V Domingo de Cuaresma Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,1-45) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 42,1-2) Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa, contra gente sin piedad; sálvame del hombre traídos y malvado. Tú eres mi Dios y protector. No se dice «Gloria» ORACIÓN COLECTA Oh Dios de vida: Tú quieres que vivamos y seamos felices. Tu Hijo Jesús nos asegura: “Yo soy la resurrección y la vida”. No permitas que tu vida muera en nosotros. Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado, de nuestra mediocridad y de nuestros temores. Que la vida triunfe en nosotros, aun en nuestras pruebas e incertidumbres, y haz que nuestra esperanza sea contagiosa para otros. Gracias, porque tú nos has destinado para la vida sin fin por medio del primer nacido de entre los muertos, Jesucristo. PRIMERA LECTURA (Ez 37, 12-14) Os infundiré mi espíritu, y, viviréis Lectura de la profecía de Ezequiel Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor. SALMO RESPONSORIAL (Sal 129, 1-2- 3-4ab. 4c-6. 7-8) R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R/.u Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. R. Mi alma espera a en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R/. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 8, 8-11) El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Jn 11, 25a. 26) Yo soy la resurrección y la vida -dice el Señor-; el que cree en mí no morirá para siempre. EVANGELIO (Jn 11, 1-45) Yo soy, la resurrección y la vida + Lectura del santo evangelio según san Juan En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?» Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.» Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.» Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará.» Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama.» Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.» Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: « ¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Escúchanos, dios todopoderoso, tu que nos has iniciado en la fe cristiana, y purifícanos por la acción de este sacrificio. PREFACIO En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo Señor nuestro. El cual, hombre mortal como nosotros, que lloró a su amigo Lázaro, y Dios y Señor de la vida, que lo levantó del sepulcro, hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una vida nueva. Por eso los mismos ángeles te cantan con jubilo eterno, y nosotros no unimos a sus voces cantando humildemente tu alabanza: Santo, Santo, Santo… ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Jn 11,26) El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Te pedimos, Dios todopoderoso, que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, en cuyo Cuerpo y Sangre hemos comulgado. Lectio EL DON DE AMOR Y VIDA QUE VIENEN DE JESUCRISTO El pasaje del Evangelio que este domingo que leemos está tomado de Juan 11, que narra la resurrección de Lázaro, un relato que los comentaristas tienen por uno de los más cuidados del segundo evangelista. Que presenta a Jesús como plenitud de vida. Para el comentario, tomamos como base del libro de R. E. BROWN, El Evangelio según san Juan, II, 672-693. 1.- La situación (v. 1-6) En este relato aparece unos personajes de los que en varias ocasiones se insiste en que Jesús sentía un gran amor hacia ellos. Si Betania era el lugar en que Jesús se alojaba cuando iba a Jerusalén, es razonable que sea aquella casa donde se hospedaba y que sus moradores eran verdaderamente amigos íntimos de Jesús. Pero Juan toma este recuerdo histórico y lo utiliza con miras teológicas, pues Lázaro, al que Jesús ama, se toma aquí probablemente como representante de todos aquellos a los que Jesús ama. Compárese la frase; «nuestro amigo (philos) Lázaro» (v. 11) con el título «amados philoi)» que aplica 3 Jn 15 a los cristianos. Del mismo modo que Jesús da la vida a su amigo Lázaro, también la dará a los cristianos, sus amados, que