Jesus el presunto ladron

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JESUS EL PRESUNTO LADRÓN
AUTOR: BART
Se encontraba Malverde dado a la tarea de cargar los víveres con una docena de hombres que
lo ayudaban. Dos carretas eran insuficientes para la cantidad que llevarían, principalmente
maíz y frijol.
Don Remigio el dueño de la tienda, sabedor de que eran tiempos difíciles debido a la
revolución, había encarecido los productos en forma muy ventajosa pero, a Jesús por ser su
amigo, de manera particular se los daba a buen precio. Tenía dudas del destino de los
alimentos; le intranquilizaba pensar que estuviera contribuyendo a ayudar a los grupos
contrarios al Supremo Gobierno.
-Cuenta bien lo que se llevan Tello –le dijo a su dependiente -ay te encargo que tengo un
asunto urgente que atender-. Y salió de prisa rumbo a la parte trasera de la casa.
Apenas había salido cuando se escuchó el alboroto en el poblado y un tropel de caballos.
Enseguida gritos azuzando a las bestias y el rechinar de las ruedas de carretas con la pesada
carga.
-¡Rurales! ¡Vienen los rurales! – grito un hombre del grupo.
-¡Vámonos! ¡Vámonos pronto! – los apresuró Malverde.
Hombres y carruajes avanzaron por el camino real buscando adentrarse en los montes de las
faldas de la Sierra.
El dueño del almacén salió fajándose los pantalones y al ver la cara del empleado comprendió
en parte lo que había ocurrido. - Don Remigio… – comenzó a decir el asustado muchacho a
manera de explicación, pero justo en ese momento llegó la tropa del ejército causante del
alboroto y posterior huida de Malverde y sus hombres. Remigio hizo una seña al empleado y
este desapareció enseguida.
El comandante desmontó y avanzó para cruzar el amplio patio que separaba la tienda del
camino. Sus espuelas hacían un ruido particular que daba la impresión de arrastrar las botas al
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tiempo que con el fuete sacudía el polvo de su ropa. Aquel polvo que era el resultado de
discurrir y andar por aquellos caminos cual demonio en busca de almas que tentar.
Saludó al tendero al tiempo que se descubría la cabeza retirando el polvoso sombrero de lona.
La voz del militar sonó fuerte, clara y con un tinte autoritario. Remigio respondió amable
dando autorización de pasar al visitante con sus gestos y tratando de mostrar aplomo,
enseñando que estaba preparado para enfrentar el indubitable interrogatorio que vendría.
Mientras se aproximaba, el militar iba escudriñando cada parte de la casa, sabiendo desde ese
momento que sería ocioso realizar una revisión.
Le habló en forma directa al dueño de la tienda imprimiendo a sus palabras un tono acusatorio,
buscando ser intimidante:
- Tenemos informes buenos que desde aquí se abastece de armas y alimentos a los enemigos
del Supremo Gobierno-.
Ante tal aseveración el tendero dudó y el temor se asomó un momento en su semblante, por lo
que tuvo que urdir en su mente la respuesta más rápida y convincente que lo sacara avante en
aquella situación y lo alejara de cualquier sospecha.
-Mire Usted General…-Capitán- le corrigió el otro.
-Capitán- continuó Remigio - Si hubieran llegado hace diez minutos, sabría que sufrimos un
robo…
-¿Era Malverde y su banda?- pregunto casi ansioso el Capitán.
El interrogado no pudo continuar lo que había iniciado y solo atinó a decir:
- No les conozco. Y en cuanto a lo que dice de vender armas no tengo ni una sola…que si la
tuviera, esa partida de bandidos no se habrían llevado la mercancía…y además me agarraron
calzoneando. Ande y registre la casa, puede Usted revisar y cerciorarse-.
Sin atender a la sugerencia recibida, el militar golpeó su pierna con el fuete en señal de
impaciencia al tiempo que mascullaba lo que iba reflexionando:
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- ¿Así que partieron hace quince minutos? Llevan dos carretas cargadas… quizá les demos
alcance-.
Se disponía a salir y Remigio aventuró un último comentario:
- Oiga señor Capitán, si es como dice ese mondao de Malverde y es cierto lo que cuentan
segurito ya desapareció entre el polvo y el monte-.
Molesto el Capitán lo interrumpió – Patrañas…esas son supercherías. No ofenda mi
inteligencia pelao, soy un hombre de carrera y no esperara que crea esas tonterías-.
-¡Apresúrense entonces!… ¡alcáncelos! aún se ven las rodadas-. Lo desafió el tendero.
-Claro que lo haré- le respondió mientras montaba
– y cuando lo agarre lo colgaré del palo más alto… ¡Vamos! -. Grito a la tropa que comenzó el
avance.
Mientras se perdían en la distancia, Remigio enfrentó la mirada y el silencio acusadores de
Eleuterio, el mozo. Malverde siempre pagaba en oro y además habían sido amigos desde
siempre. Seguro regresaría a saldar el precio de aquella mercancía que acababa de llevarse. No
pensaba que robaría a su amo, pero éste, por lo pronto ya había dejado entrever que así era.
