Num017 010

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Rosa M. a Capel Martínez
El problema femenino
de la España contemporánea
1. La cuestión femenina
y la sociedad contemporánea
La incorporación de la mujer a todas
las tareas comunitarias constituye hoy
día una realidad innegable dentro del
grupo de naciones desarrolladas, y es
el resultado último de una lucha iniciada
hace poco más de un siglo. La duración
del proceso, extendido sin solución de
continuidad hasta nuestros días; su
progresiva expansión, incluso hacia países de otras áreas culturales distintas de
la occidental, donde nace; la acerada
polémica que en todo tiempo y lugar
suscita entre quienes lo viven, han hecho de él uno de los rasgos distintivos
de la época contemporánea.
A mediados del siglo xix, el sexo
era criterio dif erenciador de los ámbitos
de actividad asignados a cada individuo
en el seno de las sociedades burguesas.
Al hombre le correspondía velar por los
intereses, comunitarios, decidir, dirigir;
la mujer, por su parte, tenía otro mundo
y otras responsabilidades: el hogar y la
familia. Este reparto de funciones
aparecía, además, como principio
in-cuestionado e incuestionable del
orden social establecido, dado el carácter
«natural» que se le otorga. Sin embargo,
al
Cuenta y Razón, núm. 17
Mayo-Junio 1984
responder en última instancia a unas
necesidades socioeconómicas concretas,
al modificarse éstas, se posibilitó él
cuestionamiento de tal división funcional por parte de las interesadas. Nace
entonces el feminismo, configurándose
desde el comienzo como el medio de
reivindicar para la mujer una igualdad
legal y real con el hombre, en tanto que
miembro de la misma sociedad.
Múltiples factores se conjugaron en
el origen del movimiento. Desde el
punto de vista demográfico, el descenso
de la mortalidad, primero; más tarde,
de la natalidad y, paralelamente, el retraso en la Edad Media del matrimonio
constituyeron hechos decisivos. A nivel
económico, el proceso industrializador,
el desarrollo social, la situación de la
familia y las propias necesidades personales demandaban, por igual, la presencia de la mujer en tareas distintas de
las acostumbradas. Al mismo tiempo, la
instrucción femenina pasaba de deseable
a necesaria e, incluso, imprescindible;
sus contenidos y niveles evolucionarán
al ritmo que marcan las necesidades comunitarias, hasta conseguir en ambos
aspectos la equiparación de los sexos.
Por último, los postulados ideológicos
triunfantes con la Revolución francesa
constituirán el indispensable aporte
teó-rico-argumental del feminismo;
liberales y socialistas, partiendo de
presupuestos distintos, coinciden en
demandar la igualdad en derechos y
deberes para todos los ciudadanos sin
distinción alguna1.
De todos los factores enunciados, el
que puede considerarse como el activador inicial del movimiento feminista es
la incorporación de la mujer al trabajo
extradoméstico y, sobre todo, la forma
discriminatoria que reviste. Carente de
la adecuada capacitación, la desvalorización que se hace de su rendimiento en
las «nuevas» tareas, junto con el carácter
complementario atribuido a su salario,
llevan a que la obrera ocupe los puestos
inferiores, perciba por igual jornada y
labor un tercio o, en el mejor de los
casos, la mitad de la retribución
masculina. Terminar con estas diferencias será el móvil de las primeras feministas; la aparición de los restantes factores a lo largo del siglo xix amplía el
horizonte de reivindicaciones. La lucha
ya no se limita a pedir, como hace
Mary Wollstonecraft en las postrimerías
del siglo xvín, que las mujeres sean
«seres capaces de andar solas por el
mundo»2; sus objetivos estarán, en
adelante, en conseguirle la plenitud de
derechos ciudadanos y el reconocimiento
de una personalidad jurídica independiente.
Teniendo en cuenta el conjunto de
hechos que dan origen al proceso emancipador femenino, resulta lógico que
sean Estados Unidos e Inglaterra las naciones que presencien su nacimiento, así
como los núcleos expansivos por excelencia. Desde ellos, organizaciones y
programas pasarán, a lo largo del ochocientos, a Alemania, Francia, Bélgica,
etcétera, conforme aparezcan en ellas
los factores precisos.
En esta primera etapa, el movimiento
feminista tiene su expresión más significada en el sufragismo, y sus manifestaciones iniciales, en la Women's Liberal
Federation inglesa, en la reunión de
Séneca FaUs (Nueva York, 1848) y las
Convenciones de Mujeres de Ohio
(1850) y Massachusetts (1851). Cuando
finaliza el siglo xix, la lucha por el
sufragio ha adquirido una organización
más sólida; cuenta con líderes tan significadas como Victoria Woodhull,
Enme-lin,
Christabel
y
Sylvia
Pankhurst; incluso vive sus primeras
escisiones entre radicales y moderadas
unas veces, y entre sufragistas puras y
socialistas otras. Tampoco tardará
mucho en tener su «mártir» particular en
la figura de Emi-ly Davisoñ, quien, en
1913, muere a los pies del caballo del rey
Jorge V durante el Derby dé Epsom3.
