El drama fue uno de los géneros más característicos del Romanticismo y entre todos los dramas románticos destacó, por su importancia y éxito, Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), del Duque de Rivas. La obra trata sobre la fatalidad, la venganza y el honor. Don Álvaro, enamorado de doña Leonor, hija de un noble sevillano que se opone a su relación, mata a éste accidentalmente al tratar de fugarse con la joven, momento desde el cual los hermanos de Leonor (don Carlos y don Alfonso) buscarán una venganza que acabará con la muerte tanto de los amantes como de ellos mismos. Con Don Álvaro… podemos apreciar cuánto se alejó el teatro romántico del neoclásico. Frente a los tres actos de éste, Don Álvaro… se divide en cinco jornadas y rompe con la regla de las tres unidades: no hay una única acción (se alternan las vicisitudes de doña Leonor con las de don Álvaro), la historia transcurre a lo largo de más de cinco años (frente al límite de veinticuatro horas de los neoclásicos) y el espacio, lejos de ser único, es múltiple y sirve para marcar la degradación que van sufriendo los personajes y la historia: contrasta fuertemente la casa sevillana del Marqués de Calatrava y la noche primaveral durante la que se produce la tragedia que marcará a todos los personajes, con el acantilado azotado por una furiosa tormenta desde el cual don Álvaro se arroja para encontrar la muerte y el final de la obra. Incluso puede considerarse que la Italia en guerra de la jornada tercera y cuarta sea un reflejo del tormento interior que sufre don Álvaro, plasmado en el monólogo de la tercera jornada. En cuanto a los personajes, don Álvaro es el típico protagonista romántico, misterioso, rebelde y marginal, el mejor caracterizado de la obra y también el más desarrollado (de misterioso indiano a aristócrata, hijo de un noble español y de una princesa inca). A ello ayudan sus sucesivos choques con distintas manifestaciones de autoridad: primero, con la paterna, representada por el marqués de Calatrava; después, con la del rey, en Italia, al batirse en duelo, que estaba prohibido, con don Carlos; finalmente, con la ley divina, al romper, en el convento de la sierra de Hornachuelos, el recogimiento del “santo penitente” (que no es otro que doña Leonor). Cada uno de estos choques van fraguando su trágico destino, el suicidio, último acto de condenación del personaje (“voy al infierno”, dirá, justo antes del duelo final con don Alfonso). En cuanto a los demás personajes, no pasan de ser brevemente caracterizados para luego cumplir con el papel que le ha sido asignado, sin más: el marqués de Calatrava es un hombre de “mucho copete1” y “vanidad”, pero “muerto de hambre” (¿arruinado?) a pesar de su título nobiliario; don Carlos (militar “temible” y “valiente”) y don Alfonso (“más espadachín que estudiante”), los hermanos de doña Leonor, están ahí para perseguir a don Álvaro y morir a sus manos, mientras que doña Leonor, a pesar de ser la protagonista femenina, sólo sirve como objeto de deseo o de venganza, con un papel bastante sufriente y pasivo, que nunca tiene control sobre su vida, más allá de la decisión inicial de huir con don Álvaro, lo que desencadenará la tragedia. Entre unos y otros componen un cuadro de amores imposibles, pasiones ilícitas, venganzas, choques con la autoridad y destinos trágicos que reflejan el tan característico sentimiento romántico de insatisfacción y frustración frente al mundo, todo con un estilo y un lenguaje efectista y grandilocuente, al que estaba poco acostumbrado el público de la época, y que hoy nos puede resultar incluso ridículo, sobre todo si añadimos a ello las inverosímiles casualidades que van golpeando a los personajes. Y paradójicamente, ésta es la virtud de la obra: en su momento liberó al teatro del encorsetamiento neoclásico y supuso un primer paso para la modernización del teatro, dejando claro que todo (lo trágico y lo cómico, la prosa y el verso, la multiplicidad de espacios y los saltos temporales) podían tener cabida en una obra. 1 Atrevimiento, altanería, presuntuosidad.