Explotación agraria familiar. Crisis y perspectivas

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TEMA 5: LA EXPLOTACIÃ N AGRARIA FAMILIAR. CRISIS Y PERSPECTIVAS
(1-03-00). Como su propio nombre indica, se trata de unidades donde la familia constituye el núcleo esencial
en la toma de decisiones, de producción y consumo, distribución de los ingresos y aporte de recursos, es
decir, el trabajo proporcionado por la propia familia agricultora aparece como el eje del proceso productivo
agrÃ−cola que realiza, los diversos autores que han estudiado el tema, lógicamente han encontrado
diferencias sustanciales en la racionalidad, los recursos, y el comportamiento de estas unidades familiares o
campesinas respecto a las empresas capitalistas. Todas estas diferencias están a su vez relacionadas entre
sÃ−, pues se refieren a rasgos que se integran coherentemente en el marco de cada uno de estos tipos de
unidades productivas, en cuanto a la racionalidad, que no es otra cosa que el criterio básico con el que se
toman decisiones. Se puede señalar que mientras las empresas capitalistas persiguen la obtención máxima
de ganancias que resulte posible, las explotaciones familiares por el contrario procuran asegurar, ante todo, su
subsistencia como tales, lo que es lo mismo que decir la perduración de las condiciones de vida y de trabajo
de la familia campesina que esta al frente.
Desde el punto de vista de los recursos, también existen grandes diferencias entre las empresas de capital y
las familiares. Estas últimas tienen mucha menos tierra, poseen menor cantidad de instrumentos de trabajo y
se caracterizan por un acceso a la financiación plagado de dificultades, cuando no imposible. Al mismo
tiempo, mientras las empresas de capital utilizan preferentemente mano de obra asalariada que para ellos
representa un costo, las unidades de tipo campesino suelen funcionar con el trabajo de la propia familia. Con
estas premisas tan dispares es lógico que uno y otro tipo de explotación muestren comportamientos muy
diferentes. AsÃ− las empresas capitalistas guiadas por su búsqueda de ganancias se orientan sobre la base de
cálculos rigurosamente mercantiles y deciden sus acciones de modo que dichos cálculos conduzcan a los
mejores resultados económicos posibles. En cambio, como para la unidad campesina lo más importante es
asegurar la subsistencia de las condiciones de trabajo y de vida de la familia, su comportamiento supondrá la
adopción de aptitudes que para los criterios capitalistas serÃ−an totalmente irracionales como por ejemplo,
producir determinados bienes que no resultan económicamente convenientes utilizar métodos de trabajo
rudimentarios o anticuados, vender la producción a precios demasiados bajos o aceptar ingresos personales
que muchas veces son inferiores a un salario, junto a todo ello y teniendo en cuenta la precariedad de los
recursos disponibles, una explotación familiar siempre medirá mucho más los riesgos que una empresa
capitalista, lo cual la llevará a adoptar decisiones especialmente cautelosas.
Evidentemente, esta situación provoca un estado permanentemente de crisis para la explotación agraria
familiar. Parafraseando las ideas y reflexiones que Milen Etxezarreta incluye en la aportación que hizo en el
libro: “La agricultura insuficiente”, la agricultura está en crisis es probablemente la frase más repetida
respecto al sector agrario durante las últimas décadas tanto en España como en Europa.
(2-03-00). Esta autora se interroga sobre que significa exactamente que la agricultura este en crisis, ¿qué
se produce poco o con costes muy elevados?, ¿qué los ingresos de los agricultores son bajos?, ¿qué
algunos agricultores no pueden competir en un mercado libre?, ¿qué las explotaciones se abandonan?. Del
mismo modo también se pregunta si la crisis afecta a la totalidad del sector agrario o solo a ciertos
elementos del mismo e incluso si la situación es más crÃ−tica en unos paÃ−ses que en otros.
Lógicamente, con estas premisas es obvio que la frase citada es equÃ−voca, ambigua y en primera instancia
difÃ−cil de aceptar, sobre todo si se observa la evolución positiva de la producción, la productividad, los
rendimientos, las inversiones, la utilización de insumos o el consumo de productos agropecuarios.
Por otro lado, si tenemos en cuenta que la agricultura es una actividad en la que conviven diversas formas de
organización productiva, cabe preguntarse de nuevo de que crisis se trata entonces, pues no se debe olvidar
que existen tanto explotaciones familiares como formas de producción agraria con una organización de tipo
empresarial capitalista. Diversos autores españoles que han estudiado el tema con minuciosidad durante las
1
décadas de los años 70 y 80 como Etxezarrete, Arnalte, Naredo, Sumpsi, Camilleri, Gámiz o Pes,
coinciden en afirmar que la crisis de la agricltura se refiere fundamentalmente a la situación en la que se
encuentran las explotaciones familiares, es decir, aquellas en las que la base del trabajo aportado procede de
los miembros de la unidad familiar, al mismo tiempo, este tipo de agricultura implica un determinado tipo de
fuerzas productivas con una gran participación del trabajo y escaso capital, una estructura especÃ−fica de
producción, una débil integración en la división social del trabajo, una acusada falta de especialización
y una forma particular de relaciones productivas.
