[Введите текст] Período Tumultuoso

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Rusia en el siglo XVII
Período Tumultuoso
La coronación de Borís Godunov fue la señal del inicio de una nueva época de la historia rusa. Las
circunstancias dispusieron que el trono fuese ocupado por un representante de una estirpe no tan noble,
quien a la vez había realizado una ascensión brillante en la corte, era ducho en las intrigas de esta y, lo que
era más importante, durante el reino de Teodoro I Ivánovich de hecho había gobernado el país. A pesar de
tener parentesco con el último de la dinastía Ruríkida (su hermana Irene estaba casada con Teodoro
Ivánovich), el nuevo zar Borís percibía muy claro la falta de estabilidad de su situación y padecía de una
serie de complejos. Por eso no es de extrañarse que ya a principios de su reino el zar Boris emprendiera
varias iniciativas de índole populista, como las llamaríamos hoy. Trató de buscar la benevolencia de la
oposición, que era su posible competencia, y a esos efectos asignó a Mstislavski como presidente de la
Duma de los boyardos, concedió altos puestos a los representantes de la poderosa familia Shuyski y
prometió no ejecutar a nadie en los próximos cinco años. Incluso a los campesinos les hizo una especie de
indulgencia (aunque, por supuesto, no les prometió la libertad): por un año se abolió la prohibición de
pasar de un dueño a otro. A los principios mismos del siglo XVII, cuando Rusia sufrió una hambruna
tremebunda, Godunov dio la orden de vender el pan de las reservas del zar por precios fijos. Al mismo
tiempo, una vez establecido en el trono, Borís empezó a ajustar las cuentas con sus adeversarios de
maneras diferentes. Así, Bogdán Belski fue sometido a la llamada ejecución comercial: le sacaron todos los
pelos de la barba uno por uno en público. El sufrimiento físico y, sobre todo, una humillación sin
precedentes acabaron con la carrera oficial de este hombre, que había tenido tanta influencia antes. En
1600, las represiones alcanzaron a la familia Románov. No fueron ejecutados en el cadalso pero sí cayeron
en desgracia, lo cual se manifestó, por ejemplo, en que el cabeza de la familia, Fiódor Nikítich Romanov, fue
obligado contra su voluntad a tomar los votos bajo el nombre de Filareto. Su carrera laica terminó con eso,
aunque quiso el destino que más tarde Filareto tuviera un papel importante en los acontecimientos del
Período Tumultuoso, al convertirse en Patriarca y participar en la gobernación del país durante el reino del
primer Románov, Miguel I de Rusia, quien era su hijo. A muchos de los Románov, Borís Godunov los
desterró a conventos y ostrogs (fortalezas) lejanos. En general, no cabe duda de que Godunov poseía una
personalidad fuerte e intensa, intuía lo novedoso, tenía una visión de la perspectiva, y quién sabe si, a no
ser por la oscura época del Período Tumultuoso, Boris Fiódorovich podría haberse convertido en uno de los
gobernantes rusos que más contribuyeron en la historia del país.
Pero las cosas tomaron un rumbo dramático. A principios del siglo XVII, apareció un impostor, quien
se hacía pasar por el hijo de Iván el Terrible Dimitri, salvado milagrosamente después del atentado de 1591.
Antes de explicar la intriga de este impostor en concreto, deberíamos fijarnos en el fenómeno de la
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impostura, que es bastante peculiar. En el idioma ruso, el término samozvániets, o sea impostor
(antiguamente también zvanka) designaba a una persona que se había apoderado de un nombre ajeno.
Pero en el vocabulario político era usado principalmente cuado alguien se hacía (de manera ilegal, por
supuesto) del nombre de un representante de la dinastía gobernante y pretendía ocupar el trono. La
impostura, contra la oponión general, no se dio solo en Rusia pero también es cierto que en ningún otro
país tuvo tanta importancia. Surgida durante el Período Tumultuoso, la impostura alcanzó su auge ya en el
siglo XVIII, cuando aparecen unas cuantas decenas de impostores e impostoras. Para poner un ejemplo, los
falsos Pedros III en la segunda mitad del siglo fueron unos 40, incluyendo al más famoso de ellos, Yemelián
Pugachov. Es curioso que el mecanismo de la impostura a menudo fuese muy complejo y se diesen unas
situaciones paradójicas relacionadas con la invención de unos personajes que nunca habían ni existido: por
ejemplo, los falsos Iván I e Iván II, presuntos hijos de Dimitri I el Falso y Marina Mniszech, o un tal zarévich
Pedro, supuesto hijo del zar Teodoro I Ivánovich.
