Num133 014

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Perspectivas sobre la libertad
MARÍA DEL CARMEN PAREDES MARTÍN *
a libertad es uno de esos problemas
que se ha planteado en épocas muy
diferentes, quizá también en
momentos que hoy nosotros no
acertamos a identificar, pues nuestra cultura
tiende a idealizar etapas del pasado como si
en ellas no hubiera habido ninguna dificultad
para que los hombres tuvieran y sintieran a la
libertad como algo suyo. Es también uno de
esos problemas que se resiste a ser pensado
por completo a distancia, pues no puede
separarse del todo de nuestros afanes e
intereses, como tampoco puede ser
anquilosado en definiciones exhaustivas.
L
Kant habla de la libertad como de un difícil
problema por el que los siglos se esfuerzan en
vano, advirtiendo que si muchos se jactan de
haberlo comprendido bien es porque se
quedan en el plano psicológico, sin pasar al
plano trascendental, en el que puede resultar
incomprensible por su carácter no empírico,
* Universidad de Salamanca
aunque es en ese plano donde se halla la
posibilidad de una libertad que no depende de
objetos, y que puede ser pensada con
independencia de la naturaleza. Subrayando
esta tesis, afirma que para ser libre es
necesario tener “independencia con respecto
a todas las condiciones empíricas, incluyendo
aquí deseos, impulsos o inclinaciones”(1).
Con términos semejantes se expresa en la
Crítica de la razón pura: “En su sentido
práctico, la libertad es la independencia de la
voluntad respecto de la imposición de los
impulsos de la sensibilidad”(2). Ésta es
también la manera kantiana de que la libertad
nos libere del determinismo natural. La
autonomía se distingue así de la heteronomía
en que aquélla nos libera de las ataduras de
todo lo empírico, tanto si proviene de
nosotros mismos como si su origen se
encuentra en el mundo externo. Pero si la
liberación consiste sólo en esto, por difícil
que sea conseguirlo, es claro que la estamos
considerando únicamente en su sentido
negativo, el que en definitiva hace posible
evitar el condicionamiento respecto de la
causalidad natural. Es necesario considerar la
autonomía también positivamente, como
capacidad de iniciativa de la razón para dejar
su impronta en los acontecimientos.
Este último aspecto amplía el ámbito de
proyección de la libertad, que en un primer
momento parece estar enfocado únicamente
en la esfera individual y subjetiva. Así,
considerando el escaso grado de ilustración
en que se encontraba su época, Kant escribe:
“es posible que un público se ilustre a sí
mismo; es casi inevitable, si se le deja en
libertad”(3). Para ello exige que al menos se
permita utilizar la clase de libertad que a su
juicio es la menos perjudicial, esto es, la de
hacer uso público o social de la razón.
Expresado en otros términos, se trata de que
cada vez que alguien haga uso público de la
razón, lo haga libremente. Éste sería un caso
particular de la autonomía de la voluntad, que
opera libremente en tanto en cuanto es capaz
de darse a sí misma leyes morales. En Kant,
el imperativo de la moralidad es asimismo el
imperativo de la libertad, ya que éste
descansa en la posibilidad que tiene la
voluntad humana de escapar al puro
mecanicismo de la naturaleza en virtud de la
constitución de su propia ley. Así se plantea
una interpretación de la libertad como
autodeterminación
racional.
Tomada
literalmente, la autodeterminación supone
que el sujeto de la libertad no se siente
coaccionado por una instancia ajena y si la
autodeterminación es racional entraña
además que los deseos e inclinaciones
particulares deben ser dejados de lado, para
actuar solamente conforme a la razón.
La modernidad por tanto, con Kant sobre
todo, puso el acento en la dimensión racional
de la libertad, como principio que regula
nuestras acciones, así como en la autonomía
de la voluntad, que debería dar lugar a una
libertad igual para todos. Pero ya Hegel
precisó desde su juventud que la razón no
puede ser libre si no pasa previamente por un
proceso de emancipación y de liberación e
incluso que la falta de libertad del espíritu
puede llevar consigo la muerte de la razón(4).