Por lo tanto, la explotación familiar es la unidad básica de la propiedad, producción, consumo y vida
social campesina. Se estima, que hoy en dÃ−a, las explotaciones agrarias familiares representan en España
aproximadamente el 90% de las explotaciones totales y aportan el 60% de la producción agropecuaria del
paÃ−s. El desequilibrio respecto a las empresas agrarias capitalistas es manifiesto, aunque lo elevado de
ambos porcentajes suscita que las expresiones “Crisis de la agricultura” y “Crisis de la explotación agraria
familiar” puedan ser considerados términos sinónimos.
En efecto, los graves problemas por los que atraviesa actualmente el sector agrario repercuten de forma
directa en las explotaciones familiares y amenazan su continuidad, pero al mismo tiempo, los problemas por
los que atraviesa la explotación familiar en las últimas décadas y su penoso sobrevivir, contribuyen a
hacer del sector un sector esencialmente crÃ−tico, cuya solución no parece sencilla.
(6-03-00). Para comprender el proceso de crisis que afecta a la agricultura familiar es necesario establecer su
revolución creciente y a partir de la estructura y dinámica de los condicionantes socioeconómicos globales
distinguiendo al respecto de 4 etapas claramente diferenciadas:
Según Camilleri la primera de éstas etapas puede centrarse entre comienzos de los años 50 del s. XX y
mediados de los años 60 y en ella entra en crisis el modelo agrÃ−cola tradicional.
Durante la segunda etapa que abarca entre mediados de los años 60 y mediados de los años 70 tiene lugar
la progresiva intensificación productiva y creciente dependencia externa del sector agrario que culminará a
partir de mediados de los años 70 y hasta comienzos de los 90.
A partir de mediados de los años 70 y hasta comienzos de los 90: una tercera etapa que se ha convenido en
denominar crisis de la agricultura moderna que es uno de los rasgos principales del sector agropecuario de las
2 últimas décadas.
Por último, a partir de 1992, con la Reforma PolÃ−tica AgrÃ−cola Común se consolida la idea de que el
mundo rural ya no es el mundo de la agricultura, pués las actividades agropecuarias cada vez tienen menos
importancia en unos espacios muchos más complejos a los que se la han asignado nuevas funciones distintas
a las tradicionales. El mayor perjuicio de esta nueva situación en la que el medio rural se convierte en un
bien de consumo recae precisamente sobre las explotaciones familiares. Este proceso de crisis se ha producido
aunque con distintos matices en muchos paÃ−ses europeos, pero es en España donde el impacto del
desarrollo económico global sobre la agricultura familiar ha sido especialmente fuerte, en muy pocos años
de este tipo de explotación pasa de una situación de equilibrio estable dentro de unos rasgos de
autoconsumo a otra de equilibrio inestable como consecuencia de la dependencia externa.
• 1. LA CRISIS DE LA EXPLOTACIÃ N AGRARIA TRADICIONAL:
La primera de las etapas a la que hacÃ−amos referencia se inicia en España a comienzos de los años 50 y
concluye hacia mediados de los años 60. Esta etapa donde se incluye el plan de estabilización de 1959 se
caracteriza por el inicio del desarrollo económico español, el cual tuvo lugar en Europa Occidental al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, en estos momentos cuando se toman las decisiones fundamentales que
aceleran el paso de una economÃ−a eminentemente agraria y rural a otra de coste humano industrial y
2
terciario.
(9-03-00). Este proceso transformador crea una demanda muy importante de mano de obra por parte de la
industria y los servicios que genera una fuerte emigración rural, sobre todo de asalariados agrÃ−colas. Se
debe recordar que este movimiento poblacional masivo no es voluntario, sino que se encuentra dirigido
porque la industria ubicada en los centros urbanos requiere un ejercito de reserva de mano de obra para que
los salarios presionen a la baja y el capital invertido consiga un rendimiento optimo. Como consecuencia de
ello se pasa de una situación de abundancia de mano de obra en el campo a otra decreciente escasez, con el
consiguiente encarecimiento a través del alza de los salarios. Por ejemplo: entre 1953 y 1965 el Ã−ndice
general de los salarios agrarios experimentó un crecimiento de casi el 350%.
La escasez de mano de obra en el campo y el alza de los salarios agrÃ−colas, asÃ− como el aumento de la
demanda de alimentos coincide con la introducción en la agricultura, de nuevas tecnologÃ−as que elevan las
producciones, la productividad, y los rendimientos.
Esto provoca decisiva modificaciones en las explotaciones donde poco a poco se sustituye el trabajo por
capital. Los cambios se introducen en primer lugar en las grandes explotaciones para compensar la falta de
mano de obra y su creciente encarecimiento, para paliar de este modo el alza de los salarios. Se puede afirmar
entonces que el proceso de tecnificación del campo, aparece como causa y consecuencia del éxodo
agro-rural, dichos cambios se extienden posteriormente a la pequeña explotación familiar, pero no por el
asunto de escasez de mano de obra y el aumento de salarios, sino fundamentalmente para mejorar las labores
y los rendimientos, para poder competir con las grandes explotaciones, para adaptarse a la nueva situación
económica y sobre todo para ganar tiempo de trabajo con el fin de desarrollar actividades paralelas que les
permitan complementar los ingresos obtenidos en la tierra.
Estas actividades paralelas han sido básicamente la ganaderÃ−a intensiva y la agricultura a tiempo parcial.