Pero volvamos al principio del siglo XVII e intentemos seguir el destino del hombre que entró en la
historia bajo el nombre de Dimitri I el Falso. Lo más probable es que fuera un tal Yuri ( de patrónimico
Bogdánovich) Otrépiev, procedente de una familia noble no muy rica, quien se hiciera pasar por el hijo
menor de Iván el Terrible. Perdió muy temprano a su padre, jefe de un destacamento de arcabuceros,
quien pereció en el barrio del Cuartel Alemán de Moscú sin que las circunstancias de su muerte se
aclararan nunca. Yuri fue educado por su madre, que se empeñó en alfabetizarlo. El joven incluso
dominaba la caligrafía fina, lo cual era muy apreciado y se consideraba un don raro en aquellos tiempos.
Empezó a servir sin contratiempos a los Románov, pero llegó el año 1600, los Románov cayeron en
desgracia y Otrépiev, con razón preocupado por su destino, encontró refugio detrás de los muros de un
convento: tomó votos bajo el nombre de Grigori en el convento Chúdov de Moscú, donde vivió en paz
hasta 1602. Después pasó algo que parece inesperado: acompañado por dos frailes, Misaíl y Varlaam,
Otrépiev, se marcha de Moscú y al cabo de un tiempo, aparece en la República de las Dos Naciones , donde
cuelga los hábitos (se hace exclaustrado) y se declara como el zarévich Dimitri y, por consiguiente,
pretendiente legítimo al trono ruso, discreditando de esta manera la autocracia del zar Borís.
Probablemente, no sabremos nunca el trasfondo de esta intriga. Es probable que tuviera que ver su
relación con los Románov, adversarios intransigentes de los Godunov. Y es obvio que los magnates polacos,
en primer lugar, voivoda de Sandomierz Yerzy Mniszech, apoyaran la aventura del fraile Grigori
persiguiendo ciertos fines lucrativos. Mniszech pretendió casar con Otrépiev a su hija Marina, católica
fervorosa, para hacer de ella la zarina rusa. Fuese como fuese, el impostor juntó un ejército numeroso bajo
sus banderas (unas 20 000 personas), compuesto por mercenarios de toda Europa, polacos, nobles
militares venidos de rincones distintos de Rusia, cosacos etc., que en otoño de 1604 cruzó la frontera y fue
avanzando hacia Moscú. Estalló en el país una guerra civil provocada por varias razones, en particular,
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porque en los tiempos del poder despótico de Iván el Terrible (período conocido como opríchinina), la
sociedad rusa se había visto partida. Unas ciudades y fortalezas rusas le abrían las puertas a Dimitri el
Falso, otras seguían fieles a Godunov... El impostor, no obstante, se acercaba cada vez más a Moscú. El zar
Borís Fiódorovich, quien sufría inmensamente aquella situación, falleció repentinamente en abril de 1605.
El pueblo les juró fidelidad a la zarina María y el zarevich Teodoro Borísovich pero estos pronto fueron
asesinados por la gente de Otrépiev, quien entró en Moscú en junio de 1605. Así comenzó el reinado de
Dimitri I el Falso, que duró casi un año, no se destacó por ningún acontecimiento importante y terminó por
unos disturbios en Moscú durante los cuales el impostor fue matado por unos conspiradores.
Rusia estaba viviendo el Período Tumultuoso, caracterizado por el estado permanente de guerra
civil (la primera en la historia del país), intervención extranjera en los asuntos interiores del Estado (la
polaca y más tarde, la sueca), una profunda crisis dinástica (en el sentido amplio, crisis del poder en
general), una devastación del país antes no conocida, su ruina total.
