Las estatuas por los sueles INGENIERÍA FERNANDO SÁENZ RIDRUEJO i primer recuerdo de Granada no se refiere al Patio de los Leones, ni al Generalife, ni al Albaicín. Ni siquiera tiene que ver con esa ventana de la Alhambra desde la que Bill Clinton vio ponerse el sol y que luego resultó que está orientada al este. Mi primer recuerdo, un poco cómico, es el de un Seat 600 metido en una fuente, bajo la estatua de Isabel la Católica, y una señora que pedía auxilio, sin poder salir del coche, mientras todos los surtidores parecían ponerse de acuerdo en apuntar con sus chorros a las ventanillas. Entonces llegué a la conclusión de que los monumentos deberían tener un pretil, una barandilla o algo que los protegiera de intrusiones indeseadas. La escandalosa imagen de los futbolistas del Madrid subidos a la diosa Cibeles indica que, además, hace falta una autoridad que haga cumplir las ordenanzas municipales. M Parece que el plan de reforma del eje Atocha-Colón, que lleva consigo una profunda remodelación de los paseos del Prado y de Recoletos, obliga, entre otras cosas, a suprimir la cascada de la plaza de Colón y a rebajar las estatuas de Neptuno y Cibeles, para adecuarlas a los bocetos que en su día trazó don Ventura Rodríguez. Así lo ha decidido el Ayuntamiento madrileño al premiar el proyecto de los arquitectos Siza y Hernández de León. Una de las razones que determinaron la elección de este proyecto fue su carácter poco agresivo respecto al privilegiado entorno que se trataba de acondicionar. Pero, para hacer modificaciones poco agresivas no se convoca a artistas de fama mundial. A los arquitectos famosos se les convoca, precisamente, para que dejen su impronta, para poder decir a las generaciones futuras que el edificio del Museo lo proyectó Juan de Villanueva en el siglo XVIII; la Biblioteca, Jareño en el XIX; el Palacio de Comunicaciones, Palacios en el XX, y que el conjunto lo reformó Álvaro Siza en el XXI. La idea de “acercar el arte a los ciudadanos” tendrá siempre una buena acogida porque, en principio, se inscribe dentro de eso que llamamos progresismo. En esa misma línea está la tendencia a facilitar la entrada gratuita y masiva a los museos, que, si no va acompañada de otras medidas complementarias, puede resultar funesta para la conservación de los objetos expuestos. La idea de quitar los pedestales a las estatuas no es nueva y tiende también a acercarlas al público; pero luego, en no pocas ocasiones, esas estatuas tan próximas han tenido que ser cercadas por una verja para protegerlas de vándalos y asaltantes, con un efecto absolutamente contraproducente. Carlos III, en la Puerta del Sol, parece un preso enjaulado y no el rey más querido de los madrileños. El proyecto de reforma del eje Recoletos-Prado ha sido objeto de una estupenda exposición que, durante varios meses, ha permanecido abierta al público en un local de la Gran Vía. Varios libros de firmas recogían las sugerencias de los visitantes y es de destacar la gran cantidad de opiniones que, con enorme mesura y exquisita corrección, se manifestaban en contra de las reformas. Sumo modestamente mi voto al de quienes desean que el Prado y Recoletos, y Cibeles y Neptuno, se queden como están —si acaso con menos tráfico— y que el dinero de nuestros impuestos se emplee en arreglar lo que realmente necesita arreglo. La Revista de Obras Públicas La pasada primavera ha traído una copiosa cosecha de conmemoraciones relacionadas con la ingeniería civil. La Escuela de Caminos de Madrid ha venido celebrando sus 200 años de existencia con una multitud de actos, escalonados a lo largo de todo este curso académico: desde conferencias y conciertos hasta la emisión de sellos de correos. La celebración se ha cerrado con una gran exposición y una sesión solemne, presidida por Su Majestad el Rey, quien, por cierto, pronunció un excelente discurso de clausura. Otros aniversarios de estas fechas han sido el centenario de la Asociación de Ingenieros de Caminos y los ciento cincuenta años del nacimiento de Leonardo Torres Quevedo. La figura de Torres Quevedo tiene para la técnica española un relieve y una significación similares a los de sus coetáneos Ramón y Cajal, en la ciencia, o Menéndez Pelayo, en el campo de las humanidades. Por eso, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales ha organizado unas “Jornadas Torresquevedianas”, en las que se ha analizado la vida y la obra del inventor montañés y que se plasmarán en un libro de próxima aparición. Queremos referirnos aquí con más detalle a otro sesquicentenario, el de la Revista de Obras Públicas, publicación que inició su titubeante trayectoria en mayo de 1853 y que, después de no pocas vicisitudes, ha llegado a nuestros días como “decana de la prensa española no diaria”. En lo que se me alcanza, sólo El Faro de Vigo y el Boletín Oficial del Estado superan esta edad entre la prensa de periodicidad diaria. Tan dilatado espacio de tiempo ha permitido a la Revista ser testigo y reflejo de cuantas