Una reflexión sobre el soldado profesional JAVIER PARDO DE SANTAYANA Y COLOMA* E en España, el debate sobre la seguridad y la defensa nacional se ha venido limitando casi exclusivamente al tema del servicio militar obligatorio, y se ha desarrollado, no tanto en torno a los aspectos técnicos de este servicio como en relación con sus aspectos sociales. El debate favoreció que saliesen a la superficie muchos prejuicios de carácter ideológico que perturbaban la lógica del razonamiento. Técnicamente, se esgrimían razones de eficacia: el alto nivel tecnológico de los ejércitos admitía difícilmente el permanente relevo de los soldados y los cada vez más cortos períodos de servicio, que * Teniente General. tampoco permitían contar con unidades permanentemente adiestradas y realmente disponibles. Por otra parte, las llamadas “nuevas misiones”, alejadas de nuestras fronteras y no relacionadas directamente con la defensa de éstas, aconsejaban que la Fuerza estuviese compuesta por voluntarios, ya que la conciencia cívica se mostraba insuficiente para entender que, en un mundo globalizado, la defensa de nuestros valores tiende a ejercerse a mayores distancias, y que esta defensa bien merece el sacrificio. Pero los argumentos más populares fueron los de carácter social. El dinamismo de la sociedad actual, el ritmo de vida y las dificultades para encontrar y conservar los empleos, hacían cada vez más incómoda la obligación del servicio de las armas; una razón que fue aprovechada por movimientos con fijación antimilitar, hasta el punto de provocar el fenómeno de la insumisión a las leyes, incomprensible para los demás países de nuestro entorno cultural. La objeción, admitida inicialmente ante el problema que presentaban los Testigos de Jehová, llegó a adquirir tonos alarmantes al superar ampliamente los casos de auténtico problema moral, y su abuso, aunque ejercido, desde luego, en la práctica de la legalidad, provocó el gravísimo efecto de que una buena parte de una generación de jóvenes falsease y violentase su conciencia por razones de simple, aunque comprensible, conveniencia, buscando justificación en argumentos proporcionados por algunos grupos residuales expertos en los eslogans de lo “políticamente correcto”. No reconocer este lamentable hecho sería negar la evidencia. La decisión tomada por el gobierno español vino a limpiar y serenar el ambiente. Y es que, como es bien conocido, se optó finalmente por la profesionalización total de las Fuerzas Armadas españolas, siguiendo una tendencia generalizada en el mundo occidental. El cambio bien puede calificarse de “histórico”: lo que antes fuera signo de progreso, es decir, la participación de la ciudadanía en la defensa de la nación, se consideraba ahora como algo anacrónico e inconveniente. Este fenómeno no era singular, ya que algunos otros de los cambios observados en los últimos tiempos han ido en el mismo sentido, como fuera el caso de la conquista de la naturaleza, antes ensalzada como un logro del hombre, para ser ahora signo de barbarie, y ahí tenemos el ejemplo de Holanda, un país cuyo territorio fue ganado al mar; algo que hoy no se consideraría aceptable en modo alguno. *** Hasta aquí se ha expuesto cómo la mayoría de lo dicho y escrito sobre la profesionalización de los ejé rcitos se había centrado hasta ahora, sobre todo, en las razones en pro o en contra de la decisión de cambiar de modelo de Fuerzas Armadas. Pues bien, una vez tomada ya la decisión con carácter definitivo, parece llegado el momento de ocuparse principalmente de sus futuros efectos. Indudablemente, el cambio se puede considerar irreversible incluso a largo plazo. Nos hemos lanzado a la piscina, y será necesario aprender enseguida a nadar; por tanto urge que los pasos se orienten desde el principio en la dirección adecuada. Muchos son los problemas que será preciso resolver, y cada uno de ellos constituye un reto, puesto que no existe experiencia previa verdaderamente válida al respecto. Una buena parte de los cambios son de carácter económico o técnico. No nos extenderemos en su consideración, sino que solamente apuntaremos algunos de los más significativos. Desde el punto de vista económico, parece evidente que lo más importante es asegurar la viabilidad del programa. Para ello hay que buscar fórmulas que garanticen de forma permanente su financiación; no basta con allegar recursos para salir al paso de las necesidades actuales, como tampoco identificar fuentes de financiación que puedan agotarse a corto plazo. Por otra parte, la financiación del programa de profesionalización no debe hacerse por el burdo procedimiento de reducir aun más nuestras Fuerzas Armadas o a costa de los programas de modernización. La profesionalización y la modernización constituyen un binomio que debe ser equilibrado, y aquélla no tiene demasiado sentido si falta ésta. No creo necesario