Después de la muerte de Dimitri I el Falso fue llevado al trono el “zar de los boyardos” Vasili
Shuyski. Durante el reinado de este, apareció el ya mencionado “zarevich Pedro” (se supone que fue
procedente de una familia de pequeños burgueses, un tal Ileyka Múromets), se produjo un motín
encabezado por Iván Bolótnikov, declaró sus pretensiones del sufrido trono ruso el llamado Dimitri II el
Falso (es posible que fuera un tal Bogdanko, maestro de colegio de la ciudad de Shklov, guiado por una
coincidencia trágica de circunstancias). En 1610, “los de Túshino” (así les decían a los partidarios de Dimitri
II el Falso, quien no tenía fuerzas ni, por tanto, posibilidad de conquistar Moscú y había establecido su
campamento en la población de Túshino cerca de la capital: esa, por cierto, fue la razón de apodarlo “el
ladrón (vor) de Túshino”: en aquellos tiempos, el vocablo vor no solo se refería a un ladrón sino a cualquier
malvado, vil) y el príncipe Vladislao, hijo del rey polaco Segismundo III, acordaron entregar el trono ruso al
príncipe. Eso fue en febrero de 1610; en junio del mismo año fue destituido Vasili Shuyski y en diciembre
fue asesinado durante una cacería Dimitri II el Falso. El poder nominal por un tiempo pasó a la duma de los
boyardos constituida por siete personas, por lo cual el período muchas veces se denomina “Los siete
boyardos”. En Moscú estaba una guarnición polaca y el poder le pertenecía a su comandante Gosiewski.
Es evidente que la situación de Rusia era intrincadísima. Por supuesto, el formato de conferencia no
permite analizar detalladamente todos los pormenores de la historia rusa del Período Tumultuoso, trazar
todas las líneas zigzagueantes de los destinos históricos. Vamos a detenernos solo en los problemas y los
sucesos más importantes. A partir de 1610, la lucha contra los invasores extranjeros se convierte en la tarea
principal de los súbditos rusos; las contradicciones interiores, por supuesto, no desaparecen, pero se
observa con mucha claridad que pasan al segundo plano. En primavera de 1611, se forma la primera milicia
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encabezada por Prokopi Liapunov y el atamán Zarutski. Sin embargo, aún falta mucho para la verdadera
consolidación y la milicia fracasa. Pero ya en otoño del mismo año el príncipe Dmitri Pozharski y Kuzmá
Minin-Sujoruk emprenden unos esfuerzos titánicos para formar la segunda milicia, que ha de triunfar y en
otoño de 1612 liberar Moscú de los polacos.
Hablando de esto, cabría fijarse en una circunstancia bastante importante. Tiene que ver con el
problema del marco cronológico del Período Tumultuoso y la guerra civil. El Período Tumultuoso fue más
prolongado: empezó a principios mismos del siglo XVII al mismo tiempo que la hambruna y terminó más o
menos en 1613 con la llegada al trono ruso del primer Románov. La guerra civil, en cambio, como ya se
había mencionado, estalló en el país en otoño de 1604 y duró hasta los años 1610-1611, es decir, hasta que
la lucha contra la invasión exterior amortiguó los conflictos interiores. De todas maneras, en la literatura
historiográfica podemos encontrar enfoques distintos para analizar los acontecimientos y los problemas de
ese período.