también somos nosotros y gozamos de esa nueva vida plena en Cristo. La importancia simbólica del pasaje destaca desde el primer momento. En el relato de la curación del ciego se decía que aquella enfermedad era para que se manifestaran las obras de Dios (9, 3); también en 11, 4 se dice que la enfermedad de Lázaro es para gloria de Dios, pues la gloria de Dios se hará patente sólo cuando sea glorificado el Hijo. Esta afirmación incluye varios juegos de palabras típicos de Juan. La razón de que la enfermedad no vaya a terminar con la muerte es porque Jesús dará la vida, es decir, la vida física como signo de la vida eterna. Este milagro glorificará a Jesús, no en el sentido de que el pueblo se sentirá admirado y le alabará, sino porque provocará la muerte de Jesús, que es un paso necesario hacia su glorificación. 2.- ¿Subirá Jesús a Judea? (v. 7-16) La discusión sobre si Jesús subirá a Judea parece desarrollarse en una doble dirección: a) Los v. 7-10 y 16 se refieren a su marcha hacia Judea para morir; en ellos no se menciona para nada a Lázaro. El tema de la luz y las tinieblas de los v. 9-10 está relacionado con 9, 4, donde también se insiste en que es necesario saber aprovechar la luz. En el v. 9 se menciona la luz del mundo. El gesto de Tomás, anticipándose a decir que los discípulos tienen que morir con Jesús tiene paralelos en los evangelios sinópticos, pues Mc 8, 34-35 invita a los discípulos a perder la vida por amor a Jesús. b) Los v. 11b-15, en que se recoge el mismo tema de la subida a Jerusalén, introducen la posibilidad de prestar ayuda a Lázaro. Los discípulos interpretan erróneamente la alusión de Jesús al sueño de Lázaro (es decir, a su muerte) y el viaje para despertarle (es decir, resucitarle). Este juego de palabras está también presente en la tradición sinóptica (cf. Mc 5, 39). El malentendido de que son víctimas los discípulos en Juan sirve para que Jesús explique (v. 14) y proclame una vez más la finalidad teológica de todo lo que está ocurriendo (v. 15). La explicación es la misma que en el v. 4; pero mientras en el v. 4 se insiste en la relación del milagro con Dios (la glorificación), en el v. 15 se subraya la relación del milagro con los discípulos (la fe). Este último signo de Jesús tiene mucho en común con el primero (2, 11). Los dos aspectos del milagro se conjugan en el v. 40, cuando Jesús dice a Marta que la fe en Él hará que vea la gloria de Dios, pues por la fe alcanzamos la vida de Dios. 3.- Marta saluda a Jesús (v. 17-27) El duplicado de los v. 7-16 parece prolongarse en v. 17-33. En efecto, los v. 20-27 nos dicen cómo Marta salió de su casa para saludar a Jesús, y los v. 28-33 nos explican cómo María salió también de la casa para recibir a Jesús. Los dos relatos son muy semejantes y las dos mujeres pronuncian el mismo saludo (v. 21 y 32). El relato de Marta y María responde perfectamente a los que sabemos por Lc 10, 38-42. Aquí aparece Marta afanosa y preocupada por atender a Jesús, mientras que María permanece sentada a los pies de Jesús escuchando sus palabras. En el relato de Juan, Marta sale corriendo para recibir a Jesús, mientras que María permanece sentada en casa; pero cuando María oye que ha llegado el Maestro, se apresura y cae a sus pies. Es obvio que en todo esto hay varias influencias cruzadas entre los retratos de Lc y Jn de las dos mujeres. A lo largo de todo el episodio de Marta se advierte que ésta cree en Jesús de manera inadecuada. En el v. 27 se dirige a Él con títulos elevados, pero en el v. 39 se advierte que aún no cree que Jesús tenga el poder de dar la vida. Le considera como un intermediario al que Dios escucha (v. 22), pero aún no ha comprendido que Jesús es la vida misma (v. 25). En el v. 22 la afirmación de Marta, «sé que Dios te dará lo que pidas», ofrece cierta semejanza con las instrucciones de María a los sirvientes de la boda de Caná: «Haced lo que Él os diga» (2, 5). En ambos casos se da la misma confianza, apenas expresada, en que Jesús actuará a