Num119 005

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Una reflexión
sobre el soldado profesional
JAVIER PARDO DE SANTAYANA Y COLOMA*
E
en España, el debate sobre la
seguridad y la defensa nacional se ha
venido limitando casi exclusivamente
al tema del servicio militar obligatorio, y se ha
desarrollado, no tanto en torno a los aspectos
técnicos de este servicio como en relación con
sus aspectos sociales. El debate favoreció que
saliesen a la superficie muchos prejuicios de
carácter ideológico que perturbaban la lógica
del razonamiento. Técnicamente, se esgrimían
razones de eficacia: el alto nivel tecnológico de
los ejércitos admitía difícilmente el permanente
relevo de los soldados y los cada vez más cortos
períodos de servicio, que tampoco permitían
contar con unidades permanentemente
adiestradas y realmente disponibles. Por otra
* Teniente General.
parte, las llamadas “nuevas misiones”, alejadas
de nuestras fronteras y no relacionadas
directamente con la defensa de éstas,
aconsejaban que la Fuerza estuviese compuesta
por voluntarios, ya que la conciencia cívica se
mostraba insuficiente para entender que, en un
mundo globalizado, la defensa de nuestros
valores tiende a ejercerse a mayores distancias,
y que esta defensa bien merece el sacrificio.
Pero los argumentos más populares fueron los
de carácter social. El dinamismo de la sociedad
actual, el ritmo de vida y las dificultades para
encontrar y conservar los empleos, hacían cada
vez más incómoda la obligación del servicio de
las armas; una razón que fue aprovechada por
movimientos con fijación antimilitar, hasta el
punto de provocar el fenómeno de la insumisión
a las leyes, incomprensible para los demás
países de nuestro entorno cultural. La objeción,
admitida inicialmente ante el problema que
presentaban los Testigos de Jehová, llegó a
adquirir tonos alarmantes al superar
ampliamente los casos de auténtico problema
moral, y su abuso, aunque ejercido, desde luego,
en la práctica de la legalidad, provocó el
gravísimo efecto de que una buena parte de una
generación de jóvenes falsease y violentase su
conciencia por razones de simple, aunque
comprensible,
conveniencia,
buscando
justificación en argumentos proporcionados por
algunos grupos residuales expertos en los
eslogans de lo “políticamente correcto”. No
reconocer este lamentable hecho sería negar la
evidencia.
La decisión tomada por el gobierno español
vino a limpiar y serenar el ambiente. Y es que,
como es bien conocido, se optó finalmente por
la profesionalización total de las Fuerzas
Armadas españolas, siguiendo una tendencia
generalizada en el mundo occidental. El cambio
bien puede calificarse de “histórico”: lo que
antes fuera signo de progreso, es decir, la
participación de la ciudadanía en la defensa de
la nación, se consideraba ahora como algo
anacrónico e inconveniente. Este fenómeno no
era singular, ya que algunos otros de los
cambios observados en los últimos tiempos han
ido en el mismo sentido, como fuera el caso de
la conquista de la naturaleza, antes ensalzada
como un logro del hombre, para ser ahora signo
de barbarie, y ahí tenemos el ejemplo de
Holanda, un país cuyo territorio fue ganado al
mar; algo que hoy no se consideraría aceptable
en modo alguno.
***
Hasta aquí se ha expuesto cómo la mayoría de
lo dicho y escrito sobre la profesionalización de
los ejércitos se había centrado hasta ahora,
sobre todo, en las razones en pro o en contra de
la decisión de cambiar de modelo de Fuerzas
Armadas. Pues bien, una vez tomada ya la
decisión con carácter definitivo, parece llegado
el momento de ocuparse principalmente de sus
futuros efectos. Indudablemente, el cambio se
puede considerar irreversible incluso a largo
plazo. Nos hemos lanzado a la piscina, y será
necesario aprender enseguida a nadar; por tanto
urge que los pasos se orienten desde el principio
en la dirección adecuada.
Muchos son los problemas que será preciso
resolver, y cada uno de ellos constituye un reto,
puesto que no existe experiencia previa
verdaderamente válida al respecto. Una buena
parte de los cambios son de carácter económico
o técnico. No nos extenderemos en su
consideración, sino que solamente apuntaremos
algunos de los más significativos.
Desde el punto de vista económico, parece
evidente que lo más importante es asegurar la
viabilidad del programa. Para ello hay que
buscar fórmulas que garanticen de forma
permanente su financiación; no basta con
allegar recursos para salir al paso de las
necesidades
actuales, como tampoco
identificar fuentes de financiación que
puedan agotarse a corto plazo. Por otra parte,
la
financiación
del
programa
de
profesionalización no debe hacerse por el
burdo procedimiento de reducir aun más
nuestras Fuerzas Armadas o a costa de los
programas
de
modernización.
