El TAV como problema político

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El TAV como problema político
El conflicto es una reserva constante de energías revolucionarias. Esta es la
perspectiva marxista una vez que la concepción clásica de la lucha de clases
pone su énfasis simplemente en el contenido de “lucha”, de enfrentamiento de
opuestos. La izquierda radical vasca, como movimiento revolucionario, otorga al
conflicto un valor per se. Del mismo modo que cualquier asesinato de ETA tiene,
desde la perspectiva del movimiento, un valor per se. El conflicto –y la muerte,
como su expresión más aguda- es la brecha de donde se desprende la energía
revolucionaria sobre las personas y los colectivos.
Es bajo esa luz como vemos la racionalidad oculta tras el asesinato de Isaías
Carrasco, el ex concejal del PSOE. Ha causado un remolino político,
expresiones de repulsa popular, un motivo de bochorno social para los
simpatizantes de la izquierda radical y, seguramente, ha hecho más firme el
rechazo de la violencia por parte de los vascos. Pero para ETA constituye la
validación de peso político, al condicionar el escenario político y mostrar que,
sobre el tablero, la lucha armada es un factor muy importante. Tanto como para
convertirse en la cuestión más notoria de las pasadas elecciones.
Muchas veces el conflicto resulta ser una cosa meramente latente. Para percibir
el conflicto y su potencialidad en cualquier causa social es necesario disponer
del utillaje adecuado. En este caso, en lo que respecta a la construcción del Tren
de Alta Velocidad, tal utillaje ha resultado ser la perspectiva marxista, en el
sentido de tener perspectiva histórica de lo que ha ido pasando en nuestro
pueblo en las últimas décadas. Dos de los proyectos e infraestructuras más
importantes de Euskadi, como fueron la central de Lemoniz y la Autovía del
Leizarán, han sido intervenidos por un movimiento liderado por la izquierda
radical pero compuesto por sectores sociales diferentes de la izquierda radical,
que en esa cuestión concreta confluían y que ni la misma acción de ETA (que en
ambos conflictos tuvo un saldo de muertos, sabotajes y amenazas) pudo romper
la imagen de una causa “ecológica”. Aparte de que ambos conflictos terminaron
con sendas derrotas de la causa democrática e institucional.
Es esta confianza histórica la que mueve a ETA y a la izquierda radical en estos
momentos de ostracismo legal, político y social, a levantar nuevamente la
bandera de la ecología y de las formas de vida y transporte alternativos, para
volver a poner en marcha un mecanismo múltiple de lucha, en el cual la violencia
tenga su acomodo. Que ya lo tiene como son testigos los más de veinticinco
sabotajes cometidos desde año 2007 con motivo a las obras del TAV. Un nuevo
sector social, atado al movimiento ecológico, se suma a los grupos de sabotaje
que la izquierda radical ya ha puesto en marcha, con la luminosa promesa de
que ETA, la organización madre, intervendrá en cualquier momento.
Para la izquierda radical, tal como se traduce de uno de sus organismos, el
colectivo Askapena (“El Tren de Alta Velocidad, otra experiencia de lucha de
clases” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=61358 ), la lucha en contra del
TAV constituye un instrumento inmejorable para poner en práctica su esquema
ideológico de generar conflicto. Por un lado, el colectivo considera la lucha
contra el TAV como el paradigma de un enfrentamiento con alternativas
radicales: “capitalismo salvaje o socialismo racionalizado. Neoliberalismo
depredador o progreso racionalizado y solidario. Despotismo ilustrado o
democracia participativa”.
Estas categorías abstractas de pensamiento encuentran su forma práctica
cuando el colectivo Askapena plantea la siguiente oposición: “Las instituciones,
supuestamente representativas de la voluntad popular, frente a la voluntad
popular que ha estado desbordando los cauces institucionales”.
Para el colectivo Askapena son las instancias institucionales, el gobierno
español, el de Vitoria y el de Pamplona, las que han pergeñado el proyecto del
TAV. Frente a ese orden meramente representativo surge la democracia
participativa, la verdadera, la voluntad popular, en torno a los organismos y las
personas que se oponen al TAV. Los ideólogos de la izquierda radical han
promovido y visto desarrollarse un movimiento difuso que, actualmente, se
encuentra en disposición de entablar una batalla más en contra de la democracia
en Euskadi. Como ha habido otras y como seguirá habiendo.
El colectivo Askapena aplica de forma certera y precisa el esquema de “guerra
popular” (derivación de la ideología marxista-maoísta oficial del MLNV) a la
cuestión del TAV cuando nos habla de “Las armas del movimiento popular”.
