Rafael Böcker Zavaro 1. Introducción.

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Rafael Böcker Zavaro, Universitat Rovira i Virgili, Tarragona
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1. Introducción.
En las últimas décadas se impuso la tesis neoliberal de que debían levantarse
las barreras del bienestar socialdemócrata, y dejar actuar a las fuerzas del
mercado. El monetarismo, con su freno a la emisión de moneda por los
grandes bancos centrales, impuso una política monetaria restrictiva, el
descenso del gasto público y de los impuestos, conjuntamente con la
necesidad de privatizar. Estas medidas constituyen el nuevo paradigma
económico que en el día de hoy impone en Europa una política de ajuste y la
flexibilización del mercado de trabajo. No obstante, estas políticas no
constituyen en sí mismas la mejor opción hacia la racionalidad económica. Son
el resultado de una opción ideológica inspirada en el neoliberalismo
conservador.
Esta ponencia analiza la incapacidad de las teorías ortodoxas para abordar las
causas de la crisis y de las políticas de austeridad para salir de ella. Ambas
están dirigidas a limitar los recursos y capacidades del Estado y ajustar los
salarios de los trabajadores, pero no así las transferencias multimillonarias que
se han hecho a los grupos financieros. Con ello se sustrajo de la economía real
enormes recursos que minan el bienestar de la población y de la demanda
agregada en tanto palanca de crecimiento económico y generación de empleo.
Abordaremos aquí los ajustes aplicados en Europa, que recuerdan aquellos
implantados durante los años noventa en América Latina, producto también de
políticas neoliberales en el marco de crisis de deudas soberanas. Analizaremos
ambos casos, en los que los países entran en números rojos, y en lugar de
1
recaudar más a través de impuestos a las altas rentas y al sector financiero,
deben hacer frente a los condicionamientos de ajuste de organismos
internacionales de crédito y a las crecientes tasas de interés para contraer
nueva deuda. Todo ello explica en gran parte que Europa no sólo esté
estancada económicamente desde hace un año, sino que según los últimos
datos del Eurostat el espacio europeo termina el año 2012 en recesión. Por
último, presentaremos el caso argentino de la última década, en tanto
alternativa para salir de la crisis a partir de políticas heterodoxas.
2. Keynes y economía ortodoxa.
En 1936 John Maynard Keynes (1985) publicó su Teoría General de la
ocupación, el interés y el dinero, obra que lo convirtió en el economista más
influyente del siglo XX. Kicillof (2008) destaca que su nombre aún sigue ligado
férreamente a las políticas económicas expansivas y en general a todo avance
de la intervención del Estado en los asuntos económicos.
Si bien el tipo de políticas públicas que Keynes defendió era frecuente en la
década de 1930, sus teorías representaron un esfuerzo consciente por retratar
los cambios profundos que modificaron al Estado y al sistema capitalista a
principios del siglo XX. Así, pues, para Kicillof la Teoría General es la
manifestación de una crisis en la teoría económica ortodoxa en el marco de la
más grande crisis del capitalismo. Keynes creía que esta teoría había sido
concebida para una etapa histórica ya pasada, razón por la que sus
enseñanzas eran engañosas, y negativas si se intentaban aplicar a la realidad.
En palabras de Kicillof (2008:23), “cuando llegó el turno de lidiar con la inflación
de posguerra como cuando, poco después, sobrevino la depresión, la ortodoxia
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defendió y pretendió aplicar –y lo hizo en muchos casos- las tradicionales
políticas contractivas, encaminadas a reducir el gasto público, restringir el
crédito y la liquidez, y a presionar para que se produjera una reducción
generalizada de los salarios. Tanto en un contexto de inflación como de alta
desocupación, la contracción es la panacea de la ortodoxia, porque supone que
cuando el mercado actúa por sí mismo es infalible; de modo que la respuesta
consiste en evitar toda intromisión en sus mecanismos” (esto es, del Estado y
los trabajadores organizados).
En este sentido, Keynes (1985) introdujo una perspectiva dinámica en el
análisis económico que le permitió tratar la inestabilidad cíclica a corto plazo
de las economías desarrolladas. De este modo, sentó las bases de lo que
luego serían las teorías del desarrollo económico en la postguerra (economía
del desarrollo, estructuralismo latinoamericano, teorías de la dependencia...),
pues rompió el esquema de la monoeconomía neoclásica y, concretamente,
rechazó que los agentes económicos fuesen racionales y los mercados se
equilibrasen. Incluso, no sólo situó el problema económico principal en la
infrautilización de recursos (desempleo y subempleo de capital físico y
humano), sino que vio en la intervención estatal una solución al desequilibrio
del mercado o al equilibrio ineficiente del mercado autorregulado. De este
modo, las políticas económicas se elaboraron, en la postguerra, como un
mecanismo
sistemático
para
corregir
los
fallos
surgidos
del
libre
funcionamiento de los mercados, que, además, son inherentes a los ciclos
económicos.
