Las Tentaciones

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LAS TENTACIONES
A) Naturaleza y clases de tentaciones.
La tentación es una inclinación al mal: tientan la concupiscencia (carne), el demonio y el mundo. En un
primer sentido, tentar es tantear las fuerzas de alguien; y más en concreto su prontitud para obrar el
bien. De este modo, la Escritura habla algunas veces de que Dios “tienta a los hombres” refiriéndose a
que prueba su rectitud y santidad; no porque desconozca el interior de los corazones, sino para que el
hombre se ejercite en la virtud y dé buen ejemplo1. En el lenguaje corriente, sin embargo, se suele
entender por tentación aquello que incita al mal. Llamamos, pues, tentación a la inducción al mal con la
que alguien es incitado a pecar. El hombre en uso de razón goza del dominio de sus actos; sin embargo,
su voluntad puede ser atraída, influida – nunca determinada- , por la presentación apetecible de bienes
aparentes. El mal no puede seducir por sí mismo, y por eso capta la voluntad disfrazándose de bien; en
eso consiste precisamente la tentación.
Las tentaciones, si se lucha contra ellas, y no han sido buscadas, tienen un valor positivo para la
persona. Dios las permite como ayuda para el ejercicio de la virtud. Por su origen, las incitaciones al
mal a que el hombre está sujeto, son de tres clases: las de la concupiscencia, las del demonio y las del
mundo.
1. Las tentaciones de la concupiscencia.
Es la tentación más frecuente, pues s trata de un enemigo que llevamos dentro: “cada uno es tentado
por la propia concupiscencia”·. La concupiscencia consiste en el desorden de las fuerzas del alma,
resultante del pecado original, que el Concilio de Trento llama – con expresión clásica en los padres –
fomes peccati. San Juan distingue un triple aspecto de la concupiscencia2; la concupiscencia de la
carne, o deseo desordenado de los placeres sensibles3, la de los ojos, que especialmente consiste en la
incitación de la avaricia, y está en la raíz de muchos pecados 4, y la soberbia de la vida o amor
desordenado al a propia excelencia, que constituye el inicio de todo pecado5.
El aspecto más peligroso de la concupiscencia es el desorden causado por el pecado en la voluntad, que
induce a la soberbia o amor desordenado de sí. De este desorden provienen todos los demás: “cuando el
orgullo se adueña del alma, no es extraño que detrás, como en una reata, vengan todos los vicios: la
avaricia, las intemperancias, la envidia, la injusticia”. Por eso, la tentación de la soberbia es la primera
contra la cual es necesario combatir.
Por lo que respecta a la tentación de la carne en sentido estricto, observa Santo Tomás, que su
manifestación propia es la constante incitación al deleite sensible, que incita a amarlo
desordenadamente, apartando al alma de su bien total que es primariamente espiritual, aunque no
excluya sino comprenda ordenado el amor a los bienes sensibles.
1
Dt 13, 33
1 Jn 2, 16
3
Cfr. Mt. 10, 36
4
Cfr. 1 Tim 6, 10
5
Cfr. Qo 10, 15
2
2. Las tentaciones del demonio.
El demonio es el tentador por antonomasia, cuyo deseo es incitarnos al pecado: “sed sobrios y estad en
vela, porque vuestro enemigo el diablo anda merodeando como león rugiente alrededor de vosotros en
busca de presa que devorar”.
El demonio tienta realmente a los hombres, azuzándolos al mal: “nuestra lucha no es contra la carne y
la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de las tinieblas”. A veces el
demonio tienta con sugestiones directas6 y otras lo hace a través de las presiones del mundo y las
incitaciones de la carne7; y, en modo aún más ladino, fomentando herejías dentro de la iglesia.
El demonio tienta con astucia, escogiendo los puntos más flacos que cada hombre tiene. Se disfraza
para incitar al pecado8, de ahí la importancia de vigilar con rectitud de las propias intenciones. Una vez
que el demonio ha conseguido engañar al hombre para que peque, procura retenerlo en el pecado.
Para vencer estas tentaciones es particularmente necesario acudir a los medios sobrenaturales. El
demonio nos supera en inteligencia, poder y astucia, y consigue engañar con facilidad a quienes se
enfrentan con sus solas fuerzas.
3 Las tentaciones del mundo
En tercer lugar, nos tienta también el mundo, entendiendo por tal a los hombres que se apartan de Dios.