Las principales caracterÃ−sticas de esta etapa y las profundas transformaciones que se producen en la
agricultura constituyen lo que J. M. Naredo ha denominado crisis de la agricultura tradicional, pues la
modernización económica, las innovaciones técnicas, y la entrada al capitalismo en el sector
agropecuario rompen con un modelo secular donde la agricultura a la vez que productora era consumidora de
sus propias producciones. No dependÃ−a del exterior de la agricultura, puesto que aprovechaba los ciclos
biológicos y practicaba el reempleo y sobre todo se basaba en la aportación intensiva del trabajo familiar.
La explotación agraria familiar se ve obligada a cambiar paulatinamente los sistemas de producción
tradicionales por la presión de distintos fenómenos de gran fuerza: urbanización, evolución tecnológica,
aumento del control por parte de la agroindustria, competencia de las empresas capitalistas, necesidad
impuesta de producir elementos baratos, aumento del consumo de productos agroalimentarios,
internacionalización del sistema económico, ampliación de los circuitos mercantiles, e incluso creciente
penetración del capital urbano industrial y financiero en el sector agropecuario.
La mayorÃ−a de las explotaciones familiares no pueden participar en este proceso modernizador por falta de
recursos económicos, escasas perspectivas de rentabilidad, dificultades de acceso a los mercados o
incapacidad de sus componentes por ello se ven agotadas a la marginación socioeconómica y entran en una
dinámica que en un plazo más o menos prolongado llevará a muchas de ellas a la desaparición conforme
se extienden en el sector agrario los mecanismos propios del mercado.
• 2. INTENSIFICACIÃ N PRODUCTIVA Y CRECIENTE DEPENDENCIA EXTERNA DEL
SECTOR AGRARIO: (13-03-00).
A partir de mediados de los 60 y hasta mitad de los 70 se puede situar aproximadamente la segunda etapa de
la crisis de la agricultura familiar española que se caracteriza por la intensificación productiva y la
creciente dependencia externa del sector agrario. La profundización del sistema capitalista en la agricultura
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incrementa de forma notable la dependencia de las explotaciones familiares respecto del mercado. En efecto,
la explotación familiar debe adaptarse a una producción cada vez más intensiva, aumentando la
productividad y vendiendo cantidades crecientes de la producción. La explotación agraria tradicional es
instituida por una explotación productora de pequeñas mercancÃ−as que se ajusta al esquema M.D.M.
(MercancÃ−a-Dinero-MercancÃ−a), es decir, monetariza en el mercado las mercancÃ−as producidas y
destina este dinero a la compra de otras mercancÃ−as que precisa tanto para su consumo familiar como para
asegurar su ritmo de producción.
De este modo, la agricultura familiar se ve inmersa en el mercado y sus rentas empiezan a depender cada vez
más de la relación de intercambio con los demás sectores económicos. La explotación familiar
sometida a tensiones exógenas tiene todas las desventajas de la gran explotación en lo que se refiere a la
dependencia de mercado, pero sin participar de ninguna de las ventajas que esta dependencia representa para
la agricultura capitalista.
Por otro lado, la capacidad de maniobra frente a adversas situaciones de mercado es muy inferior en la
agricultura familiar, es decir, menores producciones, menores dimensiones fÃ−sicas, menores economÃ−as
de escala, mayores costes de producción, menores posibilidades de cambios de cultivos e introducción de
mejoras técnicas, peor utilización de los medios de producción, escasa capitalización, limitaciones para
la inversión, escasa posibilidad de almacenar los productos, etc.
En este punto cabe señalar que las explotaciones agrarias capitalistas se rigen por el esquema de Dinero
inicial-MercancÃ−a-Dinero final (Di-M-Df), es decir, se registran importantes inversiones de capital
acumulado en actividades urbanas, o por un esfuerzo propio en trabajo y capital conseguido en el campo o con
ayuda de créditos para producir mercancÃ−as que permiten obtener beneficios, además de amortizar el
capital invertido.
Acorde con la lógica del modo de producción capitalista se va realizando gradualmente un proceso de
selección donde sobreviven los agricultores más capaces y desaparecen los que no pueden adaptarse a las
nuevas exigencias. Muchas explotaciones familiares, pese a haber aumentado su producción y eficacia, no lo
han hecho lo suficiente como para mantenerse firmes en este sistema, ya que la dinámica capitalista conduce
a que las explotaciones familiares se encuentran permanentemente frente a la necesidad de transformación,
adaptación y cambio.
Las que no pueden integrarse en el nuevo sistema de producción mucho más intensivo y capitalizado,
están abocadas a la desaparición. La creciente dependencia externa del sector agropecuario alcanza un
punto culminante hacia mediados de los 70, cuando la crisis energética y de las materias primas acentúan
de modo constante la diferencia negativa entre los precios que el agricultor percibe por sus productos y los
que debe pagar en el mercado para adquirir los insumos.
El nivel de consumo del sector agrario, tanto en su aspecto demandante de medios de producción al resto de
sectores económicos como de consumidor de bienes finales, aumenta de forma notable y a unos precios cada
vez más elevados, mientras que la cotización de sus productos permanece estable o se incrementa
ligeramente.
(15-03-00). El incremento de los precios de los productos energéticos y de las materias primas repercuten
de forma considerable sobre la estructura de costes del sector agrario ya que los gastos de fuera del sector
representan en la producción final agraria alrededor del 50% a este respecto en notable aumento de la
productividad en la agricultura y la consiguiente generación de excedentes provoca que los precios
establecidos por el mercado se ajusten de acuerdo con la productividad media del sector marginando a los que
necesitan más horas de trabajo para llevar a cabo la producción, es decir, los agricultores familiares, los
cuales necesitarÃ−an precios más altos para que les fueran pagados la totalidad del trabajo invertido.