Keynes cambió completamente el punto de vista de la economía, al abandonar
el estudio del comportamiento de los agentes y de los mercados, para pasar a
3
analizar directamente las variables agregadas. Con ello rechazó el análisis
individual, y estableció que el Estado debía de gestionar el mercado, al igual
que debía gestionar la demanda global. En palabras de Rojo (2006:91),
Keynes avanzó “en sus posiciones intervencionistas a lo largo de los años
treinta. Rechazaba la propiedad pública de los medios de producción; confiaba
en la eficacia del mercado para asignar los recursos a largo plazo y creía que
la centralización de las decisiones sólo llevaría a mayores despilfarros; pero
pensaba que el mercado había fracasado en la determinación del volumen -no
de la dirección- del empleo efectivo y consideraba necesaria la intervención del
Estado para determinar el volumen total de los recursos dedicados a aumentar
el capital productivo y mantener así niveles altos de demanda y empleo”.
Keynes estableció que en una situación de fuerte paro involuntario, era posible
crear empleo y reducir el salario real a través de una política orientada a
incrementar la demanda agregada de bienes y servicios, y es que las variables
originadas por el lado de la demanda agregada son causas más importantes y
frecuentes que las variaciones del lado de la oferta en la generación de
fluctuaciones económicas. De los dos grandes componentes de la demanda
privada en una economía cerrada, el consumo depende establemente de la
renta mientras que la inversión, aunque sensible a las variaciones del tipo de
interés, aparece dominada por las expectativas inciertas de los empresarios
sobre el futuro. En consecuencia, Keynes atribuye a la inversión privada el
origen más importante y frecuente de las variaciones de la demanda agregada
y, por tanto -dadas las rigideces e inercias de costes y precios en el corto
plazo-, de las variaciones en la producción y en la renta real. La consecuencia
de este análisis fue que a partir de Keynes la intervención del Estado será
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considerada como fundamental. De esta manera, la intervención estatal es, en
este periodo, un mecanismo directamente productor de relaciones sociales, y
no un mero “racionalizador” de los costes que el modelo de desarrollo
económico generó.
De este modo, podemos plantear que la metamorfosis a la que fueron
sometidas las ideas originales de Keynes dejó de lado un conjunto de
elementos centrales que son imprescindibles para comprender algunas causas
de la crisis actual, diseñar políticas para impulsar la actividad económica y
regular los mercados financieros. Una de esas ideas esenciales de Keynes es
la de que el nivel de actividad está determinado por el gasto, por la demanda
efectiva. Keynes invirtió la causalidad vigente en las teorías ortodoxas
otorgando un lugar predominante a la demanda efectiva. Así, para impulsar el
nivel de actividad se requiere inversión y gasto público y privado. A pesar de la
fortaleza lógica y empírica de ese razonamiento, la visión de Keynes fue
abandonada. En su reemplazo se instaló la reducción del déficit fiscal mediante
el ajuste como mecanismo para reactivar la actividad económica.
3. Contrarevolución neoclásica y neoliberalismo.
El dominio neoclásico, que marcará las últimas décadas del siglo XX, tuvo lugar
a consecuencia de que el crecimiento “dorado” -de 1950 y 1960- se vió
bruscamente alterado en los primeros años de los setenta. El PIB, por primera
vez, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, disminuyó, la inflación
duplicó su ritmo de crecimiento, y los tipos de interés nominales y las tasas de
paro crecieron con fuerza. Esta desaceleración económica provocó la crisis del
modelo de producción industrial de la postguerra al tener éste dificultades de
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adaptación a las fluctuaciones de la demanda, a la diversificación de productos
y a la segmentación de los mercados. Además, la desaceleración generó
cambios en la política fiscal y de redistribución de la renta. El cambio esencial
en la fiscalidad fue la tendencia a dar mayor peso a la eficiencia frente a la
equidad. Esto se tradujo en reformas fiscales basadas en tres principios: (1)
reducir los incentivos perversos de la imposición directa anterior, (2) potenciar
el principio de equidad horizontal -tratar igual a los iguales- en detrimento de la
vertical -tratar de forma diferente a los distintos-, y (3) simplificar
administrativamente el impuesto. Cambios que eran el reflejo de las nuevas
políticas estructurales de oferta orientadas a reducir la excesiva intervención y
regulación estatal, lo que se plasmó en la aceptación generalizada del principio
de subsidiariedad.
