LA LARGA HISTORIA DEL FEMICIDIO: UN TRAZADO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO Norberto Flores Castro “Efectivamente, al hombre le falta una vivencia profunda de la misericordia, el amor, la dulzura, la poética de la vida, la compasión, la gratuidad.” Soledad Larraín Heiremans[1] Resumen Los medios de comunicación chilenos han difundido ampliamente los asesinatos de mujeres en el año 2007, llevando a pensar que éste es un hecho reciente. Este artículo demuestra que la violencia contra la mujer -con resultado de muerte- es un hecho de larga data. Para ello, se analiza la violencia de género en tiempos de guerra y en tiempos de paz. En el primer contexto, sirven de referente la I y II Guerra Mundial y las guerras de Bosnia y Medio Oriente. En tiempos de paz, se analiza la producción simbólica contra la mujer a través de la literatura latinoamericana de vanguardia y las muertes de mujeres en Ciudad Juárez y Chile. Palabras claves: femicidio, violencia contra la mujer, medios de comunicación, literatura latinoamericana. Abstract The Chilean mass media have widely covered the recent murder of women in our country conveying the idea this phenomenon is a recent one. However, this paper proves that gender violence is a long term fact. Thus, it analyzes gender violence on war time and peace time. At war time, it studies from the I and II WW to Bosnia and Middle East wars. At peace time, it analyzes the symbolic representation of misogyny in the vanguardist Latin American Literature through the murder of women at Ciudad Juárez and Chile. Key words: femicide, gender violence, mass media, Latin American literature, cleansing. El término “femicidio” ha ocupado recientemente la atención de los periódicos y noticiarios televisivos en Chile como una nueva expresión de la violencia ejercida por hombres en contra de la mujer, esta vez, con resultado de muerte.[2] El término "femicidio" recién el 2001 fue tipificado por la ONU, entidad que definió este delito como “El asesinato de mujeres como resultado extremo de la violencia de género que ocurre tanto en el ámbito privado como en el espacio público. Comprende aquellas muertes de mujeres a manos de sus parejas, ex parejas o familiares, asesinadas por acosadores, agresores sexuales y/o violadores, así como aquellas que trataron de evitar la muerte de otra mujer y quedaron atrapadas en la acción del femicida”. [3] La verdad es que si bien las organizaciones de Derechos Humanos han denunciado desde hace mucho tiempo la situación de las mujeres agredidas, los mass media chilenos sólo recientemente han prestado atención a la violencia sexual ejercida en contra de la mujer, dotándolo de espectacularidad y llevando a deducir que el fenómeno es nuevo.[4] El vocablo, sin embargo, no es nuevo, y la violencia contra la mujer tampoco es un tema reciente. Ha sido una constante de dimensiones monstruosas en tiempos de guerra y de rasgos encubiertos en tiempos de paz. De lo primero hay pruebas desde los registros de femicidio y violaciones sexuales realizados en la I y II Guerra Mundial, hasta las limpiezas étnicas (“cleansing”) bosnio-croata del presente. En tiempos de paz, la violencia contra la mujer va desde la tamizada representación de ésta en la literatura, hasta las muertes de mujeres en Ciudad Juárez y las recientemente difundidas muertes de mujeres en Chile. 1. LAS FANTASÍAS MASCULINAS EN TIEMPOS DE GUERRA ¿Qué están nuestros hombres realmente reprimiendo? ¿Cómo funciona realmente su inconciente? ¿Qué es lo que realmente desean? Son preguntas que se formula Klaus Theweleit en su obra Male Fantasies (1977) [5]. En ellas, Theweleit advierte que –en condiciones de guerra- el irreductible deseo humano (o “producción deseante”, según Deleuze y Guattari), conducen al hombre hacia la producción de la muerte. Para demostrarlo, el autor analiza los diarios de vida de soldados alemanes durante la I Guerra Mundial: los Freikorpsman. Su objetivo es dar a conocer las monstruosas dimensiones de la violencia que este cuerpo de élite ejercía sobre las mujeres enemigas en el campo de batalla. Para estos soldados, en la vida había tres tipos de mujeres: “aquellas que están ausentes, como las esposas y prometidas dejadas atrás, generalmente omitidas en sus diarios, la mujer que aparece en su imaginación y en el frente de batalla como “enfermeras blancas”, casta, alemana de clase alta; y finalmente, aquellas que son sus enemigas de clase: La “mujer Roja” aquella a quien él enfrenta en furiosos grupos o en combate singular.”