MÚSICA La presentación madrileña de «The English Concert» ALVARO MARÍAS * Trevor Pinnock. L * Madrid, 1953. Crítico Mu-lical. Profesor del Real Conservatorio de Madrid. (1) Haydn: Sinfonías 47 y (5 («de los Adioses»). Mozart: Concierto para violín núm. 2 en •e mayor k. 211. Simón Stan-dage (violín), The English Con-:ert. Dir.: Trevor Pinnock. Au-iitorio de Madrid, 25 de mayo. A revista musical Ritmo ha organizado un concierto (1) que suponía la presentación en Madrid, y creemos que en España, de la orquesta de instrumentos históricos «The English Concert» y de su director, el célebre clavecinista Trevor Pinnock. No se trata de un concierto más, porque la expectación era muy grande por escuchar al conjunto británico, cuyos registros discográficos lo han acreditado con toda justicia como una de las mejores orquestas barrocas del momento. Una vez más se ha cometido un error ya tradicional en cuanto a programación: por enésima vez nos visita una gran orquesta barroca y se marcha sin haber interpretado una sola nota del estilo musical que la ha hecho famosa. Lo malo es que llueve sobre muy mojado: la «Orquesta del s. xvm» nos visitó en una ocasión, «The Academy of Ancient Music» ha estado en Madrid por tres veces y ahora «The English Concert», y los madrileños no hemos escuchado sino música de Haydn, Mozart y Beethoven, cuyas interpretaciones «con instrumentos originales» poseen un interés infinitamente más dudoso que en el caso de música barroca. Lo grave del caso es que en Madrid no se ha escuchado a estas alturas jamán una gran orquesta barroca, un conjunto de primera categoría tocando música instrumental de este período, lo que resulta sencillamente inaudito si se tiene en cuenta la aparente intensidad de la vida musical madrileña; por contra, estamos escuchando —y a menudo padeciendo— cada lunes y cada martes interpretaciones trasnochadas de música barroca a cargo de conjuntos que ejecutan magistralmente otros repertorios. ¿Hay quien lo entienda? Un ejemplo más de los tradicionales sinsentidos de nuestra programación musical, pecado que ha recaído esta vez sobre Ritmo pero del que nadie se sentiría con derecho a tirar la primera piedra. A pesar de lo dicho, no carecía de interés escuchar a «The English Concert», aunque fuera interpretando música de Haydn y Mozart. El conjunto goza de una calidad técnica absolutamente impecable, que no desmerece en nada su imagen a través del disco: ajuste, afinación, equilibrio sonoro, homogeneidad de criterios, son sencillamente ejemplares. Con respecto al sonido general de la orquesta, la impresión, aun siendo extremadamente positiva, es que el concierto desmerece un punto con respecto a la reproducción grabada, seguramente en buena medida porque la Sala A del Auditorio madrileño es dema- siado grande para un conjunto de estas proporciones, ciertamente mínimas para la música interpretada (5 violines primeros, 4 segundos, 2 violas, 2 violonchelos y un contrabajo); muy lejos, sin lugar a dudas de las aspiraciones de Haydn y Mozart. Con todo, la sonoridad de la orquesta es espléndida, llena, rotunda, con gran poder de comunicación; su enfoque de la música interpretada es enérgico, vital, nervioso, de un entusiasmo y una precisión rítmica muy contagiosos, aunque se pudiera echar en falta a veces una mayor capacidad cantábile, una interpretación más emotiva. En este sentido quizá la cota más baja estuvo en el Concierto en re mayor KV211 de Mozart, tocado con gran soltura, calidad técnica y hermoso sonido por el violinista Simón Standage, pero cuya versión careció en parte de un grado de emotividad y profundidad que no ha de estar reñido con el histo-ricismo defendido por los intérpretes. Lo que fue muy sorprendente fue la manera de interpretar el continuo al clave de Trevor Pinnock, con constantes octavas en la mano izquierda, lanzadas pianísticamente desde cerca de medio metro de altura; no parece una técnica ni un espíritu muy clavecinístico, sobre todo teniendo en cuenta que el clave no se pudo escuchar en toda la noche y sí los golpes de las teclas sobre la madera de la caja. Na cabe duda de que Pinnock es un auténtico clavecinista, y de los grandes, pero su manera de dirigir desde el teclado —eficaz, contagiosa en grado sumo— no coincidía con la actitud propia de un clavecinista. Con mucho, lo mejor de la velada se pudo escuchar en una primorosa Sinfonía de los Adiases de Haydn, que provocó la reacción entusiasta del público que abarrotaba la sala. No dudamos que el entusiasmo habría sido mayor aún si hubiéramos podido escucharles música barroca. Otra vez sera. La Isolda de Montserrat Caballé E L anuncio de la interpretación del papel de Isolda por parte de Montserrat Caballé produjo sorpresas y desusada expectación. La sorpresa no era del todo justificada, puesto que Caballé ha cantado bastante ópera alemana, Wagner incluido, e incluso entre sus creaciones más célebres figura la Salomé de Strauss; La producción de Tristón del Teatro de la Zarzuela (2) ha tenido, cuando menos, una absoluta dignidad, lo que no es poco por estas latitudes, en las que estamos ya habituados a soportar la música de Wagner en versiones soporíferas y descafeinadas. Esta vez se pudo disfrutar de la música de Wagner y es probable que en muchos años no se haya escuchado un Tristón mejor en Madrid. Contra las previsiones Caballé no fue el centro de la atención de la jornada, que gozaba de un excelente reparto protagonizado por el tenor norteamericano Richard Versalle, que encarnó de manera prodigiosa el papel de Tristán. Atención a este cantante que va a dar mucho que hablar —ya lo está dando— y que cantó un Tristán que en la actualidad sería muy difícil de superar: espléndido por seguridad, impecabilísima afinación, resistencia y temperamento. Su voz es sencillamente asombrosa: una voz llena, timbrada, siempre colocada con máxima precisión, que le permitió cantar de principio a fin sin reservarse un instante; una voz clara, Montserrat Caballé. (2) Wagner: Tristán e Iso da. Richard Versalle, Kui Moll/Matti Salminen, Montse rrat Caballé, Franz Grundhe ber, Brigitte Fassbaender, etc Dir. musical: P. Schneider; Dii escena: E. Sagi; Escenografía T. Businger. Orq. Sinfónica d Madrid. Coro del Teatro Liria Nacional. Teatro de la Zarzue la, días 10, 13, 16, 19 y 22 di mayo. ímon Standage. I (3) Mozart: Conciertos completos para piano y orquesta. Orquesta de Cámara Reina So-ía. Dir.: Max Bragado Dar-nan. Pianistas: Ángeles Réntela, Jacinto Matute, Cristina íruno, Manuel Carra, Joaquín soriano, Guillermo González, losep Colom, Joaquín Achúca-TO, Almudena Cano y Anto-lio Daciero. Teatro Albéniz, narzo-julio 1989. nítida, que sin parecer excesivamente grande, se escuchó toda la noche por encima de la poderosa orquesta wagneriana. Haciendo honor a su prestigio, Erigirte Fass-baender cantó una Brangáne de lujo, en lo vocal y en lo estilístico; muy notables el Rey Marke de Matti Salminen y el Kurwenal de Franz Grundheber. Montserrat Caballé cantó la parte de Isolda con muy hermosa materia vocal y con considerable adecuación estilística: a juzgar por la función escuchada, contó con seguridad y holgadas facultades, sólo con algunos problemas ocasionales de afinación. Salta a la vista que desde un punto de vista escénico el papel de Isolda no le resulta idóneo, y esta vez la Caballé no hizo gala de los grandes recursos teatrales que ha demostrado poseer en tantas ocasiones; esto, unido a una fonética menos clara que la de casi todos los otros cantantes, restó brillo a su por lo demás muy notable interpretación, en la que destacó una «muerte» llena de fuerza y emotividad. Si consideramos a Montserrat Caballé como una cantante de ópera italiana —lo cual es del todo inexacto— tendríamos que aplaudir sin reservas su actuación; si la consideramos como una cantante wagneriana —cosa que tampoco es— el juicio habría de ser más frío. La dirección de Peter Schnei-der fue eficaz y acertada estilísticamente, aunque de pathos en exceso comedido, cosa poco recomendable en el caso de Tristán. La Orquesta Sinfónica de Madrid realizó un esfuerzo muy loable, con obra de tamaña envergadura y a la que los músicos españoles están poco habituados, pero los problemas de afinación en los papeles solistas siguen siendo considerables. Ingeniosa y de notable belleza plástica y cromática la escenografía de Toni Businger, en especial por lo que respecta al tercer acto. En suma, resulta