Por eso dice la Escritura: “No queráis amar al mundo, ni las cosas del mundo. Si alguno ama al mundo,
la caridad del Padre no está en él; porque todo lo que procede del mundo es concupiscencia de la carne,
concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida”9
De manera particular, el mundo incita a pecar fomentando el afán desmesurado y excesivo de bienes
temporales, y también mediante presiones de personas poderosas e influyentes, que se oponen a los que
hacen el bien10. Por eso, el cristiano no debe arredrarse si su conducta escuece a veces los ojos del
mundo y es acusada de molesta. Quien quiera agradar al mundo a toda costa, difícilmente evitará
traicionar a Jesucristo11.
La Escritura y la Tradición hablan del mundo en diversos sentidos. No sólo para designar presión y
maquinaciones de los hombres que se oponen a Dios, sino también como la obra del Creador. En
cuanto tal, en cuanto salido de las manaos de Dios, el mundo es bueno y debe se amado. Por otra parte,
con la palabra mundo se designan las estructuras, instituciones, problemas y relaciones en medio de las
cuales viven los hombres. Algunos cristianos desde los primeros siglos, se han apartado de él, para
testimoniar ante los demás el sentido escatológico de la vida y contribuir sí a la salvación y
santificación del mundo; pero otros, en el inicio de la Iglesia todos y siempre la mayoría, no sólo viven
en él, sino que buscan santificarlo desde dentro. Tomado en este sentido hay que amar el mundo, como
creación de Dios, rechazando los efectos del pecado que lo oscurecen.
6
Cfr. Mt 4, 1-11
1 Co 7, 5
8
2 Cor 11, 14
9
1 Jn 2, 15-16
10
2 Tim 3, 12
11
Jn 15, 18
7
2
B) principios morales sobre las tentaciones
El hombre no puede evitar tener tentaciones; pero debe combatirlas. La experiencia de la lucha ascética
en este terreno se puede concretar en los siguientes principios:
1) Siempre podemos vencer la tentación: Dios no permite que seamos tentados más allá de nuestras
fuerzas. “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas: por el
contrario, hará que con la tentación llegue la ayuda para que podáis vencer”12 A las tentaciones hay que
enfrentarse con optimismo, con el convencimiento de que si hacemos lo que está de nuestra parte, con
la gracia de Dios triunfaremos.
2) Se deben combatir desde el primer momento, poniendo los medios adecuados. En cambio, el que se
expone a la tentación, sobrevalorando sus fuerzas, caerá en ella fácilmente.
3) Consentir en la tentación es pecado, sentirla no. Experimentar una cierta atracción ante ese bien
aparente que es el mal, mientras la voluntad lo repela, no es pecado. Lo enseña expresamente como
verdad de fe, el Concilio de Trento: “Que permanezca en los bautizados la concupiscencia o fomes, así
lo confiesa y siente este Santo Sínodo; pero como nos ha sido dejada para que luchemos, no puede
dañar a quienes no consienten sino que la resisten virilmente con la gracia de Cristo; más aún, el que la
combate será legítimamente coronado. Esta concupiscencia, que el apóstol alguna vez llama pecado,
declara el Sínodo que la Iglesia Católica nunca entendió llamarla tal porque permanezca en los
renacidos un propio y verdadero pecado, sino porque nace del pecado e inclina a él”. En la misma
línea el magisterio condenó la siguiente proposición de Bayo: “los malos deseos, a los que no consiente
la razón y que el hombre padece a pesar suyo, están prohibidos por el precepto “no desearás”. La falta
sólo se produce cuando libremente se cede a la sugestión del mal. Salvo la Santísima Virgen, nadie ha
sido librado de experimentar las inclinaciones de la concupiscencia. Pero nadie peca mientras su
voluntad no cede.
4) No es lícito provocar ni exponerse temerariamente a la tentación. Ponerse sin grave causa en
ocasión de pecar, es por sí mismo pecado. Si es ilícito poner en peligro la vida corporal sin causa
proporcionada, menos lícito será poner en peligro la vida de la gracia. En algunos casos, puede darse
una causa grave que justifique exponerse a ese peligro, como es legítimo a veces arriesgar la vida por
una razón proporcionada. Es esa circunstancia es necesario poner todos los medios sobrenaturales y de
prudencia humana para hacer remoto el peligro.