Bajo este principio quedó establecido que el sector público sólo debía hacer
aquello que demostrara hacer mejor que la iniciativa privada, lo que determinó
los siguientes efectos (Segura, 2005): 1) el primero fue el proceso de
liberalización de mercados que, en muchos casos, pasaron a ser de ámbito
mundial. La reducción de barreras arancelarias y otros obstáculos al comercio
mundial, los avances en la construcción de áreas supranacionales como la
Unión Europea (UE), las reformas de los mercados de trabajo, la liberalización
de los mercados de capitales y de divisas son ejemplos significativos de este
proceso; 2) el segundo fue el cambio en las políticas regulatorias. Frente a la
regulación y la proliferación de toscos instrumentos de intervención cuantitativa
que interferían en el funcionamiento de los mercados, las nuevas prácticas
regulatorias se fueron haciendo más sensibles a generar incentivos
compatibles con un comportamiento eficiente de los mercados, y 3) el tercero
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fue el intenso proceso de privatización de empresas públicas y de
externalización de diversos servicios públicos.
Detrás del principio de subsidiariedad estaba la creencia de que ya no se
daban las condiciones para una expansión rentable utilizando métodos
keynesianos, lo que llevó a economistas y gobiernos al convencimiento de que
puesto que las políticas de demanda -monetaria y fiscal- tenían a largo plazo
efectos inapreciables y difíciles de predecir, el objetivo de la política económica
debería concentrarse en favorecer el funcionamiento eficiente de los mercados
y crear las condiciones de estabilidad que favorecieran el crecimiento sostenido
de la economía (Lal, 1983). Esto trajo consigo que, frente a la política
económica keynesiana, las políticas de oferta se apoyaran en los siguientes
dos pilares: 1) las políticas económicas debían perseguir como objetivo
fundamental la estabilidad, ser neutrales y sustituir la discrecionalidad por
reglas de comportamiento estrictas y conocida por los agentes económicos
que, de esta forma, verían reducida su incertidumbre y podrían incorporarlas en
sus decisiones económicas, y 2) la influencia del sector público en los procesos
de asignación de recursos debía instrumentarse mediante un adecuado
sistema de incentivos y no por medio de la intervención directa en los procesos
productivos, dando mayor protagonismo a los mercados y eliminando en lo
posible los obstáculos para su funcionamiento flexible.
Estos dos pilares van a marcar la teoría positiva del sector público o teoría de
los fallos del Estado. Una teoría para la que los fallos del mercado serían una
condición necesaria, pero no suficiente, para justificar la intervención estatal, y
el objetivo analítico de esta teoría será expansionarse desde la comprensión de
los procesos de adopción de decisiones en el mercado al estudio de los
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procesos de adopción de decisiones de relevancia económica en la esfera
política. Así, se va a difundir la convicción de que la desaceleración económica
está en los fallos del Estado, es decir, en las reglas constitucionales que
gobiernan los usos políticos de la sociedad y el funcionamiento del propio
sistema económico y fiscal. Esas reglas son restricciones jurídicas y sociales
que es preciso remover, dado que no está garantizada la existencia de una
elección pública construida a partir de las elecciones individuales -teorema de
la imposibilidad de Arrow (1974)-.
La teoría positiva del sector público se va a colocar, por otra parte, en la
vanguardia de una nueva campaña moral. Para esta campaña, la justicia social
era un espejismo; los derechos sociales, una versión moderna del desatino
sobre zancos; la imposición obligatoria, una forma de hurto o, todavía peor, un
equivalente del trabajo forzoso. Esta campaña, que lideró lo que en la década
de los ochenta se denominó la “Nueva Derecha”, planteó que el Estado del
Bienestar, al desbordar la línea de demarcación natural, se había transformado
en coactivo y, a través de su paternalismo, socavaba sistemáticamente la
iniciativa e independencia de sus ciudadanos (Roque, 2004). Para esta “Nueva
Derecha”, el Estado del Bienestar era necesariamente paternalista, no
respetaba a los individuos como agentes pensantes y decisores, y se apoyaba
en el uso de la coerción ilegítima por medio de la cual hurtaban los recursos a
quienes poseían títulos para mantenerlos en su poder, evitando que los
individuos cumplieran
sus propios
valores a
su
manera.
Con
total
independencia de sus fallos prácticos, para la “Nueva Derecha” el Estado del
Bienestar era moralmente insolvente.
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Históricamente, la hegemonía de la economía neoclásica obedeció en gran
medida al descrédito del análisis keynesiano, a la crisis de las perspectivas
alternativas del desarrollo. Descrédito que explica la influencia del pensamiento
neoclásico en las ideas y los programas de los principales organismos
internacionales cuyas críticas al intervencionismo gubernamental y el culto a
las virtudes del libre mercado procuraron una redefinición del Estado en todos
sus frentes, tal y como quedó reflejado en la década de los ochenta con las
denominadas políticas de estabilización seguidas de una política de ajuste
estructural, y en la década de los noventa en el llamado “Consenso de
Washington”. “Consenso” que pretendía dar respuesta a la crisis de la deuda
externa que afloró a partir del 15 de agosto de 1982, cuando México anunció la
imposibilidad de cumplir con los pagos de su primer paquete de medidas de
ajuste estructural para salir de la crisis (Williamson, 1990): conjunto de medidas
consistentes en una primera etapa de estabilización de la economía eliminando
la
inflación
y
el
déficit
exterior
como
principales
desequilibrios
macroeconómicos, y en una segunda etapa de ajuste estructural, encaminada
a generar un modelo de desarrollo orientado al mercado (Bulmer-Thomas,
1996).
