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Un año sin Julián Marías
RAFAEL ANSÓN *
H
ace ya un año que se nos fue Julián Marías. Y, mientras
los amigos echamos de menos su cercanía y su
humanidad, su legado no deja de engrandecerse. Por
eso, conviene volver a profundizar en su figura.
Su trayectoria vital fue muy larga, como sus méritos
profesionales y académicos. Al fin y al cabo, estamos
hablando de uno de los intelectuales más influyentes de
la España del siglo XX, del discípulo de José Ortega y Gasset y de Xabier
Zubiri, del autor de la Historia de la Filosofía (1941) y de unas setenta obras
más, de un Premio Príncipe de Asturias, senador por designación real y de un
filósofo sencillamente excepcional.
Pero yo prefiero recordar, en este año de soledad sin su cercanía y su
complicidad constante, mis vivencias personales, pues era un amigo con el
que he compartido, a lo largo de los años, numerosas y apasionantes
singladuras.
Como curiosidad, les recuerdo una anécdota inolvidable. En mi relación con él
hubo ocasión de comentar muchas veces temas gastronómicos. Recuerdo que
un día le pedí que pensara en la definición de “gourmet”. Y vaya si lo hizo pues,
al poco tiempo, me llamó de madrugada para decirme que ya la había
encontrado. Y me dio un lema excepcional: “El que come poco y bueno, y de lo
bueno, mucho”. No creo que nadie pueda mejorar, en su sencillez, esta frase.
Rioja y bacalo. Julián no era un gran aficionado a la buena mesa, aunque le
gustaba la comida tradicional y, muy especialmente, el vino de Rioja,
naturalmente, el tinto. Tenía sus restaurantes favoritos, entre otros, dos
templos de la cocina vasco-navarra. Y le encantaba el bacalao, especialmente
de Guria. Es decir, hábitos gastronómicos sencillos pero seguros.
*
Secretario General de la Fundación de Estudios Sociológicos. Presidente de la Academia Española de
Gastronomía.
Compartimos también la aventura de la Fundación de Estudios Sociológicos
(Fundes), que Julián presidió desde su fundación en 1979 hasta su muerte,
como su órgano de expresión, la revista Cuenta y Razón, creada en 1981 y
cuyo Consejo de Redacción encabezó también hasta sus últimas horas. En
esta publicación, Julián escribió más de un centenar de maravillosos artículos
de temática histórica, filosófica o política, además de otros centrados en su
gran pasión: el cine.
Hoy, Fundes sigue en plena actividad con la fortaleza que le otorgó su fundador
como principal estandarte y, entre sus últimas iniciativas editoriales, está el
libro La cultura en el escenario, un interesante proyecto capitaneado por la
Comunidad de Madrid y su presidenta, Esperanza Aguirre, cuyo objetivo es
situar definitivamente la gastronomía en el mundo de las artes y que estoy
convencido de que Julián hubiera aplaudido con la serenidad que su sabiduría
le proporcionaba.
Fundes ha sido, bajo el impulso del maestro, un lugar de encuentro de
intelectuales y empresarios. Su finalidad ha sido y es abordar desde una
perspectiva exclusivamente cultural los temas básicos que debían resolverse a
nivel político.
Fundes, plataforma de su actividad. Durante los casi 30 años de Presidencia
de Fundes, cuando yo tuve la suerte de ocupar la Secretaría General, siempre
le escuché decir que ninguna otra actividad le había proporcionado más
alegrías y más satisfacciones. Pienso sinceramente que Fundes fue una
plataforma y un soporte que le permitió desarrollar muchas de sus
capacidades. Desde allí, entre otras cosas, propició y encabezó la puesta en
marcha del Colegio Libre de Eméritos y, en su día, de la Crónica Virtual de
Economía, porque decía que, “en 10 años, lo que no esté en Internet no
existirá”. Era el año 2000. Hasta en esto y en plena vejez fue un precursor y un
hombre adelantado a su tiempo.
