Hacia el Equilibrio

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Hacia el Equilibrio
En una plática franca y abierta, Sixto Porras y su esposa Helen nos hablan de sus luchas
y las lecciones que han aprendido acerca de las dinámicas necesarias para mantener
fresca la relación con la familia en medio del servicio ministerial.
En una plática franca y abierta, Sixto Porras y su esposa Helen nos hablan de sus luchas
y las lecciones que han aprendido acerca de las dinámicas necesarias para mantener
fresca la relación con la familia en medio del servicio ministerial
AP:¿Qué tensiones experimentaron como matrimonio durante los años que ejercieron la
responsabilidad pastoral en la iglesia?
Sixto: Una de las tensiones es el hecho de que uno, como pastor, maneja su propia
agenda; carecemos de alguien que esté encima de nosotros dándonos instrucciones en
cuanto a horario o actividades. Por nuestra tendencia a enfocarnos más en el trabajo,
caemos en la trampa de descuidar a la familia porque todo el tiempo lo consumimos en
el trabajo pastoral. Además el trabajo de la iglesia, aparte de que es apasionante, resulta
ser inagotable. Uno de los retos más importantes es, entonces, aprender a guardar el
equilibrio en el manejo de la agenda sin sentir culpa alguna por esto. Como uno se sabe
llamado por el Señor y necesita responder «no puedo atenderlo», se maneja cierta dosis
de culpa. Por nuestra tendencia a enfocarnos más en el trabajo, caemos en la trampa de
descuidar a la familia porque todo el tiempo lo consumimos en el trabajo pastoral. Uno
piensa: «¿Qué pensarán los hermanos?»
También debemos educar a la congregación a fin de que entienda que en la agenda del
pastor se destina tiempo para la atención pastoral, tiempo para encontrarse
personalmente con Dios y tiempo para pasar con la familia.
En ese sentido los primeros años de nuestro matrimonio no resultaron fáciles porque yo
no sabía cómo guardar el equilibrio. En cierto momento escuché a Helen decir «siento
que Dios me ha robado a mi esposo». Entonces yo asumí la responsabilidad y confesé:
«no es Dios el responsable sino yo, que no sé cómo manejar mi agenda. Yo luchaba con
la culpa, así que acudí a mis pastores para confesarles que no sabía cómo disfrutar mi
tiempo en familia y mis vacaciones. La primera orientación que me dieron fue
establecer acertadamente mis prioridades. Pero conseguirlo no es tarea fácil. Es un
ejercicio cíclico en el que uno debe permanecer consciente de esas prioridades.
Hablando con el Señor, él me guió a Eclesiastés, y ahí aprendí el don de disfrutar la
vida.
Creo que no existe mayor tristeza que terminar con éxito en el ministerio pero perder
por el camino a la familia. Para mí, el éxito en la familia es llegar al final de los días
habiendo amado a quien hemos tenido que amar. Helen ha conseguido sacar lo mejor de
mí.
Era la necesidad de sembrar en el corazón de nuestros hijos que ellos eran importantes
para él. Helen: Para mí el desafío mayor era lograr que él entendiera lo que yo estaba
viendo, la necesidad en mis hijos —en mí misma— de querer compartir más tiempo. No
quería que interpretara mi perspectiva como un capricho. Era la necesidad de sembrar
en el corazón de nuestros hijos que ellos eran importantes para él. No quería, de ninguna
forma, que llegaran a resentirse contra el ministerio. Mi desafío era compartirlo de tal
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manera que él quedara persuadido y conmovido. Pedí ayuda para saber cómo hablarle a
Sixto sobre mi inquietud. No porque él mostrara un corazón cerrado, sino que era
esencial que él reconociera la importancia de esa necesidad. Siempre le pedía a Dios
que me diera el momento oportuno y la actitud correcta. Necesité ser firme en el
momento justo de exponerle mi opinión, pues en el principio solo guardaba dolor.
Entonces pude confesarle que no estaba dispuesta a continuar con semejante carga.
Necesitaba que él se diera cuenta de que urgía que él introdujera cambios en la
administración de su tiempo.