novedades científicas, técnicas y económicas han ocurrido en la vida española del siglo XX y de la segunda mitad del XIX. Actualmente se dispone de copias digitalizadas de esta publicación que nos permiten asomarnos, de forma instantánea, a los primeros balbuceos de la electricidad, a la inauguración de los primeros ferrocarriles o a los debates finiseculares, tan viejos ya entonces y tan de actualidad ahora, sobre los planes hidrológicos del ministro Gasset. Un número extraordinario, una exposición retrospectiva y una sesión de estudio han explicado las claves para entender por qué nació esta revista y por qué ha llegado a nuestros días. En 1853, los gobiernos moderados llegaban a su final después de una década cuajada de logros legislativos y de brillantes actuaciones en materia de fomento. Al mismo tiempo, yugulada la oposición parlamentaria y enmudecida la crítica periodística, la corrupción alcanzaba sus cotas más altas. Algunos ingenieros jóvenes, que veían esa corrupción muy de cerca, en las concesiones y las contratas de obras públicas, decidieron crear un órgano de expresión propio, distinto del boletín ministerial que había dejado de representarles. La Revista de Obras Públicas nació con ideología progresista y voluntad combativa. Cooperó eficazmente con la revolución que no tardaría en estallar y a la que se adheriría con entusiasmo. Fue una obra colectiva en la que, no obstante, podemos destacar los nombres de dos profesores, Eduardo Saavedra y Gabriel Rodríguez, ambos de 24 años, y el de un alumno que aún no había cumplido los 22: José Echegaray. La pervivencia de la Revista, en épocas en que sus competidoras se veían obligadas, una tras otra, a cerrar, hay que explicarla por la voluntad de un grupo profesional de ingenieros con formación teórica rigurosa y rígida disciplina, acostumbrados a trabajar a largo plazo, para objetivos de alcance nacional. Sólo las instituciones fuertes son capaces de llevar adelante labores colectivas de importancia; pero a veces se olvida que las instituciones no son nada si fallan las personas que las dan aliento. Hacia 1920 la Revista atravesó una tremenda crisis que pudo salvar porque un oscuro funcionario, Manuel Maluquer, la financió de su bolsillo y mantuvo viva, a la espera tiempos mejores, ejerciendo director, de redactor jefe y chico de los recados. la de de de por supuesto, al señor de Chevres INGENIERÍA El análisis estadístico de la Base de Datos en que se recogen los autores y los títulos de los trabajos aparecidos en la Revista permite alcanzar algunas conclusiones de interés, que conviene señalar. Se ha dicho repetidamente que la técnica española, su enseñanza y su organización administrativa, eran de origen francés y resulta, por tanto, natural que el número de artículos que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, se refieren a Francia y a su capital, París, supere ampliamente a los que tratan sobre Inglaterra, Estados Unidos y Alemania o sobre sus capitales respectivas. Lo llamativo es que, hacia 1900, después del desastre colonial, se suscita entre los ingenieros españoles un gran interés por el país que nos ha derrotado y las páginas de la Revista se pueblan de artículos sobre los Estados Unidos que, de ese modo, adelantan a Francia en la estadística. Esta actitud es reflejo del carácter generoso y positivo del pueblo español. Mientras holandeses y flamencos, al cabo de cuatro siglos, aún recuerdan rencorosamente la presencia del duque de Alba y de los tercios españoles en sus tierras, nosotros nos mostramos agradecidos hacia los pueblos que nos invadieron, pues, a la postre, todos aportaron algo. No sólo hemos olvidado, y a los consejeros de Carlos V, que saquearon nuestras arcas y ahorcaron a nuestros comuneros, sino también a los depredadores napoleónicos, mucho más cercanos en el tiempo. Ni siquiera la injusta invasión yankee de 1898 dejó un poso de rencor en el pueblo español. Uno de los tópicos más manidos, en torno a la generación del 98, es el de su supuesto pesimismo. Pues bien, los técnicos de esa generación sólo piensan en positivo y, sin perder un momento en lamentarse, lanzan un plan de obras que canalice las ilusiones de la nación. Se preocupan también de estudiar qué tiene la técnica norteamericana digno de ser imitado. Allí acuden, unos para estudiar las obras de riego y otros para visitar los ferrocarriles, mientras que unos terceros, Echarte y Otamendi, que poco después construirían el Metro madrileño, viajan para examinar los suburbanos que empiezan a construirse en las grandes ciudades del Este americano. De todo ello quedarán noticias en la Revista. Resulta interesante examinar las materias que más abundan en la Revista a lo largo de estos ciento cincuenta años. Sus artículos tratan, copiosamente, sobre carreteras y puentes, sobre canales, puertos y centrales eléctricas, pero las entradas más abundantes en la Base de Datos son ferrocarril y ferrocarriles. También abundan los términos camino y caminos, pero