pesar de la aparente imposibilidad que sugieren las circunstancias. El v. 22 se parece más a una confesión que a una petición. Marta interpreta de forma equivocada la respuesta de Jesús en el v. 23, como si se tratase de una frase más de consuelo de las que acostumbraban los judíos con ocasión de la muerte. Marta coincide con Jesús en que profesa la doctrina de la resurrección de los muertos, defendida por los fariseos contra los saduceos (cf. Mc 12, 18; Hch 23, 8). Aunque esta doctrina se introdujo tardíamente en la teología judía (a comienzos del siglo II a. C., con Dn 12, 2), era ampliamente aceptada por el pueblo en tiempo de Jesús. En los v. 25-26, conforme a la exégesis más acertada de C. H. Dodd, aparecen dos ideas: Primera, Jesús dice: «Yo soy la resurrección.» Es la respuesta directa a la confesión de Marta en el v. 24, y (sin excluir la resurrección final) le asegura la realización inmediata de lo que ella espera para el último día. Esta afirmación se comenta en v. 25ab: Jesús es la resurrección en el sentido de que todo el que crea en Él, aunque descienda a la tumba, irá a la vida eterna. La «vida» a que se refiere el v. 25c es la vida que procede de lo alto, engendrada por el Espíritu, que vence a la muerte física. Segunda, Jesús dice: «Yo soy la vida.» Esta afirmación es comentada en el v. 26. Todo el que reciba el don de la vida por la fe en Jesús nunca morirá de muerte espiritual, porque ésta es una vida eterna. Hay que notar que, como suele ocurrir en las sentencias en que se usa «yo soy» con un predicado, aquí «resurrección» y «vida», que son los predicados, expresan lo que Jesús es en relación con los hombres; son las cosas que Jesús ofrece a éstos. Como reacción a las sentencias en que Jesús se presenta como resurrección y vida, Marta confiesa su fe en Jesús mediante una serie de títulos frecuentes en el NT. 4.- María saluda a Jesús (v. 28-33) La única diferencia que hay entre el saludo de Marta y el de María es que ésta cae a los pies de Jesús (v. 32). En el v. 33, como en el v. 38, se describe una fuerte sacudida emocional de Jesús. Esta sacudida emocional, que puede entenderse como de enojo o ira, aparece también otras ocasiones en los evangelios sinópticos, y puede explicarse como la reacción de Jesús al encontrarse frente a frente con el dominio de Satanás, que, en este caso, está representado por la muerte. Es interesante advertir que en otros dos casos en que Jn emplea el verbo griego tarassein (Jn 14, 1.27) se describe la reacción de los discípulos ante la muerte inminente de Jesús; además, en 13, 21 se utiliza también este verbo para describir hasta qué punto se sintió Jesús conmovido ante la idea de que iba a ser traicionado por Judas, en cuyo corazón había entrado ya Satanás. 5.- La resurrección de Lázaro (v. 34-44) Los v. 34-40 sirven para ambientar el milagro describiendo la tristeza de Jesús antes de ir al lugar en que se halla la tumba y la resistencia a su orden de abrirla. Esta ambientación da al evangelista la oportunidad de recordarnos algunos de los temas que han aparecido a lo largo de todo el capítulo, de forma que no se nos escape el significado último del milagro. El v. 36 nos recuerda que Lázaro es el amado. En el v. 37 se recuerda la curación del ciego: así aparecen yuxtapuestas las ideas de Jesús como luz y como vida. El v. 40 une los temas de la fe (v. 25-26) y de la gloria (v. 4). El tema de la gloria enlaza a su vez con 2, 11, uniendo de esta forma el primer signo (milagro de la boda de Caná) y el último (resurrección de Lázaro). Las palabras de Jesús en v. 41-42 tienen la forma de una oración: 1) Jesús eleva la mirada al cielo, gesto que es el preludio de una oración; 2) lo primero que dice es «Padre», traducción del arameo `Abbá; 3) la plegaria se inicia con una acción de gracias, como ocurre en las oraciones judías clásicas. Con este modo de oración está conforme la imagen que los sinópticos presentan de Jesús (cf. Mt 6, 10; Mc 14, 36). En los v. 41-42 muestra Jesús