[6] Ernst von Solomon, en el marco de una protesta anti militar contra el Berthold Freikorp en Hamburgo, es explícito al señalar: “Sacudiendo sus puños, las mujeres nos gritan. Piedras, ollas, comienzan a arrojar objetos. Ellas irrumpen entre nosotros, mujeres gruesas, vestidas de azul, se nos aproximan sus delantales mojados y sus faldas enlodadas, sus rostros rojos y arrugados, siseando, su pelo azotado por el viento, con estacas, piedras y tubos de metal. Ellas escupen, sudan, chillan….Las mujeres son lo peor. Los hombres luchan con los puños pero las mujeres también escupen y sudan. Tú no puedes plantar tu puño dentro de sus asquerosas vaginas”. [7] En el campo de batalla, la situación alcanza dimensiones extremas, como lo grafica el siguiente relato de Erich Balla sobre la ocupación de tropas de Freikorps en una aldea Latviana. Al registrar las casas hallan cinco cadáveres de soldados alemanes, con claras huellas de haber sido torturados. Dos mujeres latvias –inocentes del hecho- están en la escena, confiadas en que no las culparán del hecho. La descripción es siniestra: Por un momento, un silencio mortal reina en el lugar. Luego, un solo y penetrante aullido brota de los labios de los hombres que están entre los cadáveres. Un sonido elemental desde lo más profundo de la naturaleza expulsa toda traza de humanidad de los cuerpos. Despierta a la bestia y los sume en un vórtice de sangre. Unidos por una común resolución, dos o tres hombres irrumpen escaleras arriba. Se siente el sordo sonido de los golpes. Las dos mujeres yacen muertas en el suelo de su habitación, su sangre, exactamente del mismo color de las rosas floreciendo en extravagante profusión fuera de la ventana. [8] Años más tarde, ahora en la II Guerra Mundial, el ataque ruso a Berlín en 1945 tuvo como consecuencia la muerte de un millón de soldados alemanes y cien mil ciudadanos. Pero también las violaciones comenzaron tan pronto el Ejército Rojo entró a Silesia en 1944. En la mayoría de los pueblos y aldeas, cada mujer de 10 a 80 años fue violada. Con ello, los soldados rusos demostraron que la violación era un modo de humillar a los alemanes, los que habían tratado a los eslavos como una raza inferior con la que no se debía tener relaciones sexuales.[9] Valerie Oosterveld señala que este hecho no es sino parte de una serie: A lo largo de la historia los soldados han utilizado la violación para intimidar a la población civil. Pero, como en el curso del presente siglo la naturaleza de la guerra ha cambiado, esta práctica se ha vuelto mucho más frecuente. Hoy día el objetivo principal es a menudo dar muerte o aterrorizar a los civiles. Para ello, los soldados practican violaciones en público, secuestran a las mujeres en campos especiales o en prostíbulos para torturarlas, violarlas y dejarlas embarazadas. Continúa Oosterveld indicando que después de la invasión del Kuwait por Irak, en 1990, por lo menos cinco mil kuwaitíes fueron violadas por soldados iraquíes. En 1994 y 1995 los medios de información se hicieron eco nuevamente de esta clase de violencias sexuales en Rwanda. Según un informe de las Naciones Unidas, en ese país unas quinientas mil mujeres fueron torturadas, violadas, mutiladas y, en su mayoría, masacradas. En Argelia, mujeres de aldeas enteras fueron violadas y asesinadas. En los últimos cinco años, unas mil seiscientas niñas y muchachas fueron secuestradas y reducidas a la condición de esclavas sexuales por grupos itinerantes de islamistas armados, informan fuentes gubernamentales. Otro tanto ocurrió en la ex Yugoslavia. Se violaba a las mujeres hasta que quedaran embarazadas y se las mantenía detenidas hasta que dieran a luz. Se estima que sólo en 1993 entre mil y dos mil mujeres sufrieron este triste destino. Según las circunstancias que la rodean, la violencia sexual puede considerarse también un crimen contra la humanidad, del mismo modo que el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación, el encarcelamiento, la tortura o la persecución. Pero en la práctica rara vez se la ha juzgado con su verdadero nombre. Con una excepción: el proceso de Tokio, en 1946, durante el cual varios oficiales japoneses fueron acusados y considerados responsables de la violación de veinte mil mujeres durante el saqueo de Nankín (China) en 1937.