Ahora bien: pese a la vitalidad de las
etapas inicíales, la actitud decidida de
las feministas a la hora de defender sus
ideas, el movimiento tenía el futuro limitado a la conquista de las reivindicaciones pedidas. Cuando éstas se culminaron con la concesión del voto en el
período de entreguerras, el feminismo
sufrió un largo guadiana hasta que volvió a aparecer, tras la Segunda Guerra
Mundial, sobre bases teóricas y con objetivos no tanto nuevos como diferentes
en su expresión.
1 Entre estos primeros pensadores, políticos
e ideólogos que apoyaron al feminismo con
sus escritos y/o actuaciones cabe señalar a
John Stuart Mili y León Richier, entre los
liberales; Fourier, Saint-Simon, entre los so
cialistas, a los que más tarde se unirán Marx,
Engels, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo, etc.
2 Mary Wollstonecraft, Vindicación de los
derechos de la mujer, Madrid, Debate, 1974.
3 Un análisis más detallado de la historia
del feminismo internacional lo encontramos,
entre otras obras, en Trevor Lloyd, Las sufragistas. Valoración social de la mujer, Barcelona;
Nauta, 1970; Richard J. Evans, Las feministas.
Los movimientos de emancipación de la mujer
en "Europa, América y Australia, 1840-1920,
Madrid, Siglo XXI Edits., 1977, 314 págs.
2. La mujer española en la crisis de
la Restauración
Como sucede en tantas otras parcelas
de nuestra historia contemporánea, España va a vivir durante mucho tiempo
de espaldas a los acontecimientos europeos en el tema de la situación social
de la mujer. Ausencia, o mínima implantación, de los factores que hicieron
posible los cambios, inestabilidad política y cierre ideológico durante los primeros dos tercios del siglo xix, convertían la empresa en algo más que improbable. Los cambios experimentados en
las tres últimas décadas permitieron
que, al menos desde el punto de vista
pedagógico y tímidamente, se planteara
la posibilidad de introducir «ciertas novedades» que preparasen a la española
para enfrentarse con las exigencias de
los nuevos tiempos. Las voces que tal
defendían eran las de Fernando de Castro, los krausistas y algunas figuras femeninas tan significadas como Emilia
Pardo Bazán y Concepción Arenal, entre otras. Pero se encontraban aisladas
en un mar de incompresiones. La sociedad española, que vive los años difíciles
de fin de siglo, vierte mayoritariamente
sobre el feminismo su feroz anatema,
porque hablar de él equivalía a hacerlo
de la disolución de la familia y, en lógica
consecuencia, de la sociedad. La «feminista» era una virago, una mujer desgreñada que, al olvidarse de las sagradas
labores del hogar, había perdido su
identidad como ser humano; su comportamiento sólo podía constituir piedra
de escándalo. Si Europa marchaba por
estos derroteros, España estaba aún a
tiempo de evitarlo. Sin embargo, nada
ni nadie puede frenar el paso inexorable del tiempo ni impedir que nazcan,
crezcan y se desarrollen aquellos fenómenos históricos hijos de las coordenadas que señala la marcha de las naciones.
Cuando se inicia el siglo xx, entre
las revoluciones que tenía pendientes
nuestro país se encontraba la de la mujer. El reinado de Alfonso III presenciará, de forma acelerada, las primeras
fases de todas ellas; respecto a la que
ahora nos ocupa, se van a reunir las circunstancias necesarias que construyan
un marco mínimo para su desarrollo.
Desde el punto de vista laboral, el
primer tercio de nuestra centuria significa la incorporación de la mujer española al trabajo extradoméstico de forma
similar a como se produjo durante el
siglo xix en otras naciones, si bien los
cambios van a ser más de orden cualitativo que cuantitativo 4. El subdesarrollo
económico, junto con lo limitado del
proceso industrializador, hace que, a lo
largo del período, la población activa
femenina sea poco más del 10 por 100
del total de trabajadoras. Los síntomas
de cambio, por tanto, los vamos a encontrar en otros terrenos.
