Num102 014

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Aportaciones al debate sobre
la Unión Económica y
Monetaria
MIGUEL BLESA*
M
ucho antes de que España se incorporase a la Comunidad Económica Europea en
enero de 1986, uno de los temas recurrentes analizados por todos los Servicios
de Estudios, Instituciones, Ministerios y Universidades fue el impacto de la
adhesión al Mercado Común en cada uno de los distintos frentes de la economía
española. Para las entidades financieras, prever cuál sería el entorno en el que tendrían que actuar a
partir de entonces era un tema clave, no sólo por su propio objetivo de supervivencia, sino por su
posición preeminente como intermediario entre la economía real y la financiera, redistribuyendo el
ahorro y financiando las inversiones; entre la economía nacional y la extranjera, facilitando las
operaciones de comercio exterior y el cambio de divisas; entre el Banco de España y los
particulares y empresas, actuando de transmisor de la política monetaria; en resumen, ejerciendo
ese fundamental papel que las entidades financieras tienen encomendado en la marcha de la
economía nacional.
* Presidente de Caja Madrid.
Esa etapa coincidió, además, con un proceso de liberalización en múltiples sectores de la economía
que aún hoy no se ha dado por concluido. Desde los medios de comunicación se comenzó a
promover una mayor difusión de los temas económico-financieros entre los particulares, lo que
acrecentó su cultura financiera: las fusiones, el estrechamiento de márgenes, las ofertas públicas de
adquisición de acciones, los fondos de inversión y de pensiones, se trasladaron de los foros
económicos y académicos a las tertulias coloquiales.
El fenómeno del debate se repitió cuando se abrieron las fronteras al mercado único de servicios
bancarios. Se temía una avalancha de entidades europeas que iban a implantarse en España en
busca de las elevadas rentabilidades que aún disfrutaba nuestro sistema bancario. Al final, el
impacto fue mucho más moderado de lo que se esperaba; la libre prestación de servicios bancarios
se tradujo en que las entidades tuvieron menos problemas legales para implantarse en otros países y
se definieron las competencias en materia de supervisión bancaria por parte de los respectivos
bancos centrales. De hecho, la competencia en España se ha debido más a la propia actuación de
las entidades nacionales que a la penetración de otras entidades de la Unión Europea.
Hoy se produce de nuevo un fenómeno similar, coincidiendo con el advenimiento del 1 de enero de
1999, fecha en que, al menos para una selección de países, comenzará su andadura la Unión
Económica y Monetaria y el Euro como moneda representativa. Por ello, no me resisto a la
tentación de reflexionar sobre los que considero serán los principales cambios y retos a los que se
enfrentarán las entidades financieras, desmitificando algunas ideas a las que creo se ha dado más
importancia de la que merecen.
Fusiones y tamaño. Siempre que se avecina un profundo cambio en el entorno competitivo de
las entidades financieras que comporta una mayor globalización de los mercados (entrada en la
C.E.E., libre prestación de servicios financieros, moneda única) se defiende desde los foros
académicos y empresariales la opción de la fusión entre entidades como estrategia defensivaofensiva. Esta alternativa se defiende con mayor entusiasmo para aquellas entidades a las que se les
reconoce un tamaño reducido en comparación con el vasto mercado que se abre ante ellas. La
evidencia ha demostrado que la estrategia del volumen ha sido el camino elegido en casi todos los
países. El nivel de concentración del sistema bancario ha aumentado y las primeras entidades de
cada país representan cada vez un porcentaje mayor del total de activos y pasivos financieros.
En el caso español, los bancos que han experimentado los procesos de fusión más significativos ya
ocupaban las primeras posiciones por tamaño. Por su parte, las cajas de ahorros han hecho frente a
más procesos de fusiones que los bancos, aunque siempre entre entidades de la misma Comunidad
Autónoma. Ninguna, por el momento, ha afectado a cajas de distintas Comunidades. Este último
supuesto no se ha visto facilitado por un cambio legislativo que favoreciese dichas fusiones
intercomunitarias. Cabría esperar que la mayor experiencia de las cajas de ahorros en afrontar
procesos de fusión, junto con el apoyo por parte de la Administración para promover entidades más
fuertes, impulsase a partir de ahora fusiones entre cajas de distintas regiones.