Con todo esto y haciendo balance, yo he tenido la suerte de conocer, admirar y
compartir muchas actividades con Julián Marías durante tres décadas y se trata
de la única persona que he conocido que tuvo por oficio pensar. Y fue, hasta su
muerte, la gran eminencia del pensamiento español y la persona más
coherente, la más sincera consigo misma y con los demás, la más profunda y
la más equilibrada.
Un personaje singular a quien las circunstancias no favorecieron y que,
permaneciendo inalterable en su filosofía y en sus actitudes vitales, pudo haber
sido contemplado en unas épocas como peligrosamente progresista y liberal y,
en otras, como excesivamente conservador y reaccionario. En realidad, él no
varió nunca su posición. Los que cambiaron fueron los demás. Y los que
trataron de situarle en uno u otro lugar fueron también quienes le rodearon. Si,
como decía Ortega, uno es uno mismo y su circunstancia, el cambio de
circunstancia complicó extraordinariamente la vida a Julián.
Fue uno de nuestros más brillantes filósofos, académico y gran escritor,
extraordinario articulista y, sin duda, un hombre bueno, honesto y austero,
honrado como pocos, brillante en su retórica, tanto en la palabra hablada como
en la escrita, intelectualmente valiente y con una extraordinaria vitalidad hasta
sus últimos días.
El gran defensor de la libertad. Pero yo lo definiría, sobre todo, como el gran
amante de la libertad y, como amante, su gran defensor. El ser humano es un
proyecto de libertad, tanto individual como colectiva, y el progreso se mide en
términos de libertades. En los muchos cursos que dirigió durante su fecunda
vida académica dos conceptos constituyeron la base: Democracia y libertad,
acaso los dos principales ejes filosóficos y políticos de la sociedad de nuestro
tiempo.
Yo creo —y lo he aprendido de Julián Marías— que el orden, la sociedad, el
mundo colectivo, el mundo del ser humano —que, como decía Aristóteles, es
un ser social— es una armonía de libertades, y como tal es imprescindible
defenderlas todas, mantenerlas todas y tenerlas todas; no es posible renunciar
a ninguna de ellas pensando que así se protegen las demás.
Marías nos enseñó que hay que luchar contra los ataques a la libertad con más
libertad. Lo peor que le puede ocurrir a la democracia es tratar de conquistar
más libertades restringiendo las existentes, es decir, partiendo de una privación
de parte de la libertad. Este ámbito sólo se mejora ampliándolo; no se puede
modificar el sistema democrático de forma positiva restringiendo libertades,
sino aumentándolas. Y, por último, hay que recuperar la ilusión, para conseguir,
como ha sido siempre el sueño de Julián, que el sistema democrático sea el
mejor de los sistemas políticos y no, como decía Churchill, simplemente el
menos malo.
Una figura que no deja de agigantarse. Un año después de la muerte del
maestro, estos pensamientos y otros muchos se han convertido en su principal
herencia, y su huella y su figura no dejan de agigantarse en un proceso que
creo seguirá consolidándose en los próximos años.
Más allá de la, a mi parecer, discreta atención que ha merecido en vida,
nuestra sociedad terminará por hacer justicia con uno de los más brillantes de
sus miembros, un personaje singular a quien algunas circunstancias no
favorecieron y que siempre permaneció inalterable en su filosofía y sus
actitudes vitales.
Te echamos mucho de menos, Julián. Pero tenemos muy vivo tu legado y
observamos con satisfacción que el respeto en torno a tu vida y a tu obra no
deja de crecer hasta que te conviertas definitivamente, como mereces, en una
de las grandes figuras de la intelectualidad española del siglo XX, que
trascendió hasta el XXI.
Si la figura de su maestro José Ortega y Gasset fue adquiriendo alturas
extraordinarias según se agrandaba la perspectiva histórica desde el momento
de su fallecimiento, Julián Marías apunta a una trayectoria similar y sus libros
serán cada vez más leídos y sus pensamientos más admirados. Pero nadie
llenará el vacío existente en el corazón de sus amigos.
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