Primeramente, en el espectro profesional. A comienzos del siglo, las obreras
se concentraban de forma mayorita-ria
en la agricultura (57,8 por 100), seguida
del servicio doméstico (19,1 por 100) e
industria (12,4 por 100). Para 1930, la
agricultura ha pasado a ser el tercer
sector mayoritario (23,6 por 100 de la
población activa femenina); la industria,
gracias a su desarrollo desde 1914,
ocupa ahora el primer lugar, habiendo
pasado de tener 172.198 trabajadoras en
1900 a 350.751 en la actualidad.
Además, y por vez primera, el sector
fabril supera al de trabajo a domicilio.
En cuanto al servicio doméstico,
continúa siendo el segundo ámbito
mayoritario, pero ya no ejerce dentro
4 Un análisis más detallado de los aspectos
que trataremos a continuación lo hemos realizado en nuestro estudio El trabajo y la educación de la mujer en España, 1900-1930,
Madrid, Sub. General de Estudios, Ministerio
de Cultura, 1982.
del sector terciario el monopolio que
tenía al iniciarse la centuria. Durante
estos treinta años, las cifras de empleadas en el comercio, Administración pública y profesiones liberales se han elevado de manera tan considerable como
significativa. Las mujeres dedicadas a
las actividades mercantiles han pasado
de ser 22.435 a 37.813; las que están
en los organismos del Estado, de 141 a
2.788, y las que ejercen una ocupación
liberal, de 18.593 a 39.859. Dentro de
estas últimas debemos destacar, como
índice de progreso, la diversificación
producida de los ámbitos de actividad;
junto a las maestras, que son quienes
poseen un mayor peso, nos encontramos
con miembros de los cuerpos técnicos
superiores del Estado (inspectores), de
los cuerpos de profesores de enseñanza
media, algunas abogadas y doctoras, etc.
Otro síntoma de cambio en el horizonte laboral femenino lo constituyen
las condiciones materiales de trabajo.
Realmente duras, como corresponde a
las primeras fases de un proceso
indus-trializador, se han ido viendo
mejoradas con el desarrollo de una
abundante legislación que parte de la
Ley de 30 de marzo de 1900 y regula los
más diversos temas: descanso, higiene
del trabajo, maternidad, seguro obrero...
Si estas medidas tienden a hacer menos
penosa la forma en que se desarrolla la
labor cotidiana, la evolución de los
salarios tendrá repercusiones similares
en las condiciones de vida, aunque, en
este caso, los efectos sean menos
espectaculares por la creciente, paralela
y superior alza de los precios. De
acuerdo con las estadísticas que
poseemos a partir de 1914, la obrera
tenía
asignados
entonces
los
salarios-hora más bajos (entre 0,12 y
0,31 ptas.); no debe extrañarnos, pues,
que le correspondan las subidas más
espectaculares.
Para
1930,
las
retribuciones anteriores se elevaron a
0,37-0,84 ptas., correspondiendo las superiores a la cigarrera y las inferiores al
trabajo industrial domiciliario o a las
tareas fabriles feminizadas. A pesar de
ello, la subida no puso fin a la diferencia
que existía respecto a los salarios
masculinos. Una obrera especializada
cobraba la mitad, o un tercio, que el
obrero de igual cualificación, e incluso
menos que los aprendices.
Estas desigualdades económicas, unidas a las trabas que frenaban la mejora
profesional de la mujer y a una creciente
toma de conciencia, dan origen, desde la
década 1910-1920, a un desarrollo del
sindicalismo femenino. Desarrollo que
se hará en el sentido y medida que lo
permite la realidad sociolaboral de la
española. De ahí el eco obtenido por los
sindicatos católicos, superior al conseguido por socialistas y anarquistas,
aunque carezcamos del apoyo numérico
demostrativo de este punto. De ahí
también que las cifras de afiliadas, pese
a crecer de manera notable, sea siempre
exigua y sólo represente una mínima
parte de las trabajadoras. No obstante
lo que antecede, el progreso sindical se
traduce y confirma en un aumento de
la conflictividad obrera femenina conforme transcurren los años.
En mutua relación y desarrollo paralelo, la otra batalla del feminismo, la
de la educación, se vivirá también en
España durante los treinta años iniciales
de nuestro siglo. Nadie ponía en duda
el derecho de la mujer a instruirse; cosa
distinta eran la orientación que debía
tener la enseñanza y los límites que
podía alcanzar. Lejos estaba en 1900 la
sociedad española de asumir el principio
de igualdad en grados y contenidos de la
instrucción de ambos sexos, plenamente
aceptado ya en Francia, Inglaterra o
Estados Unidos. Para esas fechas, un 71
por 100 de las españolas son
analfabetas; las restantes, sólo saben,
en su mayoría, leer y escri-
bir, siendo muy pocas quienes llegan a
la cima del magisterio o escuelas profesionales. En la Universidad, la presencia
femenina no pasa de ser un mero
testimonio, y aunque el Congreso Pedagógico de 1892 reconoce a la mujer
su derecho a estar en este sancta
sanc-torum del saber, no consideran sus
participantes que fuese oportuno
permitir el ejercicio posterior de la
licenciatura, salvo el caso de Farmacia o
Pediatría. Verdaderamente no hacía falta
reconocer de forma tan explícita tales
limitaciones; de hecho, eran práctica
cotidiana.
