Ortega, filósofo proustiano CÉSAR PÉREZ GRACIA* H ace unas semanas, con motivo del centenario abrileño de Thornton Wilder (1897-1975), Julián Marías nos contaba su admiración y entusiasmo por el autor de Los idus de marzo, hasta el punto de usar por única vez su derecho a presentarlo como candidato al Nobel. Supongo que la razón se basa en la deuda de gratitud que se contrae con el escritor que realmente nos enriquece y amplía el mundo, que no otra cosa quiere decir la palabra autor. Yo siento llegada la hora de pagar ciertas deudas. Pero no sé si seré capaz de estar a la altura deseable. Me gusta releer de tarde en * Escritor. tarde páginas favoritas de Ortega o de Marías. Si uno frecuenta la lectura acaba por reconocer que nunca se lee igual o dos veces igual una misma página. Es un misterio recio la lectura. Uno más, no el único. La vida es sumamente compleja. Me puse —como decía— a releer una de esas páginas favoritas, y en su tomo primero de Memorias, en la página 105, me llamó poderosamente la atención una sorprendente conexión. Dice así: “Finalmente lo vio Proust, y lo interpretó filosóficamente Ortega, cuando hablaba de ‘du côté de chez Swann’ o ‘du côté de Guermantes’. Es el origen de lo que he venido a llamar trayectorias, de las cuales lo decisivo es que son plurales”. Como no se lee igual o lo mismo dos veces, me pregunté ¿cómo es posible que yo no haya reparado en esto? Allí aparecían casados dos autores capitales de nuestro siglo. No era como para pasar de puntillas o como para ser leído con alfileres. Pero estos sustos o sorpresas de la lectura suceden mucho. Hay una lectura rauda que apenas nos deja ver las mejores ideas. La lectura acelerada hace una lectura muy borrosa y nos podemos saltar lo mejor de un libro. De ahí la necesidad y justificación de las relecturas. Julián Marías suele recomendar en sus libros al posible lector pensar por lo menos un cuarto de hora diario. Yo confieso que soy algo anárquico y suelo pensar cuando truena o me aprieta el zapato. Pero al caer en la cuenta de esa ligazón Proust-Ortega, descubierta por Marías, me percaté de que el posible hallazgo no surgía a humo de pajas. El segundo libro clave sobre Ortega de Julián Marías se titula Las trayectorias, supongo que no por azar. Una lectura conduce a otra y a veces, si la razón, la lucidez y el momento tienen un rapto de armonía, si puede decirse así, la lectura puede ser muy afortunada. Un placer de dioses. La sensación impagable del lector feliz. El tomo uno de las Memorias de Marías se publicó en 1988, y el término trayectorias me condujo al libro del mismo título, publicado en 1983 —fecha del centenario de Ortega— y allí, en la página 27, puede leerse lo siguiente: “Si se examina la estructura de cualquier narración, desde una fábula o un cuento infantil hasta el Quijote o La recherche du temps perdu, consiste en el perpetuo vaivén entre desde dónde y hacia dónde se cuenta”. Aparece en un apartado encabezado con este título: El carácter dramático de cada trayectoria. Glosando a Azorín, el propio Marías ha escrito páginas claves sobre el pensamiento literario. Yo no soy adivino, ni me apetece serlo lo más mínimo, pero quizá cuando Julián Marías reparó en La recherche en una página sobre el meollo dramático de las trayectorias, en 1983, todavía no estaba en sazón la conexión de 1988 en sus Memorias: “Finalmente lo vio Proust, y lo interpretó filosóficamente Ortega…”. Bueno, ahí está la hermosa liebre de oro. Ahora falta lo mejor. ¿Tendremos suerte en la pesquisa? ¿Nos daremos un chasco, meteremos la pata? Bueno, una cosa está segura, si yo no tengo suerte al dar mi modesta batida, quizá otro lector más curtido o afortunado tome el relevo algún día, y haga diana absoluta. Marcel Proust (1871-1922) publicó Du côté de chez Swann en noviembre de 1913. La guerra de 1914-18 interrumpió la accidentada secuencia de los siete tomos de La recherche, el tomo dos sólo pudo aparecer en 1919, A l’ombre des jeunes filles en fleurs; Le coté Guermantes apareció en 1920, el último que vio impreso el autor fue Sodome et Gomorre, en 1921, ya que murió el 18 de noviembre de 1922, según su