Estos aspectos configuraron el denominando globalismo (Beck, 1998), en tanto
integración económica mundial bajo el dominio de una práctica e ideología
económica, social y política neoliberal o neoclásica. Práctica e ideología que
incorpora lo que el Grupo de Lisboa (1995) llamó “evangelio de la
competencia”. Un evangelio para el que la competencia es la respuesta a casi
todos los problemas económicos (Emmerij, 1998).
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El culto a la competencia aduce como legitimación la creencia de que el libre
comercio acaba conduciendo a los países a un óptimo de crecimiento y
bienestar, y es que bajo este culto laten los siguientes postulados de la teoría
neoclásica del desarrollo (Hunt, 1989): 1) la creencia en la desigualdad
económica como incentivo humano; 2) la creencia de que las operaciones del
mercado sin intervención gubernamental maximizan la eficiencia y el bienestar;
3) la creencia en el propio beneficio mutuo del comercio internacional, y 4) la
creencia en la importancia del sistema de precios como referente de
información fundamental para la asignación de recursos. Sin embargo, este
culto y estos supuestos trajeron a partir de los años noventa una “nueva era de
las desigualdades” (Fitoussi y Ronsanvallon, 1996). Donoso (2002) especifica
sus principales rasgos: (1) el retroceso de la estructura productiva de los países
del Sur a patrones propios del siglo XIX, centrados en las ventajas naturales de
explotar y exportar ciertos recursos; (2) la contracción del sistema productivo,
en la medida en que ramas o segmentos de ramas industriales caen destruidas
ante la competencia sin regular de las importaciones, y ello debido a una
política que no ha adoptado ninguno de los países desarrollados; (3) la
dislocación de la estructura productiva nacional, puesto que el capital
extranjero adquiere industrias, o fragmentos de industrias, que supedita a sus
propias estrategias e intereses, y (4) la apertura irrestricta al exterior tiene
como consecuencia que las bases de la existencia material de regiones y
países pasan a depender de agentes extranjeros, que no dudan en
abandonarlas, transformarlas o destruirlas cuando no sirven a los intereses de
un elevado beneficio económico.
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4. Crisis económica y social en Europa.
Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en
realidad un nuevo paso hacia la recesión. Los subsidios otorgados a los grupos
financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable
de
la
economía.
Y,
posteriormente,
cuando
intentaron
frenar
dicho
endeudamiento, agravaron el estancamiento convirtiéndolo en recesión,
deteriorando las fuentes de los recursos fiscales y eternizando el peso de las
deudas. Ante esta situación han aparecido en los medios de comunicación un
coro variopinto de neoliberales moderados y semikeynesianos que exigen
suavizar los ajustes y alentar “el crecimiento”. A lo que los tecnócratas duros
(sobre todo en Europa) responden que los Estados, las empresas y los
consumidores están saturados de deudas y que este camino ya no es
transitable. Ambas posturas tienen algo de razón, porque ni los ajustes ni los
repartos de fondos son viables a mediano plazo, en realidad el sistema tal cual
está planteado es inviable (Beinstein, 2012).
El problema es que estas políticas de rescate a la banca posteriores al 2008
han transformando a los Estados del sur de Europa en avalistas de sus bancos
y sector financiero para garantizar el endeudamiento con bancos y sectores
comerciales alemanes. Estos últimos, a su vez, aplicaron una estrategia de
“crédito con condicionamientos” a la soberanía de los países endeudados, con
dinero excedente obtenido por las exportaciones alemanas, y apoyado por el
esquema instalado del Euro y sus tres condiciones estructurales: baja inflación,
un déficit público no superior el 3% anual y una deuda pública no superior al
60% del PIB.
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Como los Estados del sur de Europa se transformaron en avalistas de su sector
financiero endeudado (en un contexto de crisis de deuda soberana), para poder
refinanciar estas deudas debieron comprometerse a drásticos recortes para
reducir el gasto público: recortes y privatización en salud, educación, servicios
públicos y flexibilización precarizadora del sistema previsional y el mercado de
trabajo. Ello está garantizado, ya que los Estados europeos se comprometieron
a honrar sus deudas antes de asumir cualquier otro gasto: a esto se lo llamó "la
regla de oro" exigida por Alemania, y que España, como “alumno ejemplar”,
reforzó al incorporarlo en su reforma de la Constitución. De ahí puede
comprenderse que los Estados periféricos europeos han venido perdiendo
autonomía frente a los lobbys internos y externos, siguiendo una agenda de
gobierno marcada por los "mercados".