A lo largo del primer tercio del siglo
xx el panorama cultural de la mujer,
como hemos indicado, se modifica a
impulso de las necesidades internas, así
como de la influencia exterior. El ritmo
de las transformaciones lo va a señalar,
al igual que sucediera en otros lugares, la
evolución general del país en este
ámbito, y van a ser agentes de ellas tanto
la esfera oficial como la privada.
Aquélla, haciendo uso de sus atribuciones legales e instando a la apertura de
centros para la mujer. En cuanto a la
segunda, desarrollará una intensa labor
fundacional de instituciones educativas,
en la que participan todos los sectores
ideológicos y en la que a veces cuentan
con el apoyo del Estado o los municipios. Destaquemos, a modo de ejemplo,
por su importancia, la Asociación para
la Enseñanza de la Mujer, obra de Fernando de Castro, en 1869; el Instituí
de Cultura i Biblioteca Popular pera la
Dona, ubicado en Barcelona, y la
Institución Teresiana. Aunque no se dedique a la enseñanza, merece la pena
que señalemos también, por su carácter
excepcional y labor realizada, la Residencia de Señoritas, nacida en 1915
como rama femenina de la Residencia
de Estudiantes, y en la que se alojará
parte de esa minoría de universitarias
que llegó a constituir la avanzadilla del
movimiento reivindicador femenino en
España.
Los efectos de este nuevo talante no
se hicieron esperar. La tasa de analfabetismo desciende para 1930 al 47,5
por 100, y aunque sigue siendo en sí
misma muy alta, se ha acercado de forma notable a la masculina (36,9 por
100), y, lo que es más importante para
el futuro, el avance fundamental se ha
producido en el grupo de población
comprendida entre seis y veinte años.
Ello concuerda perfectamente con el
hecho de que la población femenina alcanza, en la fecha anterior, niveles de
escolaridad similares a los de la masculina. De otra parte, las enseñanzas medias han pasado de tener 5.557 alumnas
en 1900 a 37.642 para los cursos
1927-1930 s; si éstas significaban
entonces el 9,6 por 100 de los alumnos
del nivel, ahora son el 26 por 100. En la
Universidad hay una alumna al
comienzo de siglo y 1.724 en 1930.
El significado de progreso que en sí
mismo tiene el crecimiento cuantitativo
de las mujeres estudiantes va a ir acompañado de un cambio de mentalidad
que lo consolida y, sobre todo, lo convierte en factor de transformación social. La educación igualitaria para ambos sexos es, a la altura de los años
treinta, principio comúnmente aceptado, aunque aún encuentre serias barreras a su práctica.
En las escuelas primarias la ley impone, ya desde los años diez, el sistema
5 Queremos señalar el carácter sólo aproximado que poseen las cifras que damos en el
texto, obligados a ello por los problemas y el
vacío que en este aspecto presentan las fuentes.
Además, por iguales razones, tuvimos que
tomar para el final del período los datos de
tres años académicos, pues faltaba la secuencia
completa de ellos para uno solo; por otra parte,
teniendo en cuenta el nivel de la enseñanza en
estas fechas, no creemos que se distorsione en
exceso la realidad que trata de reflejarse.
coeducativo y el programa único. Dentro
de los niveles medios, se ha producido
una redistribución del alumnado
femenino. Las aulas de Magisterio siguen siendo las más concurridas, pero
el Bachillerato ha pasado de 44 a 8,000
alumnas; en las enseñanzas profesionales, Conservatorio de Música y Escuelas
de Arte ven seriamente comprometido
su liderazgo en las preferencias de las
estudiantes con el incremento sutancial
de las que eligen los cursos de
Matronas, Practicantes, Comercio e
Idiomas, todas ellas ramas que abren el
camino a profesiones cualificadas. Incluso aparece una nueva opción: la de
enfermera, que a partir de 1915 recibe
el reconocimiento de un título oficial.