Desde que se supo en esa zona lo que Jesús Malverde hacía, se corrió el rumor que tenía un
pacto con el diablo por el cual estaba protegido y hacía imposible que lo atraparan.
El refugio del grupo construido con paja y madera se encontraba junto a una ladera en la parte
más espesa de la arbolada que lo hacía difícil de ubicar. Además de almacenar las mercancías,
por las noches le servía a Jesús para reflexionar. Ahora en las noches de soledad, alejado de su
familia reflexionaba sobre los motivos que lo impulsaban a realizar todo aquello concluyendo
siempre que valía la pena.
Los campos de cultivo abandonados parecían reclamar ese absurdo de la guerra cobrando el
alto precio de no dar alimento. Ante esto, él sentía esa obligación de ayudar, socorrer sin
indagar si la razón estaba de un lado o del otro.
Sabía que era perseguido por su obra cual nazareno. Recordó el compromiso contraído con
Don Agustín Medellín, el acaudalado hacendado que apenas iniciada la revolución le hizo
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acompañar al sitio donde guardaba parte del oro que enterraría antes de huir con su familia
hacia la División del Norte. Las palabras que le dijo aun resonaban en su mente:
- “Puedes disponer del Oro que aquí dejo para usarlo como tú quieras. Estoy seguro que será
para bien, yo he guardado otra parte y no sé si un día regresaré”-.
Sabedor de la integridad de Malverde y su buen corazón después de tantos años de tenerlo a su
servicio, Agustín partió como muchos otros en busca de un lugar de paz para establecerse,
dejando atrás una vida de trabajo.
Ya hacía más de un año que ocurriera la partida del hacendado y su familia. Apenas una
semana después de haber salido se supo en la región que fueron asesinados en una emboscada
tendida por salteadores de caminos que en ese momento abundaban auspiciados por el
momento anárquico que se vivía.
En plena posesión de las riquezas legadas por el hacendado muerto, Malverde supo que la
única manera de disfrutarlas sería compartirlas con quien lo necesitara. Emprendió entonces la
obra de socorrer a las víctimas de la revolución.
Desde entonces en toda la región corrieron rumores que Jesús Malverde, el caballerango de la
hacienda Medellín encabezaba un grupo peligroso de salteadores. Que parte del botín obtenido
en los asaltos lo destinaba a la ayuda de los pobres y necesitados.
En los pueblos vivían a la espera del momento en que apareciera con el preciado cargamento
para apaciguar sus hambres, sus males y para eso no había cuestionamiento a su origen.
Aquella combinación perversa de santo y demonio lo convirtieron en un personaje muy
sonado. En todas partes se hablaba de sus hazañas. Todas ellas alimentadas por la falta de
explicación de la fortuna para adquirir lo que regalaba y por la necesidad de aquellos de creer
en algo supremo.
En el gobierno no pasó desapercibido aquel hecho y comenzó la implacable persecución del
que creían un bandido.
Jesús Malverde no esperaba la santificación ni ganarse el cielo. Era un ser atormentado por su
vocación de ayudar y la pasión de pelear por un ideal.
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Lo llenaba de congoja saber que debía huir por ser considerado un bandido peligroso. Pesaba
sobre él la acusación injusta y por demás infame de un pecado que no cometió: Robar. Sería
ladrón por el resto de su vida.
Había huido de la leva, jamás participaría según sus propias convicciones en la pelea por
intereses mezquinos…ahora huía como bandolero. Mañana ¿de que huiría?.
Lejos estaban de la verdad aquellos que suponían que era bandido o santo. Incluso le dolía la
pérdida de sus amigos como el caso de Remigio a quien ya no tuvo oportunidad de regresar a
pagarle la última carga de productos que se había llevado. Si se acercaba a la casa seguramente
caería en una emboscada e igual suerte le esperaría a cualquiera de sus hombres si lo enviaba
con el pago. Habían ofrecido una fuerte cantidad de dinero por él. Vivo o muerto.
Aquella huida debía terminar para él y para los hombres de buena voluntad que se habían
sumado a la causa. Aquella noche decidió irse. A cada hombre sin que lo supieran le dejó en
las alforjas de su caballo una bolsa con monedas del último oro que le quedaba. Ellos
entenderían.
Muchos hombres de la región fueron ahorcados creyendo que se trataba del buscado bandido,
a otros tantos les aplicaron la ley fuga. Se cuenta que murió abatido en una emboscada y hasta
dicen que fue traicionado por uno de sus compañeros.
Según otra de las versiones, se le vio por última vez galopar en el caballo negro hacia la sierra
surcando los caminos entre una nube de polvo.
Cuentan que ahora se le ve en los atardeceres serranos cabalgando en esos rumbos… que
jamás se fue. Recorre aun esos caminos montando el brioso azabache que tantas veces lo
ayudó en sus escapadas. Dejo de repartir riquezas pero no cesa de proteger a la gente de la
zona continuando esa que fue su vocación.
Dicen los viejos que anda en pena, sin la resignación del quebranto a su honor, con el pesar de
la inacabada obra y consciente que para los dueños de la verdad sobre la tierra continuaría
siendo un ladrón. De buen corazón pero ladrón al fin.
FIN
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