en buena parte de los casos se refieren, precisamente, a caminos de hierro. Y conviene hacer hincapié en esto porque, incluso en medios técnicos, está muy extendida la idea de que los constructores de los ferrocarriles españoles fueron extranjeros. Es cierto que de afuera vinieron la mayoría de los capitales y, en un primer momento, algunos técnicos y algunos materiales, como los carriles o los puentes metálicos; pero el planeamiento, el proyecto, la construcción y la explotación quedaron, como no podía ser de otro modo, en manos españolas. En las páginas de la Revista queda buena prueba de ello. Caminos en el aire Tras un laborioso parto de más de cinco años, ha visto la luz un libro largamente esperado. Me refiero al Tratado de puentes que con ese título ha publicado, en dos gruesos tomos, Juan José Arenas. El autor de La Barqueta y de tantos otros puentes bien conocidos, ha plasmado en esta obra su enorme erudición y ha dejado constancia de su amor por los puentes y de su tremenda sensibilidad hacia unas estructuras entre las que ha transcurrido casi toda su vida. Todas las épocas, todos los estilos y todos los autores —por lo menos, todos los autores importantes— están representados en este libro, en el que las noticias históricas y los datos técnicos se entremezclan con las reflexiones personales. Hace cuatro años nos hacíamos eco en estas líneas de otra gran obra sobre puentes, escrita por otro acreditado “pontífice”: Tierra sobre el agua, de Leonardo Fernández Troyano. Hay que señalar que los proyectistas de puentes representan una excepción dentro de una profesión poco dada a dejar constancia escrita de las reflexiones sobre la obra propia y, menos aún, sobre la ajena. Esto se debe, sin duda, a que el puente es la estructura ingenieril por antonomasia, la que primero caracteriza a su autor. El pro- yectista de puentes se identifica con sus obras más que ningún otro ingeniero. No las contempla, además, aisladamente. Tiende a situarlas en el marco de lo que otros han hecho antes o están haciendo ahora mismo. Los viaductos de Piedrahíta Un año más se ha fallado el Premio Internacional Puente de Alcántara, esta vez en su VIII edición, correspondiente a 2002. Ha recaído sobre el conjunto de puentes de la Autovía del Noroeste, en su tramo Villafranca del Bierzo-Cereixal. Se ha otorgado, según palabras del jurado: “Por su importancia social para la vertebración y el desarrollo de Galicia y sus grandes núcleos urbanos al lograr una comunicación rápida y segura de la región con el resto de España y con Europa, rompiendo así su tradicional aislamiento”. Se valora también “la adecuada utilización de soluciones geotécnicas imaginativas y audaces en una obra de gran complejidad desde el punto de vista técnico, que ha logrado una interacción ejemplar del trazado con la difícil orografía de la zona y una adecuada protección de los espacios naturales y de las zonas de interés cultural relevante”. Pueden optar a este premio obras de cualquier tipo realizadas en España, Portugal e Iberoamérica. Las dos primeras veces en que se otorgó, recayó en obras americanas. La cuarta en un aprovechamiento hidroeléctrico portugués, las restantes en obras y estructuras españolas. No puede esto achacarse a chauvinismo de ningún tipo. La tentación nacional es más bien la contraria, premiar a los de afuera antes que a los de casa. (Véase, por ejemplo, la obsesiva tendencia a otorgar los Príncipe de Asturias a deportistas foráneos que, la mayoría de las veces, ni se molestan en venir a recogerlos). Es simplemente el reflejo de la abismal distancia que en este momento existe entre nuestras obras de ingeniería y las de los países hermanos. Si el premio se abriera a obras de la Unión Europea, el resultado sería, posiblemente el mismo, porque la ingeniería española es en este momento una de las más dinámicas del mundo. Energía solar Organizado por la Fundación Ingeniería y Sociedad y bajo la dirección de María Luisa Delgado, se ha celebrado en Toledo el curso denominado “La energía del sol. Tecnología y cultura”. Durante cuatro días, un amplio panel de especialistas ha desarrollado temas relacionados con el sol. Se ha dedicado una sesión al panorama actual de las energías alternativas y otras a los distintos sistemas de aprovechamiento de la energía solar, fotovoltaica o térmica, sea por medio de torres o de espejos parabólicos. No han faltado conferencias dedicadas a la química solar, al sol como agente depurador o a su papel en la desalación del agua marina. Se ha dedicado especial atención al papel que el sol ha desempeñado a lo largo de la historia y ha habido tiempo para la gnomónica, esa ciencia destinada a estudiar costumbre establecida desde los primeros cursos de la Fundación, las tardes se han dedicado a los relojes de sol. Siguiendo la actividades culturales en la ciudad y su entorno: Montalbán, Melque, Escalona, Maqueda, Barcience, Almorox, Talavera y su puente viejo, son algunas de las localidades históricas visitadas.