Gerardo Muñoz de Dios El movimiento socioeconómico de la agricultura-ocio A nivel internacional se desarrolla un intenso movimiento social orientado a la agricultura, sólo limitadamente en espacio y con dedicación a tiempo parcial, pero que no por ello deja de ser agricultura en pie de igualdad con la profesionalizada de regadío, secano o primor. Su generalización en los países occidentales del área capitalista es prácticamente total, aunque con mayor intensidad en los más desarrollados. En España tuvo una gran acogida y crecimiento, no obstante todas las circunstancias adversas que lo han rodeado. Se asegura que sólo en la provincia de Madrid, o al menos en su área de influencia, existen más de treinta mil parcelas de agricultor a-ocio, aunque también es cierto que en las grandes ciudades es donde más se desarrolla, por las causas que después examinaremos. El deseo próximo que impulsa tal movimiento es el de conservar el campo como naturaleza pura, sin lacrados de asfalto o de cemento, donde el hombre pueda desarrollar su afición de cultivo, en la medida que sus tiempos de descanso se lo permitan. Es consecuencia pendular de la industrialización tan rápidamente realizada, que trajo consigo la creación de ambientes excesivamente urbanos y cargados, y de esta forma quiere regresar el individuo Cuenta y Razón, n.° 13 Septiembre-Octubre 1983 a lo rústico de donde salió, rechazando toda circunstancia que le haga recordar la ciudad. Por otra parte, el hombre que la practica, quizá por su origen, preparación físico-mental, nivel de vida y de relación social, no encuentra en la urbanización de cemento y asfalto el descanso y diversión que trataba de obtener, y satisface mucho más en la finca rústica ese deseo, lo que, unido al más bajo coste por menor inversión, la ha convertido en objeto de práctica y demanda casi exclusiva de las clases sociales modestas, aunque con poder adquisitivo. En la mayor parte de los casos, su causa de origen es una auténtica necesidad, que se siente en las ciudades de alto número de habitantes, y más concretamente en los barrios modestos, por su gran masificación. Las circunstancias que la han desencadenado han sido múltiples y variadas —especulación, mala planificación, industrialización mal orientada en su ubicación, emigración interior no informada, etcétera—, pero, sea cual sea la medida de su influencia, lo que sí está claro es el resultado de un encarecimiento excesivo de la vivienda, que provoca en el comprador modesto una reducción a mínimos de superficie habitable, unido a falta de la adecuada infraestructura de urbanización y centros cívicos en el barrio, donde desarrolle una vida normal comunitaria. La densidad de viviendas por hectárea llega hasta trescientas, cuando lo máximo permitido por la vigente Ley del Suelo es el de setenta y cinco. Pero es que además, la densidad es también alta en cuanto al número de moradores de cada vivienda, porque al tratarse de familias modestas y no tener disponibilidades económicas, todos los ascendientes y parientes allegados del matrimonio, cuando pierden su capacidad de trabajo, vienen a vivir con él cabeza de familia que es fuerza activa en ese momento, quien tiene que aceptarlos por no poder costearles residencias o lugares adecuados para la tercera edad. Todo esto desemboca en la existencia de viviendas de reducidísimas dimensiones, habitadas por familias ampliadas, unido a una delincuencia y agresividad que se desarrolla por el caldo de cultivo del hacinamiento, impidiendo que se puedan utilizar las zonas públicas municipales, si es que las hay, y todo ello provoca una necesidad acuciante de expansión, agravada cuando se tienen hijos en niñez o pubertad. Salen a las afueras de las ciudades, donde tampoco pueden cumplir su pretensión por carecer de los lugares públicos adecuados y los privados estar acotados a ultranza, y esto les hace plantearse la necesidad de adquirir una finca. A lo que se une la legítima aspiración de sentirse propietario pleno de una parte individualizada de la corteza terrestre, porque aunque ya fuera dueño de su vivienda, con ésta, al fin y al cabo, sólo tendrá una cuota comunitaria y un espacio en altura más o menos privatizado, con los problemas que conlleva su uso. Y todo esto intensifica aún más su primitivo deseo de campo en pura naturaleza, principio básico de este movimiento. También ha incidido en su desarrollo la infla- ción, que llevó a estos pequeños ahorradores desde las cuentas bancarias a la propiedad de bienes raíces, buscando una mejor defensa de su patrimonio, y el espíritu de emulación que tiene todo español, pero que en estas clases modestas es mayor. En la adquisición de la finca influyen fundamentalmente dos factores: distancia y precio. Como a consecuencia del desarrollo el automóvil ha llegado a capas sociales modestas, normalmente los