[10] Norma von Ragenfeld-Feldman confirma lo anterior al señalar que en la Guerra entre Serbios, Croatas y Musulmanes se denunciaron violaciones masivas realizadas con fines de “limpieza étnica”. La autora resume que una Comisión Especial de Derechos Humanos de Las Naciones Unidad, liderada por Tadeusz Mazowiecki, determinó que en el invierno de 1992 se supo de aproximadamente 2.400 violaciones sexuales, basándose en información de testimonios, reportes de testigos oculares y entrevistas con personal médico. Además, la Comisión estableció que había “clara evidencia” de violaciones a mujeres musulmanas, croatas y también serbias, hecho considerado como “un instrumento de limpieza étnica” entre los protagonistas de esta guerra: Bosnia-Herzegovina y Croacia. [11] 2. LAS FANTASÍAS MASCULINAS EN TIEMPOS DE PAZ Las líneas anteriores no se reducen al ámbito de la guerra. La paz también sabe de violencia contra la mujer. La descripción de la violencia en las parejas calza con los componentes de una guerra. Por lo tanto, se habla de episodios en que las parejas entran en guerra, guerra que se repite a lo largo de la historia, pudiendo producir daños irreversibles psicológicos o físicos en uno o ambos miembros de la pareja. Sin embargo, en este tipo de guerra, surge de inmediato un grave problema; una de las partes en ella posee un arma destructora que el otro lado no posee, la supremacía física.” [12] Desde la Antigüedad Griega, esta capacidad para imponer la voluntad autoritaria de quien tiene el poder ha sido reconocida como legítima, y esta es la simiente del Estado, de la organización política de la sociedad humana. También desde la Antigua Grecia se ha admitido otro ámbito de poder y de ejercicio de la fuerza correctiva: la familia. En ella, las mujeres han sido víctimas por igual de violencia y abusos de poder amparados por su situación vulnerable en la sociedad o en el seno de la familia. En ella, también, la violencia se visualiza como el último bastión de la cultura patriarcal, es decir, como el instinto más básico y primario del hombre de reasegurar la diferencia y dominación genérica en aquellas situaciones en que se ve amenazado por el terror de no ser suficientemente distinto de su mujer. [13] Un ejemplo de la representación simbólica de la violencia contra la mujer se encuentra en la literatura de vanguardia. Coetánea de los hechos que Theweleit denuncia sobre la barbarie contra las mujeres durante la I Guerra Mundial, la literatura vanguardista es caracterizada por rasgos rayanos en la misoginia. En momentos en que Breton y los vanguardistas le atribuían a la mujer un carácter anárquico y amoral, se desarrollaba una tendencia de particular animadversión contra la mujer: el fascismo. En éste, las atrocidades cometidas contra las mujeres obedecían a que, al ser reforzados los usuales códigos de virilidad al fragor de la guerra, el castrense concepto de camaradería masculina se veía amenazada por la frágil figura de la mujer.[14] En el marco de la abierta represión del patriarcado de principios de siglo veinte, la literatura latinoamericana de vanguardia constituye un ejemplo de producción simbólica que insiste en la configuración de la imagen de la mujer como un signo negativo, En 1901, El Zarco del escritor mexicano Ignacio Altamirano, refería la suerte de Manuela, mujer cuya lascivia le valió la muerte. Dos años más tarde, otro mexicano, Federico Gamboa, aludía en Santa (1903) a la patriarcal dicotomía de la virgen/prostituta: novela que "prueba" que dentro de la mujer más pura anida el espíritu de una ramera. Seducida por un alférez de húsares, Santa es expulsada por su padre del seno familiar. Sin mayor demora, la joven se va directamente a un prostíbulo, en un veloz tránsito que va desde la pureza virginal a la mácula de la prostitución. Santa, bella y repulsiva en su lascivia mezcla local de Naná, Margarita Gautier y Manon Lescaut-es un signo de perversión que, bajo la forma del dominio de su sexualidad, causa la perdición de los hombres.