Él dispuso su corazón al cambio y pudimos llegar a acuerdos claros de cómo distribuiría
el tiempo. Desde inicio de año definimos espacios en su agenda para la familia. Durante
la semana establecimos días en los cuales saldríamos como familia; también
organizamos tardes para que Sixto pudiera pasar tiempo con nuestros hijos. No seríamos
nosotros los que buscaríamos en qué momento nos metíamos en su agenda. El tiempo
ha pasado y puedo asegurar que los chicos se sienten a gusto, muy honrados de estar
sirviendo al Señor.
Sixto: Uno de los errores que cometía con frecuencia era contraer compromisos justo en
el periodo de vacaciones de los chicos, hasta que aprendí, con la ayuda de Helen, que lo
más saludable era separar el tiempo de familia antes de que empezara el año. Y ahora,
son los muchachos los que llevan una agenda más saturada, pero han aprendido a
establecer las mismas prioridades.
AP: Ustedes han mencionado varios pasos que tomaron para resolver las tensiones.
¿Cuál fue la vía que encontraron para mantener un diálogo sano y productivo?
Helen: Seguí un principio: me casé con la premisa de que todo lo que Sixto y yo
hiciéramos honrara el nombre del Señor, en pequeñas decisiones, conversaciones,
estrategias. Para llegar a acuerdos la meta que siempre debíamos buscar era exaltar el
nombre del Señor. Yo amo a Sixto, pero ante todo amo al Señor. Permanecía consciente
de que cualquier acción que tomara, actitud que eligiera o palabra que pronunciara debía
honrarlo siempre a Él.
Otro principio que consideré es que debía vivir mi matrimonio como una carrera de
fondo. Otro principio que consideré es que debía vivir mi matrimonio como una carrera
de fondo. Para llegar a donde queremos necesitamos dar los pasos acertados que nos
permitan llegar al final. Si mis deseos están en primer lugar, no contribuye en nada a
alcanzar la meta anhelada.
Estos han sido principios esenciales que nos han ayudado a saber que en todos los retos
que enfrentemos juntos nuestra meta debe ser llegar a una solución, más que interponer
nuestros deseos individuales.
Además el respeto ha sido un elemento vital. Cuando lo confronto por algo en lo el que
siento que no ha actuado correctamente, siempre me ha expresado: «No tengo la
respuesta porque no la sé, no se me ocurre». Su actitud siempre ha sido de escuchar con
atención, apertura y respeto. Yo también lo respeto a él como mi esposo, como a un
hombre a quien Dios ha llamado.
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Sixto: Para mí ha sido clave la actitud de Helen: siempre ha sabido decir bien las cosas.
Ese es el gran secreto. Si ella me hubiera gritado o insultado no hubiera provocado de
mí la mejor actitud. Ambos partimos de la premisa de que nos amamos y ese diálogo
nos ha ayudado. En algunos momentos yo reacciono, pero llega el momento en que
rápidamente reflexiono y me doy cuenta de que lo que ella está diciendo tiene su óptica
y su razón. Añado, también, que ambos hemos tenido confianza en decirnos la cosas.
AP: ¿Qué síntomas pueden alertar al matrimonio de que necesitan prestar más atención
a su relación como pareja?
Sixto: Agresividad, reclamos constantes, distanciamiento, herirse mutuamente y no
decir nada, tenerle temor el uno al otro. Es muy común —y triste a la vez— que alguno
de los dos guarde silencio con respecto a lo que está pensando. Si me doy cuenta de
cosas que deben ser llevadas al diálogo entre ambos y callo al respecto, estoy ante un
síntoma de que algo ha bloqueado la comunicación fluida. El silencio puede conducir a
situaciones extremas: hijos con síntomas de adicciones, por ejemplo, o depresiones,
rebeldía. Las mujeres han caído en depresión porque acarrean resentimientos, no se
expresan, no confrontan. En mi opinión, algunos de esos signos indican que existe una
disfunción.
AP: Existe una tendencia natural en el varón a descuidar su relación con la familia; ¿por
qué se acentúa tanto esa tendencia en hombres que están involucrados en el pastorado?
Sixto: A mí me parece que es por la cultura machista en la que hemos crecido. Yo entré
al ministerio en una época en que el desafío era: «quien no deja padre ni madre no es
digno de mí», y se sostenía este argumento con orgullo. Si tu ministerio no mostraba
todos los elementos de sacrificio por el ministerio, se generaba culpa. Hoy estamos
viviendo una época en la que la familia es un tema de enseñanza, la importancia de
cuidar el hogar, de criar bien a los hijos.