Si una vez puestos todos los medios, también los sobrenaturales, sigue siendo peligro próximo para un
sujeto concreto – y se demuestra que es próximo porque se reiteran las caídas en esa situación concreta, ya no es lícito exponerse a esa ocasión. Por ejemplo, si hay razón suficiente se puede leer un libro
contrario a la fe para realizar una crítica, tomando las precauciones oportunas (oración, estudio de la
doctrina verdadera, etc.); pero, si a pesar de todo, el sujeto percibe que esa lectura le sigue siendo un
peligro próximo, debe abandonarla. Como nadie es buen juez de sí mismo, para valorar la proporción
de la causa y determinar los medios que se deben poner, es oportuno acudir al juicio de una persona
prudente.
12
1 COr 10, 12
3
C) Medios para luchar contra las tentaciones
Las tentaciones se combaten ante todo acudiendo a Dios, cumpliendo los propios deberes y haciendo
actos concretos de virtud.
Lo más importante para vencer cualquier tipo de tentación son los medios sobrenaturales, estar
vigilantes por medio del examen de conciencia13, frecuentar los sacramentos, tener vida de piedad.
Además, las tentaciones se vencen fácilmente estando ocupados en cumplir con los propios deberes
ordinarios y en servir a los demás. Es conveniente realizar actos de virtud contraria, o de virtudes más
altas.
Otros medios imprescindibles para la lucha contra las tentaciones son la humildad y la sinceridad. La
humildad, para no sorprenderse de la personal flaqueza, y acudir con sencillez a los medios
convenientes14. Y la sinceridad, para reconocer a la tentación como tal, y acudir con franqueza a la
dirección espiritual.
13
14
Cfr. Mt 26, 41
Cfr. 1 Pe 5, 5
4
SOBRE LAS TENTACIONES
EXISTENCIA DE LA TENTACIÓN
Por Tomás de Kempis
Jesucristo:
1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque mientras vivieres, tienes necesidad de armas
espirituales. Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten. Si pues no te vales del escudo de
la paciencia a cada instante, no estarás mucho tiempo sin herida. Demás de esto, si no pones tu corazón
fijo en Mí, con pura voluntad de sufrir por Mí todo cuanto viniere, no podrás pasar esta recia batalla, ni
alcanzar la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper varonilmente con todo, y pelear
con mucho esfuerzo contra lo que viniere. Porque al vencedor se da el maná, y al perezoso le aguarda
mucha miseria.
2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna bienaventuranza? No procures
mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en
los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena
gana todas las cosas adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas,
necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones,
correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de
Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por
la confusión pasajera.
3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar? Mis Santos no siempre las
tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsolaciones. Pero las
sufrieron todas con paciencia y confiaron más en Dios que en sí; porque sabían que no son equivalentes
todas las penas de esta vida, para merecer la gloria venidera. ¿Quieres hallar de pronto lo que muchos,
después de copiosas lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor, trabaja y
esfuérzate varonilmente; no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios
con gran constancia.
COMO LUCHAR CONTRA LAS TENTACIONES
1. Mientras en el mundo vivimos no podemos estar sin tribulaciones y tentaciones:
Por lo cual está escrito en Job (, 1): Tentación es la vida del hombre sobre la tierra.
Por eso cada uno debería tener mucho cuidado acerca de sus tentaciones y velar en oración, porque no
halle el demonio lugar de engañarle, que nunca duerme, sino busca todos lados a quién tragarse. (1
Pedro 5, 8).
Ninguno hay tan perfecto ni tan santo que no tenga algunas veces tentaciones, y no podemos vivir sin
ellas.
2. Mas las tentaciones son muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y pesadas; porque en
ellas es uno humillado, purgado y enseñado.
Todos los Santos por. muchas tribulaciones y tentaciones pasaron; y aprovecharon. Y los que no las
quisieron resistir fueron tenidos. por réprobos y sucumbieron.
No hay religión tan santa, ni lugar tan secreto, que no haya tentaciones y adversidades.
5
3. No hay hombre seguro del todo de tentaciones mientras vive; porque en nosotros mismos .está la
causa de donde vienen, pues que nacimos con la inclinación al pecado.
Pasada una tentación o tribulación, sobreviene otra; y siempre tendremos que sufrir, porque se perdió el
bien de nuestra felicidad.