[15] En 1908, el protagonista de La gloria de don Ramiro de Enrique Larreta, enfrentado a la disyuntiva de ceder a las tentaciones de la carne o entregarse a la vida espiritual, opta por dar muerte por estrangulamiento a la sensual Beatriz, en beneficio de la imagen casta y pura de Santa Rosa de Lima. Años más tarde, en el estrato fundacional de la novela nacionalista, la imagen de la mujer sigue respondiendo al medieval arquetipo de la bruja: un Otro transgresor de las normas, cuya amenaza descansa en su capacidad de subvertir el orden establecido. Su máxima expresión es Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, novela que lleva a nivel de símbolo la imagen de la mujer como ente demoníaco, indómito y andrógino. En oposición a ella está Marisela: joven, pura y silvestre. A las causas de la actitud de la "marimacho", sin embargo, el narrador sólo le dedica unas pocas -y pudorosas- líneas: Doña Bárbara, cuando adolescente, fue objeto de una salvaje violación colectiva. En el temprano contexto de inicios de siglo, las circunstancias históricas contribuían al deterioro de la imagen femenina. En el marco de un creciente capitalismo, se vio en la condición no-productivo de la mujer una subversión del orden establecido. En Hispanoamérica, la novela de vanguardia se desarrolló en el marco de un creciente autoritarismo. Un análisis somero de la novela, cultivada mayoritariamente por hombres, permite detectar la existencia de una imagen de la mujer abiertamente negativa. En una misma década, Juan Carlos Onetti, Eduardo Mallea, Bioy Casares y Vicente Huidobro coinciden en configurar los rasgos de un Otro femenino que se desplaza entre el enigma y la amenaza. En 1934, Vicente Huidobro publicó Cagliostro. La historia del mago y hombre de ciencia del siglo XVIII, los secretos de la francmasonería y las conspiraciones de la corte tienen un eje central: la lucha de Cagliostro por conseguir el control absoluto sobre su esposa. Bajo permanente sueño hipnótico, Cagliostro retiene a Lorenza, quien ya no lo ama. Se reelabora, de esta manera, un viejo leit-motiv de la fantasía masculina: una relación Maestro/Esclavo, donde el objeto del deseo carece de voluntad. Un Otro femenino reducido a la condición de un bello Golem de dimensiones eróticas; la "pequeña mujer desnuda en el bolsillo", de Norge.[16] Eduardo Mallea, en Fiesta en Noviembre (1938), trató el decadente ambiente de la aristocracia de origen europeo en Argentina. En un país que emula a su modelo ario por la vía de pogroms callejeros, la mujer -una vez más-, juega un papel lamentable. A los varoniles rasgos de Lintas, se opone la avaricia de la señora Rague, férrea, fría y dominante. La acompañan sus hijas Marta y Brenda. Esta última, caracterizada por el acusatorio detalle de abortar, por segunda vez, sin que nadie de su familia lo sepa. Si la señora Rague sintetiza una versión deformada del poder patriarcal, Marta responde al patrón de la mujer-desencantada y Brenda, a su vez, es síntoma de una de los más temidos e insondables rasgos femeninos: el silencio. Las tres configuran un conjunto de inevitables remembranzas mitológicas. En 1939, Ernesto Sábato daba a conocer en El túnel la figura de María, una alteridad abstracta que conduce al héroe a los irracionales límites del crimen de su amada. El mismo año, Juan Carlos Onetti, reproducía -una vez más- en El pozo la antinomia de la virgen y la prostituta, juego de oposiciones que consumirán a Eladio Linacero. En una escena de notaciones fetichistas y en el marco de un desesperado intento de volver a amarla, éste le pide a Cecilia -su esposa-, que camine por la misma calle de antaño con el mismo vestido que la vio la primera vez. Mas, ya nada es lo mismo. Convencido de que el amor es un sentimiento demasiado perfecto para los seres humanos, el protagonista vierte su frustración en la figura de la mujer a través de una profunda lástima por la estupidez femenina y un latente sadismo. 3. LA VIOLENCIA DE LA PAZ: DE CIUDAD JUÁREZ A CHILE Ya no en el ámbito simbólico de lo literario, sino en el referencial de la cotidianeidad, Carmen Luz Méndez afirma que la violencia contra la mujer se inicia en lo que denomina “Parentalización asimétrica”: Niños y niñas comienzan su proyecto de desarrollo como personas mediante una definición de sí mismos en el contexto de su relación con una mujer psicológicamente definida de acuerdo a su género. Es así que la estructura psíquica de la niña se desarrolla en relación a alguien igual a ella, en cambio el niño construye su identidad mediante la experiencia de la diferencia/.../ La masculinidad se aprende como “no femineidad” /.../ En la medida, entonces, en que la madre y, posteriormente en la vida, todas