Pero frente a estos argumentos en favor de las fusiones comentaré otros dos que son de signo
contrario. Desde luego, los bancos grandes contarán con una serie de ventajas (sinergias, amplia
base de clientes, capacidad para entrar en otros mercados, etc.), pero el tamaño sin una adecuada
estrategia y gestión no garantiza el éxito ni, tan siquiera, la supervivencia. Las fusiones y las
alianzas estratégicas, cuando se producen en términos más o menos paritarios, no son sencillas de
planear, llevar a cabo, ni mantener. Parece existir un período, entre tres y cinco años, en que los
costes y el proceso de la fusión debilitan en tal medida a la nueva entidad que desaconsejan tal
operación en un entorno de cambio como el que se nos avecina. En el caso de absorciones de
entidades pequeñas o medianas por parte de otra de mayor tamaño, la situación es relativamente
más sencilla, por cuanto el poder de decisión está concentrado en esta última.
El segundo argumento viene por el lado de la especialización. Frente a la estrategia del volumen, se
puede optar por un nicho geográfico, un determinado tipo de negocio, o un canal de distribución.
Esta estrategia no está reñida con el crecimiento ni con la rentabilidad, y las pequeñas entidades
pueden (y deben para poder sobrevivir) sustituir tamaño por especialización. Lo que si deberán
hacer estas instituciones de menor tamaño es ser capaces de ofrecer una gama mínima de productos
y servicios, para satisfacer las necesidades de cualquiera de sus clientes. Este catálogo puede ser
desarrollado por Confederaciones o por filiales participadas conjuntamente por varias entidades,
como ya hacen en la actualidad muchas cajas de ahorros.
En cualquier caso, sea por la vía de la fusiones y absorciones o por la de la especialización, si
queremos seguir presentando resultados positivos, la vía del crecimiento en volumen será
imprescindible en el futuro. Tras la reducción paulatina de tipos de interés, todos los agentes
económicos deberán acostumbrarse a vivir en un entorno de baja inflación y bajo coste del dinero.
La conclusión será evidente: se acentuará el estrechamiento de los márgenes bancarios. En un
entorno en el que por la vía precio será imposible aumentar el beneficio, la vía cantidad será la
única manera de conseguir mejorar los resultados. Esta situación recuerda mucho a la que se
produjo en España a finales de los ochenta cuando, tras liberalizarse los tipos de interés y las
comisiones, se permitió la libre expansión de sucursales a las cajas de ahorros. Bajo esas
condiciones, éstas se expandieron a otras regiones como manera rápida de aumentar su volumen de
negocio.
Entrada en nuevos mercados.
La implantación de una moneda única y de una política
monetaria común implicará un tipo de cambio único y unos tipos de interés homogéneos para los
países que accedan a la Unión Económica y Monetaria. Este proceso, no obstante, será la parte más
sencilla de la adaptación de las entidades financieras a la Unión Monetaria, ya que en el mismo no
podrán hacer otra cosa que cumplir las regulaciones que dicten los distintos Gobiernos o el propio
Banco Central Europeo. Los usuarios de servicios bancarios contarán con la ventaja de poder
comparar precios. Pero bancos y cajas deberán hacer frente en solitario a una serie de cambios que
podríamos calificar de estratégicos. De que una entidad sea capaz de identificar estos cambios y
adaptar su organización a los mismos dependerá su supervivencia.
