EUTANASIA: ¿NUESTRO DERECHO? .

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EUTANASIA: ¿NUESTRO DERECHO?
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En términos generales, un amplio grupo de personas entiende por eutanasia la ayuda prestada a una persona
gravemente enferma, por su deseo o por lo menos en atención a su voluntad presunta, para posibilitarle una
muerte humanamente digna en correspondencia con sus propias convicciones.
Puesto que una muerte digna es el argumento que surge espontáneo de los defensores de esta práctica, lo
primero que debemos establecer es qué se entiende por dignidad.
Según Kant, existen dos clases de dignidad:
1−. Dignidad ontológica: es el valor intrÃ-nseco, inviolable e incondicional que tiene el ser humano por el
solo hecho de ser tal y que no varÃ-a con el
tiempo ni depende de circunstancias exteriores o de consideraciones
subjetivas.
2−. Dignidad moral: es aquella que el hombre tiene en mayor o
menor grado según las acciones que realice, si estas son acordes o no a la
dignidad ontológica del ser humano.
Ahora, respecto a la consideración de la muerte, no es lo mismo morirse, o dejar morir, que matar o ayudar a
otro a matarse.
Morirse es un hecho de la naturaleza, por lo tanto es de carácter amoral, pero dejar morir implica una
conducta éticamente relevante en el sentido de que algunas veces corresponderá abstenerse de intervenir,
o suspender el tratamiento iniciado, en los casos de enfermedades incurables con pronóstico de muerte
inminente, evitando caer en lo que se conoce como encarnizamiento terapéutico; pero en otras
circunstancias dejar morir, pidiéndolo o no el paciente, puede ser un acto inmoral y hasta criminal de
dejación de los deberes del médico hacia el enfermo. En efecto, se incurre en una conducta éticamente
indebida cuando existiendo una mÃ-nima expectativa terapéutica, el médico deja de aplicar el
tratamiento o suspende las medidas de soporte vital (alimentación, hidratación) apelando al respeto a la
libertad o a la autonomÃ-a del paciente.
El causar la muerte de alguien, bajo los eufemismos con los que se quiera acompañar a la palabra eutanasia
−directa, indirecta, voluntaria, no voluntaria, activa, pasiva− implica siempre un acto ilÃ-cito e inmoral que
atenta innegablemente contra la ley natural impresa en cada ser humano.
De lo anterior se desprende una primera conclusión categórica: que, sin perjuicio de que en la eutanasia la
finalidad o la motivación pueda ser compasiva, esta intención buena no convierte en bueno al acto mismo.
Tal vez sólo podrÃ-a servir como argumento para atenuar la responsabilidad jurÃ-dica que conlleva la
acción de terminar con la vida de una persona, acción que recibe un nombre especÃ-fico: homicidio.
Los principales argumentos que erigen los defensores de la eutanasia, tienen como fundamento el respeto a la
libertad y la autonomÃ-a, asÃ- como el ya mencionado derecho a una muerte digna.
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Al respecto, se debe clarificar que no existe tal cosa como una muerte digna, pues la muerte es un hecho
amoral. Lo que sÃ- existe son formas dignas de enfrentar la muerte.
Cuando se aludió a la dignidad según Kant, se dijo que aquello que nos diferencia como especie es esa
dignidad ontológica, intrÃ-nseca, invariable, incondicional, que fluye de la esencia misma del ser humano.
Es lógico deducir, entonces, que lo que posibilita la existencia de esa dignidad es la propia existencia de la
vida humana, es decir, hay dignidad ontológica válida cuando hay vida humana. Lo obvio de la frase
anterior, conserva el mismo peso ético cuando invertimos sus elementos y establecemos que, por tanto, la
vida humana es valiosa porque es intrÃ-nsecamente digna.
Nadie duda acerca del valor de la vida. Todos los ordenamientos jurÃ-dicos, a través de la Historia, la han
defendido de una u otra forma. Pero la vida es, no solamente valiosa, digna, inviolable, sino que además es
irrenunciable.
Si miramos la vida desde la perspectiva jurÃ-dica, nos damos cuenta de que ella es un derecho que se protege
con las máximas garantÃ-as de que dispone el ordenamiento. Es clave recordar que el Derecho contempla la
existencia de ciertos derechos subjetivos que, por su especial valor, tienen el carácter de irrenunciables.
Como breves ejemplos, y a modo didáctico, diremos que dentro de esa clasificación se encuentra, en el
ámbito sucesorio, el derecho a testar; en el ámbito laboral, el derecho al descanso; dentro de los derechos
polÃ-ticos, el de sufragar o ser candidato a un cargo público; y a nivel constitucional, el derecho a la vida.
Ninguno de nosotros puede, por voluntad propia, ni aun pretendiendo esgrimir como fundamento nuestra
libertad y autonomÃ-a, decidir renunciar a esos derechos. En forma estrictamente jurÃ-dica, el derecho a la
vida, y el derecho a no sufrir tratos inhumanos, no conlleva un derecho a elegir ser matado a petición propia.
El error que se comete es creer que la vida es una propiedad, parte del patrimonio de la persona. Si la vida la
contemplamos como un valor absolutamente subjetivo es, por lo tanto, un bien disponible (esto es, aquello
sobre lo que se tiene dominio en un sentido técnico) y pudiera pasar a ser también un valor prescindible
para otros. Si, por el contrario, consideramos a la vida humana como algo objetivo, supremo, intransable, no
serÃ-a un bien
disponible ni por quien se cree su dueño absoluto ni por nadie.
En analogÃ-a a lo que sucede con los bienes materiales, el hombre no es dueño de la vida que vive, sino
meramente usufructuario de ella.
En la esencia de la eutanasia hay un crimen, una persona mata a otra, por lo que el Estado tiene el deber
constitucional de intervenir para proveer la protección a la vida humana en su momento más vulnerable,
aun cuando esta protección no haya sido requerida por el titular o, incluso, si este expresamente no quisiera
recibirla. En algunos ordenamientos jurÃ-dicos, se considera como un elemento para no atender a la
autonomÃ-a del paciente el que este se niegue a recibir un determinado tratamiento médico cuando hay una
intención suicida, la que en ningún caso es amparada por el Derecho.
En sÃ-ntesis, y reiterando la base de esta argumentación, no puede considerarse una forma digna de morir el
pretender atribuirse el derecho de dar término voluntario a la vida. Que una persona haga tal toma de
atribuciones hace que la forma en que enfrenta la muerte no sea digna ni sea lÃ-cita porque atenta contra el
orden natural y contra el orden jurÃ-dico al pretender ejercer derechos de dominio sobre algo que no le
pertenece. Nuestra condición de seres humanos nos faculta para exigir que se resguarde con las mejores y
más eficaces garantÃ-as jurÃ-dicas y sociales la vida, desde el comienzo de su existencia, en la
fecundación, hasta su último instante natural. Nuestro derecho pleno es a exigir que se nos deje vivir, no
morir. Tenemos derecho constitucional a la vida, no a la muerte.
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