Conmemoración de todos los Fieles Difuntos

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Conmemoración de todos los Fieles Difuntos
En la casa de mi Padre hay muchas estancias
(Jn 14, 1-6)
ANTÍFONA DE ENTRADA (1 Tes 4,14; 1 Cor15,22)
Del mismo modo que Jesús ha muerto y resucitado, a los que han muerto en Jesús Dios los llevará
con él. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
ORACIÓN COLECTA
Escucha, Señor nuestras súplicas para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se
afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitaran.
PRIMERA LECTURA (2 Mac 12,43-46)
Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección
Lectura del Segundo Libro de los Macabeos
«Después de haber reunido entre sus hombres cerca de dos mil dracmas, las mandó a Jerusalén para
ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy hermosa y noblemente, pensando en la
resurrección. Pues de no esperar que los soldados muertos resucitarían, habría sido superfluo y
necio rogar por los muertos, más si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los
que se duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso. Por eso mandó hacer ese
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, a fin de que fuera liberados del pecado.»
SALMO RESPONSORAL (Sal 129)
R/. Desde lo hondo a ti grito, Señor.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora. R/.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.
SEEGUNDA LECTURA (Rm 6, 3-9)
Andemos en una vida nueva
Lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos
Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte para que, así como Cristo fue despertado de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque,
si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una
resurrección como la suya. Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con
Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la esclavitud al
pecado; porque el que muere ha quedado absuelto del pecado. Por tanto, si hemos muerto con
Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Jn 11, 25a.26)
R/. Aleluya, aleluya
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mi no morirá jamás
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Jn 14, 1-6)
En la casa de mi Padre hay muchas estancias
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y
creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho
que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que
donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Mira, Señor, con bondad las ofrendas que te presentamos por tus fieles difuntos y recíbelos en la
gloria con tu Hijo Jesucristo, al que nos unimos por la celebración del memorial de su amor.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Jn 11,23-26)
Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y el
que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN
Te pedimos, Dios todopoderoso, que nuestros hermanos difuntos, por cuya salvación hemos
celebrado el misterio pascual, puedan llegar a la mansión de la luz y de la paz.
Lectio
En este domingo interrumpimos el ciclo del tiempo ordinario para volver la mirada hacia los
difuntos. Ayer eran los santos quienes ocupaban nuestra atención. La liturgia del domingo, día del
Señor, se reviste con la esperanza escatológica a la que nos enfrenta la muerte, la de nuestros
antepasados y la nuestra. La escatología de la vida es una tensión esencial de nuestra fe cristiana.
Ya en el Antiguo Testamento se estimulaba a pedir por los difuntos: «Es una idea piadosa y santa
rezar por los muertos» (cf. 2Mac 12, 45). Y los cristianos que esperamos la resurrección final
también pedimos a Dios por los que han muerto para que les absuelva de sus culpas y los agregue al
número de los salvados.
Al evocar la muerte sin estar vinculada a un funeral concreto, como ocurre habitualmente, y más
aun siendo domingo, el eje vertebrador de la celebración es la perspectiva pascual, esto es, el triunfo
de Cristo sobre la muerte.
La muerte es un gran misterio. Todas las culturas de todos los tiempos se han preguntado por su
sentido. También el pueblo de Israel tenía sus interrogantes sobre la muerte. Con ella no acaba
nuestra existencia, sólo nuestra vida terrenal. La vida de los hombres ha sido transformada por la
resurrección de Cristo. Que Jesús ha muerto y ha resucitado está en el centro de nuestra fe. Y que
nos haya hecho partícipes de su victoria sobre la muerte es una gracia fundamental.
Estructura del texto
1) Confiar en el Maestro
2) Contemplar el Misterio Pascual
3) Hacer el camino para entrar en la “casa”
1) Confiar en el Maestro
Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también
en mi” (14,1).
“No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo
remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de
su amigo querido, Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar
(11,35). Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso
dice “del corazón”. Es la sensación de uno a quien todo se le vuelve oscuro: la pérdida de todas las
seguridades. Es una sensación desagradable. Por eso tememos tanto la partida de los seres que
amamos.
Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que
tú sin mi te vas”. Seguir viviendo sin el amado es como morir.
Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “creéis en Dios, creed también
en mi” (14,1b).
Jesús no será visto más físicamente, por eso da una pista importante: así como Dios no es visible a
los ojos mortales, tampoco Él lo será. En otras palabras, así como uno cree en Dios a quien no ve,
Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. Jesús y el Padre están
al mismo nivel.