Aquellas entidades que opten por desarrollar banca universal no sólo en su país de origen sino
también en otros países comunitarios, contarán con la ventaja de una moneda común. Desde el 1 de
enero de 1999, el euro ya será moneda legal, lo que podrá ser aprovechado por las entidades
financieras para empezar a “educar” a sus clientes y para acceder a nuevos mercados, bien a través
de sucursales, bien a través de nuevos canales de banca virtual, del mismo modo que podrán
hacerlo sus clientes. Si las entidades financieras no intentan desarrollar nuevas actividades, verán
paulatinamente reducida su cuota de mercado.
La experiencia reciente en España demuestra que las entidades que persiguen una expansión rápida
optan por salir fuera de su territorio tradicional, comprando redes y negocio de otros bancos
previamente establecidos. Las entidades europeas que elijan esta estrategia no perderán el tiempo
abriendo sucursales en plazas desconocidas, sino que comprarán redes de otros bancos o tomarán
participaciones de control en los mismos. Sin embargo, esto no significa que las entidades que
opten por defender su nicho actual de mercado estén abocadas al fracaso. Desde el punto de vista
geográfico, es claro que, al menos en un primer momento, ninguna entidad extranjera podrá
competir con entidad regional alguna.
Márgenes y rentabilidad. La cuenta de resultados de las entidades bancarias, tal y como la
hemos conocido hasta ahora, cambiará drásticamente. Ya no primará exclusivamente el margen de
intermediación, sino las comisiones, los resultados por operaciones financieras y los ingresos de
participaciones consolidables. Las guerras comerciales no se apoyarán en precios. Cuando llegue el
momento en que no puedan descender más los tipos de activo ni los de pasivo, la batalla se
trasladará a la diferenciación de productos y servicios. La pérdida de rentabilidad en la parte más
alta de la cuenta de resultados será compensada por el cobro de los servicios e innovaciones que
acompañen al producto. Éste no será sin embargo un proceso simple, ya que la diferenciación por
tipo de producto es muy difícil. Éstos son fácilmente imitables, lo que hará que no sea posible
innovar en las características básicas, pero sí en los servicios añadidos.
Y no sólo veremos alterada nuestra cuenta de resultados. Por lo que respecta al balance, se
producirá un trasvase desde el pasivo hacia productos fuera de balance (fondos de inversión, de
pensiones y seguros). Las proyecciones prevén un mayor crecimiento del ahorro de las familias que
del consumo; factores como el envejecimiento de la población, la moderación salarial o un
crecimiento económico más estable, cambiarán el patrón de comportamiento del consumo privado,
que aumentará por debajo del PIB en los próximos años. El mayor ahorro, la mejora de resultados
empresariales y la moderación relativa del consumo provocarán que el beneficio de los bancos
venga más por la prestación de servicios (fórmulas para colocar el dinero) que por la asunción de
riesgos (concesión de créditos).
Operaciones interbancarias.
La política monetaria común, junto con el sistema de pagos
transfronterizo, facilitará la realización de operaciones de tesorería y mercados de capitales con
entidades de otros países. Esta será otra vía de “engordar” el balance y seguir arañando rentabilidad
a cada euro gestionado. Una consecuencia que se derivará del incremento de esta operativa será la
potenciación de los Servicios de Análisis de las entidades financieras. Éstas deberán conocer las
condiciones económicas de otros países al igual que ahora conocen las economías regionales de
España; analizarán los mercados de valores locales y las empresas que en ellos cotizan como ahora
analizan las empresas españolas; y estudiarán el riesgo de otras entidades financieras del mismo
modo que ahora realizan credit scoring con los bancos y cajas nacionales.
Productos y servicios financieros. Retomando el tema de los productos, asistiremos a un
fenómeno de importación-exportación de catálogos entre entidades de diferentes países. La mayor
cultura financiera que anteriormente he comentado, junto con la operativa en una moneda común,
favorecerá la demanda selectiva de los mejores productos y servicios, que se extenderán con
rapidez a lo largo de las fronteras. Es obvio que la herencia histórico-financiera de cada país
influirá en una cierta diferenciación que impedirá la normalización plena.
