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ENCUESTA
Mientras que para el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, el nacionalismo catalán
no responde a una moda, sino a un sentimiento histórico, Alberto Ruiz Gallardón opina
que en España no hay más nación histórica que la española. Sin embargo, todos los
líderes consultados consideran que Europa camina hacia una unidad supranacional, una
Europa sin fronteras.
Los nacionalismos, España y Europa
Iñaki Anasagasti: «Los nacionalismos quieren quitar fronteras, no
ponerlas»
«No es contradictoria la supranacionalidad con los nacionalismos. Los actuales
Estados europeos, en su gran mayoría, obedecen a coyunturas históricas que van
desde guerras hasta los pactos y las bodas entre príncipes. Hoy en día ese
concepto está superado y Europa construye su supranacionalidad en
base a los Estados que tienen en su seno nacionalidades, minorías
étnicas y religiosas.
La fortaleza de una Europa que elimina fronteras y aboga por un solo
ejército, una moneda y una política exterior común es encajar toda la
riqueza cultural y lingüística europea y no asfixiarla,, sino asumirla,
reconocerla y darle una vía de participación. Los nacionalismos
democráticos de la actual Europa comunitaria no quieren poner
fronteras, sino quitarlas, pero asimismo solicitan su encaje y
reconocimiento dentro de una Europa plural que están construyendo
los Estados muchas veces a espaldas de estas realidades.»
Jesús Aizpún: «El nacionalismo radical no tiene sentido» «Opinar
sobre el sentido que tienen los nacionalismos de España, en el momento en
que Europa Camina hacia una unidad supranacional, exige precisar primero
de qué nacionalismos se habla. Porque a los propios nacionalistas es
difícil entenderles, a veces, si hablan solamente de profundizar el
autogobierno dentro de la unidad de España o si pretenden lisa y
llanamente la independencia.
El nacionalismo radical -léase independentismo- no tiene sentido en
ningún caso. Un Euzkadi independiente, sin Navarra ni Iparralde, que
rechazan de plano su integración en Euzkadi, sería absolutamente
inviable. Si además se encuadra en una Europa supranacional, es más
evidente que no tiene ningún sentido.»
Gabriel Candías: «Es un debate estéril y baldío: las fronteras
serán puras anécdotas»
«Tanto como presidente de la Comunidad Autónoma de las islas
Baleares, como a nivel particular, rechazo cualquier tipo de separación
del País Balear y del Estado español. La norma suprema de nuestro
ordenamiento y de convivencia entre los españoles es la Constitución,
y ésta es clara en este sentido. Distinto es proclamar y defender nuestras
peculiaridades y particularidades regionales, porque la verdadera
cuestión no es .otra que configurar el rumbo de nuestro grado
autonómico.
Cualquier otro debate es estéril y baldío, máxime cuando
estamos a punto de celebrar la llegada de la Europa unida, desde la perspectiva
de un solo mercado interior. Las fronteras quedarán como puras anécdotas
geográficas o como simples legados históricos, si analizamos la unidad desde
el punto de mira de los intercambios comerciales. O esto es lo que espero.»
Emilio Eiroa: «El resurgir de los pueblos puede darle nuevo impulso a
la vieja Europa de los Estados»
«Creo que se están produciendo dos fenómenos aparentemente opuestos, pero
que son complementarios: al mismo tiempo que se trabaja por la Unión
Política Europea se está dando un resurgir de las nacionalidades y las
regiones, probablemente porque unas señas fuertes de identidad son
imprescindibles para poder afrontar la nueva Europa sin fronteras. En
ese proceso, el principal desgaste lo está llevando el concepto de
Estado-Nación o, incluso, el modelo de Estado unitario, centralista.
Por eso considero importante el resurgir de los pueblos, ya que si se
evitan radicalismos generará una energía que puede darle nuevo
impulso a la vieja Europa de los Estados o, mejor, de los Gobiernos
centrales.»
Hipólito Gómez de las Roces: «La unidad
europea (y la española) no es incompatible con los nacionalismos»
«Ni España ni Europa pueden prescindir de sus raíces y el nacionalismo las
expresa mejor que las opciones políticas de clase. Sin tener en cuenta los nacionalismos, Europa se construiría en las nubes y, remedando a Sartre, cabría decir
que Europa sería una pasión inútil. La unidad europea (y la española, lo
mismo) no es incompatible con los nacionalismos, sino que debe fundarse
en ellos y de ellos recibir su savia para traducirla en un común
denominador institucional. Ahora bien, con una misma palabra
podemos hablar de realidades muy diversas, y además cualquier palabra
empleada en sentido político conlleva alguna patología potencial. Yo
hablo de un nacionalismo vertebrador como el que en Aragón se intenta,
no de nacionalismos crustáceos que se encierren en quimeras étnicas,
lingüísticas, religiosas o autárquicas. Europa (y España lo mismo) debe
ser una escala de poderes que no se ignoren recíprocamente y que corrijan
día a día la congénita tendencia al abuso que tienta a todo poder; la
"unidad supranacional" no la entiendo, por tanto, como sustitutoria de las otras
unidades existentes, sino como el vértice en el que todas confluyan. Para mí es
inexplicable, por ejemplo, que regiones, lander y comunidades autónomas
carezcan todavía de un lugar institucional adecuado dentro de la Comunidad
Europea. Si esa situación se perpetuara, la Comunidad Europea no pasaría de
ser una asociación temporal de Gobiernos centrales.»