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En las condiciones actuales ni siquiera se cubren las necesidades básicas de la familia agricultora. Si a esto
se añade el poder de las industrias agrarias para establecer los precios de los consumos y el de la industria
agroalimentaria para fijar el precio de los productos que compra el agricultor tendremos entonces las causas
principales que conducen al deterioro de las rentas agrarias y a la crisis de las explotaciones familiares.
Cualquier polÃ−tica agraria que defiendan los intereses de los agricultores deberÃ−a tener en cuenta que las
mayores diferencias de rentas las encontramos dentro del propio sector agrario. Pues hay mucha distancia
entre lo que perciben los empresarios sin asalariados y los empresarios con asalariados, tanto por lo que
respecta a sus ingresos como a sus gastos de consumo, asÃ− lo que se necesita, más que una polÃ−tica de
precios altos para todos, son ayudas especÃ−ficas para la modernización de los colectivos más necesitados
del sector, es decir, para las explotaciones familiares que contribuyen con un porcentaje básico a la
producción final agraria del paÃ−s.
• 3. LA CRISIS DE LA AGRICULTURA MODERNA:
La acentuación de la situación indicada que conlleva un agudo deterioro de las rentas agrarias es la nota
caracterÃ−stica del sector agrario español desde mediados de los años 70 y constituye lo que J. Maria
Sumpsi ha denominado crisis de la agricultura moderna. Este hecho se verá agravado durante esta larga
etapa por acontecimientos ya conocidos como el ingreso de España en las Comunidades Europeas, la
entrada en vigor del mercado único europeo, la culminación de acuerdos comerciales internacionales como
el GAT, la Reforma de la PolÃ−tica AgrÃ−cola Común, o la más reciente Agenda 2000.
Lógicamente todo esto sigue poniendo en entre dicho la supervivencia de la explotación agrÃ−cola
familiar, al mismo tiempo el actual empuje neoliberal dificulta la posibilidad de que los excedentes de mano
de obra agrÃ−cola pueden ser trasvasados a otros sectores económicos como sucedió en las décadas de
los años 50 y 60.
Esta situación crÃ−tica, aunque con diversos matices y con mayor o menor diversidad es común a muchos
paÃ−ses de la Unión Europea, ya que salvo el Reino Unido y algunas zonas de Francia y Alemania, la
explotación familiar es la organización productiva agraria más frecuente y la que a su importancia
económica une un notable componente social. Pese a todo ello, según Etxezarreta se debe tener en cuenta
que en España esta crisis moderna en la agricultura se da de forma simultánea con una crisis de tipo
tradicional, ya que muchos agricultores luchan por su supervivencia modernizando sus explotaciones
tradicionales, mientras que otras explotaciones ya modernizadas contemplan el deterioro progresivo de sus
rentas y una aguda descapitalización que les impide adaptar su explotación a las nuevas y constantes
exigencias.
(16-03-00). La diferencia negativa entre los precios que percibe el agricultor por sus productos y los precios
que debe pagar por los insumos, continúa siendo el principal caballo de batalla de la agricultura española y
de la explotación familiar. Además, se debe tener en cuenta que la inclinación de cualquier gobierno
siempre se encamina a proteger al consumidor y evitar el disparo del I.P.C. De ahÃ−, la utilización de ciertos
mecanismos como las importaciones masivas o de choque de carne de pollo que es un producto muy sensible
en las oscilaciones del I.P.C. y muy significativo en la cesta de la compra. La relación precios percibidos
precios pagados que indica la relación de intercambio entre el sector agrario y la industria suministradora de
insumos permite observar el aumento de los costes de la producción agraria no compensado por un aumento
paralelo de los precios de los productos.
La relación de los precios percibidos con el coste de la vida en alimentación que refleja la relación con la
fase de comercialización se muestra que el aumento de los precios al consumo de los bienes alimenticios son
absorbidos en gran medida por los procesos de comercialización. AsÃ− mismo, la relación precios
percibidos (IPC) general indica que el agricultor ha experimentado como consumidor una considerable
pérdida de poder adquisitivo durante las últimas décadas.
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Por ejemplo, si observamos en un mercado cualquiera la multiplicación de los precios de los productos
agrarios durante la fase de comercialización, entenderÃ−amos mejor el problema que deben afrontar los
pequeños productores familiares, en ocasiones el aumento moderado de los precios podrÃ−a tener
justificación en la mejora de la presentación o en la selección de la mercancÃ−a por parte de los
intermediarios, pero en otros muchos casos se trata de simples productos que pasan del origen al consumo
como una multiplicación injustificada de los precios que corresponde únicamente al excesivo beneficio de
dichos intermediarios y también a una estructura agraria minifundista cuya oferta se haya atomizada y
dispersa.
En numerosas campañas se obtienen grandes cosechas que provocan la reducción a la mitad de los precios
en origen, sin que esa caÃ−da por exceso de oferta repercuta a la baja en el precio final del producto. Muchos
productos hasta sextuplican sus precios desde el origen al destino. El núcleo de la cuestión radica en la
escasa transparencia de los canales de comercialización y en el escaso nivel de asociación por parte de los
productores. No obstante el sector agropecuario podrÃ−a percibir mejores precios sin perjudicar al
consumidor, ni al IPC, si se fomentase el cooperativismo y se eliminasen los intermediarios que sobran en el
proceso de comercialización.
