Perspectivas sobre la libertad MARÍA DEL CARMEN PAREDES MARTÍN * a libertad es uno de esos problemas que se ha planteado en épocas muy diferentes, quizá también en momentos que hoy nosotros no acertamos a identificar, pues nuestra cultura tiende a idealizar etapas del pasado como si en ellas no hubiera habido ninguna dificultad para que los hombres tuvieran y sintieran a la libertad como algo suyo. Es también uno de esos problemas que se resiste a ser pensado por completo a distancia, pues no puede separarse del todo de nuestros afanes e intereses, como tampoco puede ser anquilosado en definiciones exhaustivas. L Kant habla de la libertad como de un difícil problema por el que los siglos se esfuerzan en vano, advirtiendo que si muchos se jactan de haberlo comprendido bien es porque se quedan en el plano psicológico, sin pasar al plano trascendental, en el que puede resultar incomprensible por su carácter no empírico, * Universidad de Salamanca aunque es en ese plano donde se halla la posibilidad de una libertad que no depende de objetos, y que puede ser pensada con independencia de la naturaleza. Subrayando esta tesis, afirma que para ser libre es necesario tener “independencia con respecto a todas las condiciones empíricas, incluyendo aquí deseos, impulsos o inclinaciones”(1). Con términos semejantes se expresa en la Crítica de la razón pura: “En su sentido práctico, la libertad es la independencia de la voluntad respecto de la imposición de los impulsos de la sensibilidad”(2). Ésta es también la manera kantiana de que la libertad nos libere del determinismo natural. La autonomía se distingue así de la heteronomía en que aquélla nos libera de las ataduras de todo lo empírico, tanto si proviene de nosotros mismos como si su origen se encuentra en el mundo externo. Pero si la liberación consiste sólo en esto, por difícil que sea conseguirlo, es claro que la estamos considerando únicamente en su sentido negativo, el que en definitiva hace posible evitar el condicionamiento respecto de la causalidad natural. Es necesario considerar la autonomía también positivamente, como capacidad de iniciativa de la razón para dejar su impronta en los acontecimientos. Este último aspecto amplía el ámbito de proyección de la libertad, que en un primer momento parece estar enfocado únicamente en la esfera individual y subjetiva. Así, considerando el escaso grado de ilustración en que se encontraba su época, Kant escribe: “es posible que un público se ilustre a sí mismo; es casi inevitable, si se le deja en libertad”(3). Para ello exige que al menos se permita utilizar la clase de libertad que a su juicio es la menos perjudicial, esto es, la de hacer uso público o social de la razón. Expresado en otros términos, se trata de que cada vez que alguien haga uso público de la razón, lo haga libremente. Éste sería un caso particular de la autonomía de la voluntad, que opera libremente en tanto en cuanto es capaz de darse a sí misma leyes morales. En Kant, el imperativo de la moralidad es asimismo el imperativo de la libertad, ya que éste descansa en la posibilidad que tiene la voluntad humana de escapar al puro mecanicismo de la naturaleza en virtud de la constitución de su propia ley. Así se plantea una interpretación de la libertad como autodeterminación racional. Tomada literalmente, la autodeterminación supone que el sujeto de la libertad no se siente coaccionado por una instancia ajena y si la autodeterminación es racional entraña además que los deseos e inclinaciones particulares deben ser dejados de lado, para actuar solamente conforme a la razón. La modernidad por tanto, con Kant sobre todo, puso el acento en la dimensión racional de la libertad, como principio que regula nuestras acciones, así como en la autonomía de la voluntad, que debería dar lugar a una libertad igual para todos. Pero ya Hegel precisó desde su juventud que la razón no puede ser libre si no pasa previamente por un proceso de emancipación y de liberación e incluso que la falta de libertad del espíritu puede llevar consigo la muerte de la razón(4). La verdad libera al espíritu, pero la libertad lo hace verdadero. Esto indica, por una parte, que las relaciones entre libertad y razón son en Hegel bastante complejas y, por otra parte, que la misma noción de libertad admite cualificaciones diferentes. Para Hegel, hay una libertad concreta, que permite al hombre estar cabe sí, y que tiene dos caras: es libertad subjetiva y libertad objetiva. Es decir, alguien se encuentra cabe sí con respecto a algo cuando objetivamente y subjetivamente es libre. Libertad subjetiva es, de inmediato, el derecho del sujeto a encontrar su satisfacción en la acción(5), pero también es la que permite al hombre reflexionar sobre su situación y sus determinaciones, en lugar de seguir lo convencional. Libertad objetiva se refiere al contenido de la determinación, a su racionalidad en definitiva. Sabemos que alguien es libre cuando sus determinaciones son suyas, en el doble sentido de que, subjetivamente, están