las mujeres son los recordatorios de lo que no hay que ser para ser macho, los hombres mantienen las diferencias genéricas en forma mucho más intensa que las mujeres y los padres estimulan los estereotipos genéricos mucho más que las madres”. [17] A partir de ello, entonces, la mujer es reducida por amenazas de abandono del hogar, coerción económica, asunción de que las labores domésticas son de su exclusividad y por un compromiso de reproducción y de ejercicio de la sexualidad de clara impronta masculina. Sobre ella se ejerce violencia física y emocional, siendo esta última la principal causante del sometimiento, la subyugación y la aceptación de una supuesta inferioridad natural.[18] La violencia, así considerado, surgiría a raíz de que “el deseo de los hombres por las mujeres no descansan en una relación con su mujer actual, sino como una parte de su búsqueda por un territorio de deseo. En consecuencia, su deseo permanece opresivo sobre él. En la medida que ellos continúan midiendo a cada mujer con una imagen preconcebida de “mujer”, cada mujer choca contra un conjunto de expectativas que no derivan de ella, pero que se supone, nada menos, que ella las llene. Si ella lo logra, transformará al hombre en un tierno y agradecido amante, pero no por mucho tiempo, porque la imagen que él ama está lejos de lo que cualquier mujer realmente puede ser.” [19] El ícono emblemático de la violencia contra la mujer en América Latina es el de los crímenes de Ciudad Juárez, lugar donde se han descubierto los cuerpos de 440 mujeres asesinadas desde 1993 a la fecha. Marcela Lagarde, antropóloga feminista que preside la comisión del Congreso mexicano encargada del esclarecimiento de los feminicidios en dicha ciudad fronteriza, cree que la industria pornográfica del snuff sería la responsable de estos crímenes. Lagarde señaló que: Los cadáveres presentan muchas similitudes. Todas sufrieron violencia sexual innecesaria, incluso para un psicópata. Fueron mutiladas y les arrancaron los pezones y órganos sexuales. Luego abandonaron los cuerpos en medio del desierto, y la policía no vio nada, porque están implicados o sobornados por las redes de delincuentes”. Ontiveros Alonso, director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) del Estado de Chihuahua, afirmó en octubre de 2003 que aunque no hay indicios concretos de la tesis de Lagarde sí es cierto que “muchas mujeres son víctimas de una banda que persigue una satisfacción sexual y síquica al imponer la cópula, violar a las mujeres y privarlas de la vida”. La actitud de las autoridades, sin embargo, dista de prestar la debida atención a las dimensiones del “caso Juárez”. De hecho, el alcalde electo de Ciudad Juárez, Héctor Murgía, restó importancia al asunto y afirmó que: “…en los últimos seis años los niveles de muertes de mujeres no son mayores que los de otras ciudades. Yo me siento más seguro en Ciudad Juárez que en México D.F.”.[20] En Chile, la situación no es de excepción. Ya en 1985, el primer estudio sobre violencia familiar (realizado por Cooper sobre consultas realizadas en el periodo junio 1985 a junio 1986), concluía que en un 99,7% de los casos la mujer había sido golpeada por su pareja, los hijos participaban en los conflictos como espectadores, el alcoholismo agravaba la situación del conflicto y las mujeres que denunciaban el hecho a Carabineros solían ser golpeadas posteriormente a la detención del cónyuge con mayor violencia… En conclusión, la atención prestada recientemente al femicidio en Chile ha tomado más bien la forma espectacular de lo mediático, pero carece de un reconocimiento de los orígenes y evolución de la violencia ejercida por el hombre contra la mujer. Es ésta una práctica de larga data, que en el marco específico del siglo veinte, se advierte de modo manifiesto en tiempos de guerra y soterrado en tiempos de paz. En el primer referente, son testimonios los diarios de Theweleit, las masivas violaciones de la II Guerra Mundial y la violencia ejercida contra las mujeres en las recientes guerras de Bosnia y el Medio Oriente. En tiempos de paz, esta cultura de la violencia toma la forma de una guerra no declarada al interior de las relaciones genéricas, como lo demuestran, tempranamente, los rasgos misóginos de parte de la literatura Latinoamérica de vanguardia. Dicha representación simbólica, sin embargo, es hoy ampliamente superada por la