Muchos quieren huir las tentaciones y caen en ellas más gravemente.
No se puede vencer con sólo huirlas; mas con paciencia y verdadera humildad nos hacemos más fuertes
que todos los enemigos:
4. El que solamente quita el mal que se ve y no arranca la raíz, poco aprovechará; antes tornarán a él
más presto las tentaciones, y se hallará peor.
Poco a poco, con paciencia y larga esperanza, vencerás (con el favor divino) mejor, que no con
violencia y propia fatiga.
Toma muchas veces consejo en la tentación, y no seas desabrido con el que está tentado; antes procura
consolarle, como tú lo quisieras para ti.
5. El principio de toda mala tentación es la inconstancia del ánimo y la poca confianza en Dios.
Porque como la nave sin timón la llevan a una .y. otra parte las olas, así el hombre descuidado y que
desiste de su propósito es tentado de diversas maneras.
El fuego prueba el hierro, y la tentación al hombre justo.
Muchas veces no sabemos .lo que podernos; mas la tentación descubre lo que somos
Debemos, pues, velar principalmente al venir la tentación; porque entonces mas fácilmente es vencido
el enemigo cuando no le dejamos pasar de la puerta del alma y se le resiste al umbral luego que toca.
Por lo cual dijo uno:
Atajar al principio el mal procura; si llega a echar raíz, tarde se cura (1): Porque primeramente se
ofrece al alma el pensamiento sencillo; después, la importuna imaginación; luego, la delectación y el
torpe movimiento y el. consentimiento,
Y así se entra poco a poco el maligno enemigo, y se apodera de todo, por no resistirle al principio.
Y cuanto más tiempo fuere uno perezoso en resistir, tanto se hace cada día más flaco; y el enemigo
contra él más fuerte.
6: Algunos padecen graves tentaciones al principio de su conversión, y otros al fin.
Pero otros son molestados casi por toda su vida.
Algunos son tentados blandamente, según la sabiduría y el juicio de la divina Providencia, que mide el
estado y los méritos de los hombres, y todo lo tiene ordenado para la salvación de sus escogidos.
7. Por eso no debemos desconfiar cuando somos tentados, sino antes rogar a Dios con mayor fervor que
sea servido de ayudarnos en toda tribulación; el cual, sin duda, según el dicho de San Pablo, nos dará,
junto con tentación, .tal auxilio, que la podamos resistir (1 Cor., 10, 13).
Humillemos, pues, nuestras almas debajo de la mano de Dios en toda tribulación y tentación, porque
E1 salvará y engrandecerá a los humildes de espíritu.
8. En las tentaciones y adversidades se ve cuánto uno ha aprovechado, y en ellas consiste el mayor
merecimiento y se conoce mejor la virtud.
No es mucho ser un hombre devoto y fervoroso cuando no siente pesadumbre; mas si en el tiempo de la
adversidad se. sufre con paciencia, esperanza es de gran provecho.
Algunos no se rinden a grandes tentaciones, y son vencidos a menudo en las menores y comunes, para
que, humillados, nunca confíen de sí en grandes cosas, siendo flacos en las pequeñas.
6
LAS TENTACIONES EXISTEN
"La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la
que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador
en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" [Hb 4,15.]. La Iglesia se une
todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto (Catecismo,
n. 540)."
Por tentación se entiende toda aquella sugestión interior que, procediendo de causas tanto internas
como externas, incita al hombre a pecar.
Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:
1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones, haciéndole ver, p. ej., la muerte como muy lejana,
la salvación muy fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.;
2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, en la negligencia, etc.;
3) instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad,
de soberbia, de odio, etc.
Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando voluntariamente las
consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515).
Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca obliga a
la voluntad, que permanece siempre dueña de su libre albedrío. Ninguna fuerza interna o externa puede
obligar al hombre a pecar.
Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es superior a nuestras
fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma
tentación os hará sacar provecho (1 Cor. 10, 13).
Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos, haciéndonos ver la
necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos con la lucha, ya para que adquiramos m‚ritos
para el cielo.