Los datos de los cuatro países europeos rescatados son preocupantes: Grecia
recibió el rescate más elevado (240.000 millones de euros), seguido por Irlanda
(85.000 millones), Portugal (78.000 millones) y el rescate a la banca española
con aval del Estado (53.000 millones). Mientras se aplicaban en Grecia y
Portugal recortes de las pensiones y una política de privatización de empresas
públicas, en Irlanda y España se retrasó la edad de jubilación. Grecia no sólo
aplicó recortes al salario mínimo, sino que también impuso al igual que Irlanda
despidos de funcionarios, mientras que España suprimió una paga extra a sus
empleados públicos y Portugal recortó sus salarios. Además, estos últimos dos
países aplicaron una política de ajuste salarial mayor: España aprobó
sucesivas reformas laborales que, entre otras cosas, facilitan el despido –con lo
que se ha agravado el desempleo a niveles históricos-, y Portugal disminuyó la
duración de la prestación por desempleo. Además, en los cuatro países se
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aplicó una subida del Impuesto al Valor Agregado (IVA). Como puede
observarse, la austeridad se impone siempre sobre determinadas partidas –las
sociales- y no sobre otras –por ejemplo, gastos de defensa-.
Estas políticas austeridad generan que dichos países profundicen su crisis y
necesariamente terminen arrastrando a todas las economías europeas. Su
razón de ser está en que es un mecanismo para garantizar el pago de los
intereses de la deuda de los Estados y para imponer progresivamente la
privatización de lo público. El capital trata desesperadamente de encontrar
nuevas formas de prolongar esta etapa neoliberal de lo privado: garantizar
oportunidades de negocio a los grupos concentrados y de mercantilizar al
máximo las relaciones sociales.
Con la finalidad de que la población acepte esta disminución de su nivel de
vida, se generalizaron discursos legitimadores, tales como que "hemos vivido
por encima de nuestras posibilidades" y que “debemos retomar la senda del
crecimiento mediante la austeridad”. Con ello, se intenta negar que durante
largos años el poder político, económico y financiero ofreció de manera
entusiasta enormes posibilidades de endeudamiento a la población con
créditos e hipotecas.
En este contexto, a la par que la sociedad se dualiza (los más se empobrecen y
los menos se enriquecen), se acentúan las movilizaciones populares, el
conflicto social y la represión. Las protestas de indignados por la reducción de
programas sociales y eliminación de derechos laborales se extienden en
España, Grecia, Irlanda y Portugal, países que cumplen con el sendero
marcado por el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco
Central Europeo. La ortodoxia económica desconoce con entusiasmo la historia
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económica -como la Depresión de la década de 1930 o la experiencia
neoliberal latinoamericana de finales del siglo pasado-, e insiste con la
propuesta del ajuste fiscal para rescatar a las economías de la recesión.
5. Kirchnerismo y desarrollo nacional.
Los estímulos desplegados hoy por Estados Unidos no son suficientes para
reactivar los niveles de actividad y los ajustes aplicados en Europa recuerdan
aquellos implantados durante los años noventa en América Latina, producto
también de políticas neoliberales en el marco de crisis de deudas soberanas.
En ese contexto que desencadenó la crisis económica y social, Argentina
declaró la cesación de pagos más grande de la era moderna en 2001. El
gobierno kirchnerista en el poder desde 2003, concretó un exitoso canje de
deuda por el porcentaje de quita de capital, la extensión del plazo de pago y la
baja de la tasa de interés de los bonos que reemplazaron a los del default. Se
consiguió además una aceptación muy elevada a la propuesta del trueque de
papeles, alcanzando el 93 por ciento del total de acreedores en dos
operaciones, realizadas en 2005 y 2010. A partir del cierre del primer canje, el
kirchnerismo se ha convertido en el período político que más deuda ha pagado
en forma neta desde el regreso de la democracia en 1983. Argentina abandonó
el tipo de cambio fijo y reestructuró su deuda, lo que le permitió salir de la crisis
y retomar la senda del crecimiento.
No obstante, uno de los grandes mitos que se repite permanentemente en gran
parte de las corporaciones mediáticas nacionales e internacionales es que el
rápido crecimiento de la economía argentina durante la última década se ha
debido al auge de la exportación de commodities. Tal y como destacan
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economistas como Paul Krugman o Mark Weisbrot, predominan artículos en la
prensa internacional con un tono muy negativo sobre la situación actual de la
Argentina. La realidad es que su expansión económica se debió a la inversión y
al consumo interno, producto de cambios fundamentales en sus decisiones
macroeconómicas y políticas de redistribución del ingreso. Es decir, la
estrategia exitosa seguida por Argentina poco tiene que ver con el “viento de
cola” de la exportación de commodities. Y menos aún tiene que ver con los
planes de austeridad impuestos a los países periféricos en Europa. Más bien,
la estrategia seguida tiene un contenido explícitamente desarrollista.
