III Domingo del Tiempo Ordinario

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III Domingo del Tiempo Ordinario
Vino a Cafarnaún para que se cumpliese lo que había dicho el Profeta Isaías
(Mt 4, 12-23)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 95,16)
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor la majestad le preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno: ayúdanos a llevar una vida, según tu voluntad, par que podamos dar en
abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto.
PRIMERA LECTURA (Is 8,23b–9,3)
En la Galilea de los gentiles el pueblo vio una luz grande
Lectura del Libro de Isaías
En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí: ahora ensalzará el camino
del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio
una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el
gozo; se gozan en tu presencia como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque
la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como el día de
Madián.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 26)
R/. El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida;
¿quién me hará temblar? R/.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en laca casa del Señor
por todos los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor
contemplando su templo. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, se valiente,
Ten ánimo, espera en el Señor. R/.
SEGUNDA LECTURA (Co 1,10-13.37)
Poneos de acuerdo y no andéis divididos
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios
Hermanos: Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis
divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de
Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo:
«Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha
muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me
envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer
ineficaz la cruz de Cristo
ACLAMACIÓN DEL EVANGELIO (Mt 4,23)
R/. Aleluya, aleluya
Jesús proclamaba el Evangelio del Reino, curando las dolencias del pueblo.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mt4,12-23)
Vino a Cafarnaún para que se cumpliese lo que había dicho el Profeta Isaías.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se
estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que
había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que
habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar
diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea,
vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el
copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de
hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos
hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con
Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo
siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino,
curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Señor: recibe con bondad nuestros dones y, al santificarlos para nuestro bien, haz que lleguen a ser
para nosotros dones de salvación.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 33,6)
Contemplad al Señor y quedaréis radiantes; vuestro rostro no se avergonzará.
o bien (Jn 8,12)
Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida.
ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN
Dios todopoderoso: te pedimos que cuantos hemos alcanzado la gracia de vivir una vida nueva, nos
alegremos siempre de este don admirable que nos haces.
Lectio
Siempre atento a confrontar los hechos de la vida de Jesús con lo que los profetas habían predicho
del Mesías, Mateo, al comenzar la narración de su actividad apostólica, refiere una profecía de
Isaías acerca de “la región de Zabulón y Neftalí”, donde el Maestro moraba en aquel tiempo. “El
pueblo postrado en tinieblas ha visto una intensa luz; a los postrados en paraje de sombras de
muerte una luz les ha amanecido”. (Mt 4, 16). Mateo ha visto esta profecía hacerse realidad a sus
ojos. La luz que ilumina la Galilea y se difunde de allí a todo el mundo, es Cristo; Mateo le ha
conocido, le ha seguido y escuchado y quiere transmitir esa buena noticia a todo el mundo.
Cristo, Luz de las gentes
“Los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del
mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de
manera siempre nueva” (EG 92). Con estas palabras eminentemente misioneras del Papa Francisco
en su reciente exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (EG), podemos concentrar la atención en
el aspecto nuclear de la palabra de Dios de este Domingo en la Iglesia, cuyo tema clave puede ser
la expresión “luz de las gentes”. Esta tiene su origen en el profeta Isaías y aparece siempre en los
textos del Siervo de Dios (Is 42, 6; 49, 6; 51, 4). El Nuevo Testamento toma esta imagen y la
atribuye a Jesús cuando Simeón se encuentra con él en el templo (Lc 2, 32), y a Pablo y Bernabé en
los comienzos de la misión evangelizadora de los paganos (Hch 13, 47). Ser luz de las gentes es uno
de los atributos esenciales de la Iglesia, porque lo era su fundador y porque lo era la iglesia
naciente. Por eso el Concilio Vaticano II comenzaba así también una de sus cuatro grandes
Constituciones, la dedicada a la Iglesia, la Lumen Gentium: Cristo es la luz de las gentes”. La
asamblea conciliar revisaba y exponía la identidad de la Iglesia, manifestándose ante el mundo
como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de todo el género humano, y reflejaba así
su naturaleza y su misión universal.