Así, el Período Tumultuoso paulatinamente se está acabando, la impostura no tiene ya de qué
alimentarse (según los cálculos de los historiadores, en Rusia a principios del siglo XVII hubo unos diez
zareviches impostores). El país recibe un zar legítimo, elegido por el Zemski Sobor (Asamblea de la Tierra):
los representantes de esta dinastía han de gobernar Rusia durante un poco más de 300 años. Es aquí donde
surge la pregunta: ¿por qué precisamente los Románov fueron dignos del honor de tomar las riendas del
poder? Existe una serie de factores que permite explicar la elección del 1613. Ante todo, los Románov eran
también los Ruríkidas (como ellos mismos declararon su procedencia), o sea, tenían parentesco con la
dinastía anterior: la primera esposa de Iván el Terrible fue Anastasia Zajáryina-Kóshkina, procedente de
unas ramas de la familia Románov. Además, fijémonos en que Miguel I de Rusia era sobrino nieto de Iván
IV. Los Rómanos gozaban de la reputación de los opositores de la opríchnina, lo cual elevaba su prestigio
ante los ojos de la sufrida nación. La candidatura del representante de esta dinastía fue también apoyada
por la Iglesia: ¡recordemos el destino de Filareto! Igualmente cabe mencionar el fenómeno de “los
sufridores”, del martirio, que siempre ha sido y sigue siendo muy importante para Rusia. Aplicado a la
situación que estamos analizando, los chances de los Románov eran altos también porque la familia había
sufrido tanto por culpa de Godunov y más tarde, de los polacos. Así, por ejemplo, Filareto estuvo largo
tiempo en el cautiverio polaco y regresó a Rusia solamente en 1619.
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Miguel I y Alejo I de Rusia
Caeríamos en un grave error al pensar que con el entronamiento del beato e indeciso zar Miguel de
16 años, los torrentes fervorosos de la historia rusa encontraran un caudal manso. Nada por el estilo.
Continuaron las tentativas de la invasión. Así, en 1615 el rey de Suecia Gustavo Adolfo trató de conquistar
Pskov. Por el Tratado de Stolbovo de 1617, Rusia perdió tierras en Carelia, tierras de Izhora, Ivángorod,
Koporie, Yam... Los suecos devolvieron solo Nóvgorod, que habían conquistado antes. Las guerras contra la
República de las Dos Naciones parecían interminables. Por ejemplo, en 1617-1618 los polacos volvieron a
acercarse a Moscú, y aunque, afortunadamente, el ataque fue repelido, según la Tregua de Deúlino, el país
perdió unas 30 ciudades: Smolensk, Chernígov, Starodub etc. A principios de los 30, se produjo la llamada
“guerra de Smolensk” cuando Rusia intentó recuperar esta ciudad antigua pero fracasó. Sin resolver sus
problemas territoriales, Rusia logró, eso sí, que los polacos dejaran de pretender el trono ruso. También
hubo guerras contra los tártaros de Crimea; dada la preocupante “transparencia” de las fronteras
meridionales, en 1635, empezó la construcción de la “franja empalizada” de 1000 kilómetros.
En 1645, el zar Miguel falleció y el trono fue ocupado por su hijo Alejo, quien, igual que el padre a la
hora de hacerse el monarca, tenía 16 años. En la historiografía es a veces llamado “el Apacible”, lo que se
considera equivocadamente su apodo “profesional” concedido por sus contemporáneos como señal de los
rasgos esenciales de su carácter y conducta. Pero no fue así. “El apacible” es una apelación honorativa
semioficial de los zares rusos en la segunda mitad del siglo XVII, que no es otra cosa que la traducción del
latín serenissimus, lo cual significaba “guardián del silencio”, o sea, de la paz y el bienestar de la nación. El
sobrenombre no se refería a lo apacible (o lo sumiso) del carácter de quien lo llevaba, sino a su poder y
magnificencia.