espe-ranzador poder escuchar una producción española de Wagner más que digna: es algo necesario del todo con vistas al nuevo teatro de la Opera. Un ciclo ejemplar T ODAVÍA se está celebrando, en el momento en que escribo, el ciclo dedicado a la interpretación íntegra de los conciertos para piano de Mozart organizado por la Comunidad de Madrid en el Teatro Albéniz (3). Más que el comentario crítico, interesa aquí la consideración en torno a una programación musical modélica, cosa demasiado infrecuente en nuestro ambiente musical; no digamos en el ámbito de las consejerías autonómicas, que demasiado a menudo constituyen modelo de desorientación, mediocridad y falta de criterio. En España se padece en la actualidad un porcentaje de importación musical absolutamente escandaloso, superior al que jamás existió. Esta actitud, típicamente snob, pero no sólo eso, porque detrás de ella existen con probabilidad no pocos intereses, se arropa en la falacia de que la oferta musical española es mala, es excesivamente mala, no es de recibo. Cierto es que nuestro nivel musical no es idóneo en comparación con los países europeos más desarrollados musicalmente, pero está claro que la importación musical —unas veces magníficas pero tantas mediocre y en cualquier caso muy costosa— no va a mejorar para nada nuestro nivel de profesionales de la música que, en considerable estado de indefensión, tantas veces ven truncadas sus carreras o se dejan llevar por un desánimo fácil de comprender. De ahí, el gran valor del Ciclo Mozart, que ha seleccionado a once pianistas españoles y a la Orquesta Reina Sofía dirigida por el español afincado tantos años en Estados Unidos Max Bragado para tocar la gran serie mozartia-na, algunos de cuyos conciertos probablemente no habían sido tocados jamás en Madrid. Es curioso ver cómo este ciclo «accidental», que ha retornado a la vieja y deliciosa costumbre de los conciertos matinales, goza de un público más natural, selecto y sensible que casi ningún ciclo de conciertos de la capital (donde el público musical madrileño, nunca muy bueno, se ha dispersado en los últimos años y ha dejado de ser un público musical propiamente dicho, lo que me parece un hecho gravísimo), y todos los pianistas que han desfilado hasta la fecha han demostrado una profe-sionalidad, un gusto y una finura estilística que nada tiene que envidiar al nivel medio de países con gran vitola musical. En todo caso, a veces, lo que han podido acusar algunos pianistas es cierta falta de «tablas», cierta falta de seguridad, consecuencia directa de una actividad concertística muy inferior a la de sus colegas de otros países. Por su parte, la Orquesta Reina Sofía, bajo la batuta de Bragado viene desarrollando un trabajo muy digno. Es cierto que se podría desear a veces una calidad más alta, pero lo indudable y lo importante es que éste es el camino para que esta orquesta madure, se haga, y después del ciclo sin duda será mejor orquesta de lo que era antes de empezar. Todas estas perogrullescas evidencias están demasiado olvidadas en nuestro país, volcado provincianamente hacia las actividades de gran relumbrón. Es necesa- rio, es urgente, dejar de consumir indiscriminadamente música de importación y fomentar de verdad la actividad musical en nuestro país, que no se reduce al trabajo de las orquestas, sino también al de solista y conjuntos. Se ha cultivado demasiado la idea de que los músicos españoles tienen escaso interés y escasa profesiona-lidad; esto es un pez que se muerde la cola peligrosamente: es fácil desacreditar lo que hay y no aportar soluciones que exigen una planificación inteligente y a largo plazo de la política musical. La Comunidad de Madrid, que ha cometido no pocos pecados en materia musical a lo largo de su breve historia, ha dado un ejemplo de los admirables resultados que pueden lograrse de los intérpretes españoles, con un ciclo barato —para los organizadores, pero también para el público, que es un detalle no carente de importancia— cuando la concepción es inteligente y conocedora. Es de esperar que el ejemplo cunda; de lo contrario, España será el país con una oferta de conciertos más rica y con un nivel musical más pobre de Europa.