Otro elemento en juego es que lo hemos ocultado a nivel pastoral. Descuidamos a la
familia no porque estemos en el pastorado, sino que es una de las áreas que no hemos
permitido que Dios trate con nosotros. Hace poco atendí a la hija de un pastor que me
compartía: «mis hermanos se han ido de la casa. Mi papá es tan duro y religioso que mis
hermanos odian todo lo que tenga que ver con fe. Mi papá nos echa de la casa cuando
nos atrae alguien que no es cristiano. Es tan duro que, si alguno de nosotros quiere
ayudar al que se fue de la casa, mi papá se lo prohíbe, de manera que cualquier ayuda
que le brindemos se la damos en secreto». Me dolió profundamente escuchar esta hija
de pastor. ¿Cómo puede llegar a ocurrir algo semejante? Él se relaciona de esa manera
no por estar en el pastorado, sino porque ha sido mal educado en términos de lo que
significa ser cristiano y sobre todo ser padre.
Helen: Eso me lleva a pensar en los desafíos que enfrenta la familia pastoral. Muchas de
las posturas como la de este pastor, se deben a las expectativas erróneas que se han
formado con respecto a las funciones, roles y comportamientos de los miembros de la
familia pastoral. Ha caído un peso y una demanda insostenible sobre sus hijos —que
deben seguir una conducta específica—, sobre su esposa, y sobre el mismo pastor. Esa
presión puede producir crisis como la del ejemplo que acaba de compartir Sixto. Y
muchas veces se les pide algo que no necesariamente es lo que Dios quiere que cada
uno haga.
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AP: ¿De qué manera sería conveniente educar a la congregación para que no ejerza
sobre la familia pastoral semejante presión?
Helen: Primeramente debe darse un espacio a la reflexión interna sobre qué significa la
función pastoral. Sixto nunca puso demandas sobre mí, ni sobre nuestros hijos. Yo
también luché para que esas demandas no alcanzaran a mis hijos. Primeramente debe
darse un espacio a la reflexión interna sobre qué significa la función pastoral. Se les
enseña a los otros cuando vivimos con tranquilidad, sabiendo que es Dios quien nos
mueve a llevar a cabo algo. Uno lo puede expresar cuando conversa con las personas,
haciendo comentarios que muestren valor a su familia. Yo no quiero que mis hijos
lleguen a desarrollar resentimientos o actitudes negativas sino que disfruten. No crear
expectativas sobre ellos ha sido de gran ayuda.
Sixto: Yo le enseñé a la iglesia que Helen era mi esposa, no la pastora, y que íbamos a
esperar que Dios hablara al corazón de Helen para que ella ocupara el lugar que ella
sintiera que debía ocupar. Unas personas le decían que debía dirigir a los niños, a las
mujeres, y Helen no quería dirigir nada de eso. Helen tenía veintiún años. Tuve la
libertad de hablarle a la iglesia para que no trasladaran los modelos pastorales que
habían visto antes a nuestra nueva vivencia de familia y de mí como pastor.
Helen: A mi hijo mayor una maestra de la escuela dominical le dijo que se debía
comportar como su papá. Y le pregunté a mi hijo, «¿qué pensás sobre eso?» Me
respondió: «¡entonces yo debería portarme tres veces peor!» Por las historias que había
escuchado sabía que su papá había sido un niño muy inquieto, travieso, activo. Esta
maestra estaba viendo a un hombre formado, ¡de cuarenta años y esperaba que el niño
de doce se comportara como él! Yo pude enseñarle a mi hijo a ubicar las cosas, a
aprender a interpretar los comentarios para que no guardara ningún dolor en su corazón
y, en consecuencia, mis hijos aman el ministerio y admiran el trabajo que se realiza.
AP: ¿De qué manera se ha enriquecido su relación matrimonial el cumplir sus funciones
ministeriales de una manera diferente a la convencional?