Pero no sólo la propia idiosincrasia de cada país influirá en la selección de los productos más
demandados; especial importancia cobrará el marco regulador legal y fiscal. Esta última cuestión,
junto con la normativa sobre procedimientos judiciales, serán claves para alcanzar una verdadera
homogeneización y evitar las transferencias de clientes de un país a otro.
Costes.
Las entidades bancarias tienen un importante papel en la información de sus clientes,
tanto particulares como empresas, sobre el significado de la moneda única. Si bien todos los
agentes se verán influidos por la introducción del euro, las entidades financieras serán las más
afectadas, por la característica básica de su negocio: la materia prima y el producto final es el
dinero. Este coste que deben soportar puede rentabilizarse si las entidades logran satisfacer a sus
clientes en el proceso informativo, ya que ello constituirá una ventaja de cara a la fidelización de
los mismos.
No abundaré en el resto de costes a los que tendrá que hacer frente el sistema bancario, ya que son
por todos conocidos: aplicaciones informáticas, cajeros automáticos, dispensadores, impresos,
contratos, contabilidad, etc. Pero toda dificultad puede transformarse en una oportunidad y esta no
es otra que la posibilidad de redefinir y racionalizar los procesos contables, organizativos e
informáticos existentes para afrontar el nuevo siglo desde una posición mucho más fuerte. Antes he
citado algunos conceptos de ingreso de la cuenta de resultados sobre los que habrá que actuar, pero
el epígrafe de los costes de transformación es crítico para recuperar la rentabilidad.
Red de distribución.
Es cierto que en España hay más sucursales (9 por cada 10.000
habitantes) que en el resto de países europeos (de 2 a 6 para esa misma proporción de población),
pero también lo es que dichas oficinas son mucho más pequeñas en términos de dotación humana: 7
empleados por sucursal frente a 15-26 en otros países. Es ya muy manido el argumento de la
sobredimensión de la red de sucursales en España, pero yo me planteo las siguientes cuestiones.
¿No se trata más bien de un tema de servicio al cliente (esto es, cercanía al domicilio o al lugar de
trabajo) que de sobredimensionamiento? ¿No estamos defendiendo que el gran diferencial será el
servicio? ¿No pretendemos que un mejor servicio sea el argumento para poder cobrar más
comisiones a los clientes? ¿Es realmente cierto que las nuevas tecnologías están provocando una
pérdida de importancia de la sucursal como factor de competencia, en particular en el segmento de
la banca minorista? En definitiva, ¿por qué no reconocer el gran valor de nuestra red de
distribución bancaria?
No cabe duda de que la racionalización de costes, incluida la red de distribución, es necesaria para
competir y sobrevivir. Pero saquemos ventaja de inconveniente. Hagamos valer frente a la
competencia esa barrera defensiva que supone la excelente red de sucursales española y
mejorémosla para hacerla excelente también desde el punto de vista de la eficiencia. Favorezcamos
dicha eficiencia con nuevos canales de distribución, con banca telefónica, banca virtual, oficinas
automáticas y vayamos modificando los hábitos de conducta de nuestros clientes.
Conclusión. Hace unos años, con la mirada puesta en el futuro, se nos presentaba un escenario
que, aunque incierto, mostraba al menos una senda a seguir. Siempre podíamos ver más allá de
nuestras fronteras para intuir nuestro porvenir. Las consecuencias de la entrada en la C.E.E. las
podíamos estudiar en otros países. Con mucha antelación se nos iban marcando las distintas etapas
que atravesaríamos: libre circulación de mercancías, de personas, de capitales, convergencia en
precios y tipos de cambio y, por fin, Unión Económica y Monetaria.
Pero el acceso a la Unión Monetaria implicará haber alcanzado unos niveles de convergencia
económica que, aunque debamos seguir esforzándonos por mantenerlos, deja la puerta abierta a una
pregunta. ¿Qué pasará después de junio del 2002? Ya no tendremos un calendario definido; tan
sólo nos quedará la libre competencia y todo un campo abierto a nuevas posibilidades de actuación.
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