su alegría por el hecho de que su plegaria sea siempre escuchada sirva para que la multitud alcance la fe. La plegaria será escuchada, y por eso los presentes contemplarán una obra milagrosa que en definitiva es una obra del Padre. A través del ejercicio de los poderes de Jesús, que son poderes del Padre, llegarán al conocimiento del Padre y así recibirían vida. Los presentes pudieron muy bien el gesto de la plegaria de Jesús, como cuando Elías oraba a Dios así: «Escúchame, Señor, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres el Dios verdadero» (1 Re 18, 37). Una vez preparado el pueblo para que pueda entender el signo, Jesús llama a Lázaro fuera de la tumba. Con su característica brevedad Juan narra el milagro, sin detenerse en detalles, en los v. 4344. Lo que le interesa es que Jesús ha dado la vida (física) como signo de su poder para comunicar la vida eterna en la tierra y como promesa de que resucitará a los muertos en el último día. Concluyamos con un Himno Tradicional Ucraniano de Cuaresma, que señala: “Al levantar a Lázaro de la muerte antes de Tu Pasión, confirmas la Resurrección universal, Oh, Cristo, Dios. Como los hijos con las palmas de la victoria, clamamos a ti, Oh, Desaparecedor de la Muerte: "Hosana en lo alto. Bendito es el que viene en el nombre del Señor." (Iglesia Ortodoxa Ucraniana - Troparión del sábado de Lázaro) Apéndice He aquí algunos dos textos de San Agustín, que comentan este Evangelio a) Amemos la vida que permanece “Las obras del Señor no son apenas hechos: también son signos. Y si son signos, más allá del hecho de ser admirables, ciertamente deben significar algo. Y encontrar el significado de estos hechos es muchas veces mucho más trabajoso que leerlos o escucharlos. En cuanto se leía el Evangelio, oíamos admirados la manera como Lázaro volvió a la vida, como si el espectáculo de este gran milagro sucediese ante nuestros ojos. Pero si le prestamos atención a las obras de Cristo mucho más maravillosas que esta, todo aquel que cree resucita. Y se atentamos con inteligencia con muertes más detestables, todo que aquel que peca muere. Por tanto, todos temen la muerte de la carne y pocos la del alma. Todos se preocupan y evitan cuanto pueden la muerte del cuerpo que, antes o después, vendrá ciertamente. Se esfuerza por no morir el hombre que tiene que morir y no se esfuerza por no pecar el hombre… ¡Oh, si consiguiéramos despertar a los hombres –y nosotros junto con ellos- para que amemos tanto la vida que permanece como se ama esta vida que pasa!” (San Agustín, “In Ioannes Ev.” tr. 49,2.3) b) Jesús lloró para enseñarle al hombre a llorar “Lázaro, con cuatro días de muerto y encerrado en el sepulcro, es el símbolo de un gran pecador. ¿Por qué razón se conmueve si no es para enseñarte cómo debes conmoverte cuando te ves oprimido y aplastado por el gran peso de tus pecados? Te examinaste, te reconociste culpable y dijiste: cometí este pecado y Dios me perdonó; cometí aquél y no me castigó; escuché el Evangelio y lo desprecié; fue bautizado y recaí en las mismas culpas. ¿Qué hago? ¿Para dónde voy? ¿Cómo podré salir de esto? Cuando hablas así, ya Cristo se conmueve, porque en ti se agita la fe. En la voz de quien clama aparece la esperanza de quien resucita. Si dentro de ti hay fe, dentro de ti está Cristo que se estremece interiormente. Si en nosotros no hay fe, en nosotros no hay no está Cristo. Es el Apóstol quien lo dice: Cristo habita por la fe en nuestros corazones‟ (Efesios 3,17). Por lo tanto, tu fe en Cristo es Cristo en tu corazón. Que se estremezca Cristo en el corazón del hombre oprimido por el peso inmenso y por el hábito del pecado, en el corazón del hombre que transgredió el santo Evangelio, que desprecia las penas eternas: que se estremezca Cristo, que se repruebe el hombre a sí mismo. Escucha algo más: Cristo lloró. Que el hombre se llore a sí mismo. De hecho, ¿Por qué motivo lloró Cristo sino para enseñar al hombre a llorar?” (San Agustín, “In Ioannes Ev.” 49,19)