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Tres meses sin Julián Marías
RAFAEL ANSÓN *
E
n diciembre pasado se nos fue Julián Marías, a los 91
años de edad. Su trayectoria vital ha sido muy larga,
como sus méritos profesionales y académicos (discípulo
de Ortega y Gasset y Xabier Zubiri, Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades 1996, senador
por designación real, una producción editorial casi
inabarcable y tantas otras cosas). Aunque no alcanzara
todo el reconocimiento necesario en vida,
hay
coincidencia en calificarlo como uno de los intelectuales más influyentes de la
España del siglo XX.
Pero yo sufro, por encima de todo, el dolor por la pérdida de un amigo y el
vacío de su ausencia, puesto que juntos hemos compartido numerosas y
apasionantes aventuras, como la creación de la Fundación de Estudios
Sociológicos (Fundes), que Julián presidió desde su nacimiento en 1979 hasta
su muerte, junto con su órgano de expresión, esta revista Cuenta y Razón,
creada en 1981 y cuyo Consejo de Redacción encabezó también hasta su
muerte.
Resulta ciertamente maravilloso analizar la colección histórica de nuestra
revista, para ir descubriendo, a través de las colaboraciones firmadas por este
gran maestro, un Julián Marías como siempre preciso e incisivo, agudo e
inteligente, acertado e irónico y, por encima de todo, inédito y siempre
intemporal.
Cinéfilo culto y apasionado. Porque en Cuenta y Razón Julián ha escrito más
de un centenar de maravillosos artículos de temática histórica, filosófica o
política. Pero también aparecen los centrados en su gran pasión: el cine, a lo
largo de los cuales se revela como un cinéfilo inquieto y sorprendente, culto y
apasionado.
*
Consultor de Comunicación. Secretario General de FUNDES.
Y eso que, desde la ya lejana muerte de su mujer, Lolita, decía que su aptitud
ante la vida era ya tan sólo pasiva y de espera. ¡Qué hubiera hecho este gran
intelectual si su planteamiento hubiera sido más activo y hubiera optado por
tomar la iniciativa!
Durante los 26 años en la Presidencia de Fundes, cuando tuve la suerte de
ocupar, junto a él, la Secretaria General, siempre le escuché decir que ninguna
otra actividad le había proporcionado más alegrías y más satisfacciones que
esta modesta iniciativa.
Pienso sinceramente que Fundes fue una plataforma y un soporte que le
permitió desarrollar muchas de sus capacidades. Desde allí, entre otras cosas,
propició y encabezó la puesta en marcha del Colegio Libre de Eméritos y, en su
día, de la Crónica Virtual de Economía, pues, frente a quienes le acusaban de
tradicional, siempre fue un convencido de las ventajas de Internet y de las
nuevas tecnologías.
Su profesión: Pensador. Fue la única persona que he conocido en mi vida
que tenía por oficio pensar. Y fue, hasta su muerte, la gran eminencia del
pensamiento español y la persona más coherente, la más sincera consigo
misma y con los demás, la más profunda y la más equilibrada. Un personaje
singular a quien las circunstancias no favorecieron y que, permaneciendo
inalterable en su filosofía y en sus actitudes vitales, pudo haber sido
contemplado en unas épocas como peligrosamente progresista y liberal y, en
otras, como excesivamente conservador y reaccionario. Acaso por ser tan
rabiosamente independiente no obtuvo el reconocimiento en vida que su
ingente labor y su brillantez intelectual merecían.
Pensando con una cierta perspectiva, yo creo en realidad que él no varió
nunca su posición, no se movió ni un milímetro. Los que cambiaron fueron los
demás: fueron los planetas que giraron alrededor del Sol.
Incluso los que trataron de situarle en una u otra trinchera (cuando él todos los
frentes los miraba desde arriba) fueron precisamente quienes le rodearon.
Ha sido, en suma, un gran hombre: uno de nuestros más brillantes filósofos,
académico y gran escritor, extraordinario articulista y, sin duda, un hombre
bueno, honesto y austero, sencillo y honrado como pocos, asequible y tierno,
brillante en su retórica, tanto en la palabra hablada como en la escrita,
intelectualmente valiente y con una extraordinaria vitalidad hasta sus últimos
días.
El gran defensor de la libertad. Pero yo definiría a Julián, sobre todo, como el
gran amante de la libertad y, como tal, su gran defensor. Consideraba que este
concepto es condición misma de la vida humana y, por tanto, irrenunciable. Y
siguiendo la línea de su maestro Ortega, adornaba esta idea con un elogio:
mientras está vivo, el hombre siempre está eligiendo, porque incluso cuando va
a morir o cuando le van a matar tiene que tomar la última decisión sobre cómo
va a encarar esa muerte inevitable, si con vergüenza o con orgullo, si con
desesperación o con esperanza. Por eso, desde que alcanza el raciocinio,
siempre está tomando partido, una maravillosa capacidad que nos diferencia.
Y a mí me ha enseñado muchas cosas. Por ejemplo, he aprendido de Julián
Marías que el orden, la sociedad, el mundo colectivo, el mundo del ser humano
—que, como decía Aristóteles, es un ser social— es una armonía de libertades,
y como tal es imprescindible defenderlas todas, mantenerlas todas y tenerlas
todas; no es posible renunciar a ninguna de ellas pensando que así se
protegen las demás.
Marías nos ha enseñado que hay que luchar contra los ataques a la libertad
con más libertad. Lo peor que le puede ocurrir a la democracia es tratar de
conquistar más libertades restringiendo las existentes, es decir, partiendo de
una privación de parte de la libertad. Este ámbito sólo se mejora ampliándolo;
no se puede modificar el sistema democrático de forma positiva restringiendo
libertades, sino aumentándolas.
Y, por último, hay que recuperar la ilusión, para conseguir, como ha sido
siempre el sueño de Julián, que el sistema democrático sea el mejor de los
sistemas políticos y no, como decía Churchill, simplemente el menos malo.
Su figura emergerá en la posteridad. Estoy seguro de que, con el paso del
tiempo, estos pensamientos y otros muchos serán su principal herencia y su
huella y su figura emergerán en la posteridad por encima de la, a mi parecer,
discreta atención que ha merecido en vida. Nuestra sociedad hará justicia con
uno de los más brillantes de sus miembros, un personaje singular a quien
algunas circunstancias no favorecieron y que siempre permaneció inalterable
en su filosofía y sus actitudes vitales. ¡Te echamos mucho de menos, Julián!
Pero sabremos mantener vivo tu legado y tu recuerdo.
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