La verdad libera al espíritu, pero la libertad
lo hace verdadero.
Esto indica, por una parte, que las relaciones
entre libertad y razón son en Hegel bastante
complejas y, por otra parte, que la misma
noción de libertad admite cualificaciones
diferentes. Para Hegel, hay una libertad
concreta, que permite al hombre estar cabe sí,
y que tiene dos caras: es libertad subjetiva y
libertad objetiva. Es decir, alguien se
encuentra cabe sí con respecto a algo cuando
objetivamente y subjetivamente es libre.
Libertad subjetiva es, de inmediato, el
derecho del sujeto a encontrar su satisfacción
en la acción(5), pero también es la que
permite al hombre reflexionar sobre su
situación y sus determinaciones, en lugar de
seguir lo convencional. Libertad objetiva se
refiere al contenido de la determinación, a su
racionalidad en definitiva. Sabemos que
alguien es libre cuando sus determinaciones
son suyas, en el doble sentido de que,
subjetivamente, están fundadas en su
reflexión y en las evaluaciones que esta
proporciona y, objetivamente, en cuanto que
están fundadas en unos fines y objetivos
racionales. Según este aspecto objetivo, lo
que la libertad exige es un contenido
concreto, es decir, se trata de la libertad con
respecto a actividades o relaciones
determinadas. Este requisito es importante
para llenar la libertad de contenido, para que
no sea sin más un postulado indeterminado.
A su vez, esto permite garantizar que la
libertad se proyecta en acciones de la vida
cotidiana. Pero tiene el inconveniente de
chocar con la idea de la libertad como algo
predeterminado, independientemente de los
fines para los que se ejerza. Otro problema se
refiere a si es el propio sujeto libre quien
decide sobre el contenido de su libertad o si
son otros quienes determinan ese contenido.
El hecho de que Hegel también haga
intervenir a la razón en la cuestión de la
libertad, aunque de manera distinta a como lo
hace Kant, no le impide hacerse cargo de que
existe una libertad elemental, dentro de la
cual tiene su espacio de juego la existencia
empírica. La libertad natural es la que nos
permite actuar según inclinaciones e
impulsos que no están determinados por
nosotros mismos, sino por nuestra condición
natural y en general por las influencias que
provienen del exterior. Se trata de una
actuación espontánea, aunque siempre
marcada por el dictado de las necesidades
naturales. La insuficiencia de esta libertad
nos lleva a considerar la libertad reflexiva en
la cual media la deliberación y la reflexión,
ya sea para elegir cuál inclinación seguimos,
ya sea para deliberar sobre la mejor manera
de articular los distintos deseos e
inclinaciones con vistas a obtener una vida
feliz. Esta puede ser la idea más generalizada
de libertad propia de seres pensantes y
también sentientes, que aspiran a ser felices.
Pero podemos advertir que en estos casos la
autodeterminación no es aún plenamente
racional, en la medida en que el contenido de
la libertad depende de algo externo. En este
sentido puede decirse que hay situaciones en
que la felicidad se opone a la libertad, cuando
la felicidad significa estar encerrado en un
círculo de dependencia, en una situación de
condicionamiento, o en un cambio que viene
de fuera. En tales casos se aprecia que la
libertad es algo superior a la felicidad y que a
veces ésta contradice a aquélla.
La exigencia de que la libertad tenga un
contenido concreto, le hace considerar a
Hegel las relaciones entre razón y libertad
también en contextos concretos, así como las
posibles vías de proyección de esas
relaciones en el conocimiento y en la historia.
La libertad es condición del conocimiento, y
también es condición previa de la
autoconciencia, puesto que el saber y la
acción son dos aspectos de una existencia
única. Para Hegel, la conciencia no puede
explicarse desde sí misma, sino desde la
conciencia que se descubre a sí misma, en su
capacidad de pensar y de actuar, como
conciencia de sí. Esta autoconciencia
presupone interacción con otros, por lo tanto
una relación con el contexto social, lo que le
lleva a sostener que la sociedad es en último
término el lugar para la realización de la
libertad humana. Más aún, como la libertad
no es un don original, ésta se alcanza y se
consolida dentro de la lucha social,
intersubjetiva, que asimismo es condición de
la autoconciencia.
