Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

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UNA PALABRA JOVEN (Nov 09)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
«Verán al Hijo del hombre que viene con gran poder y gloria»
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su
resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán
sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria;
entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo
de la tierra hasta el extremo del cielo.
De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las
hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto,
sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que
todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día
y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.»
Marcos 13, 24-32
Cuando falta poco para terminar el año litúrgico, la atención se dirige al fin del mundo, un tema
que ha preocupado a hombres de todos los tiempos y culturas. Utilizando el lenguaje y la simbología
de la apocalíptica de su tiempo, Marcos habla de un modo que -a primera vista- nos inquieta y
desasosiega. Del fin del mundo unos tienen una visión catastrofista. Piensan que la historia humana
está llamada al fracaso y las grandes desgracias no son sino el castigo de la soberbia y el pecado de los
hombres. Cuando todo se haya derrumbado, Dios intervendrá para restaurar todas las cosas y barrer del
mundo a los pecadores. Es la idea presente en los milenarismos tan en boca hoy día, predicados y
anunciados por algunas sectas. La verdad es que esta visión del mundo y de la historia refleja la imagen
de un Dios insensible a las desdichas humanas, pues espera a que todo fracase para intervenir y así
demostrar su poder y su fuerza. ¿Qué le impide actuar antes y evitar tanta desgracia y tanto
sufrimiento? El Dios de los catastrofistas no tiene nada que ver con el Padre misericordioso del que
habla Jesús. A éstos les dice que no hagan números pues nadie sabe -ni en el cielo ni en la tierra- el día
y la hora, sólo el Padre.
Otros piensan de modo más optimista. Creen que el mundo y la historia caminan hacia su
plenitud en un proceso creciente de desarrollo. Para éstos, Dios -como el sembrador- puso buena
semilla y ahora sólo espera que la sementera madure para llenar su granero. El mundo terminará y
también la historia, pero será para dar paso a una nueva creación. El Dios en el que creen no tiene ya
nada que hacer, sólo esperar. Esta mentalidad es la que inspira la Nueva Era, marcada por el
pensamiento oriental y la gnosis de los primeros siglos.
La verdad es que sobre el final no sabemos nada. El Apocalipsis y otros escritos bíblicos
utilizan, al hablar del tema, un lenguaje simbólico que se nos escapa en gran parte. Además: no es una
de las preocupaciones de un cristiano conocer cuándo o cómo será el fin del mundo. La parábola de la
higuera expresa nuestra postura ante este tema. Se trata de estar atento y comprender el significado del
momento presente. El mundo es un campo de batalla en el que el Reino de Dios trata de abrirse camino
en medio de no poca resistencia y oposición. La tentación es desfallecer y abandonar, una vez perdida
la esperanza. Las Escrituras dicen que el final -por muy grande que sea la adversidad- siempre será de
Dios. Él vendrá y reunirá de los cuatro vientos a los que hayan dispersado las tormentas de la historia.
Lo que el Evangelio dice sobre el fin no son, pues, palabras para la inquietud, sino para la confianza.
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UNA PALABRA JOVEN (Nov 09)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Por mucha que sea la tribulación que nos aguarda, no debemos temer porque el Señor vendrá en
nuestra ayuda. Las dos primeras posturas invitan a huir del presente: una por miedo, otra por ilusión. El
cristiano sabe que su tarea -su misión- es construir aquí y ahora el Reino de Dios. El futuro está seguro
porque está en sus manos.
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