fundadas en su reflexión y en las evaluaciones que esta proporciona y, objetivamente, en cuanto que están fundadas en unos fines y objetivos racionales. Según este aspecto objetivo, lo que la libertad exige es un contenido concreto, es decir, se trata de la libertad con respecto a actividades o relaciones determinadas. Este requisito es importante para llenar la libertad de contenido, para que no sea sin más un postulado indeterminado. A su vez, esto permite garantizar que la libertad se proyecta en acciones de la vida cotidiana. Pero tiene el inconveniente de chocar con la idea de la libertad como algo predeterminado, independientemente de los fines para los que se ejerza. Otro problema se refiere a si es el propio sujeto libre quien decide sobre el contenido de su libertad o si son otros quienes determinan ese contenido. El hecho de que Hegel también haga intervenir a la razón en la cuestión de la libertad, aunque de manera distinta a como lo hace Kant, no le impide hacerse cargo de que existe una libertad elemental, dentro de la cual tiene su espacio de juego la existencia empírica. La libertad natural es la que nos permite actuar según inclinaciones e impulsos que no están determinados por nosotros mismos, sino por nuestra condición natural y en general por las influencias que provienen del exterior. Se trata de una actuación espontánea, aunque siempre marcada por el dictado de las necesidades naturales. La insuficiencia de esta libertad nos lleva a considerar la libertad reflexiva en la cual media la deliberación y la reflexión, ya sea para elegir cuál inclinación seguimos, ya sea para deliberar sobre la mejor manera de articular los distintos deseos e inclinaciones con vistas a obtener una vida feliz. Esta puede ser la idea más generalizada de libertad propia de seres pensantes y también sentientes, que aspiran a ser felices. Pero podemos advertir que en estos casos la autodeterminación no es aún plenamente racional, en la medida en que el contenido de la libertad depende de algo externo. En este sentido puede decirse que hay situaciones en que la felicidad se opone a la libertad, cuando la felicidad significa estar encerrado en un círculo de dependencia, en una situación de condicionamiento, o en un cambio que viene de fuera. En tales casos se aprecia que la libertad es algo superior a la felicidad y que a veces ésta contradice a aquélla. La exigencia de que la libertad tenga un contenido concreto, le hace considerar a Hegel las relaciones entre razón y libertad también en contextos concretos, así como las posibles vías de proyección de esas relaciones en el conocimiento y en la historia. La libertad es condición del conocimiento, y también es condición previa de la autoconciencia, puesto que el saber y la acción son dos aspectos de una existencia única. Para Hegel, la conciencia no puede explicarse desde sí misma, sino desde la conciencia que se descubre a sí misma, en su capacidad de pensar y de actuar, como conciencia de sí. Esta autoconciencia presupone interacción con otros, por lo tanto una relación con el contexto social, lo que le lleva a sostener que la sociedad es en último término el lugar para la realización de la libertad humana. Más aún, como la libertad no es un don original, ésta se alcanza y se consolida dentro de la lucha social, intersubjetiva, que asimismo es condición de la autoconciencia. Pero no es posible dar por supuesto que la libertad es siempre la misma y ha sido entendida siempre de la misma manera. Hegel nos enseñó que la conciencia libre adopta distintas figuras en el seno de la cultura humana, lo mismo que las formas del pensar, que también se relacionan con el momento histórico y sus circunstancias. El grado de libertad es en cada caso limitado, incluso puede ser mínimo, ya que cada sujeto es libre sólo hasta el punto en que se niega a sí mismo o a lo que le rodea. Lo que Hegel opone a Kant es que la libertad no puede ser abstracta, y tampoco puede serlo la moralidad; es preciso que el sentido de lo ético esté ligado a un contexto, y lo mismo ocurre con el ejercicio de la libertad. Sin embargo, al filósofo le corresponde proporcionar una comprensión general de la libertad, que a su vez pueda ponerse en interrelación con ejercicios de libertad particulares. Hegel dice en la Filosofía del derecho que “la voluntad sólo como inteligencia pensante es voluntad verdadera y libre”(6), es decir, que la voluntad verdaderamente libre requiere el pensamiento. Más aún, el pensamiento es raíz de la libertad, puesto que el pensamiento permite al hombre superar la alteridad de lo otro y encontrarse a sí mismo en este ejercicio de pensar. La libertad que así se alcanza potencia a su vez las posibilidades del pensamiento, que tiende a realizar nuevos proyectos sobre la realidad que está dada. En síntesis, esta concepción aparentemente tan racionalista no hace más que establecer una ecuación entre una determinada concepción del hombre y la libertad. Si reflexionamos sobre lo que significa afirmar