nueva. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. ACLAMACIÓN LA EVANGELIO (Lc 7,16) R/. Aleluya, aleluya Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Mc 4, 35-40) ¿Quién es este, a quien hasta el viento y las aguas le obedecen? Lectura del Santo Evangelio según San Marcos Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:«¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. Él dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y decían unos a otros: «¿Pero, quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza, para que, purificados por su poder, te agrademos con la ofrenda de tu amor. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 144,15) Los ojos de todos te están aguardando, Señor tules das la comida a su tiempo. o bien (Jn 10, 11.15) Yo soy el Buen Pastor, yo doy la vida por las ovejas –dice el Señor. ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN Renovados con el Cuerpo y la sangre de tu Hijo, imploramos de tu bondad, Señor, que cuanto celebramos en cada Eucaristía sea para nosotros prenda de Salvación. Lectio Este Domingo XII del tiempo ordinario continuamos con la lectura del Evangelio de San Marcos, a partir de los versículos siguientes a la lectura del pasado domingo. Este relato que nos presenta la liturgia para este día, es conocido como “la tempestad calmada”. Hoy –en estos tiempos de «fuerte borrasca»– nos vemos interpelados por el Evangelio. La humanidad ha vivido dramas que, como olas violentas, han irrumpido sobre hombres y pueblos enteros, de modo particular durante el siglo XX y los albores del XXI. Y, a veces, nos sale del alma preguntarle al Señor: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38); si Tú verdaderamente existes, si Tú eres Padre, ¿por qué ocurren estos episodios? Contexto Este episodio del Evangelio tiene como escenario el mar. Bíblicamente, el mundo marítimo es visto con fascinación y al mismo tiempo con terror. Esto se explica, en parte, por la geografía misma de la tierra de Israel, la cual cuenta con una gran franja costera que por ser prácticamente rectilínea no tiene la posibilidad de tener puertos para embarcaciones grandes. Además, se pensaba que el mar era fuente de peligros: por allí llegaron los filisteos, en él se pensaba que habitaban grandes monstruos marítimos como el Leviatán, se contaban historias de naufragios, etc. Al respecto dice Eclesiástico 43,24-25: “Los que surcan el mar hablan de sus peligros, / y de lo que oyen nuestros oídos nos maravillamos. / Allí están las cosas raras y maravillosas, / variedad de animales, especies de monstruos marítimos”. Recordemos también el Salmo 104,25-26: “Allí está el mar, grande y de amplios brazos, / y en él el hervidero innumerable / de animales, grandes y pequeños; / por allí circulan los navíos / y el Leviatán que tú formaste para jugar con él”. Aquí el texto hace referencia al mar mediterráneo. De allí se tiene la memoria de numerosos naufragios (ver Is 23; Ez 26-27; Hch 27). Inolvidable es la frase de Pablo: “Tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo… Peligros por mar…” (2 Corintios 11,25.26). Hay tempestades memorables como la que vive Jonás (1,4) o la que describe poéticamente el Salmo 107,23-32 (ver el Salmo responsorial de hoy). Por eso la Biblia hace de sucesos marítimos un referente de experiencias salvíficas. Como bien sintetiza el libro de la Sabiduría 14,3-4: “Y es tu providencia, Padre, quien la guía (la nave), / pues también en el mar abriste un camino, / una ruta segura a través de las olas, / mostrando así que de todo peligro puedes salvar…”. En este contexto, la tempestad se convierte en símbolo de la angustia suprema. Un antiguo himno que no está en la Biblia, hallado en las cuevas de Qumrán, presenta al orante cuya alma está turbada “como un barco en las profundidades del mar” (Himno III,6). Otro himno nos da una descripción que nos suena familiar en el relato de la tempestad calmada en el Evangelio: “Yo soy como marinero en un barco en el furor del mar, sus olas y torrentes atruenan sobre mí, un viento vertiginoso sin una pausa para tomar aliento, sin senderos que dirijan el camino sobre la faz del mar. El abismo atruena a mi gemido, mi alma se aproxima a