Num013 016

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Gerardo Muñoz de Dios
El movimiento socioeconómico de
la agricultura-ocio
A nivel internacional se desarrolla
un intenso movimiento social orientado
a la agricultura, sólo limitadamente en
espacio y con dedicación a tiempo
parcial, pero que no por ello deja de
ser agricultura en pie de igualdad con
la profesionalizada de regadío, secano
o primor. Su generalización en los países
occidentales del área capitalista es
prácticamente total, aunque con mayor
intensidad en los más desarrollados.
En España tuvo una gran acogida y
crecimiento, no obstante todas las circunstancias adversas que lo han rodeado.
Se asegura que sólo en la provincia de
Madrid, o al menos en su área de
influencia, existen más de treinta mil
parcelas de agricultor a-ocio, aunque
también es cierto que en las grandes
ciudades es donde más se desarrolla, por
las causas que después examinaremos. El
deseo próximo que impulsa tal
movimiento es el de conservar el campo
como naturaleza pura, sin lacrados de
asfalto o de cemento, donde el hombre
pueda desarrollar su afición de cultivo,
en la medida que sus tiempos de
descanso se lo permitan. Es consecuencia pendular de la industrialización
tan rápidamente realizada, que trajo
consigo la creación de ambientes excesivamente urbanos y cargados, y de
esta forma quiere regresar el individuo
Cuenta y Razón, n.° 13
Septiembre-Octubre 1983
a lo rústico de donde salió, rechazando
toda circunstancia que le haga recordar
la ciudad. Por otra parte, el hombre que
la practica, quizá por su origen,
preparación físico-mental, nivel de vida
y de relación social, no encuentra en la
urbanización de cemento y asfalto el
descanso y diversión que trataba de
obtener, y satisface mucho más en la
finca rústica ese deseo, lo que, unido al
más bajo coste por menor inversión, la
ha convertido en objeto de práctica y
demanda casi exclusiva de las clases
sociales modestas, aunque con poder
adquisitivo.
En la mayor parte de los casos, su
causa de origen es una auténtica necesidad, que se siente en las ciudades de
alto número de habitantes, y más concretamente en los barrios modestos,
por su gran masificación. Las circunstancias que la han desencadenado han
sido múltiples y variadas —especulación, mala planificación, industrialización mal orientada en su ubicación,
emigración interior no informada, etcétera—, pero, sea cual sea la medida de
su influencia, lo que sí está claro es el
resultado de un encarecimiento excesivo
de la vivienda, que provoca en el
comprador modesto una reducción a
mínimos de superficie habitable, unido
a falta de la adecuada infraestructura
de urbanización y centros cívicos en el
barrio, donde desarrolle una vida normal comunitaria. La densidad de viviendas por hectárea llega hasta trescientas, cuando lo máximo permitido
por la vigente Ley del Suelo es el de
setenta y cinco. Pero es que además,
la densidad es también alta en cuanto
al número de moradores de cada vivienda, porque al tratarse de familias
modestas y no tener disponibilidades
económicas, todos los ascendientes y
parientes allegados del matrimonio,
cuando pierden su capacidad de trabajo, vienen a vivir con él cabeza de
familia que es fuerza activa en ese momento, quien tiene que aceptarlos por
no poder costearles residencias o lugares adecuados para la tercera edad.
Todo esto desemboca en la existencia
de viviendas de reducidísimas dimensiones, habitadas por familias ampliadas, unido a una delincuencia y agresividad que se desarrolla por el caldo de
cultivo del hacinamiento, impidiendo
que se puedan utilizar las zonas públicas municipales, si es que las hay, y
todo ello provoca una necesidad acuciante de expansión, agravada cuando
se tienen hijos en niñez o pubertad.
Salen a las afueras de las ciudades,
donde tampoco pueden cumplir su pretensión por carecer de los lugares públicos adecuados y los privados estar
acotados a ultranza, y esto les hace
plantearse la necesidad de adquirir una
finca. A lo que se une la legítima aspiración de sentirse propietario pleno de
una parte individualizada de la corteza
terrestre, porque aunque ya fuera dueño
de su vivienda, con ésta, al fin y al
cabo, sólo tendrá una cuota comunitaria y un espacio en altura más o menos privatizado, con los problemas que
conlleva su uso. Y todo esto intensifica aún más su primitivo deseo de
campo en pura naturaleza, principio
básico de este movimiento. También
ha incidido en su desarrollo la infla-
ción, que llevó a estos pequeños ahorradores desde las cuentas bancarias a
la propiedad de bienes raíces, buscando
una mejor defensa de su patrimonio, y
el espíritu de emulación que tiene
todo español, pero que en estas clases
modestas es mayor.
En la adquisición de la finca influyen
fundamentalmente
dos
factores:
distancia y precio.