biógrafo Painter. La prisonnière, 1923, Albertine disparue, 1925, y la última entrega Le temps retrouvé, 1927, fueron obra póstuma. Ortega fue devoto lector de Proust, devoto lector, no beato. Apenas dos meses después de la muerte de Proust, Ortega publicó en la Nouvelle Revue Française, en enero de 1923, su personal homenaje titulado Tiempo, distancia y forma en el arte de Proust. En once páginas dice muchas cosas, pero yo me detengo en una que me llama la atención. Espero no caer en un errorcillo que detesto en otros. Me sulfura no poco que alguien tutee a Ortega y poco menos que se atreva a darle lecciones filosóficas al maestro madrileño. Es muy español —en el mal sentido— eso de dar lecciones un fulanito a una figura. Igual que esperar ver a Belmonte y que salte un maletilla o espontáneo al ruedo. Ortega conoce los cuatro tomos primeros de Proust y se lamenta de los futuros que ya no podrá leer. No de los tres inéditos, sino del Proust que se truncó y que podría haber escrito mucho más, ya que murió a los 51 años, quizá cuando hubiera podido echar la casa por la ventana. Cervantes publicó su Quijote entre los 58 y los 68 años, casi un carcamal, un esqueleto viviente para la época. Como si Azorín hubiese escrito un bombazo cuando ya nadie daba nada por él en el Madrid de 1960. Pero volvamos al itinerario previsto. Repara Ortega en que Proust significa “una radical transformación de la perspectiva literaria”. Hay muchas otras incitaciones, de Stendhal a Proust va lo mismo que de Ingres a Renoir. Y otras igualmente sabrosas y certeras. Sin olvidar que un día tildó a Proust de novelista paralítico. Nada de lector beato. Veamos ahora más despacio la cronología que relaciona a Proust y a Ortega. Como ya he recordado antes, Du côté de chez Swann fue publicada en noviembre de 1913. ¿Cuándo la pudo leer Ortega? No lo sé. Lo que sí sabemos es que en la primavera de 1914 escribió sus Meditaciones del Quijote en una habitación frontera a El Escorial. Un libro capital del ensayo español que fue publicado en julio de 1914. Yo confieso que me pone no poco nervioso seguir estas lejanas y fulgurantes huellas. Pero me sirven de respaldo las palabras de Julián Marías —Finamente lo vio Proust…— De modo que sigo adelante y salga el sol por Antequera. En la edición Gallimard-Folio, página 162, podemos leer: “Car il y avait autour de Combray deux ‘côtés’ pour les promenades…” y Proust analiza allí con holgura vivencial las distancias espirituales, los vasos estancos, los hemisferios cerebrales y apunta algo curioso, que “jamais vers les deux côtés un meme jour”. Si uno es lector afrancesado piensa en Rousseau y Les reveries du promeneur solitaire. Pero dejemos a un lado la erudición muerta. En la página 189 de la misma edición Gallimard de Du coté de chez Swann, vuelve Proust a la carga tratando de sitiar su peculiar aproximación a la Crítica de la memoria pura: “Mais errer ainsi dans le bois de Roussainville sans une paysanne à embrasser, c’etai ne pas connaitre de ces bois le trésor caché, la beauté profonde”. Y una o dos páginas después habla de la rabia de sentirse defraudado por los deseos ilusorios que le acometían en sus paseos campestres por el lado o costado Swann de Combray, de su infancia. Parece obvio que el concepto de trayectorias pensado por Marías para releer a Ortega en 1983, nos invita a releer esas páginas de Proust sobre los lados de la memoria personal. En Proust descubrimos un análisis literario de gran belleza sobre la curiosa orientación de la memoria paisajística o memoria espacial de un lugar de la infancia. Como nos diría Ortega, los grados más arduos o complejos de la realidad no llueven del cielo. Es menester conquistarlos con nuestro esfuerzo. Proust acota el problema desde el punto de vista literario. Pero va a ser Ortega quien razone dramáticamente ese naufragio radical en el corazón del bosque. ¿En qué difieren el bois de Roussainville y el bosque de La Herrería? Puede sucederme como al labriego de Poitiers, que la altura de las casas me impida ver la ciudad. Hay dos cosas en común entre el narrador de Proust y el filósofo de El Escorial, ambos se