El segundo cántico del Siervo de Dios (Is 49, 1-13) tiene su centro en esta proclamación: “Es poco
que seas mi siervo, (…) Te hago luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta el confín de
la tierra”. Todo el poema describe la vocación y la misión profética del Siervo: la llamada originaria
de Dios, el encargo de transmitir su palabra crítica, como espada y como flecha, sobre las realidades
cercanas y lejanas, el fracaso aparente del servidor y la confirmación de su misión de parte de Dios,
haciéndola extensiva a todas las gentes. Sin disminuir el carácter propio de Siervo de Dios, el texto
enfatiza, sin embargo, su función como luz para todas las gentes, de modo que se haga visible la
liberación de los cautivos y el consuelo de los desamparados de toda la tierra. Con esta figura
profética del Siervo podemos considerar la misión profética y testimonial de la Iglesia actual,
particularmente en Latinoamérica, donde estamos embarcados en la tarea evangelizadora y
misionera específica de la Misión Permanente, impulsada por los obispos del CELAM en Aparecida
(2007). La Iglesia, toda ella, está llamada a ser también luz de las gentes, es decir, signo creíble de
salvación para las gentes de nuestro tiempo y en todos lugares de la tierra.
En este sentido cuando el Papa Francisco ha insistido en la naturaleza misionera de la Iglesia ha
expresado que la gracia de la misionariedad es la gracia de “salir de sí y del peregrinar” (EG 124).
Por eso exhorta abierta y decididamente: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de
Jesucristo. […]. Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que
una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero
una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos
hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una
comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa
contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos
sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «
¡Dadles vosotros de comer! » (Mc 6,37)”. (EG 49)
Podemos congratularnos sobremanera con el testimonio específico de mujeres y hombres que por
toda la tierra difunden la luz del Espíritu, mediante la entrega de su vida a los que sufren y a los
empobrecidos por el sistema social excluyente en el que estamos inmersos. Podemos incluso estar
sanamente orgullosos de pertenecer a una Iglesia, en la que un gran número de misioneras y
misioneros esparcidos por el mundo constituyen una fuerza espiritual radiante cuya luz está
indicando, como Juan el Bautista, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y
que libera a la humanidad con el don del Espíritu, porque él es el Hijo de Dios. Esta Iglesia
misionera y servidora de los pobres hace visible por doquier que toda la Iglesia, unida a Jesucristo,
es también “luz de las gentes”, es una instancia crítica permanente ante los poderes políticos y
económicos, y muestra, como Juan Bautista, a Cristo como Cordero pascual que quita el pecado del
mundo (Jn 1,29-34) y cuya sangre, desde la tradición del éxodo, es la señal de la liberación humana
definitiva y de la nueva vida en el Espíritu. Nosotros, los cristianos, tenemos la oportunidad de dar
testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios pero denunciando al mismo tiempo, como el Bautista,
todo tipo de injusticias.
Apéndice
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
“El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande”
748: «Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo,
desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el
rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas». Con estas palabras comienza la
«Constitución dogmática sobre la Iglesia» del Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el
artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús.
La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la
Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.
“Convertíos…”
1427: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,
15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen
todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y
fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y se alcanza la
salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428: Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos.
Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio
seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación
constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación». Este esfuerzo de conversión no es sólo una
obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia
a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.
1989: La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación
según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: «Convertíos porque el Reino de los cielos
está cerca» (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto.
“…porque el Reino de los Cielos ha llegado”
541: «Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”»
(Mc 1, 15). «Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los
Cielos». Pues bien, la voluntad del Padre es «elevar a los hombres a la participación de la vida
divina». Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia,
que es sobre la tierra «el germen y el comienzo de este Reino».
542: Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como «familia de Dios». Los
convoca en torno a Él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío
de sus discípulos. Sobre todo, Él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su
Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí» (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres.
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