La primera de las armas es “la organización” (encarnada en la plataforma oficial
anti-TAV, AHT Gelditu). Es lo que, en términos leninistas, podíamos considerar
el “intelectual orgánico” del movimiento: “recoge las iniciativas y las canaliza
conformando un tejido asociativo entre todos los agentes que se van
incorporando al movimiento”. Exactamente lo mismo que fueron los Comités
Antinucleares o los grupos de oposición a la autovía del Leizaran, este grupo
recoge a gentes diversas. Asimismo se beneficia de la estructura nacional de
base de la izquierda radical, que se vuelca en esos grupos y constituye su
columna vertebral, su acomodo globalizador. Además en AHT-Gelditu confluyen
Aralar, Zutik y Batasuna. Los antiguos compañeros de viaje se meten en el
mismo tren y podrán disfrutar conjuntamente de las esencias de la lucha
anticapitalista sin las obstrucciones de la macropolítica.
De esa manera, anticipándose a las obras del TAV que iban a contemplarse en
Navarra tras el acuerdo tomado entre los gobiernos español y navarro en octubre
del 2007, miembros de AHT-Gelditu Elkarlana de Donostialdea, Goierri, Iruñerria
y Sakana dieron una rueda de prensa el pasado 12 de marzo en Pamplona.
Decían de si mismos que eran “un movimiento popular caracterizado por su
diversidad de ideas y procedencias de distintos sectores que rechazan el
proyecto del TAV” señalando que “ha sido impuesto”. Por lo cual consideraban
necesario “responder con la movilización a este nuevo capítulo de imposición
que pretende dar comienzo a las obras del TAV” y reclamaba a los gobiernos a
que “abandonen la imposición de este proyecto tan contestado a niveles sociales
y populares, y que destierren la nefasta actitud de prepotencia” (GARA-13-3).
Resulta evidente que la naturaleza de un “movimiento popular” que exige a tres
gobiernos (dos autonómicos y uno estatal) que cejen en una determinada obra
de infraestructura por que no representan a la voluntad popular, está planteando
una forma alternativa de representación política, en lucha antagónica con la
primera. Y que lo haga a un nivel “sectorial” es como agua de mayo para la
izquierda radical. Es ver hecho realidad el sueño de poder activar el espíritu de
lucha de numerosos militantes, de poder crear nuevos niveles de ilusión al albur
de un “movimiento popular” donde recalarán, sin duda, una gran cantidad de
inocentes.
Cabe resaltar el carácter unitario de AHT-Gelditu frente a tres instituciones o
gobiernos cuya capacidad de coordinación y de simpatía mutua es, en muchos
casos, limitada. Son las ventajas de una organización por la base, de cuya
movilidad es fruto la conjunción de las tres zonas tocadas por AHT.
Otra arma es la de “la formación y la información”. Se trata de que AHT pueda
usar las labores habituales de movilización con la venta de su producto (el no al
TAV), donde la falta de contraste de información es absoluta y, por tanto, todo va
dirigido a engordar los temores e incertidumbres que pueden acarrear una obra
de semejante envergadura. Se trata de difundir la sospecha sobre las iniciativas
institucionales en los términos habituales de que van a sacar negocio o que el
TAV sólo beneficiará a las clases pudientes. Los militantes de la izquierda radical
son especialistas en el montaje de esta especie de actos, donde al sesgo
sectario de la información se asocia una especie de teatrillo de democracia
participativa. Donde, evidentemente, plantear oposición resulta muy
problemático.
También existe, como arma, el apartado de “aportación de alternativas” donde
habrá equipos de gentes dispuestas a especular sobre todas las posibilidades
alternativas de transporte o de que si este es siquiera necesario por la necesidad
de un cambio al estilo de vida “alternativo”.
Otra arma de lucha es la “movilización”. En este sentido, dice el texto de
Askapena, “Los miembros del movimiento están centrando estas
concentraciones delante de las sedes de las empresas que participan en el
macroproyecto, también delante de los domicilios de algunos políticos más
significados”. Es evidente asimismo el contenido propagandístico de las
movilizaciones.
Otra arma de lucha la están constituyendo “las consultas populares”. Estas
consultas se realizan en un ambiente de farsa democrática, rodeadas de presión
y tensión que plantea AHT-Gelditu por donde quiera que se vaya a hablar acerca
del tema. Se han realizado varias consultas entre los pueblos del trazado, y son
un arma propagandística y de disciplina social. Es una forma de instaurar, desde
la base, una nueva dinámica política, en apariencia democrática, pero que no es
más que la enésima versión de “todo el poder para los soviets”, donde los
movimientos de base deciden en un determinado ámbito precocinado pero las
decisiones importantes las tomará la cúpula revolucionaria, como ya pasó con
Leizaran y Lemoniz. Constituye una apariencia de democracia dirigida en contra
de la verdadera democracia.