realidad. Desde 1993 a 2007, casi cuatrocientas mujeres han sido asesinadas en Ciudad Juárez. Lo que ocurre en Chile, luego, no es sino una cercana y dramática muestra de un fenómeno de larga data y profundas connotaciones: el temor del hombre frente a la mujer, lo que lo lleva a reducirla por la vía de la violencia y su consecuencia: el miedo. Queda, sin embargo, la esperanza de que un día las mujeres ya no teman a los hombres y cuando ello ocurra, los hombres dejen de serlo, “convirtiéndose” a esa rechazada humanidad de lo femenino. Universidad de Playa Ancha Avda. Playa Ancha 850 Valparaíso, Chile [email protected] NOTAS [1] Soledad Larraín Heiremans. (1994) Violencia puertas adentro. La mujer golpeada. Santiago: Editorial Universitaria. Pág. 43. [2] A la fecha de este artículo, Clara Llancapi era la mujer número cincuenta y cuatro asesinada en Chile en cuarenta y siete semanas. [3] Sandra Anavalón. “Reportaje”. Agosto de 2007. En “Rompiendo el silencio. Revista virtual de cultura lésbica”. [4] El 20 de noviembre de 2007, el diario La Tercera ostentaba el título “Femicidio 54: Hombre asesina a su esposa a puñaladas en Panguipulli”. Con rasgos cercanos al discurso ficcional, refería como el hijo de la occisa “... se despertó asustado por los vómitos de su madre. Pero los ruidos eran en realidad la sangre que botaba desde la boca de Clara Haydee Llancapi Trecañanco (32), quien acababa de ser apuñalada en el cuello por su esposo César Víctor Punoy Toledo (34), con un cuchillo de 15 centímetros.” [5] Klaus Theweleit. (1990) Male Fantasies. Vol 1. Minneapolis: University of Minnesota Press. (1a ed. 1977). Pág. 215. (La traducción es mía). [6] Theweleit, xiii [7] Theweleit, p. 65. [8] Theweleit, pág. 183 [9] Este acto habría sido la respuesta a la invasión nazi a Rusia en 1941 (Operación Barbarrosa), en la que murieron aproximadamente 30 millones de rusos. Anthony Beevor. (2002) Berlin: The Downfall 1945. Penguin, Londres. [10] Valerie Oosterveld. Las mujeres, botín de guerra. www.unesco.org [11] Norma von Ragenfeld-Feldman. (1997). The Victimization of Women: Rape and the Reporting of Rape in Bosnia-Herzegovina, 1992-1993. Dialogue,N° 21, March. Berkeley, USA. [12] Carmen Luz Méndez. “Violencia en la pareja”, en: Coddou, Fernando et al. (1997) Violencia en sus distintos ámbitos de expresión. Santiago: Dolmen Ediciones. Págs. 27-28. [13] “Orígenes culturales de la violencia en la familia”. Aurora Sánchez. En Lamberti, Silvio et al. Violencia familiar y abuso sexual. (1998) Editorial Universidad, Buenos Aires. Págs. 25-34. [14]. El Freikorp fue un cuerpo armado de voluntarios que -organizado por oficiales que retornaban de la guerralucharon en los años inmediatamente posteriores a la I Guerra Mundial. Muchos de los hombres que organizaron el Freikorp pertenecían a un tipo de "pequeeña burguesía" rural con tradiciones semifeudales. Entre 1918 y 1923, ellos lucharon contra comunistas y nacionalistas polacos, el Ejército Ruso Rojo, nacionalistas De Latvia y Estonia en la región Báltica y contra la clase trabajadora alemana a lo largo de todo el país. (ix) Klaus Theweleit, Male Fantasies (1977; Minneapolis: University of Minnesota Press, 1987), vol. 1, p. 32. [15]. Según Margo Glantz, Santa "/.../ simboliza a la metrópoli prostituida de la sociedad positivista [acentuando] el carácter agresivo y peligroso que toda sociedad que se pretende moralista le confiere al sexo como instrumento de poder". Margo Glantz, La lengua en la mano (México: Premia, 1983.) Véase el capítulo "Santa y la carne", pp.42-52. [16]. A. Norge escribió las siguientes líneas: "Desde luego, da gusto encontrar una pequeña mujer desnuda en el bolsillo. Usted la saca, ella sonríe en seguida, encantada de luz, encantada de ser suya. Está bien caliente en su mano. Tiene hermosos pechos, un lindo y pequeño pubis como una agradable criatura ordinaria. Ah, así da gusto...", en Edmundo Valadés, El libro de la imaginación (1976; México: Fondo de Cultura Económica, 1984), p. 34. [17] .Méndez, “Violencia en la pareja”, pág. 25. [18]. María Himelda Ramírez, (1991) "La socialización de la violencia: una acentuada tendencia en la familia y en la escuela", en Lola G. Luna (Comp.) Género, clase y raza en América Latina (Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias): 165-174. [19] Theweleit, pág. 381 [20] El Mercurio, Terra.mx, Revista Vértigo, Página 12.