aclarar que la financiación se dedicará a algo más que a atender el pago del salario mensual básico de los soldados, pues la nueva condición de profesionales que éstos tienen les da derecho a percibir los complementos y dietas correspondientes, así como a disfrutar de los apoyos sociales propios de los servidores del Estado. Téngase en cuenta que durante el tiempo de vigencia del servicio militar obligatorio, la sociedad española nunca exigió eficazmente de las instancias públicas una atención económica al soldado que se aproximase siquiera a la prestada a otras actividades de servicio oficial a la nación. También hay que realizar un gran esfuerzo en materia de infraestructura para adecuar las instalaciones a los cambios introducidos, y para que aquéllas tengan la calidad exigible teniendo en cuenta la mayor permanencia y la nueva condición de los soldados, así como las necesidades que se crean en otros aspectos importantes. Aunque no entremos en ellos, es fácil comprender que los problemas “técnicos” de carácter militar están requiriendo un esfuerzo considerable por parte de las Fuerzas Armadas. Estos problemas no se refieren solamente a aspectos de política de personal; por ejemplo, se hace preciso modificar de arriba a abajo los planes de instrucción y adiestramiento. Pero sobre todos estos problemas y retos, de por sí numerosos e importantes, quisiera destacar algunos de especial repercusión social o que afectan a la esencia misma de la milicia. En primer lugar, habrá que evitar una desconexión excesiva del ciudadano con la defensa de su nación. Este problema se producirá por la pérdida en sí de la obligación de servicio, y también por el menor conocimiento que se deriva de esta pérdida, pues si el nivel del conscripto no le permitía adquirir una verdadera perspectiva de la defensa nacional, al menos le era suficiente para adquirir una cierta experiencia que le permitiría elaborar algunas intuiciones. En realidad, aún subsiste la posibilidad de acudir a la movilización de los ciudadanos en caso necesario, pero esta posibilidad aparece hoy tan remota que el ciudadano no se siente presionado por ella, y bien pudiera sentirse justificado simplemente por la contribución que aporta a la defensa a través de los impuestos. Pero la propia defensa es asunto tan importante que exigirá encontrar mecanismos para evitar una desconexión radical. De aquí se deriva la necesidad de alentar, desde los sectores más responsables de la sociedad, el establecimiento de puentes entre ésta y sus Fuerzas Armadas. A este respecto, el ámbito intelectual y el universitario deben ser objeto de especial atención, pues las ideas son clave a la hora de desarrollar una verdadera conciencia de defensa, meta ésta que parece también esencial si se quiere garantizar la viabilidad de la profesionalización. Nada debiera escapar a la curiosidad y al interés de los estudiosos, y mucho menos de la universidad, aunque no fuera más que por coherencia etimológica. Téngase en cuenta, además, que los asuntos relacionados con el conflicto están en el corazón mismo del drama humano y tienen repercusiones políticas, económicas y sociales de gran trascendencia. Lo que aquí se ha dicho respecto al ámbito universitario es igualmente aplicable al ámbito educativo en general, y no nos debiera escandalizar, sino todo lo contrario, que nuestros escolares adquirieran al me nos un conocimiento básico de lo que es la defensa. No se comprende bien por qué se han de obtener unos conocimientos rudimentarios, por ejemplo, sobre lo que es el comercio, y no sobre lo que es la defensa, pues no estamos hablando de una actividad virtual, sino de una función que entra en los presupuestos y que, para mayor abundamiento, constituye una de las responsabilidades fundamentales del Estado y de la misma sociedad democrática. La brevedad de este artículo no me permite desarrollar mucho más este asunto, pero no me resisto a decir que lo que acabo de señalar debiera permitir y estimular un debate serio sobre los asuntos relacionados con la seguridad y la defensa, tal como propugna el Libro Blanco sobre la Defensa Nacional, recientemente publicado. En este sentido sería deseable que proliferasen los foros dedicados a abordar los temas de carácter estratégico y militar, según una tendencia que, afortunadamente, empezamos a observar en España y que debiera aproximarnos lo antes posible a los niveles de debate de algunos países de nuestro entorno cultural. Otra posible incidencia negativa de la profesionalización puede producirse en el sentimiento patriótico, es decir, en el sentimiento de pertenencia a una comunidad que ha vivido una experiencia vital común y cuyos lazos históricos y culturales son evidentes; una comunidad cuyo rico patrimonio debemos estar dispuestos a defender. Indudablemente, nada sería más pernicioso que hacer residir exclusivamente el patriotismo