Pero no es posible dar por supuesto que la
libertad es siempre la misma y ha sido
entendida siempre de la misma manera.
Hegel nos enseñó que la conciencia libre
adopta distintas figuras en el seno de la
cultura humana, lo mismo que las formas del
pensar, que también se relacionan con el
momento histórico y sus circunstancias. El
grado de libertad es en cada caso limitado,
incluso puede ser mínimo, ya que cada sujeto
es libre sólo hasta el punto en que se niega a
sí mismo o a lo que le rodea. Lo que Hegel
opone a Kant es que la libertad no puede ser
abstracta, y tampoco puede serlo la
moralidad; es preciso que el sentido de lo
ético esté ligado a un contexto, y lo mismo
ocurre con el ejercicio de la libertad. Sin
embargo, al filósofo le corresponde
proporcionar una comprensión general de la
libertad, que a su vez pueda ponerse en
interrelación con ejercicios de libertad
particulares. Hegel dice en la Filosofía del
derecho que “la voluntad sólo como
inteligencia pensante es voluntad verdadera y
libre”(6), es decir, que la voluntad
verdaderamente
libre
requiere
el
pensamiento. Más aún, el pensamiento es raíz
de la libertad, puesto que el pensamiento
permite al hombre superar la alteridad de lo
otro y encontrarse a sí mismo en este
ejercicio de pensar. La libertad que así se
alcanza potencia a su vez las posibilidades
del pensamiento, que tiende a realizar nuevos
proyectos sobre la realidad que está dada. En
síntesis, esta concepción aparentemente tan
racionalista no hace más que establecer una
ecuación entre una determinada concepción
del hombre y la libertad. Si reflexionamos
sobre lo que significa afirmar que el ser
hombre propiamente se alcanza con la
libertad autoconsciente, encontramos que esta
simple afirmación encierra ya la intervención
del pensamiento en el proceso de llegar a ser
hombre y de llegar a ser y a saberse libre.
Desde un planteamiento muy distinto, Sartre
toma también la autoconciencia como base de
su idea de la libertad, que se puede
considerar bajo una doble perspectiva: como
libertad radical y constitutiva del hombre y
como libertad de acción, ya sea privada o
pública(7). En un sentido radical, la libertad,
para Sartre, es un carácter que se adhiere a
toda nuestra vida y que hace que ésta nos sea
imputable. Las cosas suceden como si a cada
momento estuviese inscrito en nuestra cuenta
todo lo que resultará de nuestra vida. La
libertad aparece al principio en el pasado,
como siendo una libertad que debemos
reencontrar, una libertad perdida. El dualismo
del presente y el pasado es lo que hace
sentenciar a Sartre que estamos condenados a
la libertad(8); porque decir que somos libres
es una manera de decir que no somos
inocentes, que somos responsables de todo
frente a todos. Por eso Sartre nos hace pensar
que la libertad se confunde con la simple
existencia en torno a nosotros de un campo
que está cargado de ella, y donde todos
nuestros actos adquieren el aspecto de un
mérito o de un defecto. Así que siempre
estamos en retraso con respecto a la libertad
y vivir significa tratar de recuperar esa
demora, tratar de transformar en libertad
actual esa libertad que desde siempre está allí
sólo para condenarnos. La libertad está detrás
de nosotros, como la vida, o acaso está
delante de nosotros, como la vida también,
pero nunca coincidimos con ella.