Los medios para vencer las tentaciones están siempre al alcance de la mano:
1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la oración, la frecuencia de sacramentos y la
devoción a la Santísima Virgen;
2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la voluntad para que pueda resistir en el
momento de la tentación;
3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera el primer momento de ocio para insinuarse;
4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito exponerse voluntariamente a peligro
próximo de pecar: supondría conceder poca importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por tanto,
razón de verdadero pecado. No tengas la cobardía de ser `valiente": ¡huye! (Camino, n. 132).
7
TENTACIONES
Por Ricardo Sada Fernández
No todas las tentaciones nos vienen del demonio; muchas nos vienen del mundo que nos rodea, incluso
de amigos y conocidos. Otras provienen de fuerzas interiores, profundamente arraigadas en nosotros,
qué llamamos pasiones, fuerzas imperfectamente controladas y, a menudo, rebeldes, que son resultado
del pecado original. Pero, sea cual fuere el origen de la tentación, sabemos que, si queremos, siempre
podremos vencerla: "fiel es Dios, dice San Pablo, que no permitirá que seáis tentados por encima de
vuestras fuerzas" (I Cor. 10,13).
¿Cuál es entonces el motivo por el que Dios permite que seamos tentados? Porque precisamente
venciendo la tentación adquirimos méritos delante de Él; porque las tentaciones encontradas y venidas
nos llevan a crecer en santidad. La frase de San Pablo que acabamos de citar termina así: "sino que de
la misma tentación Dios os hará sacar provecho" (ib). Tendría poco mérito ser bueno si fuera fácil. Los
grandes santos no fueron hombres y mujeres sin tentaciones; en la mayoría de los casos las sufrieron
tremendas, y se santificaron venciéndolas.
Es claro que no podemos ganar en estas batallas nosotros solos. Contamos con la ayuda de Dios para
reforzar nuestra debilitada voluntad. "Sin Mí, no podéis hacer nada" nos dice el Señor.
Su ayuda, su gracia, está a nuestra disposición en ilimitada abundancia, si la deseamos, si la buscamos.
La confesión frecuente, la comunión y la oración habituales (especialmente a la hora de la tentación)
nos harán inmunes a la tentación, si ponemos lo que está de nuestra parte. Sin embargo, sería tentar a
Dios esperar que Él lo haga todo. Si no evitamos peligros innecesarios si, en la medida que podamos,
no evitamos las circunstancias -las personas, lugares o cosas que puedan inducirnos a tentación-, no
estamos cumpliendo por nuestra parte. Si imprudentemente nos ponemos en peligro.
El demonio no sólo trata de dañarnos con las tentaciones, a veces pretende causar estragos con la
posesión diabólica. En los últimos años se ha puesto de moda en argumentos cinematográficos el tema
de la posesión diabólica que ciertamente existe, como queda de manifiesto en la Biblia y en la continua
experiencia de la Iglesia. En ella, el diablo penetra en el cuerpo de una persona y controla sus
actividades físicas: su palabra, sus movimientos, sus acciones. Pero el diablo no puede controlar su
alma; la libertad del alma humana queda inviolada, y ni todos los demonios del infierno pueden
forzarla. En la posesión diabólica el individuo pierde el control de sus acciones físicas, que pasan a un
poder más fuerte, el del diablo. Lo que el cuerpo haga, lo hace el diablo, no ese individuo.
La Liturgia prescribe un rito especial para expulsar un demonio de una persona posesa, al cual se llama
exorcismo. En ese rito el Cuerpo Místico de Cristo acude a su Cabeza, Jesús mismo, para que rompa la
influencia del demonio sobre dicha persona. La función de exorcista es propia de todo sacerdote, pero
no puede ejercerla oficialmente a no ser con permiso oficial del obispo, y siempre que una cuidadosa
investigación haya demostrado que es un caso auténtico de posesión y no una simple enfermedad
mental. El obispo debe seleccionar para este delicado Oficio a un sacerdote especialmente docto y
santo, y ayudarlo de cerca con numerosas cautelas. No se puede jugar con el diablo, ni tomárselo a
broma, ni buscar "emociones fuertes" cerca de su presencia. Es demasiado triste -y demasiado
peligrosa- su realidad y su acción. Por eso, tampoco es prudente escuchar discos de música diabólica,
ver películas u obras teatrales que se refieran a temas satánicos. Existe la obligación de no tomar parte
ni como espectador ni como escucha; si al diablo, imprudentemente y con ligereza, se le invoca,
seguramente por ahí andará.