en las Fuerzas Armadas. Por eso aquí me refiero concretamente a la pérdida de la ocasión de conocimiento mutuo que establecía el servicio militar entre las diversas regiones y a la toma de conciencia que en él se producía respecto al hecho de pertenecer a una misma e importante nación. Ciertamente no es concebible una defensa nacional que no esté respaldada por este sentimiento, deseable en cualquier caso para la cohesión y eficacia de cualquier proyecto en común, y que el Papa, en su mensaje sobre la paz de este año, considera como un valor que no debe ser sólo respetado, sino también cultivado, evitando, eso sí, sus manifestaciones patológicas. Nuestros líderes no deberán descuidar un aspecto tan fundamental. En ese sentido parecen orientarse los esfuerzos que actualmente se realizan para situar a nuestra nación en el lugar que le corresponde por su historia, su vitalidad, su potencialidad y su cultura, pues el desarrollo de intereses compartidos por todos es una vía indirecta pero enormemente práctica para la convergencia de los españoles en un proyecto común enriquecido por la variedad. Las dificultades que ahora experimenta nuestra nación en relación con este asunto no tienen mucho sentido si atendemos a las tendencias del pensamiento. Para ser más específico, quisiera señalar que si por algo se caracteriza la sociedad actual es por la complejidad. Podríamos decir, en efecto, que modernidad equivale a complejidad. Internet es un fruto de la complejidad y, a la vez, una forma de “navegar” por ella. Pues bien, la solución que da el hombre de hoy al problema de la complejidad, siempre difícil de manejar, es la compatibilidad. Todo se admite, todo entra dentro del marco. Se propicia el diálogo en las relaciones individuales e institucionales, el consenso en la resolución de problemas originados por el choque de intereses, y la cooperación tiende a sustituir a la confrontación en las relaciones internacionales. En cuanto a los afectos y las lealtades, se sitúan en un esquema de círculos concéntricos que no deben interferirse. Por eso, de la misma forma que no parece haber inconveniente en sentirse simultáneamente español, europeo y ciudadano del mundo, no debe existir tampoco motivo alguno para contraponer estas lealtades y afectos con otras de menor radio. A mayor abundamiento, el nuevo paradigma de la globalización, consecuencia de unos avances científicos y tecnológicos que han puesto en evidencia la interrelación entre los fenómenos hasta el punto de desacreditar al habitual pensamiento lineal y reduccionista, propicia el sentimiento de la solidaridad y denuncia, no sólo la inconveniencia, sino también la inutilidad del establecimiento de nuevas barreras y el afán de afirmarse negando a los demás. Para terminar, añadiré a la lista de posibles problemas la posibilidad de que el soldado profesional llegue a ser considerado algo así como un mercenario. Para evitarlo se hace absolutamente necesario que su formación militar incluya, juntamente con una preparación técnica a la altura de nuestro tiempo, una profunda formación moral. La ciudadanía tiene que saber que sus soldados están sustentados por unos valores cívicos y militares que serán la mejor garantía de que la fuerza se empleará con conciencia de responsabilidad, respeto a los derechos humanos, espíritu de servicio y disposición para el sacrificio. En este sentido, el soldado debe constituir un modelo de ciudadano y despertar un sentimiento de identificación y de orgullo nacional. La formación moral se hace también imprescindible para que el compromiso del soldado con su juramento de dar la vida por la Patria, si ello fuera preciso, encuentre fundamento y apoyo a la hora de la verdad. Nuestra actual experiencia europea demuestra fehacientemente que la retórica está siendo gradualmente arrinconada en beneficio de la eficacia. Este hecho se constata, por ejemplo, en el terreno económico, donde hoy la confrontación ideológica se produce dentro de límites muy estrechos. En lo que se refiere a la defensa, ya existe una sólida costumbre del trabajo en común y un hábito de consenso. Éste permite avanzar continuamente, ya que tiende a encontrar una solución para cada problema. Pues bien, en el ámbito nacional, la eficacia exigirá que la función de la defensa encaje armoniosamente en el conjunto de las responsabilidades y actividades del Estado, y que la sociedad comprenda la necesidad de esa función y se identifique con ella. No se trata de darle más importancia de la que merece, con ser ésta mucha, pero tampoco menos de la que le corresponde. En esta visión ponderada y armónica, excluyente de filias y fobias y generadora de eficacia en orden a la consecución y la defensa de la paz en un nuevo ambiente estratégico, el soldado profesional debe emerger con luz propia como ejemplo vivo de los valores atesorados por la sociedad española.