La
profesionalización y la modernización
constituyen un binomio que debe ser
equilibrado, y aquélla no tiene demasiado
sentido si falta ésta.
No creo necesario aclarar que la financiación
se dedicará a algo más que a atender el pago
del salario mensual básico de los soldados,
pues la nueva condición de profesionales que
éstos tienen les da derecho a percibir los
complementos y dietas correspondientes, así
como a disfrutar de los apoyos sociales
propios de los servidores del Estado. Téngase
en cuenta que durante el tiempo de vigencia
del servicio militar obligatorio, la sociedad
española nunca exigió eficazmente de las
instancias públicas una atención económica
al soldado que se aproximase siquiera a la
prestada a otras actividades de servicio
oficial a la nación. También hay que realizar
un gran esfuerzo en materia de
infraestructura para adecuar las instalaciones
a los cambios introducidos, y para que
aquéllas tengan la calidad exigible teniendo
en cuenta la mayor permanencia y la nueva
condición de los soldados, así como las
necesidades que se crean en otros aspectos
importantes.
Aunque no entremos en ellos, es fácil
comprender que los problemas “técnicos” de
carácter militar están requiriendo un esfuerzo
considerable por parte de las Fuerzas Armadas.
Estos problemas no se refieren solamente a
aspectos de política de personal; por ejemplo, se
hace preciso modificar de arriba a abajo los
planes de instrucción y adiestramiento.
Pero sobre todos estos problemas y retos, de por
sí numerosos e importantes, quisiera destacar
algunos de especial repercusión social o que
afectan a la esencia misma de la milicia.
En primer lugar, habrá que evitar una
desconexión excesiva del ciudadano con la
defensa de su nación. Este problema se
producirá por la pérdida en sí de la obligación
de servicio, y también por el menor
conocimiento que se deriva de esta pérdida,
pues si el nivel del conscripto no le permitía
adquirir una verdadera perspectiva de la defensa
nacional, al menos le era suficiente para
adquirir una cierta experiencia que le permitiría
elaborar algunas intuiciones.
En realidad, aún subsiste la posibilidad de
acudir a la movilización de los ciudadanos en
caso necesario, pero esta posibilidad aparece
hoy tan remota que el ciudadano no se siente
presionado por ella, y bien pudiera sentirse
justificado simplemente por la contribución que
aporta a la defensa a través de los impuestos.
Pero la propia defensa es asunto tan importante
que exigirá encontrar mecanismos para evitar
una desconexión radical. De aquí se deriva la
necesidad de alentar, desde los sectores más
responsables de la sociedad, el establecimiento
de puentes entre ésta y sus Fuerzas Armadas.
A este respecto, el ámbito intelectual y el
universitario deben ser objeto de especial
atención, pues las ideas son clave a la hora de
desarrollar una verdadera conciencia de
defensa, meta ésta que parece también esencial
si se quiere garantizar la viabilidad de la
profesionalización. Nada debiera escapar a la
curiosidad y al interés de los estudiosos, y
mucho menos de la universidad, aunque no
fuera más que por coherencia etimológica.
Téngase en cuenta, además, que los asuntos
relacionados con el conflicto están en el corazón
mismo del drama humano y tienen
repercusiones políticas, económicas y sociales
de gran trascendencia.
Lo que aquí se ha dicho respecto al ámbito
universitario es igualmente aplicable al
ámbito educativo en general, y no nos debiera
escandalizar, sino todo lo contrario, que
nuestros escolares adquirieran al menos un
conocimiento básico de lo que es la defensa.
No se comprende bien por qué se han de
obtener unos conocimientos rudimentarios,
por ejemplo, sobre lo que es el comercio, y
no sobre lo que es la defensa, pues no
estamos hablando de una actividad virtual,
sino de una función que entra en los
presupuestos
y
que,
para
mayor
abundamiento, constituye una de las
responsabilidades fundamentales del Estado
y de la misma sociedad democrática.
La brevedad de este artículo no me permite
desarrollar mucho más este asunto, pero no me
resisto a decir que lo que acabo de señalar
debiera permitir y estimular un debate serio
sobre los asuntos relacionados con la seguridad
y la defensa, tal como propugna el Libro Blanco
sobre la Defensa Nacional, recientemente publicado. En este sentido sería deseable que
proliferasen los foros dedicados a abordar los
temas de carácter estratégico y militar, según
una
tendencia
que,
afortunadamente,
empezamos a observar en España y que debiera
aproximarnos lo antes posible a los niveles de
debate de algunos países de nuestro entorno
cultural.
Otra posible incidencia negativa de la
profesionalización puede producirse en el
sentimiento patriótico, es decir, en el
sentimiento de pertenencia a una comunidad
que ha vivido una experiencia vital común y
cuyos lazos históricos y culturales son
evidentes; una comunidad cuyo rico patrimonio
debemos estar dispuestos a defender.