8
La Guardia Personal
Siempre ha sido bueno para un hombre verse acompañado de quienes aspiran a los más nobles ideales
y tienen gran talento. Su papel en la vida se empobrece si sólo trata a gente igual o inferior a él. Se
enriquece, en cambio, si se relaciona con aquellos de quienes puede aprender alguna cosa, imitar en
algo, emular en algo. Por ello, si no frecuenta la compañía de los ángeles, ha prescindido de una
relación que podía haberle trasmitido esperanza, hacerle sentir orgulloso de pertenecer a la gran familia
de los seres inteligentes, de la cual es el más modesto miembro, y darle confianza en sus esfuerzos,
haciéndole saber que no está sólo.
Tal vez sea este el secreto del universal atractivo que los ángeles han ejercido siempre sobre el hombre.
En el mundo angélico, el alma humana se siente a gusto, en su casa, como no lo puede estar en un
mundo inferior; allí encuentra el común Lenguaje del espíritu, la rápida comprensión, la fácil simpatía
e incuestionable ayuda que le permite ser él mismo y sentirse relajado y tranquilo. Porque lo mejor del
hombre reside en el mundo del espíritu.
Que cada hombre tiene un ángel de la guarda personal no es materia de fe, pero sí algo creído
comúnmente por todos los católicos. Aun cuando esta verdad no se encuentra explícitamente definida
en la Escritura, y la Iglesia no la ha definido como dogma, la sostiene toda ella, tanto en el Magisterio
como en el sentido universal de los fieles, que se apoya en la misma Escritura tal como ha sido
entendida por la Tradición de la Iglesia.
Santo Tomás de Aquino aporta junto a otros muchos datos de conveniencia, dos de enorme sentido
común. ¿Quién necesita guardia o protección?, preguntan. Por una parte, el que está débil o enfermo.
Por otra, quien tiene enemigos más poderosos que Él. Luego del pecado, nuestra naturaleza humana
quedó enferma y débil para la práctica del bien. Necesitamos, pues, quien nos cuide. Y tenemos (como
cada día lo constatamos más claro en la sociedad moderna) la tremenda presencia de seres superiores
que, con inteligencia preclara, están empeñados en dar muerte a nuestras almas.
Sí, en el mundo de los hombres, en su corazón, hay espacio suficiente para unos seres que no ocupan
lugar.
9
10
LAS TENTACIONES DE JESÙS EN EL DESIERTO
Pbro. Enrique Cases
"Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de
haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. El, respondiendo, dijo: Escrito está:
No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres
Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está:
Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie
contra alguna piedra.
Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a
un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te
daré si postrándote me adoras.
Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está:
Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto"(Mt).
Las tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Siente hambre, se
agota, experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente también es influida por el cansancio y el
hambre y la soledad.
Satanás elige el momento más adecuado para tentarle, aquel en que está debilitada la humanidad. Ahí,
en situación extrema, es donde se verá si Cristo acepta el reto que le va a plantear.
Es posible que la creencia en la divinidad de Jesús lleve a pensar, que en el fondo, las tentaciones son
externas y ficticias, como de mentirillillas. Pero no es así: real fue el dolor y la muerte, y real es el
hambre y la sed. Jesús experimenta la trepidación de la tentación, ve el lado positivo que toda tentación
propone, y descubre lo negativo, más o menos oculto, pero que acabará saliendo a relucir. De ahí,
también, que la victoria sea real, humana. El resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel al
proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios también como hombre, a pesar
de las alternativas que se le ponen delante.
Es cierto que las tentaciones tienen un sentido de ejemplo para que los hombres venzan las
provocaciones al mal. Es un primer nivel no despreciable. Muchos ven en las tentaciones las tres
concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la
inquietud por el dinero y el poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está
sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el poder es para servir a Dios y a
los demás. De hecho, es frecuente entre los hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan
atrapados sea la sensualidad del comer, del beber o la impureza. Un segundo nivel, tienta la soberbia y
el amor propio, y viene el ansia de dominar a los demás. En un tercer nivel el mundo como fin último
del hombre, engloba todas las sugerencias del mal cuando se coloca en lugar de Dios.
Las tres tentaciones tienden a quebrar el mesianismo de Jesús. Pero hay un nivel más profundo.