Como a consecuencia del desarrollo
el automóvil ha llegado a capas sociales
modestas, normalmente los practicantes
de esta agricultura suelen poseerlo, pero
los gastos de locomoción se dejan sentir
mucho en su economía, lo que provoca,
lógicamente, que intenten la mayor
proximidad a su ciudad de residencia,
que es justamente lo que encarece el
precio, y esto les obliga a buscar un
equilibrio entre ambos factores.
Naturalmente que también influye la
calidad del terreno, pero este aspecto se
suele sacrificar en beneficio de los dos
indicados de precio y distancia, y
usualmente esta agricultura se practica en
predios agrícolas marginales, con la
convicción en el adqui-rente de que
logrará mejorarlo con su trabajo, lo que
constituirá su legítimo orgullo. En las
grandes ciudades también incide la
situación del barrio respecto a la
carretera de salida, y, por ejemplo, en
Madrid, las zonas más practicadas son
las de la carretera de Valencia, que tiene
en sus proximidades barrios modestos
como Vallecas, San Blas, etc.
Todos los componentes indicados
nos dan un resultado de parcela media
de unas treinta áreas y a una distancia
de entre 30 y 100 kilómetros del centro
de la ciudad.
Su forma de practicarla puede ser
aislada o comunitariamente. En el primer caso, normalmente por su dimensión, no contará con agua y luz, y hasta
su acceso puede ser dificultoso, lo que
suele solucionarse por medio de
grupos electrógenos, pozos y arreglo de
algún camino agrícola.
Es comunitaria cuando se parcela
una finca de ciertas dimensiones, dotándola de los servicios mínimos y, a
nivel rústico, de agua, luz y camino
compactado, realizándose a través, normalmente, de una promoción comercial.
Precisamente, este aspecto comunitario de desarrollo, junto a algún abuso
en el volumen de edificación con
relación a la dimensión de la finca, es lo
que ha provocado el confusionismo con
las urbanizaciones regidas por la Ley
del Suelo, que con gran algarabía
periodística se difundió, llegando incluso
a denominarlas urbanizaciones ilegales,
cuando las que contemplamos no son
urbanizaciones, ni por supuesto ilegales.
No son urbanizaciones porque éstas
suponen la división de suelo urbano, con
formación de parcelas edificables, y las
fincas de agricultura-ocio se forman en
suelo rústico, urbanizable no programado
o no urbanizable, según la calificación
urbanística, y la ilegalidad no es
consustancial a ella, porque hasta el
Tribunal Supremo ha declarado que la
parcelación rústica no requiere licencia
municipal; luego si no requiere ninguna
aprobación administrativa, mal puede
incurrir en ilegalidad, salvo otras
circunstancias extremas. Lo que ha
ocurrido es que los interesados en
provocar escándalos que inhibieran su
desarrollo han aprovechado algunos
casos de estafa de promotores advenedizos, tal como ocurrió con las viviendas,
en las que se prometieron con engaño
diversas prestaciones y no se proveyeron,
incurriendo en responsabilidad penal,
para dar cuerpo al espejismo de que
dicha responsabilidad era por haber
promovido parcelas rústicas, cuando por
la tipificación en la estafa lo mismo
habría incurrido quien entregó zapatos
de distinta calidad de la convenida,
concurriendo el engaño. La existencia de
alguna edificación en las
fincas rústicas ha sido otro de los motivos de analogía, lo cual es tan absurdo
como decir que los pequeños
huer-tecitos que pudieran tenerse en las
parcelas de una urbanización de lujo
convierten a ésta en parcelación de fincas
rústicas de ocio. Recordemos que, según la Ley del Suelo actual, en suelo
urbano puede haber un máximo de
setenta y cinco viviendas por hectárea,
mientras que en el movimiento que
estamos analizando, con la superficie
media de treinta áreas que hemos
aceptado, como máximo podrían existir
unas tres edificaciones con destino
principal al servicio de la agricultura.
Por último, existe una infraestructura
y unos servicios intensos para soportar
la densidad de habitabilidad asignada,
como zona urbana, mientros que en el
oponente sólo existen a nivel precario y
rústico, para el servicio agrícola, y
secundariamente para vivienda circunstancial.
La agricultura-ocio tiene su encaje
jurídico en la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario, que en su artículo 44
contempla los huertos familiares, remitiéndose a la regulación del Reglamento,
que, después de diez años, todavía no se
ha publicado. La propia Administración,
a través del desaparecido Instituto
Nacional de Colonización, creó huertos
familiares en la década de los años
cincuenta, para atraer obreros que
laboraran las fincas resultantes de las
zonas regables, con una dimensión entre
25 y 30 áreas, que tenían en su interior
una edificación agrícola. Imponer la Ley
del Suelo a la agricultura-ocio sería
tanto como impedir su desarrollo, por
el alto coste que tiene sólo la
documentación de planeamiento —plan
parcial, proyecto de urbanización,
proyecto de parcelación, estudio de
detalles, etc.—y que supera en su
conjunto el precio del terreno, y que
parece razonable cuando se planifica
para un alto número de habitantes por
hectárea, pero no cuando se van a contar
con los dedos de la mano. Además, no
tiene ninguna lógica que, dadas las
dimensiones de la finca rústica que hemos estimado, tenga que reunir las características de las urbanizaciones del
más alto nivel, como La Moraleja,
So-mosaguas, que son las que tienen sus
parcelas de dimensiones análogas a
aquéllas, y nada más utópico, aunque
deseable, que tan gran número de familias vivan en esos lugares de lujo.
