Escuela y sociedad 12-10-2004 IMANOL ZUBERO La escuela se ha vuelto una institución rara, aislada del resto de instituciones socializadoras e incluso en contradicción con ellas. Pensemos en la vivencia que de la escuela puede tener un niño o una niña, uno de nuestros hijos o hijas. Esa vivencia es la de un lugar donde los tiempos están perfectamente pautados, lo mismo que los espacios: ahora es el momento de jugar, no antes ni después, y se ha de hacer aquí, no en otro sitio. Un lugar donde la norma es la convivencia pacífica, ordenada, respetuosa: no se admite la imposición por la fuerza de unos sobre otros, se practica el diálogo, se comparten los objetos de juego y se funciona desde la igualdad. Un lugar donde la autoridad está claramente instaurada, donde se respetan y se cuidan los bienes públicos. Un lugar donde el libro es un objeto casi sagrado y la televisión se ve reducida a instrumento educativo. Un lugar donde se aprenden y se hablan otras lenguas. Un lugar donde se enseña el respeto a otras culturas, donde se educa en valores, donde se enseña, por encima de todo, la trascendencia innegociable de cada persona. Y ahora pensemos en lo que esos mismos niños y niñas viven fuera de la escuela, en el seno de sus familias, en las calles de nuestras ciudades y pueblos, en las cada vez más prolongadas y solitarias sesiones ante el televisor o las consolas de videojuegos. No es de extrañar que todas esas cosas que la escuela enseña sean sólo eso: cosas que tienen su lugar en el espacio escolar, pero no fuera de él. Cosas que nada tienen que ver con la vida real. Lo que ha ocurrido es que se ha roto la sinergia que existía entre las grandes instituciones socializadoras: familia, escuela, iglesia, medios de comunicación, trabajo y (en una medida distinta, pues siempre ha tenido un componente transgresor, donde se aprendía lo prohibido o se cuestionaba lo normalizado) grupo de amistad. Hasta hace unos años todas esas instituciones se apoyaban mutuamente: hoy cada una funciona movida por lógicas distintas y hasta contradictorias. Antaño, la sociedad en su conjunto funcionaba como una consistente máquina de disciplinar, de manera que los diversos espacios institucionales tenían como objetivo fundamental la más perfecta socialización de las personas en un marco normativo claramente definido. El Panóptico, ese proyecto de vigilancia total, no era un solo espacio, sino la conjunción de muchos. Antaño la escuela se prolongaba en el resto de la sociedad. Encargada de la tarea de "enderezar al árbol joven" aparecía investida de una autoridad indiscutible. La escuela, el espacio educativo, performaba el conjunto social, de manera que distintos modelos de escuela aspiraban a prefigurar diversos proyectos de sociedad: una escuela liberadora a lo Freire o a lo Neill, una escuela deconstruida a lo Illich, una escuela industrialmilitar a lo Makarenko; distintas escuelas para distintas sociedades, distintos alumnos para distintos modelos de ciudadano. Antaño la escuela era el último refugio de las utopías sociales, motor de cambio, humus para la regeneración, vivero de futuro. Espacio de libertad o de opresión, según: es otro tema. Hoy es la sociedad la que se introduce en la escuela. Una sociedad confusa, de espacios sociales enfrentados y lógicas institucionales contradictorias. No pretenderás que yo haga de profesor, dicen los padres; no pretenderás que yo haga de padre o de madre, responden las y los docentes. ¿Y el Estado? Inglés e informática pretenden ser la tabla de salvación de una escuela cada vez más desarbolada. O eso, o una transversalidad de libro que naufraga en la práctica ante la intransigente verticalidad de las irreconciliables demandas de unas familias (disciplinen sin frustrar a unos hijos con los que jamás entraremos en conflicto), unas empresas (formen a los profesionales que demande el mercado) y unas naciones (formen buenos españoles, o buenos vascos, según el currículo prescrito) que hace mucho han dejado de hablar entre sí. Hay violencia en la escuela como la hay en la sociedad, decimos; hay víctimas en la escuela, y victimarios, como los hay en cualquier otro ámbito de la sociedad; siempre ha sido así, decimos. Es cierto. Pero algo ha cambiado. Antaño la escuela no era el lugar raro que es