Veamos la tentación primera. Jesús tiene cuerpo en su doble vertiente de sentido y afectividad, tiene,
por tanto necesidades sensitivas y afectivas. La tentación dice: "Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en panes", es decir haz un milagro con tu poder de Hijo de Dios para satisfacer
tus necesidades. El pan es el alimento para la vida; pero, al satisfacerla, se encuentra un placer en la
función natural. Jesús nunca dice que eso sea malo. Lo mismo ocurre con la procreación que añade a
los efectos del cuerpo la satisfacción del afecto. Nada dice el texto de la extensión de la tentación; pero
entre los hombres estas cuestiones son universales. Jesús añade la dificultad del ayuno y del celibato,
prescindiendo libremente del uso legítimo de esas tendencias corporales y afectivas por un amor más
11
alto. Ahí incide la tentación: transforma el gozo natural en amor propio; benefíciate, búscate en algo tan
natural como estas satisfacciones, o ¿acaso son malas?
La respuesta de Jesús es clara: no son malas, pero "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra
que procede de la boca de Dios". Si el diablo le hubiese propuesto algo ilícito Jesús lo habría tenido
que rechazar, de forma obligada; pero, en esta primera tentación, Jesús rechaza algo que en sí no es
malo, pero se trata de vivir un amor que vaya más allá del amor propio y de la satisfacción que
producen cosas buenas. Y rechaza decir que esas realidades sean malas y pecaminosas, aunque deben
someterse a un amor superior. No se trata sólo de superar la gula y la impureza, sino de vivir un amor
espiritual superior. De hecho, el Hijo de Dios es sobrio con naturalidad, y conviene que no tenga
descendencia según la carne, sino sólo según el espíritu. El amor al Padre y a los hombres debe estar
por encima de cosas que en otros son buenas y santificantes, pero a Él se le ha pedido más. El amor a
su misión debe ser superior al tirón de los sentidos y de la afectividad, e incluso del deseo de tener una
descendencia humana. Jesús responde con unas palabras del libro de la Sabiduría en las que señala que
el placer de los sentidos no es malo dentro de su función natural, pero no es todo. El amor sensitivo y el
afectivo son buenos, pero existe el amor espiritual. El que ama con este amor espiritual supera las
atracciones de lo sensible, sin decir que sean malas, aunque pueden serlo por desorden o por exceso. El
primer combate ha concluido, aunque la tentación acechará a Jesús toda la vida, especialmente en la
cruz, donde el dolor será máximo. El amor de verdad pudo más.
La segunda tentación es más profunda y complicada. El diablo cita el salmo 91 diciendo: "Si eres Hijo
de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en
sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra". El demonio sigue tentando a Jesús, a partir
de lo que, en Él, forma parte de su ser: era hijo de Dios y confía en el Padre como nadie lo ha hecho
jamás en la tierra, por eso Satanás plantea la posibilidad de la salvación de la humanidad a través de un
milagro. Esto es posible tanto para Dios, como para el que lo pide con fe: quiere salvar a la humanidad.
Se trata de dejar boquiabiertos a los hombres ante la manifestación de un poder sobrenatural. Las
gentes quedarían admiradas ante el éxito del nuevo salvador. Se creía en aquellos momentos que el
Mesías anunciaría la salvación de Israel desde aquel pináculo del templo de altura imponente. Le
sugiere que las gentes veneran a los triunfadores y se convertirán con esa acción milagrosa. Le oculta
con engaño que se puede introducir la vanidad de ser admirado por lo prodigioso, y se abandona el
camino de humildad.
Jesús podía usar su poder, no sólo en los milagros para ser admirado y admitido por todos. Pero
quedaría oculta – u oscurecida- la manifestación del amor, un amor que no puede esconder ni un ápice
de amor propio; y es precisamente en la cruz en la que la máxima humildad revela el mayor amor.
La tentación es contra el mismo Dios como se ve en la respuesta de Jesús: "Escrito está también: No
tentarás al Señor tu Dios". ¿Es posible tentar a Dios? Sí. No porque Dios pueda pecar, cosa imposible;
sino, en el sentido de que Él se decida a cambiar su proyecto de salvación; la tentación, esta vez, se
dirige a que Jesús rechace el camino más difícil, que es el del dolor y la expiación, el de la muerte y el
del sacrificio, y le propone el de utilizar el de una salvación evidentemente sobrenatural que,
prácticamente, le asegure el éxito entre los suyos. Otro camino de salvación, sí; pero menos reveladora
del amor.