que el ser hombre propiamente se alcanza con la libertad autoconsciente, encontramos que esta simple afirmación encierra ya la intervención del pensamiento en el proceso de llegar a ser hombre y de llegar a ser y a saberse libre. Desde un planteamiento muy distinto, Sartre toma también la autoconciencia como base de su idea de la libertad, que se puede considerar bajo una doble perspectiva: como libertad radical y constitutiva del hombre y como libertad de acción, ya sea privada o pública(7). En un sentido radical, la libertad, para Sartre, es un carácter que se adhiere a toda nuestra vida y que hace que ésta nos sea imputable. Las cosas suceden como si a cada momento estuviese inscrito en nuestra cuenta todo lo que resultará de nuestra vida. La libertad aparece al principio en el pasado, como siendo una libertad que debemos reencontrar, una libertad perdida. El dualismo del presente y el pasado es lo que hace sentenciar a Sartre que estamos condenados a la libertad(8); porque decir que somos libres es una manera de decir que no somos inocentes, que somos responsables de todo frente a todos. Por eso Sartre nos hace pensar que la libertad se confunde con la simple existencia en torno a nosotros de un campo que está cargado de ella, y donde todos nuestros actos adquieren el aspecto de un mérito o de un defecto. Así que siempre estamos en retraso con respecto a la libertad y vivir significa tratar de recuperar esa demora, tratar de transformar en libertad actual esa libertad que desde siempre está allí sólo para condenarnos. La libertad está detrás de nosotros, como la vida, o acaso está delante de nosotros, como la vida también, pero nunca coincidimos con ella. Por eso cree Sartre que nunca elegimos llegar a ser esto o aquello, sino haberlo sido, nunca elegimos algo por lo que es, sino simplemente para construirnos un pasado definible. El dualismo del pasado y del presente se pone de manifiesto cada vez que ejercemos nuestra libertad: estar ante una situación y deliberar sobre ella es ya haber actuado y encontrarnos con un pasado que se ha convertido en nuestro, sin poder comprender cómo. Éste es el hecho de la libertad sartriana, el factum de cuyo círculo no escapamos. La libertad está en todas partes y en ninguna, nunca está perdida y nunca está salvada. Por eso también, al reflexionar sobre la libertad, llega un momento en que necesariamente nos enfrentamos con la cuestión del poder. La libertad, como la verdad, sólo aparece a través de ciertas elecciones históricas, que por otra parte se encuentran siempre inacabadas. Sartre afirma que sólo en momentos revolucionarios muy infrecuentes todos los individuos comparten la misma visión social, de modo que hay una continuidad entre la voluntad individual y la voluntad de todos, entre mi libertad y la de los otros. Esto rompe con la concepción general de la libertad en Sartre, que no admite la posibilidad de una libertad efectivamente compartida, sino más bien limitada y negada por la libertad del otro. De ahí que se trate de una posibilidad para situaciones infrecuentes. Por lo demás, en una época histórica de la que no estamos seguros que sea finalmente racional, no hay una única elección para la libertad, de manera que se pueda mostrar lo absurdo de otras elecciones y la posibilidad de superarlas indefectiblemente. La época de la ciencia es también la época en la que el entendimiento ha aprendido a dudar de sí mismo. Frente a esta visión de la libertad como algo que se cierne opresivamente sobre la existencia, merecen ser tenidas en cuenta las consideraciones de Ortega sobre el hecho fundamental de que “no existe ninguna libertad concreta que las circunstancias no puedan un día hacer materialmente imposible; pero la anulación de una libertad por causas materiales no nos mueve a sentirnos apartados en nuestra libre condición”(9). Efectivamente, libertad de acción o libertad de decisión no son más que libertades determinadas y concretas, que necesitan un punto de apoyo en otra parte, el punto de apoyo esencial del ser del hombre como ser libre. Bajo este ángulo, la libertad como tal no está adscrita a ninguna forma determinada de ejercerla. No es nunca una preferencia o un capricho que surge en nosotros a veces, para inclinar nuestra elección hacia un lado u otro. Tampoco es una falta de apremio con respecto a determinadas posibilidades. Como añade Ortega en el mismo lugar antes citado, “la cuestión de la vida como libertad es más honda y más grave que la cuestión de estas o las otras libertades”(10). La vida es libertad en tanto que toda vida es un proyecto cuya realización concreta no está preestablecida; vivir es un proyecto necesario, pero al contrario de lo que sostiene Sartre, en este proyecto la elección, la decisión de elegir esto o aquello, la capacidad de invención, tienen un espacio de juego suficiente como para permitirnos considerarla positivamente. Con todo, aun siendo decisiva la reflexión sobre una libertad esencial, radical y constitutiva de todos los seres