las puertas de la muerte” (Himno VI, 22-24). El relato de Marcos que hoy meditamos tiene como escenario el mar de Galilea, que no es el gran mediterráneo sino un lago, pero el trasfondo bíblico está presente. En medio del peligro inminente de muerte, representado por una violenta tempestad, Jesús se manifiesta ante sus discípulos como Señor de la Creación y más poderoso que el mal. La barca, en el Evangelio de Marcos es uno de los lugares privilegiados de la formación de los discípulos. De hecho: En una barca, Jesús y los discípulos quedan a solas, tomando distancia de la multitud. En una barca, se generan espacios estrechos de convivencia que exigen adaptación, creatividad y acuerdo con los demás. En una barca, la comunidad aprende a ir en la misma dirección. Pero sobre todo, como sucede en las tres escenas de travesía del lago, el mar se convierte en lugar de la manifestación de Jesús exclusivamente para sus discípulos: allí son salvados de un peligro, allí reciben una nueva revelación. Estructura del texto El rico simbolismo que nos presenta el pasaje del evangelio de hoy, nos permite basarnos en el, para proponerlo como estructura: – los discípulos son los “que protegen a Jesús”, despidiendo a la gente (4,36); – momento de crisis: temporal, la barca, se inunda (4,37); – Jesús duerme (4,38a), ¿no se da cuenta?, ¿estaba tan cansado?; – la actitud de los discípulos: lo despiertan (4,38b); – la ironía: ... ¿no te importa que nos ahoguemos?...(4,38c); – la reacción de Jesús: increpa al viento y al mar (4,39a); – el mar y el viento se calman (4,39b); – el reproche: ... ¿por qué tienen tanto miedo?... (4,40a); – la exhortación: ... ¿por qué no tienen fe?... (4,40b); 10) la admiración: ... ¿quién es éste que hasta el viento y el mar lo obedecen?...(4,41). Marcos 4,35-36: El punto de partida: “Pasemos a la otra orilla”. Había sido un día pesado, de mucho trabajo. Había en verdad tanta gente que Jesús, para no ser atropellado de la gente, tuvo que entrar en una barca para instruir con parábolas (Mc 4,1). Había días en los que no tenían tiempo ni para comer (Mc 3,20). Terminada de pronunciar la parábola con la que instruía a la gente, Jesús dice a los discípulos: “¡Pasemos a la otra orilla!”. Y tal como estaba ellos lo conducen con la barca. Jesús estaba tan cansado que se sentó y se quedó dormido. Este es el cuadro inicial que presenta Marcos. Un bello cuadro, muy humano. Marcos 4,37-38: “¿No te importa que perezcamos? El lago de Galilea está rodeado de montañas cercanas. A veces entre los desfiladeros de las rocas el viento sopla fuerte sobre el lago y provoca imprevistas tempestades. Y esto fue lo que sucedió. Un fuerte viento sopló sobre el mar agitándolo. ¡La barca se llenó de agua! Los discípulos eran pescadores experimentados Si pensaban abandonar la barca, quiere decir que la situación era de verdad peligrosa. Jesús no se da cuenta y sigue durmiendo. Este sueño profundo no es sólo signo de su enorme cansancio. Es también la expresión de la tranquila confianza que tiene en Dios. El contraste entre la conducta de Jesús y los discípulos es grande. Marcos 4,39-40: La reacción de Jesús: “¿Aún no tenéis fe? Jesús se despierta, no por el ruido del oleaje, sino por el grito desesperado de los discípulos: “¡Maestro! Señor, ¿ no te importa que perezcamos?” Jesús se levanta. Primero se dirige hacia el mar y dice: “¡Calla, cálmate!” Y el mar se aplaca. Luego se dirige a sus discípulos y les dice: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” La impresión que se da es que no era necesario calmar el mar, porque no se corría ningún peligro. Es como cuando se llega a una casa y el perro guardián, junto al dueño de la casa, ladra al huésped que llega. No se tiene miedo, porque el dueño está allí y controla la situación. El episodio de la tempestad calmada evoca el éxodo, cuando la gente, sin miedo, atravesaba las aguas del mar (Ex 14,22). Evoca también al Profeta Isaías que decía a la gente: “Porque si atraviesas esta agua yo estaré contigo (Is 43,2) Jesús vuelve a recorrer el éxodo y lo hace en la profecía anunciada del salmo que dice: “En la angustia gritaron al Señor y Él los liberó de sus angustias. Redujo la tempestad a la calma, callaron