A nivel universitario, las Facultades más
concurridas son Farmacia, Filosofía y
Letras, Ciencias; detrás se sitúa Medicina y, por último, Derecho. Los hechos significativos están en ese crecimiento numérico reseñado, que sorprende a cuantos lo viven, incluidos los
propios alumnos 6, y en el uso creciente
que las universitarias hacen de las nuevas oportunidades que el título obtenido
les ofrece. Aunque dentro siempre de
límites pequeños, sin dejar de ser una
minoría, las mujeres que a partir de los
años treinta se deciden a proseguir su
formación tras la licenciatura u optan
por el ejercicio profesional son cada vez
más numerosas. Así lo prueba el
aumento del porcentaje de graduadas
que obtienen becas para estudiar en el
extranjero, la apertura a la mujer de los
cuerpos especializados de la Administra6 Ramón Ezquerra, alumno de la Universidad
madrileña, lleva a cabo en 1923 un estudio
sobre la penetración de la mujer en la
Universidad, hecho que al autor le parece «uno
de los fenómenos que merecen llamar la atención». El trabajo se había realizado sobre las
respuestas de alumnas de varias facultades a
una encuesta previamente elaborada y se publicó en agosto y septiembre de 1926 en la
revista Renovación Social de Oviedo.
ción pública, de los de catedráticos de
enseñanzas medias y auxiliares universitarios, de las profesiones liberales, etc.
El ejemplo de las pioneras ejerce indudable efecto mimético en las sucesivas
promociones.
3. El lento amanecer del
feminismo español
Los cambios operados en los niveles
laboral y educativo de la mujer española
iban a ir acompañados, en íntima relación causa-efecto mutua, de los que
acaecen
en
las
funciones
tradicionalmen-te atribuidas a este sexo.
Digamos desde ahora que las
repercusiones de tales cambios poseen
un reducido espacio social; que para la
mayoría de la población femenina, su
puesto sigue estando en el hogar, su
cumbre de valores la constituye la
familia, su primordial preocupación es
cómo sobrevivir con un salario
masculino que se devalúa día a día en su
capacidad real adquisitiva. Sin embargo,
el horizonte vital de la mujer se estaba
modificando. Las funciones de esposa y
madre se definen en términos de
prioridad, no ya con carácter exclusivo
ni excluyente como antes. A la mujer se
le reconocen aptitudes y capacidades
para realizar tareas hasta entonces muy
alejadas de su radio de acción, incluso se
considera oportuno que las ejerza, sobre
todo si es soltera, viuda o necesita
ayudar al sostenimiento de la familia.
En medio de este panorama no debe
extrañamos que, como sucediera en
Europa, en la España del primer tercio
del siglo xx aparecieran los primeros
grupos feministas 7., Su constitución se
7 Sobre los comienzos del feminismo en España pueden verse, entre otras, las obras de
Condesa de Campoalange, La mujer en España. Cien años de su historia, Madrid, 1964;
M.a Aurelia Capmany, El feminismo ibérico,
inicia a partir de los años diez, asentándose en los núcleos urbanos^ de manera
primordial Madrid y Barcelona. La década de los veinte constituye una etapa
de afianzamiento y definición, quedando
delimitadas en su seno tres corrientes: 1)
La conservadora, opuesta a cualquier
cambio que pudiese suponer un
trastrueque del ordenamiento vigente.
Su ideal de mujer sigue estando en el
pasado, aunque lo innegable de la realidad que viven les obligue a expresarlo
en términos distintos. 2) La comente
reformista, por su parte, sin olvidar lo
que denominan «esencia» de los presupuestos vitales femeninos ni la
confesio-nalidad católica mayoritaria,
asumirá la defensa de todas aquellas
reivindicaciones que sitúen a la mujer a
la altura de lo que de ella exigen los
tiempos modernos. De esta corriente, el
grupo con mayor implantación va a ser la
Asociación Nacional de Mujeres
Españolas, creada en Madrid por María
de Espinosa en 1917, y que constituirá el
Consejo Superior Feminista de
España. 3) Por último está la corriente
revolucionaria, representada por la
Asociación Femenina Socialista, de
escaso eco.
A medio camino entre la reforma y
la revolución se sitúa el Lyceum Club,
asociación nacida en 1926. La integran
la intelectualidad femenina del momento
—María
de
Maeztu,
Zenobia
Cam-prubí, Victoria Kent...—-, es
aconfesio-nal y sus objetivos se sitúan
en conseguir que la mujer obtenga el
reconocimiento
legal
de
su
individualidad, que alcance dentro de la
sociedad el puesto que le corresponde
por derecho propio.