practicantes de esta agricultura suelen poseerlo, pero los gastos de locomoción se dejan sentir mucho en su economía, lo que provoca, lógicamente, que intenten la mayor proximidad a su ciudad de residencia, que es justamente lo que encarece el precio, y esto les obliga a buscar un equilibrio entre ambos factores. Naturalmente que también influye la calidad del terreno, pero este aspecto se suele sacrificar en beneficio de los dos indicados de precio y distancia, y usualmente esta agricultura se practica en predios agrícolas marginales, con la convicción en el adqui-rente de que logrará mejorarlo con su trabajo, lo que constituirá su legítimo orgullo. En las grandes ciudades también incide la situación del barrio respecto a la carretera de salida, y, por ejemplo, en Madrid, las zonas más practicadas son las de la carretera de Valencia, que tiene en sus proximidades barrios modestos como Vallecas, San Blas, etc. Todos los componentes indicados nos dan un resultado de parcela media de unas treinta áreas y a una distancia de entre 30 y 100 kilómetros del centro de la ciudad. Su forma de practicarla puede ser aislada o comunitariamente. En el primer caso, normalmente por su dimensión, no contará con agua y luz, y hasta su acceso puede ser dificultoso, lo que suele solucionarse por medio de grupos electrógenos, pozos y arreglo de algún camino agrícola. Es comunitaria cuando se parcela una finca de ciertas dimensiones, dotándola de los servicios mínimos y, a nivel rústico, de agua, luz y camino compactado, realizándose a través, normalmente, de una promoción comercial. Precisamente, este aspecto comunitario de desarrollo, junto a algún abuso en el volumen de edificación con relación a la dimensión de la finca, es lo que ha provocado el confusionismo con las urbanizaciones regidas por la Ley del Suelo, que con gran algarabía periodística se difundió, llegando incluso a denominarlas urbanizaciones ilegales, cuando las que contemplamos no son urbanizaciones, ni por supuesto ilegales. No son urbanizaciones porque éstas suponen la división de suelo urbano, con formación de parcelas edificables, y las fincas de agricultura-ocio se forman en suelo rústico, urbanizable no programado o no urbanizable, según la calificación urbanística, y la ilegalidad no es consustancial a ella, porque hasta el Tribunal Supremo ha declarado que la parcelación rústica no requiere licencia municipal; luego si no requiere ninguna aprobación administrativa, mal puede incurrir en ilegalidad, salvo otras circunstancias extremas. Lo que ha ocurrido es que los interesados en provocar escándalos que inhibieran su desarrollo han aprovechado algunos casos de estafa de promotores advenedizos, tal como ocurrió con las viviendas, en las que se prometieron con engaño diversas prestaciones y no se proveyeron, incurriendo en responsabilidad penal, para dar cuerpo al espejismo de que dicha responsabilidad era por haber promovido parcelas rústicas, cuando por la tipificación en la estafa lo mismo habría incurrido quien entregó zapatos de distinta calidad de la convenida, concurriendo el engaño. La existencia de alguna edificación en las fincas rústicas ha sido otro de los motivos de analogía, lo cual es tan absurdo como decir que los pequeños huer-tecitos que pudieran tenerse en las parcelas de una urbanización de lujo convierten a ésta en parcelación de fincas rústicas de ocio. Recordemos que, según la Ley del Suelo actual, en suelo urbano puede haber un máximo de setenta y cinco viviendas por hectárea, mientras que en el movimiento que estamos analizando, con la superficie media de treinta áreas que hemos aceptado, como máximo podrían existir unas tres edificaciones con destino principal al servicio de la agricultura. Por último, existe una infraestructura y unos servicios intensos para soportar la densidad de habitabilidad asignada, como zona urbana, mientros que en el oponente sólo existen a nivel precario y rústico, para el servicio agrícola, y secundariamente para vivienda circunstancial. La agricultura-ocio tiene su encaje jurídico en la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario, que en su artículo 44 contempla los huertos familiares, remitiéndose a la regulación del Reglamento, que, después de diez años, todavía no se ha publicado. La propia Administración, a través del desaparecido Instituto Nacional de Colonización, creó huertos familiares en la década de los años cincuenta, para atraer obreros que laboraran las fincas resultantes de las zonas regables, con una dimensión entre 25 y 30 áreas, que tenían en su interior una edificación agrícola. Imponer la Ley del Suelo a la agricultura-ocio sería tanto como impedir su desarrollo, por el alto coste que tiene sólo la documentación de planeamiento —plan parcial, proyecto de urbanización, proyecto de parcelación, estudio de detalles, etc.