Indudablemente, nada sería más pernicioso que
hacer residir exclusivamente el patriotismo en
las Fuerzas Armadas. Por eso aquí me refiero
concretamente a la pérdida de la ocasión de
conocimiento mutuo que establecía el servicio
militar entre las diversas regiones y a la toma de
conciencia que en él se producía respecto al
hecho de pertenecer a una misma e importante
nación.
Ciertamente no es concebible una defensa
nacional que no esté respaldada por este
sentimiento, deseable en cualquier caso para la
cohesión y eficacia de cualquier proyecto en
común, y que el Papa, en su mensaje sobre la
paz de este año, considera como un valor que no
debe ser sólo respetado, sino también cultivado,
evitando, eso sí, sus manifestaciones
patológicas. Nuestros líderes no deberán
descuidar un aspecto tan fundamental. En ese
sentido parecen orientarse los esfuerzos que
actualmente se realizan para situar a nuestra
nación en el lugar que le corresponde por su
historia, su vitalidad, su potencialidad y su
cultura, pues el desarrollo de intereses
compartidos por todos es una vía indirecta pero
enormemente práctica para la convergencia de
los españoles en un proyecto común
enriquecido por la variedad.
Las dificultades que ahora experimenta nuestra
nación en relación con este asunto no tienen
mucho sentido si atendemos a las tendencias del
pensamiento. Para ser más específico, quisiera
señalar que si por algo se caracteriza la sociedad
actual es por la complejidad. Podríamos decir,
en efecto, que modernidad equivale a
complejidad. Internet es un fruto de la
complejidad y, a la vez, una forma de “navegar”
por ella. Pues bien, la solución que da el hombre
de hoy al problema de la complejidad, siempre
difícil de manejar, es la compatibilidad. Todo se
admite, todo entra dentro del marco. Se propicia
el diálogo en las relaciones individuales e
institucionales, el consenso en la resolución de
problemas originados por el choque de
intereses, y la cooperación tiende a sustituir a la
confrontación en las relaciones internacionales.
En cuanto a los afectos y las lealtades, se sitúan
en un esquema de círculos concéntricos que no
deben interferirse. Por eso, de la misma forma
que no parece haber inconveniente en sentirse
simultáneamente español, europeo y ciudadano
del mundo, no debe existir tampoco motivo
alguno para contraponer estas lealtades y
afectos con otras de menor radio.
A mayor abundamiento, el nuevo paradigma de
la globalización, consecuencia de unos avances
científicos y tecnológicos que han puesto en
evidencia la interrelación entre los fenómenos
hasta el punto de desacreditar al habitual
pensamiento lineal y reduccionista, propicia el
sentimiento de la solidaridad y denuncia, no
sólo la inconveniencia, sino también la
inutilidad del establecimiento de nuevas
barreras y el afán de afirmarse negando a los
demás.
Para terminar, añadiré a la lista de posibles
problemas la posibilidad de que el soldado
profesional llegue a ser considerado algo así
como un mercenario. Para evitarlo se hace
absolutamente necesario que su formación
militar incluya, juntamente con una preparación
técnica a la altura de nuestro tiempo, una
profunda formación moral. La ciudadanía tiene
que saber que sus soldados están sustentados
por unos valores cívicos y militares que serán la
mejor garantía de que la fuerza se empleará con
conciencia de responsabilidad, respeto a los
derechos humanos, espíritu de servicio y
disposición para el sacrificio. En este sentido, el
soldado debe constituir un modelo de ciudadano
y despertar un sentimiento de identificación y
de orgullo nacional. La formación moral se hace
también imprescindible para que el compromiso
del soldado con su juramento de dar la vida por
la Patria, si ello fuera preciso, encuentre
fundamento y apoyo a la hora de la verdad.
Nuestra actual experiencia europea demuestra
fehacientemente que la retórica está siendo
gradualmente arrinconada en beneficio de la
eficacia. Este hecho se constata, por ejemplo, en
el terreno económico, donde hoy la
confrontación ideológica se produce dentro de
límites muy estrechos. En lo que se refiere a la
defensa, ya existe una sólida costumbre del
trabajo en común y un hábito de consenso. Éste
permite avanzar continuamente, ya que tiende a
encontrar una solución para cada problema.
Pues bien, en el ámbito nacional, la eficacia
exigirá que la función de la defensa encaje
armoniosamente en el conjunto de las
responsabilidades y actividades del Estado, y
que la sociedad comprenda la necesidad de esa
función y se identifique con ella. No se trata de
darle más importancia de la que merece, con ser
ésta mucha, pero tampoco menos de la que le
corresponde. En esta visión ponderada y
armónica, excluyente de filias y fobias y
generadora de eficacia en orden a la
consecución y la defensa de la paz en un nuevo
ambiente estratégico, el soldado profesional
debe emerger con luz propia como ejemplo vivo
de los valores atesorados por la sociedad
española.
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