El feminismo español, atemperado en
sus formulaciones y minoritario en los
apoyos que recibe, pondrá el énfasis en
reivindicar la igualdad educativa, un
Barcelona, 1974, y El feminisme a Catalunya,
Barcelona, 1973; Geraldine Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea
(1868-1974), Madrid, 1976.
trabajo que no sea degradante ni discriminatorio, una reforma de los Códigos
que termine con las desigualdades civiles entre los sexos y la tutela a que se
ve sometida la mujer casada. En ningún
momento se abordó el tema de los derechos políticos; el movimiento sufragista
no puede decirse que encontrase su paralelo en nuestro país, y, pese a ello,
los políticos otorgaron el voto
femenino-guiados por la influencia
exterior y consideraciones ajenas, en
esos momentos,. al sentir mayoriario de
las interesadas.. Primero fue Primo de
Rivera en 1924, quien, atendiendo a sus
proyectos políticos, reconoce a la mujer
su derecho a participar en las elecciones
municipales-y nacionales8, si bien sólo
podrían ejercerlo las solteras, las viudas
y las casadas incluidas en uno de los
cuatro supuestos siguientes: estar
separada, tener el marido en la cárcel o
enajenado,
haberse
declarado
judicialmente la ausencia de aquél.
Al proclamarse la II República, el
Gobierno provisional reconoció a la española el voto pasivo, permitiéndole ser
elegida para las futuras Cortes, aunque
no podía elegir. La Constitución de
1931 determinará, en su artículo 36, la
igualdad de derechos electorales para
todos los ciudadanos de uno y otro sexo*
mayores de veintitrés años. En esta ocá^
sión, la fidelidad a los principios ideológicos del Partido Socialista y las consideraciones de orden práctico de los.
grupos conservadores fueron los elementos decisivos a la hora de resolver
favorablemente una debatida cuestión
que
muchos
consideraban
un
peligro-para la vida del nuevo régimen.
Esta concesión, unida al desenvolvimiento político del período, activó la
toma de conciencia por parte de la mujer, y su presencia en la esfera pública
8
Estatuto Municipal de 8 de marzo de
1924 y Real Decreto de 12 de abril de 1924.
se hizo más notoria. El feminismo ganaba terreno día a día, siendo un buen
sensibilizador y movilizador de aquellas
a quienes se dirige, sobre todo en momentos tan cruciales como pudieron ser
las elecciones de 1933 y 1936 o, poste^
nórmente, durante la guerra civil. El
final de ésta significó, como en otros
terrenos, un corte en la trayectoria de
cambio iniciada.
4. La España actual: el
replanteamiento de un
«viejo» problema
Desde 1939 el movimiento feminista
entra en un prolongado letargo, dada la
situación del país, que permite el triunfo
de los ideales más tradicionales sobre las
coordenadas en que debe desenvolverse
la mujer. La evolución general, una vez
superado el período de autarquía, va a
crear un clima propicio al renacer de los
esfuerzos reivindicadores. A ello
contribuirán: el desarrollo económico;
la incorporación creciente de la mujer a
la esfera laboral y educativa; la apertura
ideológica al exterior, aunque fuese
relativa; el contacto a través del turismo
y la emigración con otros ambientes,
otras costumbres, otras sociedades
donde el sexo femenino poseía un status
diferente, gozaba de mayores libertades.
Las transformaciones ocurridas al
socaire de las nuevas circunstancias
permiten que, a finales de los sesenta, se
vuelva a plantear en España, con un
decenio de retraso respecto a otros
países, lo que los hombres del xix
habían denominado «cuestión femenina»; desde la perspectiva de 1983, puede decirse que nos hemos incorporado
al resto de las naciones occidentales en
«ste tema.
Desde el punto de vista de la situación real, la mujer ha alcanzado la
igualdad jurídica con el hombre y su
presencia en todos los ámbitos del vivir
comunitario constituye una realidad innegable, cuya evolución señala una trayectoria ascendente. Ello trae consigo
importantes consecuencias, generando
la respuesta de los más diversos sectores, entre los que se encuentra incluido,
por supuesto, la clase política. Todos los
partidos, desde su constitución, mostrarán gran interés por hacerse eco de las
necesidades de este sexo, por asumir
sus reivindicaciones. Interés que ha llegado, en lógica consecuencia, a las esferas de poder, desde las que se tratará,
también, de recoger las inquietudes femeninas e impulsar las posibles soluciones a las demandas que se hacen; en
aras de tales objetivos, se han adoptado
medidas, se han tomado decisiones por
parte de los organismos competentes y
se han creado instituciones dirigidas
específicamente a la mujer.
Este interés de partidos y gobernantes por la situación social femenina, la
presencia cada día más extensa e intensa
de las españolas en la vida del país,
contrasta con la escasa representación
que tienen en las altas esferas de la política, tanto a nivel de puestos ministeriales como de las Cortes. Entre las causas originales de este hecho, que por sí
mismo merece una profunda reflexión y
análisis minucioso, pudieran citarse: la
juventud del régimen democrático, la
cercanía de los inicios del proceso
emancipador de la mujer, las resistencias, conscientes o inconscientes, de los
españoles a facilitar -—incluso tolerar— la presencia de este sexo en ámbitos de actividad que tradicionalmente
le resultaron lejanos; sin olvidar el desinterés que, fruto del desconocimiento
y la falta de costumbre, se deja sentir
todavía entre una parte numerosa de
las propias interesadas.