las olas del mar. Se alegraron al ver la bonanza y él los condujo al puerto suspirado”. (Sl 107(106), 28-30) Marcos 4,41: La ignorancia de los discípulos: ¿Quién es este hombre? Jesús calma el mar y dice: “¿Aún no tenéis fe?” Los discípulos no saben qué responder y se preguntan: “¿Quién es éste que hasta el mar y los vientos le obedecen?” ¡Jesús parece ser para ellos un extraño! A pesar del tiempo que han vivido juntos, no saben verdaderamente quién es. ¿Quién es este hombre? Con esta pregunta en la cabeza, las comunidades continuaban la lectura. Y hasta hoy, esta misma pregunta, nos empuja a continuar la lectura del evangelio. Es el deseo de conocer siempre más de Jesús nuestra vida. Meditación También a cada uno de nosotros el Señor nos invita a cruzar a la otra orilla y esto implica muchas cosas: Pasar a la otra orilla es dejar atrás lo seguro, lo que conozco, lo que sé vivir. Pasar a la otra orilla es dejar la tierra firme para subir a la frágil barquilla y enfrentar muchos mares embravecidos. Pasar a la otra orilla es unirme estrechamente con otros que también hacen la misma travesía. Pasar a la otra orilla es no ahorrar esfuerzos y fatigas por salir adelante frente a situaciones difíciles, para terminar siempre pidiendo tu ayuda. Pasar a la otra orilla es dejarte dormir en la barca, sabiendo que tú estás y que eso es suficiente. Pasar a la otra orilla es participar en la fatiga común contra las fuerzas que buscan nuestra destrucción. Pasar a la otra orilla es dejar que seas tú quien indica la hora y el lugar oportunos. Pasar a la otra orilla es también, ¿por qué no? despertarte cuando con más urgencia te necesitamos. Pasar a la otra orilla es reconocer que nuestra fe es frágil y débil. Sentir mucho temor, pero al final reconocer que solo a ti te pueden obedecer el viento y el mar. Orar con el Salmo 107(106), 21-43 ¡Si las aguas se agitan, Dios nos protege! ¡Den gracias a Yahvé por su amor, por sus prodigios en favor de los hombres! Ofrezcan sacrificios de acción de gracias, pregonen sus obras con gritos de alegría. Se hicieron a la mar con sus naves, comerciando por todo el océano, y vieron las obras de Yahvé, todas sus maravillas en el piélago. A su voz, un viento de borrasca hizo encresparse a las olas; al cielo subían, bajaban al abismo, su espíritu se hundía bajo el peso del mal; daban vuelcos, vacilaban como ebrios, no les valía de nada su pericia. Pero clamaron a Yahvé en su apuro, y él los libró de sus angustias. A silencio redujo la borrasca, las olas callaron a una. Ellos se alegraron al verlas calmarse, y él los llevó al puerto deseado. ¡Den gracias a Yahvé por su amor, por sus prodigios en favor de los hombres! ¡Alábenlo en la asamblea del pueblo, en el concejo de ancianos lo celebren! Él cambia los ríos en desierto, en puro sequedal los manantiales, la tierra fértil en salinas, cuando obran el mal sus habitantes. Pero cambia el desierto en estanque, la árida tierra en manantial; asienta allí a los hambrientos, para que funden ciudades habitadas. Siembran campos y plantan viñas, producen frutos en tiempo de cosecha. Él los bendice y se multiplican, no deja que mengüen sus ganados. Menguados estaban y abatidos, presa del mal y la aflicción. El que vierte desprecio sobre príncipes, los extraviaba por yermos sin camino. Pero recobra al pobre de la miseria, aumenta sus clanes como un rebaño; los rectos lo ven y se alegran, los malvados se tapan la boca. ¿Quién es sabio? ¡Que guarde estas cosas, y medite en el amor de Yahvé! Apéndice Del Catecismo de la Iglesia Católica La fe y la inteligencia 156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación» (ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Concilio Vaticano I: DS 3008-3010). 157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.171, a. 5, 3). «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, c. 5). 158 «La fe trata de comprender» (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, proemium: PL 153, 225A) es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, «para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (DV 5). Así, según el adagio de san Agustín (Sermo 43,7,9: PL 38, 258), «creo para comprender y comprendo para creer mejor».