—y que supera en su conjunto el precio del terreno, y que parece razonable cuando se planifica para un alto número de habitantes por hectárea, pero no cuando se van a contar con los dedos de la mano. Además, no tiene ninguna lógica que, dadas las dimensiones de la finca rústica que hemos estimado, tenga que reunir las características de las urbanizaciones del más alto nivel, como La Moraleja, So-mosaguas, que son las que tienen sus parcelas de dimensiones análogas a aquéllas, y nada más utópico, aunque deseable, que tan gran número de familias vivan en esos lugares de lujo. El desarrollo comunitario de la agri-cultura-ocio exige la creación de un organismo que administre los servicios comunes, pudiendo ser la comunidad, o la cooperativa, con personalidad jurídica independiente y forma empresarial. Además, ofrece ya cauce jurídico a una futura e hipotética comercialización de los productos que pudieran sobrar del consumo de estos agricultores no profesionalizados. Hay que reconocer que este movimiento no es en absoluto perjudicial; muy al contrario, consigue efectos beneficiosos en diversos campos. Ecológicamente, obtiene zonas verdes y árboles donde normalmente sólo había monte o zonas muy marginales, lo que no sería posible por ningún plan de reconversión agrícola o de medio ambiente dado su alto coste de mano de obra. Cubre la ocupación en las horas de descanso de amplias capas sociales, que, como ya indicamos, por su preparación y nivel cultural, económico y social no encontrarían en urbanizaciones las satisfacciones que obtienen aquí. Y desde el punto de vista económico, no cabe la menor duda de que consiguen una cierta rentabilidad, mucho más al no contabilizar la parte de trabajo personal. En las circunstancias económicas de nuestro país, se podría utilizar este movimiento como terapia ocupacional ante la desesperación del paro. Supondría un entretenimiento digno en la espera del nuevo puesto de trabajo, y hasta si se le prestara apoyo, no sería nada aventurado pensar en una agricultura de primor, con utilización de invernaderos para los no ocupados, que tanta mano de obra requiere, y donde el individuo pudiera sentirse empresario agrícola, aunque sea pequeño. Nos queda, por último, analizar el aspecto más vidrioso del estudio: la edificabilidad de estas fincas. La primitiva Ley del Suelo establecía un volumen claro y numérico, que era un metro cúbico por cada cinco cuadrados, lo que suponía, para una finca de las dimensiones medias estimadas, una edificación de unos doscientos metros cuadrados. La reforma del año 1975 en esta misma Ley suprimió este dato fijo, creando el confusionismo, que naturalmente no favorece a los administrados. En el suelo rústico, que es el no urbanizable, o urba-nizable no programado, esta legislación permite construcciones que se destinen a fines agrícolas y guarden relación con la naturaleza y destino de la finca, o viviendas aisladas en lugares donde no pueda formarse núcleo de población. Naturalmente que, al menos en la provincia de Madrid, no se ha definido qué es núcleo de población y cuándo puede formarse. Con estas declaraciones tan genéricas y abstractas, ni los más ilustres técnicos jurídicos podrían dictaminar cuándo, dónde y qué se puede construir en concreto. Entrando en el terreno de las lucubraciones teóricas, sería de estimar que fuera construible la mitad, o la mitad de la mitad de aquel volumen de la antigua Ley, porque no creemos que estuviera tan errado el antiguo legislador, y esto supondría una edificación de cincuenta metros cuadrados mínimos. De todas formas, como es necesaria licencia, y aunque nuestro Tribunal Supremo no se cansa de repetir que ésta es consecuencia de un de- recho reglado del administrado, y no una concesión graciosa de la Administración, lo cierto es que se sigue concediendo cuando el Ayuntamiento lo cree oportuno, sin responsabilidad del funcionario por ignorancia inexcusable o negligencia, y todo quedará pendiente de que se quiera o no concederla, porque a estas clases sociales les es prohibitivo iniciar procedimientos judiciales contenciosos. Precisamente por ello, y también por el alto coste de los proyectos de edificación, al tratarse de viviendas aisladas y estar fuera de la población, ya que la mano de obra es la del propio interesado, que algunas veces supera a los materiales a emplear * Notario. en la construcción, es por lo que se han realizado muchas construcciones suV estos requisitos. Creemos que merecería este tema un estudio profundo, con las modificaciones legales oportunas. No obstante todo lo anterior, hay que aclarar que las edificaciones que se concluyeron antes de octubre del año 1981 se han consolidado por prescripción de la acción administartiva para iniciar el expediente sancionador, y las que se concluyan a partir de dicha fecha prescribirán a los cuatro anos. G. M. DE D.