humanos, en los tiempos actuales la libertad suele estar vinculada a determinados criterios, que diversifican su contenido y que permiten hablar hoy de libertades, en plural. Así, la libertad de decisión se plantea sobre todo en la interioridad de la persona y se relaciona con los límites que pueden provenir de instancias externas, como las que ya se han mencionado, o bien de condicionamientos propios del modo de vida en el cual estamos inscritos. Es lo que se suele llamar autonomía interior, la cual puede determinarse de manera que sólo sea atribuible a una persona cuando ella quiere y obra a partir de una reflexión propia sobre lo que realmente quiere. Por otra parte, la libertad de acción se proyecta más bien hacia el exterior e incluso se supone que la libertad se refiere especialmente a este aspecto de poder actuar sin trabas. Libertad en sentido de autonomía exterior corresponde a la caracterización muy general de libertad de acción, según el cual una persona es libre cuando puede hacer lo que quiere, en el sentido específico de que no se lo impide el poder ejercido por otros. También hay que mencionar la libertad política, que a menudo se considera unida a la libertad de acción, aunque sin duda ofrece un perfil mucho más determinado. Toda libertad política es específica; no se trata de una libertad de acción en general, sino de la libertad para determinadas acciones. En una época como ésta, en que parecen haberse alcanzado las mayores cotas de libertad política en determinados contextos sociales, se siguen planteando en muchos lugares del planeta obstáculos que ponen en entredicho este pretendido progreso. Pero además, hay otras formas de libertad que siguen siendo no menos importantes, como la libertad de conciencia y la libertad de pensamiento. Queremos ser libres de pensar y para pensar porque de otro modo nos sentimos privados de la forma de libertad más genuina, la que es condición, en muchos casos, para formar una decisión adecuada o para proyectar una acción conforme a nuestras propias convicciones. Y sin embargo, a pesar de todo el elenco de libertades que se podrían nombrar, el caso es que la libertad está por lo general ligada a una situación determinada, a un contexto que tiene que ver con las pretensiones que uno tiene, así como con los condicionantes de la situación misma. Es decir, no se da en principio una libertad pura y simple, o no se da en modo alguno. Este es por de pronto el primer límite que se presenta a cualquier tipo de libertad: la situación en la que nos encontramos actúa como contrapunto de nuestras acciones y decisiones, así como de las posibilidades de expresar el propio pensamiento y de tratar que sea compartido. En el otro extremo de esta primera limitación se encuentran a menudo numerosas instancias que constriñen la espontaneidad de nuestro modo de ser, hasta someterla por completo a las formalidades de la convivencia social. Entonces tiene sentido hablar de una libertad limitada a aspectos formales, que no puede satisfacer las aspiraciones más auténticas. Retomando, para finalizar, la consideración kantiana acerca de la libertad como problema del pasado y del presente, podríamos preguntarnos si hoy cabe pensar la libertad al margen de la disyuntiva entre determinismo e indeterminismo. Esta es una disyuntiva difícilmente soslayable en la época de la técnica. Precisamente por eso, el tema del determinismo vuelve una y otra vez a plantearse y el carácter enigmático de esta cuestión abre el paso a la pregunta de cómo es posible que sólo los seres humanos hayan desarrollado un tipo de mente que puede hacerles pensar en la libertad y en la moral(11). La vinculación kantiana entre moral y libertad reaparece así dentro de otro marco conceptual y también en una perspectiva muy diferente. Junto a esta esfera práctica, queremos insistir en que toda nuestra vida consciente está traspasada por este espacio de libertad, en el cual la reflexión nos permite percibirla en mayor o menor grado. Si sentirse libre forma parte del ser libre, hay también una conciencia de la libertad, que es autoconciencia, la cual nos permite conocerla como constitutivo fundamental del ser humano, a veces difícil de ejercitar, y siempre difícil de preservar. Notas (1) -Kant. C.r.pr., A29 (2) -Kant. C.r.p., A534/B562 (3) Kant, “Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?”, en En defensa de la Ilustración, trad. de J. Alcoriza y A. Lastra, Alba, Barcelona, 1999, p 64. (4) Cf. G.W. F. Hegel, “La positividad de la religion cristiana” (Nuevo Comienzo), en Escritos de juventud, ed. J.M. Ripalda, FCE, México, 1998, p. 422. (5) -Cf. G. W. F. Hegel, Filosofía del derecho, §121. (6) -O. c., §21 Nota. (7) -J.-P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, Parte I, Libro 1, Losada, Buenos Aires, 1963, p. 10. (8) -J.-P. Sartre, L’Être et le Néant, Gallimard, París, 1943, p. 515. (9) -J. Ortega y Gasset, Libertad, en O.C., 6, p. 76. (10) -L.c. (11) -Cf. D. Dennet, La evolución de la libertad, Paidós, Madrid, 2004.