Jordi Pujol: «El nacionalismo catalán no es una moda; responde
al sentido histórico de un pueblo»
«¿Qué papel juegan? Evidentemente, la defensa de su nación, de su
democracia y libertad, de sus intereses económicos, su progreso y de su
cultura, en el marco general de la salvaguardia de los derechos
humanos y de los pueblos, como lo juegan el nacionalismo francés o
alemán, que, además de haber protagonizado con la reunificación, en el
caso de Alemania, la mayor afirmación nacionalista de la década,
también están integrados en estructuras políticas y económicas
superiores, es decir, la Comunidad Europea, que en ningún caso
pretende ser sinónimo de "unidad supranacional".
El nacionalismo catalán no es ninguna moda, sino que responde al sentido
histórico, consolidado en las urnas, de un pueblo diferenciado por su lengua,
cultura, tradición, derecho e instituciones. Por eso Catalunya es una nación,
fraguada por todos estos elementos propios, que lleva siglos incorporada al
marco peninsular y que desde la transición democrática ha reiterado su voluntad
de afianzarse como tal en el desarrollo constitucional español. El derecho de
autodeterminación de los pueblos está en los libros de bachillerato, pero no
todos lo siguen confundiendo necesariamente con la independencia y la
división de fronteras. Todos sabemos por qué se generalizó el Estado de las
Autonomías, pero al cabo de quince años ya pocos dudan -salvo el señor
Rodríguez ¡barra- que no ha resuelto el encaje de Catalunya en el Estado, en
gran medida por las interpretaciones restrictivas del Estatuto. Los
acontecimientos de Europa Central y del Este deberían ser saludados por
cualquier demócrata que pueda ver el nacionalismo como factor de progreso y
motor de lucha contra la opresión y la dictadura. Pero aquellos nacionalismos,
afirmando su libertad, tratan de huir del anquilosamiento comunista y buscar
nuevos ámbitos de integración. Catalunya, en cambio, se encuentra en un
Estado consolidado que además está integrado en una Comunidad Europea que
representa una de las zonas más dinámicas y libres del mundo. No hay ni
asomo de comparación, por mucho que los derechos de los pueblos sean
irrenunciables.»
Ruiz Gallardón: «En España no hay más nación histórica que la
nación española»
«En vísperas del siglo XXI, y caminando Europa hacia una unidad
superior, los nacionalismos deben cumplir un papel distinto de aquel
que jugaron en otras épocas históricas. El neonacionalismo actual
debe cumplir en España, como lo ha hecho en Alemania, un papel
integrador. El proyecto de vida en común que en España se plasmó en la
Constitución de 1978 recogía, como principio estructurador de la
organización territorial del Estado, el reconocimiento a la singularidad
de las distintas partes de nuestra nación y la aspiración a gobernarse de
cada una de ellas en un conjunto de Autonomías. El proyecto nacional que
constituye ese Estado de las Autonomías no es estático, sino dinámico, y se
enriquece precisamente desde las singularidades regionales y la unidad
española. Un enriquecimiento no puede ir contra la realidad ni contra la
Historia. En España no hay más nación histórica que la nación española, pero
los nacionalismos pueden contribuir a su construcción y a su integración en
una realidad mejor.»
Juan María Bandrés: «Me pronuncio convencido por la Europa de
los Pueblos»
«Cuando me preguntan qué pintan los nacionalismos en Europa en este
momento en que se tiende a la unidad política tengo la tentación de
contestar, como los gallegos, con otra pregunta: en esta Europa de ahora,
¿qué pintan, en realidad, los Estados? Si alguien entiende el
nacionalismo como independencia, como creación de otras fronteras,
como división y como exclusión, estamos hablando de realidades
distintas. Yo me refiero a las nacionalidades, a los pueblos europeos,
como espacios autónomos y autogobernados de participación política, de
creación cultural y social, de desarrollo económico bajo los principios de
participación y solidaridad en la construcción de la futura Europa.
En este sentido, desde Estrasburgo, el corazón de Europa, yo me pronuncio
convencido por la Europa de los Pueblos.»
Jerónimo Saavedra: «Algunos aprovechan el nacionalismo para
fomentar el egoísmo»
«Ante todo, creo que es importante mantener las ideologías como un
punto de referencia para reflexionar, para contrastar y para valorar lo que
se consigue y lo que no se alcanza. Con los acontecimientos en la Europa
del Este, han recobrado vigencia ciertas concepciones nacionalistas y
determinados partidos, o algunos de sus representantes -como ha
ocurrido con Canarias- han aprovechado para fomentar el egoísmo y
para exacerbar los sentimientos. No es buena fórmula. Entiendo que el
fenómeno puede obedecer a la enorme incidencia que nuevas
costumbres o formas de pensar, un tanto extrañas para la población de esos
territorios, está teniendo en el conjunto de la sociedad. En el caso concreto de
Canarias, las cosas deberán clarificarse en los próximos meses, y ahora
mismo, sólo dos partidos, el Socialista y el Popular, no son nacionalistas. En
cuanto a Europa, pese a la dificultad constatada de que mientras los Doce se
unen y los vecinos se descomponen, tiende a un mayor bienestar por encima de
coyunturas. Creo que un europeo insular contempla el 93 como el principio
del gran avance de los años 2000.»
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