Durante el reinado de Alejo I (1645—1676), que no fue precisamente destacado por la tranquilidad
interior y la falta de conflictos exteriores, tuvieron lugar muchos sucesos que sacudieron Rusia. Hubo
nuevas guerras contra los suecos y los polacos. En 1654 se produjo la unificación de Ucrania y Rusia y en
1667, según el tratado de Andrusovo, el país recuperó la sufrida ciudad de Smolensk. Los principios de los
70 fueron marcados por la sublevación de Stepán Razin, que fue, probablemente, la convulsión inrerior más
seria de la Rusia del siglo XVII. Y si recordamos con esto que a mediados del siglo el país fue sacudido por
una ola de rebeliones urbanas (1648 – “el motín de la sal” en Moscú, 1650 – sublevaciones en Pskov y
Nóvgorod, 1662 – “el motín del cobre” otra vez en Moscú) podremos entender por qué este período de la
historia rusa se conoce como “la época de los motines”. En la segunda mitad del siglo, durante el gobierno
de Alejo I, se llevó a cabo la reforma de la Iglesia del patriarca Nikon, que generó el fenómeno conocido
como “cisma”. El cisma de la Iglesia Ortodoxa, que dividió a la gente en los partidarios del partiarca Nikon y
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los del protopope Awakum, o sea, los viejos creyentes (las proporciones de esta división no tienen en el
contexto que nos interesa demasiada importancia), dejó una marca muy fuerte no solo en la religiosidad
sino en la vida de la sociedad rusa en general y se proyectó en las épocas siguientes. Al final, deberíamos
fijarnos en otro hecho histórico importante. En 1649, entró en vigor el Código Conciliar (Sobórnoye
Ulozhenie), que era una colección de establecimientos legislativos que controlaban esferas difirentes de la
vida del país. Hay que poner hincapié en que el Código establecía la búsqueda de los siervos prófugos
ilimitada de plazo. Antes, según la llamada “ley de la servidumbre” de 1597, el plazo durante el cual los
amos podían perseguir a sus cimarrones era de cinco años, que se conocían como “años fijos”. En 1607,
estando en el poder Vasili Shuyski, las fugas de los siervos dejaron de considerarse hechos delictivos civiles
y pasaron a ser delitos estatales. En otras palabras, la búsqueda de los prófugos ya no era un asunto
privado del propietario sino una obligación impuesta por el Estado. En 1637, el zar Miguel I dispuso el plazo
de nueve años para perseguir a los prófugos y a principios de los 40, el plazo fue elevado hasta 10 y más
tarde, 15 años. Y ahora, según el Código Conciliar del zar Alejo I, los siervos perdían siquiera la minúscula
posibilidad de hacerse libres. Podemos afirmar que a mediados del siglo XVII Rusia ya tenía formado en sus
rasgos esenciales el sistema de servidumbre, que se modificó más de una vez y adquirió muchas
características nuevas en las épocas siguientes hasta dejar de existir durante las “grandes reformas” del
emperador Alejandro II.
Fallecido Alejo I, subió al trono el hijo de su primer matrimonio Fiódor Alekséyevich, conocido como
Teodoro III de Rusia, que era un muchacho enfermizo y enclenque. No gobernó durante mucho tiempo:
duró hasta el año 1682. Después de su muerte, Rusia se vio en una situación muy difícil en cuanto a la
sucesión del trono. Para entenderla (lo cual es necesario, ya que es la clave de toda la dinámica de los
acontecimientos subsiguientes) recordemos que Alejo I se había casado dos veces: la primera, con María
Ilínichna Miloslávskaya, y en segundas nupcias, después de enviudar, con Natalia Kirílovna Naryshkina. En
los dos matrimonios tuvo hijos. Y cuando llegó el año 1682 y pasó al más allá Teodoro III, que no tenía hijos,
debería ocupar el trono, según el orden establecido, Iván Alekséevich, de la familia Miloslavski, quien tenía
16 años. Pero la duma de los boyardos le concedió el trono a Piotr Alekséevich, de 10 años, que
representaba la familia Naryshkin, bajo el pretexto de que Iván era débil de salud, retrasado en
comparación con los muchachos de su edad, mientras que Piotr (Pedro), en cambio, estaba bien sano,
desarrollado, enérgico. Para los Miloslavski, esa decisión fue un golpe duro, no pudieron resignarse e
iniciaron la sangrienta revuelta, conocida como los Revuelta de los Streltsí (arcabuceros), durante la cual
fueron asesinados muchos de los Naryshkin y sus allegados. El resultado fue la subida el trono de los dos
zares a la vez: los hermanastros Pedro e Iván. La que gobernó de hecho, la que fue en realidad regente, fue
la hija del primer matrimonio del zar Alejo, zarevna Sofía, mujer ambiciosa hasta lo enfermizo. La
mencionada revuelta suele denominarse la Primera Revuelta de los Streltsí. Más tarde, se produjeron otros
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dos, en 1689 y en 1698. En ambos casos, Sofía intentó apartar a Pedro I del trono y hacerse la gobernante
absoluta. Pero la suerte y quién sabe si la justicia histórica también acompañaron al futuro reformador.
