En los libros sobre educación sexual, mediaciones privilegiadas a través de las cuales diversas concepciones se sistematizan y difunden las intervenciones de la medicina, la ortopedia, la psiquiatría y otras “ciencias positivas” han sido fundamentales para situar el ámbito de la sexualidad en una topografía cultural en donde aparecen claros los límites entre la luz y las sombras así como la legalidad que define la forma, el comportamiento y las cualidades de lo licito, lo sano, lo cuerdo y lo normal. Del otro lado de este acontecimiento, crece y se multiplica el inventario de la intolerancia que excluye y descalifica los comportamientos que se encuentran en los márgenes de sus propias cosmovisiones ubicándolos dentro de la enfermedad, la locura y la perversión. Lo que se propone la historia es registrar los complejos que enlazan “al hombre y a la mujer de la calle” con sus creencias, saberes y explicaciones sobre porque la realidad es como es e intervienen en su moral, su sexualidad, su vida y su muerte. La ciencia, la filosofía y la política afirman la necesidad de detener el cambio. La mentalidad conservadora se identifica con discursos que tienen varios orígenes, uno de ellos, con el que se le asocia más frecuentemente, es el religioso. Pero la ciencia, la filosofía y la política han contribuido también en la construcción de sus argumentos. Todos ellos afirman la necesidad de detener el cambio, de preservar el statu quo como imperativo para la vida humana, como condición de sobrevivencia. A fines del siglo pasado y principios del siglo XX apareció la eugenesia, como una nueva ciencia que tenía como propósito: “la formación de una nueva mentalidad; la