• 3.1. LA PRODUCCIÃ N BAJO CONTRATO: (20-03-00).
Dentro de la situación actual de crisis en la agricultura familiar merecen especial atención los procesos de
integración y diversas formas de agricultura contra actual. Este fenómeno afecta fundamentalmente a la
explotación familiar y con especial relevancia a producciones como las frutas y las hortalizas, la leche, la
carne de cerdo, y la carne de buey. En estas condiciones el pequeño productor se convierte de hecho en un
pequeño asalariado de la industria transformadora y debido a las duras exigencias que soporta es objeto de
una matizada y sutil forma de proletarización.
Pues el agricultor pierde el control técnico de su proceso productivo y de las caracterÃ−sticas del producto
obtenido y por lo tanto también pierde el carácter de empresario independiente y autónomo. La
explotación familiar aparece asÃ− sometida a los intereses del beneficio y de la acumulación de capital del
sistema socioeconómico global. Como ejemplo ilustrativo baste señalar que las explotaciones de pollos de
carne en la Comunidad Valenciana están actualmente integrados en su totalidad. Apenas quedan ya
explotaciones independientes. Solo algunas de pequeño tamaño y que actúan más como autoconsumo y
pequeñas ventas locales que como un verdadero interés comercial a gran escala.
A continuación indicaremos otros aspectos o fenómenos que caracterizan la situación actual de la
explotación agraria familiar y que contribuye de forma más o menos acusada a su estado de crisis.
• 3.2. EL MINIFUNDISMO Y LA PARCELACIÃ N:
Un rasgo fundamental que acentúa la crisis de la agricultura familiar es el minifundismo. Cabe advertir que
el concepto de minifundismo fÃ−sico no es adecuado para caracterizar a la explotación familiar, aunque
exista cierta relación entre ambos. Mientras el primero hace alusión a explotaciones de reducidas
dimensiones superficiales y generalmente muy parceladas. El segundo se refiere a aquellas explotaciones que
dan sustento y trabajo a una familia y en las que el criterio fÃ−sico no las identifica plenamente.
El modelo de agricultura basado en la unidad familiar no solo exhibe la superficie cultivada como criterio
diferencial, sino también el grado de capitalización. Por lo tanto, al criterio fÃ−sico de dimensión se
superpone el económico. En cualquier caso, la atomización de las explotaciones y el elevado grado de
parcelación no contribuyen en absoluto a la búsqueda de una agricultura rentable y de unas explotaciones
familiares viables, según el censo agrario de España de 1989 el 65 % de las explotaciones con tierras.
(23-03-00). Curiosamente, pese al imparable proceso que ha provocado el abandono de miles de agricultores
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con especial intensidad de 1986, no se ha conseguido aceptar la productividad de las explotaciones agrarias
españolas a las europeas, ni siquiera esto ha sido acompañado de un relevo generacional capaz de abrir
nuevas perspectivas al campo.
Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación entre 1983-1945 solo se incorporaron al trabajo
agrÃ−cola 35000 jóvenes, 16000 de ellos de forma individual y 19000 de forma asociativa. A ello abrÃ−a
que añadir otros 30000 jóvenes que en el mismo periodo modernizaron sus explotaciones. Hasta hace muy
pocas décadas la población ocupada en el sector agrario representaba en España más del 40% del total
de los activos. Hacia 1982 tras el éxodo rural de los años 60 fundamentalmente el sector agrario español
contaba con una población agraria de algo más de 2 millones de personas, lo que suponÃ−a casi el 16% de
la población ocupada del paÃ−s.
Actualmente, sigue imparable el proceso de ajuste, y la población activa agraria se cifra en 1 millón de
individuos aproximadamente, es decir, alrededor del 8% de la población ocupada. Aunque en realidad se
habla de la existencia de tan solo 500000 agricultores profesionales en España.
La evolución reciente de la población agraria es de signo totalmente opuesto a la del conjunto de la
población trabajadora. Se observa que tras ligeros altibajos en los primeros años de la década de los 80.
El descenso de la población agraria se acelera a partir del ingreso de España en la C.E.E. Tanto el objetivo
de la administración como el de las reglas del mercado apuntan hacia la continuación de esa reducción
hasta lograr que la población activa agraria española no pase del 8% porcentaje similar al de la media de la
Unión Europea.
No obstante, algunos autores como Eladio Arnalte manifiesta que la reducción del porcentaje de población
agraria en la población activa total, no es un buen indicador de la modernización de la agricultura, ya que
dicho indicador refleja mejor la reducción del conjunto de la economÃ−a que las transformaciones que
experimenta la agricultura. Dice Arnalte que durante la segunda mitad de los años 70 se observo en la
mayorÃ−a de los paÃ−ses europeos una nÃ−tida pausa de reducción de la población agraria como
consecuencia de la crisis económica general. Esto alcanzó a la agricultura española a comienzos de los
años 80, cuando la población ocupada en la agricultura quedó prácticamente estabilizada. Para volver a
recrudecerse las pérdidas a partir de 1986 y una vez reactivada la economÃ−a.