Sixto: Yo no conozco otro trabajo más que servir al Señor tiempo completo. Cuando me
inicié como pastor apenas comenzábamos nuestra relación de noviazgo, y nos casamos
menos de un año después. Yo no conozco otro trabajo más que servir al Señor tiempo
completo. Las cosas más bellas que he podido disfrutar, esa comunión con el Señor, las
he disfrutado también como matrimonio y familia. Nos ha bendecido el amor de las
personas, pues siempre ha habido quien nos ame. Otro elemento enriquecedor es el
respaldo que nuestras familias —la de Helen y la mía— nos han dado para el ministerio.
Ha sido un respaldo espiritual, moral, emocional y económico. Servir a la iglesia de
Cristo también me obliga a mantener mi comunión con Dios. El mejor discipulado es el
servicio, porque te obliga a buscar y a depender de Dios. Debes mantenerte humillado,
quebrantado, dependiente de Él, en una búsqueda continua de su presencia. Otro regalo
que no tiene precio es ver a nuestros hijos crecer con la marca de Dios en sus vidas, y la
huella de Helen y mía en ellos. Tengo en gran estima la amistad que nos une a Helen y a
mí. Vale la pena invertir en la familia. Pero la calidad de la relación que disfrutamos se
debe sólo a la gracia y misericordia del Señor. Sin Cristo dudo de que lo hubiera
logrado. Sólo en Cristo cobra otro sentido la vida.
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Helen: Mi inspiración siempre ha sido el Señor. Él es el que nos ha levantado inspirado
en los momentos difíciles en el ministerio y en el hogar. El ministerio es otra fuente de
inspiración, otro reto para llevar adelante el matrimonio. Podemos servir al Señor
porque hemos construido un hogar donde es posible vivir la gracia del Señor, pero,
igual, podemos recibir bendiciones en nuestra relación de familia porque el Señor nos
motiva a través del servicio. Todo viene del sustentador de nuestra alma, y vuelve a él
como una ofrenda de gratitud por su gracia en nosotros.
AP: ¿Helen, alguna vez, en los veintitrés años de su matrimonio, deseaste que Sixto se
dedicara a otra tarea?
Helen: No. Ha sido nuestra forma de vida. No lo visualizo haciendo otra cosa porque su
pasión es servir a las personas y ver que mejoren. Lo conocí sirviendo al Señor; creo
que para eso nació y así morirá.
AP: ¿Qué consejo le darían a otros matrimonios que están en el pastorado?
Sixto: Después de treinta años de caminar con el Señor creo que la lucha más grande
que uno enfrenta es mantener la frescura de su relación con el Señor, el anhelo de
buscar a Dios y tener hambre de Su Persona. He visto a muchos compañeros del
ministerio transformar esta experiencia íntima en profesión, cuando debería seguir
siendo pasión, entusiasmo por verlo y conocerlo. Resulta imprescindible desarrollar el
corazón de un discípulo.
Actualmente se ha levantado una gran trampa que lleva a la exaltación de nosotros
mismos. En cierta oportunidad vi a una chica que le besaba el anillo a su papá, como
ministro de Cristo. Después de consultarle al pastor me explicó que ella lo hacía por
respeto. Tal cuadro me dejó asustado y clamé al Señor: «¡guárdanos!».
La lucha diaria que enfrentamos no es fácil. Surgen momentos en los que uno se enoja,
o se frustra; por estar sensible puede lastimar a otros. Les diría a los papás y esposos
que no es justo para los demás que ellos sientan miedo ante nosotros. No podrán
encontrar nada más hermoso que sentir el corazón de su hijo y de su esposa y disfrutar
esa comunión. Quiero llegar al final de mis días diciendo, como Pablo: «he peleado la
buena batalla, he corrido la carrera, he guardado la fe, el amor de mi familia, los he
visto crecer en Cristo».
Otro principio que he aprendido y me gustaría legar es que no importa los años que uno
lleve en el ministerio, siempre será necesario cuidar tu matrimonio y tu familia como si
estuvieras comenzado. He visto compañeros de ministerio que, después de muchos
años, caminaron hacia las trampas que el enemigo les había tendido y abandonaron a su
familia. La experiencia de ellos me ha llevado a concluir que no hemos llegado a la
meta sino hasta el último momento. Es esencial que mantengamos fresca nuestra
relación con Dios, viviendo una vida de equilibrio, tomando tiempo para descansar, para
reír, para celebrar, servir y trabajar, entendiendo que el crecimiento lo da Dios, y que
este siempre se dará por la gracia y misericordia de Dios.
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