Los cambios acaecidos en el horizonte
vital femenino permitieron que el movimiento feminista se desarrollase y
consiguiera estar representado en todas
sus tendencias. De un lado, la reformista,
que trata de conseguir un difícil
equilibrio entre los deberes familiares y
las ocupaciones que se desarrollan fuera
del hogar. De otro lado, la postura defendida por socialistas, anarquistas y comunistas, para los que un cambio en la
situación de la mujer sólo es posible de
forma definitiva si corre paralelo al de
toda la sociedad; quienes así piensan,
ven el feminismo como creación de la
burguesía que sirve para dividir fuerzas, distraer atenciones y demorar el
inevitable cambio del orden establecido.
Por último, tenemos las corrientes radicales, que conciben a la mujer como
clase social distinta, con intereses propios, diferenciados, y, en consecuencia,
su lucha para defenderlos ha de ser independiente de cualquier otra. Las peticiones maximalistas que contienen sus
programas sitúan al feminismo radical
más allá de lo que la realidad del país
demanda y puede asumir, lo que hipoteca seriamente las conquistas prácticas
inmediatas que pueda lograr. Por el
contrario, lo mismo que sucede en otros
países, provocan reacciones igual de extremistas, pero de signo contrario, al
tiempo qué otorgan a los sectores más
retardatarios argumentos desde los que
justificar sus opiniones peyorativas sobre
las feministas, razones en las que
fundamentar los frenos que tratan de
poner a la presencia de este sexo en tareas distintas de las doméstico-familiares. Digamos, sin embargo, que quienes
mantienen posturas tan límites, en uno
y otro sentido, son una minoría dentro
de un talante general más abierto y en
íntima comunión con las necesidades
existentes para el conjunto de la comunidad en cada momento.
Reflejo de los cambios ocurridos en
nuestra sociedad respecto a la mujer,
del desarrollo del feminismo, de la acerada polémica que ambos hechos susci-
tan, así como de la creciente toma de
conciencia, por parte de todos, acerca
de la nueva situación que está emergiendo lo constituye la abundante bibliografía que sobre el tema se ha generado.
A partir, sobre todo, de los años setenta,
el proceso emancipador femenino se
ha convertido en España, siguiendo el
ejemplo exterior, en objeto de estudio
para un amplio abanico de investigadores, que lo analizan de forma global
o parcial, desde presupuestos ideológicos o comentes metodológicas diferentes
9
.
El grupo más numeroso lo constituyen aquellos trabajos que hacen referencia al momento actual y, de forma especial, los que consideran, desde un punto
de vista teórico, las funciones atribuidas por la sociedad a la mujer. Estos estudios poseen todos una estructura interna similar. Tras dibujar los rasgos
tradicionales del status femenino, pasan
a defender o cuestionar las justificaciones que se le han dado; los argumentos
biológicos, por las connotaciones de
in-evitabilidad que poseen, merecen
especiales atenciones y generan los más
fervientes alegatos tanto si se trata de
defender su veracidad como de rebatirla.
Por último, se intenta fijar cuáles deben
ser en nuestros días, y sobre todo de
cara al futuro, las funciones de esta
mitad de la población.
Hijos de su tiempo, los autores o autoras de estas publicaciones reflejarán a
través de ellas el sentir de toda la sociedad y las transformaciones que experimenta. De ahí que podamos detectar,
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Véase al respecto la obra de Julio Iglesias de
Ussel, Elementos para el estudio de la mujer
en la sociedad española: análisis bibliográfico,
1939-1980, Madrid, 1980. En ella se recoge la
bibliografía sobre la mujer aparecida entre las
fechas que se indican. Actualmente, Julio
Iglesias y Rosa M. a Capel tienen en imprenta
la reedición de la obra precedente actualizada y
completada con los escritos aparecidos entre
1900 y 1939.
desde 1939 hasta hoy, una clara tendencia diversificadora en cuanto a las
corrientes de pensamiento representadas. El período anterior a los años sesenta muestra un predominio casi absoluto de las actitudes más tradicionales,
defendidas y argumentadas desde posiciones católicas conservadoras. En la
etapa del desarrollo (1960-1970) aparecen las primeras publicaciones de tono
reformista y algunas que defienden ya
la actitud radical. Estas últimas posiciones se convierten a partir de los setenta
en una corriente bibliográfica más extensa, aunque en ningún momento su
eco pueda considerarse mayoritario.