meten en un bosque durante sus excursiones ociosas y ambos reflexionan sobre el calado peculiar de sus ensoñaciones o pensamientos. El sesgo de Proust es de rango erótico. Un erotismo si se quiere de snob de París, que se muere por entrar en el gran mundo de los salones aristocráticos. Con un matiz decisivo, Proust busca el sentido de la verdadera aristocracia, la de Bergotte —su escritor favorito— y la de Charlus, el noble socarrón hasta en sus vicios. otra página, Swann se burla de una dama que no ha visto la Crítica de Kant ni en pintura, cito de memoria. Pues he ahí, que a Proust le surge un lector kantiano en Madrid y quizá le debemos el estímulo de gran escala que dio origen a las Meditaciones del Quijote. El arco de la reflexión literaria proustiana es admirable, pero resulta obvio que se embrolla en campos que le son ajenos. Algo similar le sucede a Nietzsche o Unamuno. Nos hacen confidentes de su caótico mundo personal mediante estilos de singular poderío. Kant solía releer a su admirado Rousseau para separar el trigo de la paja, la razón y el ornato literario, la oscura melodía. No sé si Ortega leyó a Proust entre el invierno y primavera de 1914 y descubrió su propia forma de meditar sobre tan emboscado asunto. Sus ideas son tan claras y afines que ayudan a pensar que tal lectura existió. Conocer de esos bosques el tesoro oculto, la belleza profunda. Quizá ahí está la clave. En esa belleza profunda del bosque, que en Proust suena a verso opulento de Baudelaire, y que en Ortega discurre y se explaya como en un diálogo de Platón traducido por Fray Luis de León, por Unamuno, o por el propio Ortega. El punto 2 de las Meditaciones se llama “Profundidad y superficie”. Todo lo que nos rodea tiene su lado abstracto e invisible que sólo la memoria dota de una dimensión lírica pudorosa y latente. Ortega nos dice que el pensamiento es como un dialéctico fauno que se desvive por atrapar la idea fugitiva del bosque, igual que Apolo inflamado se muere por dar caza a la pudorosa Diana en el genial mármol romano de Bernini. Si algo persiguió Ortega fue un puñado de ideas claras. La claridad —nos dice— es la cortesía del filósofo. En las Meditaciones supo encontrar el nivel radical del universal naufragio humano. No es que el niño Proust tuviese lados o su casa infantil costados más o menos ociosos, es que lo que Ortega descubrió es justamente que somos un enjambre de lados, lo queramos o no, los lados pugnan por llevarnos al retortero, como senderos posibles del bosque vivo que es todo lo que nos rodea —una naranja, una novela, un bosque, una ciudad, un país, el planeta Tierra, el cosmos—. Esto es, me atrevo a sugerir, lo que Julián Marías descubrió en 1983 y 1988 al relacionar los mundos de Proust y Ortega, y que yo me he limitado a rastrear en la medida de mis posibilidades. Que por mí no quede, como le gusta decir al mejor discípulo de Ortega. Del bois de Roussainville de Proust al bois de Poitiers de Ortega hay un buen trecho. Aunque en el segundo tomo de La recherche Proust cita un par de veces a Kant —página 98— “comme l’univers necessaire de Kant, suspendu à un acte supreme de liberté”. Y en Tal vez sea fecundo para el posible lector, que conozca otro costado o momento de las lecturas que Marías ha llevado a cabo sobre Ortega. En su edición o comentario perpetuo de 1957, sobre las Meditaciones, encuentro en la nota 45, un pasaje espléndido de Leibniz, que acaso viene a ser la guinda de estas pesquisas de los côtés de Proust, las circunstancias de Ortega y las trayectorias de Marías. “Et comme une même ville regardée de differents côtés parait tout autre et est comme multipliée perspectivement…” Julián Marías nos ofrece su visión o relectura crítica, mediante este pasaje de la Monadologie, 1714. Esta idea de la perspectiva múltiple o cuasi-infinita de divinidad efímera que visita esporádicamente al hombre, quizá sea la clave de esta secuencia fascinante —Leibniz, Proust, Ortega, Marías— que me he atrevido a suscitar en estas páginas, no sé con qué grado de acierto o de fortuna. Sólo me queda invitar al lector a indagar su propia mirada sobre Du côté de chez Ortega.