El primer paso a dar, entonces, es de la fe como actitud fundamental con la cual los discípulos
deben afrontar la separación: “¡creed!”. A Jesús y al Padre se les debe el mismo tributo de fe,
porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y actúa en comunión inseparable con el Hijo.
Al “no ver”, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y el Hijo,
construyendo todo sobre ellos, sobre el piso sólido de su comunión eterna. Es en esa comunión
eterna que los discípulos ahora deben poner la mirada de fe que le da sentido a sus vidas.
2) Contemplar el Misterio Pascual
Esta nueva forma de comunión es un don de Jesús. Por eso Jesús les pide enseguida que
contemplen su obra pascual: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así,
¿le habría dicho que voy a prepararles un lugar? Cuando haya ido y les haya preparado el
lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estéis también vosotros”
(14,2-3).
No es Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa, así como lo que se aman construyen
una casa para vivir juntos.
Hay tres pistas importantes:
– Para Jesús, la muerte es un retorno a la casa del Padre De esta manera, exaltado y glorificado, él
estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.
– Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la
expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo
reconstruiría en tres días, anota el evangelista: lo decía refiriéndose a su propio cuerpo. Entonces
Jesús resucitado es la nueva construcción, el nuevo Templo en cual se “habita” en Dios.
– Jesús no es un templo vacío: Él viene, toma consigo a aquellos que han entablado una profunda
relación con él y los lleva a la comunión eterna consigo y con el Padre.
La Pascua de Jesús fue la preparación de la “morada”.
3) Hacer el camino para entrar en la “casa”
Pero el don de Jesús, que se acaba de describir, pide nuestra participación, nuestro compromiso. Y
eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”. Hay que ponerse en movimiento por
el camino que es Él mismo: sus palabras, sus obras, todo lo que supone la convivencia amiga con él.
Esto es lo que los discípulos ya aprendieron en la convivencia terrena con él: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida” (14,6).
Se trata de un camino que conduce a la verdad y a la vida, es decir, al conocimiento pleno del
misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno. El camino conduce no sólo a un conocimiento
sino también a una relación con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una
relación que genera una unión en la cual se genera una vida eterna.
El camino para la resurrección: creer en Jesús
Para recibir el premio prometido sólo se nos pide la fe: «creed en Dios y creed también en
mí» (evangelio). Creer en Jesús es fundamental ya que se nos presenta como el único medio
para alcanzar la vida eterna: «cite>Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre,
sino por mí». Jesús mismo nos ha prometido que ha ido por delante para prepararnos sitio,
así nos lo dice en el evangelio: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias… Voy a
prepararos sitio».
Esta fe no es algo etéreo, que se queda en el aire y no se pueda demostrar. La fe se
manifiesta en un modo concreto de vivir: el estilo de vida que nos marcó Jesús en el
evangelio. La vida terrenal y la vida celestial están estrechamente unidas. En palabras del
apóstol «vivimos para Dios y morimos para Dios». Participar o no de la resurrección de
Jesucristo está sujeto a nuestra existencia terrenal. «Cada uno dará cuenta a Dios de sí
mismo» (segunda lectura). Por eso las oraciones de la misa piden insistentemente a Dios
que borre los pecados que los difuntos cometieron por fragilidad humana y los admita en la
asamblea de los santos y elegidos.
Dejemos que la Palabra nos lleve a la oración:
“Jesús, ahora sabemos que nada ni nadie nos puede separar de ti. Nada nos puede separar de ti si
acogemos el don de tu casa y si aceptamos el reto de caminar en ti hacia la verdad y la vida. Yo sé
que sin ti no puedo vivir, pero también sé que gracias a la morada que me has preparado con tu
muerte y resurrección, viviré para siempre contigo porque tu voluntad es que allí donde tú estés
también estén todos los que tú amas. Y yo sé que tú me amas”. Amén.
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
"Creo en la resurrección de la carne"
988 El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su
acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los
muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado
verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6,
39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la
fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por
creer en ella" (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):
«¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay
resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra
predicación, vana también vuestra fe [...] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como
primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).
Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en
la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo
glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible
uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo"
(Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su
propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo
será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio!
Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar,
sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos
resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento;
no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de
la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no
es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así
nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la
esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG
48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará
del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).
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