El aumento de las ediciones que recogen las nuevas comentes de pensamiento sobre el papel de la mujer en el
mundo actual corre paralelo, hasta íntimamente vinculado en sus formulaciones, al de las obras sobre feminismo.
Aparecidas las primeras en los años sesenta, será el decenio siguiente el que
presencie su incremento numérico de
forma importante, atrayendo la atención de intelectuales, escritoras, sociólogos, miembros de partidos políticos,
militantes feministas, etc.
Respecto al valor intrínseco de los
grupos de publicaciones hasta ahora señalados, muestran, en la gran mayoría
de los casos, coherencia argumental y
rigor metodológicos al exponer sus tesis, aunque, por el carácter ensayístico
de los estudios, lo polémico del tema y
las implicaciones personales que contiene, no faltan obras plagadas de generalizaciones excesivas, argumentos falaces
o lugares comunes que ni resisten ni
permiten un análisis profundo de sus
contenidos.
La bibliografía sobre la situación de
la mujer española en la actualidad presenta otro bloque importante dedicado
a estudiar aspectos concretos de aquélla. La temática es variada, abarcando
los terrenos laboral, educativo, político,
jurídico, cultural, literario, biográfico...
Por su volumen y continuidad temporal
destacan los relativos al status jurídico
y a la actividad productiva. Los primeros
dedican especial atención al derecho de
familia y al derecho laboral, pidiéndose
la total igualdad de los sexos ante la ley.
Por su parte, los estudios sobre trabajo
han sido de forma mayo-ritaria, hasta
muy recientemente, consideraciones
acerca de la «bondad» o no de la
actividad femenina por las repercusiones que de ella emanan para la
vida del hogar. En la actualidad, cuando
esa actividad constituye un hecho
irreversible, el estudio de la presencia
femenina en los distintos sectores económicos, la descripción de las condiciones que reviste y la elaboración de guías
profesionales constituyen otros tantos
caminos de investigación y análisis.
La abundancia de obras sobre nuestro
presente o pasado inmediato contrasta
con la escasez de estudios históricos e
históricos-sociológicos. Hasta ia primera
mitad de los sesenta, las obras de este
carácter eran contadísimas y solía
tratarse de síntesis descriptivas, de
biografías o de reediciones de autores
«clásicos» sobre el tema femenino. Es
a partir de 1975 cuando se dejan notar
los primeros síntomas de cambio. Por
una parte, el número de estudios se
multiplica^ acentuándose la tendencia al
comienzo de la actual década. Ello ha
permitido que hoy día casi todas las etapas tradicionalmente distinguidas para
estudiar el pasado cuenten con alguna
aportación sobre la mujer en la sociedad
de la época, si bien el número de tales
aportaciones disminuye conforme nos
retrotraemos en la historia. Por otra
parte, el espectro de cuestiones abordadas se ha ampliado, al tiempo que se
ha ido modificando la metodología seguida en la elaboración de los trabajos
de acuerdo con las líneas que marca la
evolución de las investigaciones en el
terreno histórico, sociológico, económico, etc.
El interés que existe por conocer el
papel del sexo femenino en el pasado
y en el presente, por reconstruir su participación en la historia, no se encierra
sólo en la abundante producción editorial brevemente comentada en sus líneas
generales. Ha llegado también a las Facultades universitarias, y en algunos
casos, como Madrid y Barcelona hasta
el momento, se han creado centros de
investigación sobre la mujer, en los que
la dirección de trabajos corre paralela a
la confección de bancos de datos y
exhaustivos repertorios bibliográficos.
Pionero de ellos es el Seminario de Estudios sobre la Mujer que existe en la
Universidad Autónoma de Madrid, y
que organiza todos los años, desde
1980, en colaboración con la Complutense, unas Jornadas Interdisciplinarias
a las que asisten especialistas en el tema
femenino, nacionales y extranjeras. Desde las primeras que se celebraron hasta
las que acaban de terminar hace unos
días se ha producido un claro ascenso
en el número de asistentes y comunicantes, así como una notable mejora de
la calidad de los trabajos presentados,
que, además, han diversificado su temática y las parcelas de estudio abordadas.
Así, pues, la incorporación de la mujer a
las tareas sociales es hoy en España una
realidad innegable y está llegando a
constituirse, a impulsos de ese presente,
en una línea de investigación con
entidad y fuerza propia. Aunque no
contemos todavía, como sucede en Estados Unidos, con una cátedra universitaria de estudios sobre la mujer, el camino recorrido para hacerla factible es
importante.
R. M. a C. M.*
* Profesora de Historia Moderna. Universidad Complutense.
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