Basta indicar la orientación y los objetivos de la política económica del gobierno
kirchnerista del último año. Así, en enero de 2012, luego de la reelección de
Cristina Fernández de Kirchner, se reestructuró el organigrama del Ministerio
de Economía, con lo que se dispuso el traspaso del área de la que dependen
los directores del Estado que participan en la conducción de las empresas
privadas. En total, el Estado tiene participación en unas 40 firmas, coordinados
por la Dirección de Gestión Empresaria, que comenzó a depender de la
Subsecretaría de Coordinación Económica y Mejora de la Competitividad.
El pasado mes de septiembre de 2012 se presentó en el Congreso los
principales lineamientos macroeconómicos del proyecto de Presupuesto 2013.
El viceministro de Economía y secretario de Política Económica Axel Kicillof
enmarcó el debate en un recorrido histórico, que fue desde la última dictadura
militar, período que dio inicio al neoliberalismo en Argentina, cuya continuación
fue la década menemista y los dos años de la Alianza. La desindustrialización,
a apertura y la desregulación apuntalaron la especulación, el endeudamiento
externo y una mayor presión estructural sobre la balanza de pagos. En este
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derrotero, sostuvo que a partir de 2003 se inició una nueva etapa de
industrialización del país, donde el Estado pasó a jugar un rol clave en la
economía. Y que para sostener la economía hay que poner el gasto público al
servicio de la producción y el empleo.
En un encuentro en el Ministerio de Trabajo sobre formación laboral y
competitividad donde participaron cámaras empresarias y sindicatos, Kicillof
aseveró que “no les vamos a dar el gusto de aplicar las recetas de ajuste; el
camino para lograr mejoras genuinas de competitividad es más difícil, requiere
más Estado, mejores salarios, capacitación, diálogo y planificación” y que “el
cambio estructural es un proceso de largo plazo. Para que la reindustrialización
sea exitosa va a tomar más tiempo que los 30 años que duró la política
neoliberal iniciada en 1976” (Ministerio de Trabajo, 8/11/2012). “No quieren que
nos industrialicemos, quieren que Argentina sea un paraíso financiero y
agroexportador”, apuntó el secretario de Política Económica, quien aprovechó
su intervención para cuestionar “la política de privatización de servicios
públicos con tarifas altas”, así como “la falta de inversión privada en materia
energética”. Kicillof explicó que las recetas de industrialización ortodoxas para
los países periféricos como Argentina exigen “industrias poco calificadas, bajos
salarios, malas condiciones laborales, impedir la sindicalización para eliminar
los conflictos y mega devaluaciones de la moneda (…) Aplicar las políticas
neoliberales de industrialización es muy sencillo, pero sería una derrota para
nuestro proyecto y no les vamos a dar el gusto”.
Las experiencias traumáticas de las fases recesivas en el ciclo económico
argentino predisponen a creer que toda crisis necesariamente concluirá en
resultados devastadores. Los antecedentes de varias décadas ofrecen como
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prueba fuertes devaluaciones de la moneda nacional, incremento de la
desocupación, quiebra de empresas y bancos, deterioro social y fuerte
aumento de la pobreza. Uno de los aspectos más destacados del actual ciclo
económico es que la crisis de 2009 y la de 2012 no han tenido la resolución
prevista teniendo en cuenta las precedentes: se ha comprobado que existe otra
manera de transitar el trayecto recesivo de la economía amortiguando sus
efectos y no profundizándolos. El actual contexto económico internacional fue
una señal contundente para rectificar el rumbo en el frente fiscal que exige
expansión en la fase negativa del ciclo económico. El mayor financiamiento del
Banco Central al Tesoro dentro de los límites establecidos por la nueva Carta
Orgánica es una medida adecuada para retomar el aliento a la demanda
agregada eludiendo las políticas de ajuste.
La economía estaba caminando hacia el abismo de la restricción externa, por el
tipo de crecimiento en los últimos años con una fuerte alza de las
importaciones, desequilibrio de la balanza comercial energética, acelerada fuga
de capitales y excedentes de producción de las potencias presionando sobre el
mercado local. Una fuerte devaluación con el consiguiente shock inflacionario
ha sido históricamente la respuesta a la escasez estructural de divisas. El
gobierno se propuso desafiar ese desenlace que viene acompañado de
elevados costos sociales y políticos mediante un estricto régimen de
administración del comercio exterior y de divisas. Esa fue la estrategia elegida
para eludir la restricción externa por estrangulamiento de divisas en la balanza
de pagos.
Por otro lado, la decisión del gobierno argentino de expropiar el 51% de YPF en
abril de este año permitió recuperar el manejo estratégico de la petrolera para
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lograr el autoabastecimiento energético. Así, se está revocando una política
neoliberal de los años `90 enormemente negativa para el país, a pesar que
recientemente Repsol demandó al Estado argentino en el Centro Internacional
de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones del Banco Mundial (CIADI).