Y Cristo, el Hijo, elige la sabiduría del amor del Padre; rechaza el camino del triunfo humano lejos del
camino de la humildad, tan rodeado de piedras, persecuciones, insultos y muerte. ¿Acaso no puede
arrasar a todos los perseguidores y aplastarlos como gusanos? Sí puede, pero el camino humilde
permite encontrar excusas a los díscolos y tratarles con misericordia, aunque con la estricta justicia sólo
merecerían castigo e ira. No tentar a Dios es confiar en su misericordia y su decreto de salvación del
hombre a través de un sacrificio perfecto, oculto a los ojos del mundo.
La tercera tentación es aún más honda. Jesús se proclamará, como había sido profetizado, rey de
justicia, de paz, de prosperidad, de victoria, y ahí incidirá la seducción: "De nuevo lo llevó el diablo a
un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te
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daré si postrándote me adoras". Puede parecer un acoso alocado, pero es en esta tentación donde la
frialdad de la astucia diabólica es mayor y la lucha más frontal. Le propone un reino donde impere la
justicia, la ley buena, la paz. El diablo le dice: “somos inteligentes, podemos organizar un reino de
justicia. Toma el poder político, impón un reino en el que todos puedan, y deban, ser justos; y así
podrán alcanzar la salvación que tú propones. No está fuera de tus posibilidades organizar un
movimiento que llegue más lejos que lo que realizó un hombre como Alejandro Magno”. Y ante los
ojos de Cristo desfilan los reinos humanos que se han sucedido en la historia desde las formas de
organización más rudimentarias y primitivas, en las que tantos hombres sobrevivieron malviviendo,
hasta las grandes como Babilonia, China, India, Persia, Grecia, Roma; y el esplendor de esos reinos
refulge lleno de gloria. ¿Será posible hacer algo mejor? Es posible, es más, es deseable para unos
hombres que suspiran por la paz, la justicia, la libertad y la prosperidad. Si además es un reino
religioso, mejor que mejor: será nada menos que el reino de Dios entre los hombres. Dios en las leyes,
en la economía, en el arte, en las ciencias, en la convivencia, en las familias y en toda organización
humana.
Pero hay dificultades que el diablo oculta, y no en vano será llamado por Jesús "príncipe de este
mundo". Es fácil que los poderosos con el poder; se cieguen, se sirvan a sí mismos, se mundanicen en
todos los sentidos de la palabra. Pero, sobre todo, se trata de que los hombres conviertan su corazón,
que el reino de Dios anide en su interior y después se transmita a lo exterior. Dios respeta la libertad de
los hombres, no quiere imponerse desde arriba, sino desde el amor personal.
La respuesta de Jesús es más tajante que en los casos anteriores: "Entonces le respondió Jesús: Apártate
Satanás". Ya no puede soportar más insidia, y hace un acto de acatamiento a la sabiduría amorosa del
Padre. Dios sabe más; el reino será realidad en los que quieran: no será quitada la libertad a los
hombres. Cierto que la pueden usar para burlarse de Dios, pero siempre tendrán al alcance su
misericordia. El reino se realizará en cada corazón y a través de cada hombre en su actividad humana, y
de ahí a todas las estructuras humanas. La existencia del pecado obstaculizará la justicia y el progreso;
pero al final el Padre me enviará como rey y como juez para los que quieren -mal o bien- vivir en
libertad, esta es la grandeza humana y la sabiduría del Padre. Es difícil aceptar la libertad, pero sin ella
es imposible el amor, y en este reino es esencial, hasta el punto de que no hay justicia posible sin
libertad; todo el engaño de la tentación está ahí: suprimir el amor de la creación y rechazar el amor de
Dios cuya gloria es la vida amorosa del hombre, no un engreimiento soberbio del que quiere ser
admirado, "pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto" Esto es el reino de
Dios: la justicia de Dios entre los hombres y el que ellos veneren y acaten la perfección del amor
divino.
"Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían". Es el primer triunfo en la primera
batalla en el interior de Cristo y vence. Los ángeles, que también habían vencido, se alegran con el
triunfo del Hombre, y le consuelan. Pero la suerte está echada; las batallas seguirán de un modo casi
continuo hasta el final especialmente en la Pasión.
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