Tampoco de las comparaciones entre paÃ−ses pueden extraerse demasiadas conclusiones, ya que mientras en
el Reino Unido de la población activa agraria solo representa el 2% del total de los PaÃ−ses Bajos, este
porcentaje se eleva hasta el 5%, sin que ello permita afirmar que la agricultura inglesa está más
modernizada que la holandesa, comparaciones similares pueden hacerse en el caso español entre el PaÃ−s
Vasco en un 4% y la Rioja con un 13%.
Como conclusión, se pude decir que el retraso en la modernización de la agricultura española se haya
más bien en sus Ã−ndices de productividad del trabajo y de la tierra, situadas significativamente muy por
debajo de la media europea.
• 3.4. LA DESCAPITALIZACIÃ N DEL SECTOR AGRARIO:
(27-03-00). Otro obstáculo que impide la modernización de las explotaciones agrarias es la acusada
descapitalización del sector. El deterioro de las rentas del campo y el descenso del poder adquisitivo de los
agricultores lleva consigo una ausencia del capital suficiente para realizar inversiones que ayuden a
modernizar las explotaciones. Todo esto lleva a que las explotaciones familiares se encuentren ante un
cÃ−rculo vicioso de difÃ−cil solución.
Ante la imposibilidad de capitalizarse y de practicar el ahorro muchos agricultores recurren a los créditos
para realizar cualquier modernización o ampliación de sus explotaciones, lo que los conduce con frecuencia
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a un endeudamiento asfixiante. Como ejemplo, baste señalar que entre la fecha de ingreso de España, en
las Comunidades Europeas y el año 1992, la deuda del sector agrario español aumento en casi 400000
millones de pesetas. Curiosamente, la principal fuente de financiación del sector agrario en España ha sido
siempre la banca privada que como es sabido aplica interés bastante más elevados. A continuación en
términos generales figuran las Caja de Ahorro y después las Caja Rurales o Cooperativas de Crédito.
Por su parte, las instituciones de crédito oficial siempre han tenido un papel muy modesto, como es el caso
de los hoy desaparecidos: Banco de Crédito AgrÃ−cola (BCA), o el Instituto de Reforma y Desarrollo
Agrario (IRYDA).
El peculiar carácter del agricultor y escasa eficacia de la administración en este campo quizá constituyen
las razones principales de esta absurda como comparación ilustrativa. Se puede hablar del caso holandés
donde el Rabubank, que es una organización cooperativa de bancos en estrecha relación con el Ministerio
de Agricultura, Naturaleza y Pesca. Intenta crear un ambiente lo más favorable posible para el agricultor y se
encarga de proporcionar a un interés muy bajo el 90% de los créditos que solicita el sector agropecuario
e incluso los solicitados por las ramas de los sectores industrial y terciario más relacionados con la
agricultura y la ganaderÃ−a, sobre todo cuando se trata de fomentar las explotaciones.
• 3.5. LA CRISIS DE LAS INDUSTRIAS SUMINISTRADORAS DE INSUMOS:
Un problema de primera magnitud derivado de esta situación crÃ−tica por la que atraviesa la agricultura
española es la crisis en la que se ve sumida la industria que proporciona los medios de proporción, ya que
la postura general ante el endeudamiento del campo, los escasos o nulos beneficios obtenidos con esta
actividad y la incertidumbre ante el futuro inmediato es no realizar inversiones cuya amortización no se vea
clara.
Desde hace algún tiempo se está imponiendo el mercado de maquinaria agrÃ−cola de segunda mano. Los
ganaderos aumentan la cantidad de piensos elaborados en la propia explotación reducen sus compras en las
fábricas. Se utilizan semillas de la campaña anterior o se adquiere a bajo precio a otro agricultor, e incluso
se reduce la incorporación de abonos a la tierra. La caÃ−da de la demanda de insumos ha llevado en los
últimos tiempos a muchas empresas como por ejemplo: John Deere, Ebro-Kubota, Elf, Basf,... les ha llevado
a regular sus plantillas para reducir la producción y la consiguiente oferta.
Esta situación les resulta paradójica y contradictoria en sÃ− misma, pues la evolución de la economÃ−a y
las pautas impuestas por el mercado que pusieron a los pequeños y medianos agricultores en una situación
crÃ−tica cada vez más dependiente de los sectores industrial y terciario a través de unos precios cada vez
más elevados, ahora se refleja en estos mismos sectores que tienen su principal cliente en la agricultura y en
la ganaderia.
• 3. 6. LA INSUFICIENCIA DEL COOPERATIVISMO AGRARIO:
(29-03-00). Un elemento fundamental que contribuye a acentuar la situación crÃ−tica de la explotación
familiar es el acusado individualismo del campesino español y el escaso arraigo que tiene en nuestros
campos el trabajo en común. La constante disminución de los precios percibidos por los agricultores se
corresponde en gran medida, con el traspaso del valor añadido de la producción hacia otros eslabones de la
cadena productiva en los que el agricultor no ha conseguido participar suficientemente, es decir, sobre todo la
transformación y la comercialización de los productos. Además, de modernizar las explotaciones es vital
que se fomenten las formulas asociativas para que el agricultor abandone el papel de neroproductor que se le
ha asignado tradicionalmente y participe en las distintas fases por las que pasan sus productos, ósea desde la
explotación agraria hasta que el alimento llega al consumidor final, de esta forma el agricultor no quedarÃ−a
al margen de la revalorización que experimentan sus productos al pasar de un eslabón a otro de la cadena
productiva.