La recuperación de YPF fue una decisión estratégica, ya que se apostó por un
plan para garantizar el autoabastecimiento energético, incrementar los
proveedores locales y alcanzar una mayor sustitución de importaciones, como
eje central de las políticas públicas nacionales. El actual proceso de
industrialización no sólo favorece a los sectores más competitivos de la
economía, sino que promueve la industrialización por sustitución de
importaciones de tipo desarrollista: a través de la intervención y la planificación
se impulsan sectores estáticamente no competitivos, pero con potencialidades
dinámicas capaces de traccionar al resto de la economía.
Junto con el control estatal de YPF, se aprobó la ley de regulación del sector de
hidrocarburos. Asimismo, recientemente se creó la empresa YPF Tecnológica
SA, un proyecto del que participan el Ministerio de Ciencia, Tecnología e
Innovación Productiva y el CONICET, que nace con el objetivo de impulsar la
formación de recursos humanos que puedan aportar su conocimiento al
desarrollo de la industria de los hidrocarburos. De manera complementaria,
recientemente la Comisión Nacional de Valores está evaluando alternativas de
inversión, como la suscripción en bancos del nuevo bono de YPF para
pequeños ahorristas, con un monto mínimo de mil pesos y una tasa de
retribución del 19 por ciento. Se espera que sea una opción más rentable que
atesorar en dólares.
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En 2012 el gobierno argentino también convirtió en ley la nueva Carta Orgánica
del Banco Central, lo que permitió revocar las reglas de la convertibilidad y
ampliar el mandato de la institución para perseguir objetivos múltiples que
incluyen el crecimiento, una distribución del ingreso más equitativa, la
promoción del crédito sectorial y la estabilidad de precios. Con ello se propone
la reconstrucción de una banca central que interpela la experiencia argentina
de los noventa y la europea actual. En el largo período que predominó la
ortodoxia en el Banco Central fue cuando más descalabros se registraron en el
sistema monetario y bancario. Desde 1976, cuando la dictadura liberalizó el
mercado financiero y el Banco Central quedó en manos de los liberales, se
sucedieron crisis bancarias, estafas a ahorristas, estatización de la deuda
externa privada, estallidos inflacionarios y cambios de moneda. En la Argentina
de los años ’90, la política económica operó bajo la carga de una forma
extrema de ese diseño limitado, un régimen con un tipo de cambio fijado al
dólar y una base monetaria estrictamente vinculada con la evolución de las
reservas internacionales. Entre 1997 y 2002, la debilidad inherente de esta
política monetaria generó un colapso económico y alta inflación. No obstante, el
diseño neoliberal de los bancos centrales exige que persigan como objetivo
exclusivo una meta de inflación, y el único instrumento disponible para lograrlo
es la tasa de interés.
Con la nueva Carta Orgánica del Banco Central y su accionar de los últimos
años se impide que la especulación privada del dólar afecte su nivel de
reservas. La experiencia argentina indica que el Banco Central debe tener una
importante cantidad de reservas internacionales como dique defensivo a los
intentos de instalar un escenario de incertidumbre y gobiernos frágiles, y para
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enfrentar con éxito corridas cambiarias. La administración de divisas y los
consiguientes controles para comprar dólares de los últimos meses, puso fin a
un aceitado mecanismo para favorecer y facilitar la compra de dólares y fuga
de capitales, que incluía una participación directa de grandes bancos locales e
internacionales.
La fiscalización de las operaciones con dólares es una herramienta necesaria
para disminuir la evasión y combatir el lavado de dinero y forma parte de una
política de administración de divisas. El mercado muy liberal de acceso a
moneda extranjera era inequitativo para la sociedad en su conjunto. La
regulación del mercado de divisas fue una respuesta de emergencia ante la
intensidad de la fuga de capitales: el mecanismo de control y administración de
divisas fue el recurso para evitar que unos pocos acumularan una ganancia de
capital por una fuerte devaluación con costos para el resto. Esta mayor
regulación pudo instrumentarse porque antes hubo recuperación de márgenes
de autonomía en la política económica y monetaria. De todos modos, la
restricción externa por el déficit de divisas se acercó peligrosamente, sabiendo
que es uno de los eslabones débiles de la economía argentina, cuyo desenlace
no es otro que la crisis con una fuerte devaluación e inflación posterior,
acompañada de inestabilidad política y social. El objetivo del régimen de
compra de moneda extranjera fue evitar este escenario, sabiendo que las
opciones son una fuerte devaluación, el ajuste fiscal o el endeudamiento a
tasas de interés muy altas. Todas opciones más perjudiciales para la economía
y los sectores vulnerables, incluso la clase media, que un régimen de
administración de divisas.
20
Con la misma orientación, el Banco Central dispuso de manera obligatoria que
los bancos públicos y privados prestaran en 2012 un total de 14.930 millones
de pesos para proyectos productivos, el equivalente al 5% de los depósitos del
sistema, con una tasa fija que no puede superar el 15% anual y un plazo
mínimo de tres años. Las actividades que más demandaron esta línea de
financiamiento fueron la industria alimenticia, la actividad metalúrgica y la rama
comercial, seguidas por el sector agropecuario y el de servicios. Para el año
2013 se prevé la implementación de una nueva línea de crédito con
características similares.