hoy. El diálogo se ha roto y la escuela se ha quedado sola. Han fallado las alarmas. Tal vez porque ya no hay vigías. Tal vez porque cada uno nos preocupamos sólo por cumplir nuestra tarea. Irresponsabilidad organizada. Fallan las alarmas, y porque fallan se multiplican las sanciones que nada reparan, los controles que nada evitan y las seguridades que nada aseguran. Aún no hemos visto nada. UNA ESCUELA DE HOY (Experiencia cubana) La vocación del maestro Cuando nos referimos a una escuela de hoy no nos estamos refiriendo a la escuela al campo ni en el campo, estamos muy lejos de ello. Así llamaremos a lo que queremos convertir las escuelas actuales, escuela de hoy, lugar de encuentro de educadores y educandos para de la mano adentrarse en el mundo del conocimiento y la cultura, de la ética y los principios que rigen el mundo de hoy. La vocación a la enseñanza es la base sobre la que se construirá este proceso y cuando nos referimos a la vocación no podemos dejar de mencionar el amor, el maestro de vocación ama su profesión, vive para ella y para los que son objeto de su labor: los alumnos. A las aulas no deben ir a enseñar nadie que no sienta este amor, porque el amor será el único que garantizara que esta labor sea exitosa. La vocación de servicio del maestro lo llevara cada día a su aula a dar lo mejor de sí para alcanzar su meta final: contribuir a formar hombres y mujeres del mañana, pensantes y capaces de asumir el roll protagónico de sus vidas. El respeto es otro componente esencial, el maestro debe sentir un respeto enorme por si mismo, que lo motive a ser ejemplo para sus alumnos por sus conocimientos y su ética, debe al mismo tiempo ser conciente de lo que él representa dentro de este proceso de enseñanza y para la sociedad en general. La imagen del maestro necesita una pronta recuperación, si se quiere cambiar la escuela. Los jóvenes a los que llaman alumnos. Los alumnos, objetos de nuestra labor transformadora no pueden seguir viéndose como un número componente de una masa amorfa a la que debemos hacer entrar por el carril. Tenemos que ser capaces de reconocer cada rostro, cada nombre y cada vida en particular, pues de eso se trata, cada uno de ellos es un ser individual y único al que debemos tratar y ver como un ser humano particular, con sus propias características y dones y saber ayudar a cada uno a alcanzar los objetivos de nuestra enseñanza de manera que nadie quede rezagado en este proceso. En la escuela de hoy debe encontrar un espacio la fraternidad, esa que propicia el compartir lo que se tiene con el otro desde los conocimientos hasta los medios de enseñanza, sobre todo con aquel con menos recursos que no puede acceder a todos los instrumentos; como el libro, la computadora, etc.; el ayudar al condiscípulo a realizar la tarea o entender un tema que no ha sido totalmente asimilado, a realizar el proyecto de curso con que sé podrá fin a una materia. Pero con mucho cuidado que esta ayuda fraternal no se convierta en paternalismo que mate todo esfuerzo de superación personal o que por el contrario genere en el que ayuda un espíritu de superioridad. Por el contrario esta ayuda fraternal debe estar complementada de la sencillez, la modestia y sobre todo la compasión. La labor formadora del maestro es extremadamente delicada pues no se puede perder de vista que el objeto de su labor son seres humanos a los que si él sabe hacer bien su obra los ayudara a superarse y ser cada vez mejores persona, pero si por el contrario su labor falla, estará creando seres deformes que nunca alcanzaran su pleno desarrollo y sus mentes quedaran incapacitadas para ejercer ese derecho natural del ser humano: pensar. Por consiguiente su papel en la sociedad dejara de ser protagónico e individual para convertirse en la masa, esa que se mueve según corran los vientos y que impulsa la voz de aquel que sé auto denomina representante de ella. Esos no son los hombres y mujeres que pueden cambiar los destinos de ninguna nación, que pueden trabajar por el bien común, ni que puedan asumir con responsabilidad las funciones públicas para el bienestar de una nación en su conjunto. 1-Realiza lo siguiente: A-Leer en grupo. B- reflexionar y socializar los temas tratados. C- Elaborar un informe de lectura para socializarlo en clase.