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Una formula eficaz serÃ−a la del cooperativismo de grandes dimensiones y de grado superior, puesto que ello
permitirÃ−a a los pequeños y medianos agricultores el empleo de etimologÃ−a moderna o obviar la
dificultad que tiene el abastecimiento individual de materias primas e insumos, aprovechar las ventajas de la
concentración de la oferta, participar en el valor añadido que conlleva la transformación y
comercialización de los productos, e influir en los mecanismos de generación de los precios, afrontar desde
una posición más sólida los riesgos del mercado, y continuar en el sector sin perder el carácter
empresarial y disfrutando de unos ingresos dignos, tal y como sucede en algunas cooperativas españolas
como por ejemplo Coren, Copaga, la agropecuaria Guissona, o la agropecuaria de Navarra.
Su excelente funcionamiento podrÃ−a constituir un excelente ejemplo para el resto de España, paÃ−s donde
las cooperativas dominan y tienen un fuerte peso especÃ−fico en la producción, pero apenas participan en la
transformación y comercialización de los productos. La influencia de la mayorÃ−a de las cooperativas
agrarias en el mercado no es ni mÃ−nimamente aproximada a su potencial productivo, sobre todo en sectores
como el vitivinÃ−cola y oleÃ−cola. En contraposición, en los PaÃ−ses Bajos no existen cooperativas de
producción, sino de transformación, comercialización, financiación y mercadotecnia para las
exportaciones.
(30-03-00). En España, todavÃ−a estamos muy lejos del nivel del desarrollo cooperativo alcanzado por
varios paÃ−ses de la Unión Europea, por ejemplo las cooperativas danesas vinculadas al sector porcino
tienen una cuota de mercado del 90%.
Estos modelos suponen una enorme proyección internacional que les permite especular en los grandes
mercados europeos y mundiales. Hoy en dÃ−a en el cooperativismo agropecuario constituye la mejor formula
para suavizar la crisis de la agricultura familiar y como consecuencia de ello, la iniciativa que puede conducir
al sector agrario español por nuevos caminos más sólidos y rentables.
Otras soluciones que se han señalado tradicionalmente en la actualidad son inoperantes, están desfasadas y
conllevan muchÃ−simos problemas de orden socioeconómico. La emigración que antes era una de las
salidas más socorridas cuando la situación agraria era crÃ−tica. Hoy en dÃ−a carece de sentido por la
profunda recesión industrial y los condicionantes de una economÃ−a capitalista que no aboga por el pleno
empleo precisamente.
Por otro lado, la ampliación de las explotaciones hasta alcanzar las dimensiones idóneas para desarrollar
una actividad agrÃ−cola rentable y la reducción de la dispersión parcelaria es una meta complicada porque
en primer lugar, las polÃ−ticas de concentración parcelaria no han sido ni lo abundantes, ni lo eficaces que
se esperaba de ellas, y en segundo lugar, el crecimiento de la agricultura a tiempo parcial que esta impulsado
por la insuficiencia de las explotaciones inmoviliza el mercado de la tierra, ya que el agricultor que busca en
otros sectores un complemento para las escasas rentas que genera su explotación, normalmente se resiste a
vender su propiedad, con lo que los agricultores a tiempo completo ven imposibilitada la ampliación de sus
explotaciones.
Además de sus problemas la agricultura a tiempo parcial que en su momento también constituyo una
salida para la crisis de la explotación familiar tiene más inconvenientes que ventajas entre un punto de vista
estrictamente agrario. A parte de inmovilizar el mercado de la tierra, la agricultura a tiempo parcial ha
supuesto un freno importante para las inversiones, modernización y adaptación de las explotaciones a las
exigencias del mercado, con lo cual su marginalidad se acentúa cada vez más.
Otra valoración muy distinta puede hacerse en la perspectiva social. Incluso, hoy en dÃ−a, ante los
problemas económicos existentes y la pérdida de poder adquisitivo, ya no se percibe la agricultura a
tiempo parcial como una situación transitoria previa al abandono definitivo del sector, sino que se estima
sobre manera la seguridad que la propia explotación representa ante la inestabilidad de la segunda
ocupación en la industria o los servicios.
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Por otro lado, la ganaderÃ−a intensiva cuya expansión por amplias zonas del paÃ−s se debió
principalmente, a la modalidad de apoyar unas rentas agrÃ−colas insuficientes y por ello la crisis de la
explotación ganadera familiar sobre vino algo más tarde. Actualmente participa de los principales
problemas endógenos y exógenos que dificultan el desarrollo del conjunto de la agricultura. No obstante, se
puede decir que esta actividad ganadera intensiva ha contribuido a consolidar la presencia de muchos
campesinos en el sector agrario y en el medio rural.
• 4. PERSPECTIVAS DE LA EXPLOTACIÃ N AGRARIA FAMILIAR:
Las perspectivas que tiene ante sÃ− la explotación agraria familiar en España están influidas por ciertos
acontecimientos recientes que indudablemente marcarán su futuro. Se trata del ingreso español en la
Comunidad Económica Europea, la entrada en vigor del mercado único europeo en el 93, la Reforma de la
PAC en el 92, y las exigencias de acuerdos comerciales internacionales como por ejemplo: el GATT, y
posteriormente la OMC, pero sin olvidar la Conferencia de CORK (1996), y la Agenda 2000 (1996).