Por eso cree Sartre que nunca elegimos llegar
a ser esto o aquello, sino haberlo sido, nunca
elegimos algo por lo que es, sino
simplemente para construirnos un pasado
definible. El dualismo del pasado y del
presente se pone de manifiesto cada vez que
ejercemos nuestra libertad: estar ante una
situación y deliberar sobre ella es ya haber
actuado y encontrarnos con un pasado que se
ha convertido en nuestro, sin poder
comprender cómo. Éste es el hecho de la
libertad sartriana, el factum de cuyo círculo
no escapamos. La libertad está en todas
partes y en ninguna, nunca está perdida y
nunca está salvada. Por eso también, al
reflexionar sobre la libertad, llega un
momento en que necesariamente nos
enfrentamos con la cuestión del poder. La
libertad, como la verdad, sólo aparece a
través de ciertas elecciones históricas, que
por otra parte se encuentran siempre
inacabadas. Sartre afirma que sólo en
momentos revolucionarios muy infrecuentes
todos los individuos comparten la misma
visión social, de modo que hay una
continuidad entre la voluntad individual y la
voluntad de todos, entre mi libertad y la de
los otros. Esto rompe con la concepción
general de la libertad en Sartre, que no
admite la posibilidad de una libertad
efectivamente compartida, sino más bien
limitada y negada por la libertad del otro. De
ahí que se trate de una posibilidad para
situaciones infrecuentes. Por lo demás, en
una época histórica de la que no estamos
seguros que sea finalmente racional, no hay
una única elección para la libertad, de manera
que se pueda mostrar lo absurdo de otras
elecciones y la posibilidad de superarlas
indefectiblemente. La época de la ciencia es
también la época en la que el entendimiento
ha aprendido a dudar de sí mismo.
Frente a esta visión de la libertad como algo
que se cierne opresivamente sobre la
existencia, merecen ser tenidas en cuenta las
consideraciones de Ortega sobre el hecho
fundamental de que “no existe ninguna
libertad concreta que las circunstancias no
puedan un día hacer materialmente
imposible; pero la anulación de una libertad
por causas materiales no nos mueve a
sentirnos apartados en nuestra libre
condición”(9). Efectivamente, libertad de
acción o libertad de decisión no son más que
libertades determinadas y concretas, que
necesitan un punto de apoyo en otra parte, el
punto de apoyo esencial del ser del hombre
como ser libre. Bajo este ángulo, la libertad
como tal no está adscrita a ninguna forma
determinada de ejercerla. No es nunca una
preferencia o un capricho que surge en
nosotros a veces, para inclinar nuestra
elección hacia un lado u otro. Tampoco es
una falta de apremio con respecto a
determinadas posibilidades. Como añade
Ortega en el mismo lugar antes citado, “la
cuestión de la vida como libertad es más
honda y más grave que la cuestión de estas o
las otras libertades”(10). La vida es libertad en
tanto que toda vida es un proyecto cuya
realización concreta no está preestablecida;
vivir es un proyecto necesario, pero al contrario
de lo que sostiene Sartre, en este proyecto la
elección, la decisión de elegir esto o aquello, la
capacidad de invención, tienen un espacio de
juego suficiente como para permitirnos
considerarla positivamente.
Con todo, aun siendo decisiva la reflexión
sobre una libertad esencial, radical y
constitutiva de todos los seres humanos, en
los tiempos actuales la libertad suele estar
vinculada a determinados criterios, que
diversifican su contenido y que permiten
hablar hoy de libertades, en plural. Así, la
libertad de decisión se plantea sobre todo en
la interioridad de la persona y se relaciona
con los límites que pueden provenir de
instancias externas, como las que ya se han
mencionado, o bien de condicionamientos
propios del modo de vida en el cual estamos
inscritos. Es lo que se suele llamar autonomía
interior, la cual puede determinarse de
manera que sólo sea atribuible a una persona
cuando ella quiere y obra a partir de una
reflexión propia sobre lo que realmente
quiere. Por otra parte, la libertad de acción se
proyecta más bien hacia el exterior e incluso
se supone que la libertad se refiere
especialmente a este aspecto de poder actuar
sin trabas. Libertad en sentido de autonomía
exterior corresponde a la caracterización muy
general de libertad de acción, según el cual
una persona es libre cuando puede hacer lo
que quiere, en el sentido específico de que no
se lo impide el poder ejercido por otros.