Pedro triunfó y la realidad rusa empezó a cambiarse visiblemente. En cuanto a Sofía, después de la segunda
revuelta la metieron en un convento sin la toma de hábitos, y después de la tercera, fue forzada a tomarlos
para, a principios del siglo XVIII, fallecer rodeada de la paz del claustro, que fue su último refugio.
Y es ahora que deberíamos fijarnos en un detalle sumamente importante. En la literatura y por
tanto, en la opinión publica está muy arraigado el mito de que en la época prepetrina Rusia fue un país
atrasado en muchos aspectos, cegado por el sistema patriarcal, absolutamente ajeno a la experiencia
europea, incluso bárbaro, salvaje. Y solo Pedro, al “abrir una ventana a Europa”, cambió de manera radical
el contenido y el desarrollo de la vida rusa. En realidad no fue del todo así. Sin poner en duda las
aspiraciones innovadoras de Pedro, nos vemos obligados a reconocer que los cimientos de la futura
europeización petrina habían sido puestos en el siglo XVII. Emepecemos por un ejemplo muy sencillo. Se
supone que la idea de mandar a los adolescentes nobles para estudiar en el extranjero le perteneció a
Pedro. No es cierto. Fue Borís Godunov, aunque no a la escala de Pedro, el autor de la iniciativa. Si no fuera
por el Período Tumultuoso, quién sabe si las estancias de los jóvenes nobles rusos en las célebres
universidades europeas se habrían hecho algo muy normal mucho antes de Pedro. Otro ejemplo parecido.
Se considera que la costumbre de celebrar las “asambleas” (tertulias) fue establecida por Pedro I y antes la
patria no había conocido nada por el estilo. Tampoco es cierto, porque hubo en Moscú un señor ilustrado,
diplómatico, bibliófilo, escritor, más tarde boyardo cercano a la corte y, mencionemos, a los Naryshkin
(durante una época fue maestro de Natalia Kirilovna, madre de Pedro). Se trata de Artamón Matvéev, en
cuya casa, que tenía un aspecto bastante europeo, los nobles no se reunían muchas veces para los festines
tradicionales sino para hablar, compartir las últimas noticias y conocimientos. Eran acompañados por sus
esposas (!) y no tomaban alcohol. ¿Acaso no es prototipo de las futuras asambleas petrinas? Incluso en el
círculo de la zarevna Sofía hubo gente que correspondía plenamente al espíritu de las reformas de Pedro. El
favorito de Sofía, Vasili Golitsin era un hombre de formación europea, modales impecables, conocimientos
amplios. ¡En su casa de Moscú (en la calle de Ojótny Riad) había un biblioteca enorme con muchos libros en
idiomas extranjeros! Golitsin era partidario de la ilustración, tolerancia religiosa, entrada libre de los
extranjeros en Rusia... El historiador V. O. Klyuchevski lo comparó con un cortesano liberal y soñador de
Catalina II, que había adelantado su época por un siglo entero. Por desgracia, V. V. Golitsin sufrió un
percance político, en 1689 fue desterrado al Norte, donde murió en 1714. Por cierto, el destino de Artamón
Matvéev también resultó trágico: al regresar a Moscú del destierro en 1682, fue asesinado durante la
Primera Revuelta de los Streltsí.
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Y un hecho más que, sin duda, merece la atención. La reforma del ejército en el siglo XVII no fue
iniciada por Pedro sino por su padre Alejo I. Sin contrarrestar los méritos de su famoso hijo, mencionemos
que los primeros “regimientos de manera nueva”, que eran destacamentos regulares, formados a base de
pautas europeas, habían aparecido en Rusia en la época de Alejo I, quien, además, había invitado a más de
100 oficiales europeos para servir en el ejército ruso.
Así, al concebir sus reformas titánicas, Pedro I podía apoyarse ya en la experiencia vigente, aunque
no universal, de sus antecesores.
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