Finalmente, el colectivo Askapena sitúa otra arma de lucha que son “los
sabotajes”. “En los últimos meses (…) se están produciendo numerosas obras
de sabotaje de la maquinaria e infraestructuras necesarias para la construcción
del TAV”. Es algo evidente que la infraestructura de los grupos de Kale Borroka,
que actuaban por otros objetivos, se está centrando cada vez más en este frente
que es el TAV. La detención en Uribe Costa de varios cabecillas de la kale
borroka nos ha mostrado que guardaban numerosa información sobre el TAV,
así como otras detenciones en Vizcaya han dado como fruto el descubrimiento
de un texto de sabotaje del TAV llamado “Txikitzaileak txikitu” (“destrozar a los
que destrozan”). El objetivo de los sabotajes, según el manual, es que
“aumenten los gastos hasta que el beneficio que quieren obtener las empresas
se convierta en pérdidas”, así como se dan también indicaciones sobre la
seguridad a la hora de reivindicar los sabotajes.
La magnitud de sabotajes como la destrucción de la estación de Luchana o el
sabotaje a la línea Pamplona-Castejón, ocurridos el año pasado, muestra que
esta violencia es muy poco espontánea. Se trataría más bien de desplazar los
objetivos de estos grupos al ámbito de las TAV. Del mismo modo que parte del
aparato político y social de la izquierda radical se desplaza al frente de lucha del
TAV, para liderarlo y encauzarlo según su antojo revolucionario.
Se ve a las claras que el esquema dibujado por Askapena se ajusta a las formas
de actuación utilizadas por la izquierda radical desde los tiempos de
socialización del sufrimiento: manifestaciones domiciliarias, sabotajes,
amenazas y ataques a personas y empresas implicadas, consultas-farsa,
campañas de información y movilización, alianza con compañeros de viaje
inocentes… Es el esquema de la guerra popular aplicado a una lucha sectorial.
Es clara necesidad de respirar de caladeros históricos (como el campo de la
ecología) donde siempre habrá un grupo de militantes ecologistas que harán
abstracción de las consecuencias de su aparejamiento con un movimiento
político-militar.
La izquierda radical contempla, sin duda, la intervención de ETA en este ámbito.
ETA ya ha declarado que el TAV es uno de los “pilares” de la estabilidad política,
en términos de acuerdo entre el Gobierno Español y el Gobierno Vasco. Como
decía en una entrevista de GARA del 5 de enero: “decimos claramente que el
PNV ha hecho su apuesta desde una perspectiva de política y estabilidad del
Estado español y que diseña sus estrategias en esa dirección, junto con el PSOE
que está en el Gobierno. El proyecto del Tren de Alta Velocidad es una buena
muestra de ello”. Y referido al tema del TAV advierte sin dar lugar a la menor
duda: “si no hubiéramos intervenido en el conflicto de la Autovía las instituciones
habrían impuesto, con la fuerza de las armas, su proyecto opresor. Lemoiz,
Itoitz, el superpuerto, aeropuerto, incineradora y demás”. ETA considera que
tiene venía para intervenir pues la historia muestra que su intervención ha
servido para sabotear la voluntad de las instituciones. Lo que es ya marcar un
tipo distinto de política, el suyo. Y siguen advirtiendo: “da la impresión de que los
pseudos políticos y tecnócratas que siguen aferrados al sillón no han extraído
ninguna enseñanza de conflictos como el de Lemoiz o la Autovía del Leizaran”.
Debemos tener claras las palabras de ETA. Ya está desatado un movimiento
social de base variopinto, con ribetes ecológicos, ya se han instaurado consultas
y campañas de información, ya se moviliza la gente e incluso los grupos de
sabotaje inciden en los objetivos del TAV. Como pasó con Lemoiz o Leizaran
sólo nos toca contemplar el enfrentamiento entre este movimiento y las
instituciones y partidos institucionales y el momento en el que ETA decida que,
más allá de la destrucción de bienes inmuebles, es necesario calentar la cosa
con un cadáver. Para crear mayores contradicciones en un ámbito no
estrictamente político.
Lo gracioso del caso es que los valedores civiles de la izquierda radical e incluso
aliados políticos como Bikila ya advierten de la intención ominosa de las
instituciones de querer meter este conflicto en el ámbito de la lucha contra ETA.
Cuando es la propia izquierda radical, en la que está incluida ETA, la que escoge
las obras de infraestructura que se realizan en Euskadi para convertirlas en
campo abonado de agitación política y de justificación del asesinato. Si, tiene
razón ETA: debemos aprender de Leizaran y Lemoiz y la alianza de la
democracia vasca y de la democracia española debe vencer, por fin, en un
ámbito de instauración de infraestructuras, a los enemigos de la democracia que
se visten con sus galas mientras esparcen el conflicto, el mal espíritu y la
legitimación de la violencia.
Imanol Lizarralde
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