Tantos años de autarquÃ−a económica y de vivir de espaldas a los grandes flujos del comercio
internacional autofranquismo ha pasado factura a España al ingreso en la Comunidad Económica Europea,
el cual no se convirtió ni de lejos en la panacea que algunos esperaban, puesto que las excelentes condiciones
climáticas de muchas zonas del paÃ−s no han bastado para convertirnos en lo que algunos llamaban la
despensa de Europa.
(5-04-00). La sorpresa y la impotencia no tardaron en llegar juntas, ya que en primer lugar las exportaciones
de frutas y hortalizas, que son las producciones españolas más competitivas, sufrieron serias limitaciones
para acceder libres de trabas aduaneras a los mercados europeos, y en segundo lugar no solo no aumentaron
las exportaciones españolas, sino que los flujos tradicionales se invirtieron y muy pronto los productos
agrarios comunitarios comenzaron a invadir el mercado español con plenos derechos hasta descompensar
por completo nuestra balanza comercial agroalimentaria.
AsÃ− mismo carecen de fundamento lógico las ventajas concedidas a Marruecos, Túnez e Israel respecto a
sus exportaciones ciertos productos, sobre todo cÃ−tricos y hortalizas, a la Unión Europea o el trato desigual
que los productos hortofrutÃ−colas españoles han tenido respecto a las producciones comunitarias. Los
calendarios de entrada, los precios, y las condiciones de retirada de los productos, han estado únicamente
pensados para suma de los intereses de los paÃ−ses del norte de la Unión Europea.
Las razones de estas compras masivas en el exterior radican en las exigencias de las grandes cadenas de
distribución ya que los productos agroalimentarios europeos suelen tener un precio más bajo, mejor
presentación y unas estructuras comerciales adecuadas para responder a cualquier pedido a tiempo, cosa que
no existe en España.
Todo ello repercute fundamentalmente en la explotación agraria familiar, que se ve impotente para adaptarse
y sobrevivir a los nuevos planteamientos económicos debido a las pésimas condiciones de partida y
deficiencias estructurales del sector agropecuario español. Ni siquiera las grandes ayudas económicas de
los distintos programas europeos recibidas durante los últimos años, han conseguido mejorar la situación
del campo español y evitar su caÃ−da, sobre todo porque la mayor parte de las ayudas van a parar a las
industrias agroalimentarias y a fomentar otros usos del medio forestal. Además, según han denunciado los
sindicatos agrarios, estas ayudas se reparten de forma inversamente proporcional a quién más la necesita.
Todas estas consideraciones más el seguimiento de la realidad diaria, con las que impiden con totalmente
optimista en cuanto al futuro de la agricultura española y de sus explotaciones familiares. Es cierto, que en
la mayorÃ−a de los paÃ−ses comunitarios los costes de producción son más bajos debido a sus inferiores
gastos financieros, energéticos y de transporte. Además, han practicado desde hace muchos años
eficaces procesos de concentración empresarial, incluidas las cooperativas, que les permite competir con
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eficacia gracias al fácil acceso a las tecnologÃ−as avanzadas, a la consecución de grandes producciones, al
aumento constante de la productividad, a los precios competitivos y a la utilización de las economÃ−as de
escala.
(10-04-00). Pese a la existencia de estas dificultades encontramos además un matiz fundamental, pues al
margen de las dificultades técnicas y mercantiles que con dedicación, constancia e inversiones pueden
solucionarse poco a poco, el principal obstáculo estriba en la desigualdad que marca la existencia de
paÃ−ses potentes y paÃ−ses modestos.
En efecto, intentan desbancar de un mercado a paÃ−ses como Alemania u Holanda solo con precios
competitivos y con calidad en las producciones es una tarea poco menos que imposible por los múltiples
intereses existentes, influencia y pesos polÃ−ticos, poder económico global y supremacÃ−a tecnológica.
Es sabido, que quién controla los medios de producción y la distribución de las mercancÃ−as es el
dueño del mercado. No es infrecuente que en ciertas producciones agropecuarias los PaÃ−ses Bajos actúan
como auténticos redistribuidores tras colocar a los productos su marca de calidad, tarea en la que se han
especializado por la eficacia y tradición de sus canales comerciales. Entonces es difÃ−cil explicar por
ejemplo porque las flores cultivadas en explotaciones Andaluzas, son subastadas en Holanda y luego
redistribuidas en las floristerÃ−as de Madrid y Barcelona.
La respuesta es sencilla si nos preguntamos quién absorbe el valor añadido que genera semejante trasiego.
Para concluir, se puede indicar que las relaciones de dominación dependencia entre los distintos sectores
económicos y entre paÃ−ses, son inherentes al sistema capitalista y en última instancia sólo podrÃ−an ser
solucionadas mediante una transformación sustancial del mismo, sin embargo y aún dentro del actual
sistema, la polÃ−tica agraria debe propiciar nuevas formas organizativas de la producción en el sector
agrario que no dificulten el desarrollo de las fuerzas productivas que posibiliten una mejora de las relaciones
intersectoriales y que permitan la continuidad digna de la explotación agraria familiar.
Además, no todo ni en todo momento puede reducirse a criterios de pura racionalidad económica, ya que
los aspectos sociales deben tenerse muy en cuenta, pues de seguir el camino iniciado, corremos el riesgo de
perder para siempre la cultura rural.
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