También hay que mencionar la libertad
política, que a menudo se considera unida a
la libertad de acción, aunque sin duda ofrece
un perfil mucho más determinado. Toda
libertad política es específica; no se trata de
una libertad de acción en general, sino de la
libertad para determinadas acciones. En una
época como ésta, en que parecen haberse
alcanzado las mayores cotas de libertad
política en determinados contextos sociales,
se siguen planteando en muchos lugares del
planeta obstáculos que ponen en entredicho
este pretendido progreso.
Pero además, hay otras formas de libertad
que siguen siendo no menos importantes,
como la libertad de conciencia y la libertad
de pensamiento. Queremos ser libres de
pensar y para pensar porque de otro modo
nos sentimos privados de la forma de libertad
más genuina, la que es condición, en muchos
casos, para formar una decisión adecuada o
para proyectar una acción conforme a
nuestras propias convicciones. Y sin
embargo, a pesar de todo el elenco de
libertades que se podrían nombrar, el caso es
que la libertad está por lo general ligada a
una situación determinada, a un contexto que
tiene que ver con las pretensiones que uno
tiene, así como con los condicionantes de la
situación misma. Es decir, no se da en
principio una libertad pura y simple, o no se
da en modo alguno. Este es por de pronto el
primer límite que se presenta a cualquier tipo
de libertad: la situación en la que nos
encontramos actúa como contrapunto de
nuestras acciones y decisiones, así como de
las posibilidades de expresar el propio
pensamiento y de tratar que sea compartido.
En el otro extremo de esta primera limitación
se encuentran a menudo numerosas instancias
que constriñen la espontaneidad de nuestro
modo de ser, hasta someterla por completo a
las formalidades de la convivencia social.
Entonces tiene sentido hablar de una libertad
limitada a aspectos formales, que no puede
satisfacer las aspiraciones más auténticas.
Retomando, para finalizar, la consideración
kantiana acerca de la libertad como problema
del pasado y del presente, podríamos
preguntarnos si hoy cabe pensar la libertad al
margen de la disyuntiva entre determinismo e
indeterminismo. Esta es una disyuntiva
difícilmente soslayable en la época de la
técnica. Precisamente por eso, el tema del
determinismo vuelve una y otra vez a
plantearse y el carácter enigmático de esta
cuestión abre el paso a la pregunta de cómo
es posible que sólo los seres humanos hayan
desarrollado un tipo de mente que puede
hacerles pensar en la libertad y en la
moral(11). La vinculación kantiana entre
moral y libertad reaparece así dentro de otro
marco conceptual y también en una
perspectiva muy diferente. Junto a esta esfera
práctica, queremos insistir en que toda
nuestra vida consciente está traspasada por
este espacio de libertad, en el cual la
reflexión nos permite percibirla en mayor o
menor grado. Si sentirse libre forma parte del
ser libre, hay también una conciencia de la
libertad, que es autoconciencia, la cual nos
permite
conocerla
como constitutivo
fundamental del ser humano, a veces difícil
de ejercitar, y siempre difícil de preservar.
Notas
(1) -Kant. C.r.pr., A29
(2) -Kant. C.r.p., A534/B562
(3) Kant, “Respuesta a la pregunta ¿Qué es
Ilustración?”, en En defensa de la Ilustración, trad. de J.
Alcoriza y A. Lastra, Alba, Barcelona, 1999, p 64.
(4) Cf. G.W. F. Hegel, “La positividad de la religion
cristiana” (Nuevo Comienzo), en Escritos de juventud,
ed. J.M. Ripalda, FCE, México, 1998, p. 422.
(5) -Cf. G. W. F. Hegel, Filosofía del derecho, §121.
(6) -O. c., §21 Nota.
(7) -J.-P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, Parte I,
Libro 1, Losada, Buenos Aires, 1963, p. 10.
(8) -J.-P. Sartre, L’Être et le Néant, Gallimard, París,
1943, p. 515.
(9) -J. Ortega y Gasset, Libertad, en O.C., 6, p. 76.
(10) -L.c.
(11) -Cf. D. Dennet, La evolución de la libertad, Paidós,
Madrid, 2004.
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