El desarrollo comunitario de la
agri-cultura-ocio exige la creación de un
organismo que administre los servicios
comunes, pudiendo ser la comunidad,
o la cooperativa, con personalidad jurídica independiente y forma empresarial. Además, ofrece ya cauce jurídico
a una futura e hipotética comercialización de los productos que pudieran sobrar del consumo de estos agricultores
no profesionalizados.
Hay que reconocer que este movimiento no es en absoluto perjudicial;
muy al contrario, consigue efectos beneficiosos en diversos campos. Ecológicamente, obtiene zonas verdes y árboles
donde normalmente sólo había monte o
zonas muy marginales, lo que no sería
posible por ningún plan de reconversión
agrícola o de medio ambiente dado su
alto coste de mano de obra. Cubre la
ocupación en las horas de descanso de
amplias capas sociales, que, como ya
indicamos, por su preparación y nivel
cultural, económico y social no
encontrarían en urbanizaciones las
satisfacciones que obtienen aquí. Y
desde el punto de vista económico, no
cabe la menor duda de que consiguen
una cierta rentabilidad, mucho más al
no contabilizar la parte de trabajo
personal.
En las circunstancias económicas de
nuestro país, se podría utilizar este
movimiento como terapia ocupacional
ante la desesperación del paro. Supondría un entretenimiento digno en la
espera del nuevo puesto de trabajo, y
hasta si se le prestara apoyo, no sería
nada aventurado pensar en una agricultura de primor, con utilización de invernaderos para los no ocupados, que
tanta mano de obra requiere, y donde
el individuo pudiera sentirse empresario agrícola, aunque sea pequeño.
Nos queda, por último, analizar el
aspecto más vidrioso del estudio: la
edificabilidad de estas fincas.
La primitiva Ley del Suelo establecía
un volumen claro y numérico, que era
un metro cúbico por cada cinco
cuadrados, lo que suponía, para una
finca de las dimensiones medias estimadas, una edificación de unos doscientos metros cuadrados. La reforma
del año 1975 en esta misma Ley suprimió este dato fijo, creando el confusionismo, que naturalmente no favorece
a los administrados. En el suelo rústico,
que es el no urbanizable, o urba-nizable
no programado, esta legislación permite
construcciones que se destinen a fines
agrícolas y guarden relación con la
naturaleza y destino de la finca, o
viviendas aisladas en lugares donde no
pueda formarse núcleo de población.
Naturalmente que, al menos en la
provincia de Madrid, no se ha definido
qué es núcleo de población y cuándo
puede formarse.
Con estas declaraciones tan genéricas
y abstractas, ni los más ilustres técnicos
jurídicos podrían dictaminar cuándo,
dónde y qué se puede construir en
concreto. Entrando en el terreno de las
lucubraciones teóricas, sería de estimar
que fuera construible la mitad, o la
mitad de la mitad de aquel volumen
de la antigua Ley, porque no creemos
que estuviera tan errado el antiguo legislador, y esto supondría una edificación de cincuenta metros cuadrados
mínimos. De todas formas, como es
necesaria licencia, y aunque nuestro
Tribunal Supremo no se cansa de repetir
que ésta es consecuencia de un de-
recho reglado del administrado, y no
una concesión graciosa de la Administración, lo cierto es que se sigue concediendo cuando el Ayuntamiento lo
cree oportuno, sin responsabilidad del
funcionario por ignorancia inexcusable
o negligencia, y todo quedará pendiente
de que se quiera o no concederla,
porque a estas clases sociales les es
prohibitivo iniciar procedimientos judiciales contenciosos. Precisamente por
ello, y también por el alto coste de los
proyectos de edificación, al tratarse de
viviendas aisladas y estar fuera de la
población, ya que la mano de obra es la
del propio interesado, que algunas
veces supera a los materiales a emplear
* Notario.
en la construcción, es por lo que se
han realizado muchas construcciones
suV estos requisitos. Creemos que merecería este tema un estudio profundo,
con las modificaciones legales oportunas.
No obstante todo lo anterior, hay
que aclarar que las edificaciones que
se concluyeron antes de octubre del
año 1981 se han consolidado por prescripción de la acción administartiva
para iniciar el expediente sancionador,
y las que se concluyan a partir de dicha
fecha prescribirán a los cuatro
anos.
G. M. DE D.
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