A estas políticas se sumó la propuesta de proyecto de ley que abre la
posibilidad para operar en el mercado de capitales y termina con su
autocontrol. En línea con la tendencia internacional post crisis 2008 se
modificará el actual mercado de capitales, que funciona como un club cerrado
que se autorregula, autocontrola y se sanciona a sí mismo, que no logró el
objetivo de convertirse en un canalizador del ahorro para el desarrollo, sino que
ha privilegiado los componentes especulativos. Esta iniciativa que despertó
duras críticas por parte de algunos sectores empresariales, otorga mayor poder
de regulación al Estado sobre los grupos financieros.
Se implementaron también dos medidas importantes para una mejor gestión e
inversión pública. Por un lado, el programa Pro.Cre.Ar de créditos para la
vivienda y la obra pública municipal, presentado por Kicillof y el ministro de
Planificación Federal Julio De Vido, con el que el gobierno argentino espera
llegar a fines de 2013 con una inyección de más de 40 mil millones de pesos
para reactivar la construcción y recuperar el empleo. Por otro lado, se creó el
Registro de Subsidios e Incentivos, conformado por el padrón de beneficiarios
21
de subsidios de programas y planes de promoción productiva, con excepción
de los programas sociales implementados en el área del Ministerio de
Desarrollo Social. Si bien cada ministerio conservará la potestad de fijar su
política de subsidios, será controlada por la Subsecretaría de Coordinación
Económica y Competitividad. Esta subsecretaría será la autoridad de aplicación
y permitirá potenciar las políticas y la eficiencia del aparato estatal. Tal y como
se plantea en los fundamentos del decreto, “la experiencia acumulada desde el
año 2003 revela la necesidad de mejorar y profundizar las acciones del Estado
nacional en la planificación del desarrollo económico, actuando sobre el diseño,
la elaboración y la propuesta de lineamientos estratégicos para la
programación de la política económica... A tal fin, corresponde optimizar las
políticas económicas y productivas aumentando los grados de eficacia en la
utilización de los recursos públicos, con el objetivo de lograr una acción
coherente y eficiente del conjunto de medidas de política pública”.
En definitiva, el caso argentino de la última década es tan solo una de las
experiencias desarrolladas en Sudamérica para cambiar el patrón de las
políticas públicas y la redistribución de la riqueza. Es países aprovecharon el
boom de los recursos naturales para realizar un programa sin precedentes de
políticas sociales, sobre todo en las áreas de educación, salud, vivienda e
infraestructura, que mejoraron sustancialmente la vida de la inmensa mayoría
de la población.
6. Conclusiones.
El estallido de la crisis internacional volvió a poner en evidencia las falencias
del pensamiento económico dominante. La incapacidad de las teorías
22
ortodoxas para abordar las causas de la crisis y la incapacidad de las políticas
de austeridad para salir de ella dejan en evidencia la necesidad de superar el
modelo económico, social y político del neoliberalismo. Si el liberalismo
económico de Adam Smith ofrecía una alternativa capitalista al Estado
Absolutista y a la sociedad feudal, el neoliberalismo del siglo XX es una
reacción conservadora contra el Estado keynesiano y la sociedad del bienestar.
Las políticas de austeridad están dirigidas a los recursos y capacidades del
Estado y a los salarios de los trabajadores y no a las transferencias
multimillonarias que se han hecho a los grupos financieros. Con ello se sustrajo
de la economía real enormes recursos que minan el bienestar de la población y
la demanda agregada en tanto palanca de crecimiento económico y generación
de empleo. De este modo, los países entran en números rojos, y en lugar de
recaudar más a través de impuestos a las altas rentas y al sector financiero,
deben hacer frente a los condicionamientos de ajuste del Fondo Monetario
Internacional y del Banco Central Europeo y a las crecientes tasas de interés
para contraer nueva deuda. Todo ello explica en gran parte que Europa no sólo
esté estancada económicamente desde hace un año, sino que según los
últimos datos del Eurostat el espacio europeo termina el año 2012 en recesión.
Ante todo, la pregunta no es si los Estados deben intervenir o no en la
economía, ya que los mercados no existen por sí solos, siempre existen en un
contexto de reglas, leyes, regulaciones y políticas públicas. Por ello, el
neoliberalismo no defiende un Estado ausente, sino que interviene activamente
para desregular, flexibilizar el mercado laboral, privatizar y subsidiar a los
sectores concentrados. No obstante, las políticas neoliberales aplicadas
23
recientemente por los países europeos nos demostraron que no han sido
patrimonio exclusivo de la derecha. De hecho, la ortodoxia se convirtió en una
trampa para los partidos socialdemócratas europeos: carecieron de voluntad
política para sostener su histórica agenda progresista y por ello fueron
desalojados del poder.
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