la_economia_y_la_sociedad_argentina_entre_1930_y_1943

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La economía y la sociedad argentina entre 1930
y 1943.
Los efectos de la crisis económica de 1930
La crisis económica internacional que se desató en 1929 puso en evidencia las
debilidades de la economía agroexportadora y su dependencia respecto de las relaciones
establecidas entre los países industriales y los agroexportadores.
En el contexto de la crisis, tanto los países europeos como los Estados Unidos
intentaron hacer frente a las dificultades económicas para alcanzar un equilibrio interno en
sus economías. En cada uno de estos países, el Estado comenzó a intervenir activamente
en las cuestiones económicas y comenzaron a imponerse políticas que intentaban proteger
las economías nacionales de los desequilibrios causados por las alteraciones en el sistema
de relaciones internacionales. Las políticas adoptadas respondían a los principios del
proteccionismo económico, contrarios a los principios de autorregulación propuestos por el
liberalismo.
El intervensionismo del Estado
Los precios de las exportaciones argentinas habían comenzado a descender desde
la Primera Guerra Mundial (1914–1919), mientras que los precios de las importaciones
crecían o se mantenían. Este hecho se agudizó a comienzos de la década de 1930 y se
produjo, en el ámbito internacional, una brusca caída de los precios de las materias primas y
los alimentos. En la Argentina, la actividad económica se paralizó en forma alarmante y este
hecho provocó desocupación y miseria en amplios sectores de la sociedad. Al no poder
ubicar sus exportaciones, la Argentina no contaba con los medios monetarios necesarios
para concretar las importaciones.
Ante tal situación de la crisis, el Estado tomó algunas medidas: se puso en práctica
un rígido control sobre la compra y la venta de monedas extranjeras y de su envío al exterior
en forma de pago de importaciones o intereses de deudas asumidas anteriormente; se
realizó una reforma en el sistema de impuestos y se crearon organismos de control y
organización de distintos sectores económicos, como entes reguladores (por ejemplo, la
Junta Reguladora de Granos), cuya función principal era estabilizar las distintas actividades
económicas y proteger a los productores. Por otra parte, el Estado intervenía en la
financiación de la producción por medio del otorgamiento de créditos –a través del Banco
Central-, la fijación de precios mínimos y la compra de la producción excedente de los
productores.
En 1933, Federico Pinedo asumió el cargo de ministro de Hacienda e introdujo
reformas e innovaciones en el sistema de finanzas públicas, impulsando el cobro de
impuestos a las ganancias personales. El objetivo era financiar el gasto público con el
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aumento de la recaudación proveniente de los impuestos y compensar la caída de los
ingresos por los aranceles aduaneros.
La sustitución de importaciones
Desde fines del siglo XIX, se había consolidado en Argentina una economía
agroexportadora. Las industrias que existían eran escasas, y los productos manufacturados
provenían en su inmensa mayoría del exterior. Cuando en 1930 las relaciones comerciales
mundiales se alteraron profundamente por la crisis económica internacional, se produjo una
carencia de productos manufacturados.
La suspensión de las importaciones incentivó una transformación en las estructuras
productivas del país, que fueron parcialmente modificadas por el desarrollo de industrias que
intentaban satisfacer las demandas anteriormente cubiertas por los productos externos.
Las industrias creadas intentaban sustituir la adquisición de productos importados, es
por ello que esta primera etapa de desarrollo industrial en la Argentina se denomina de
industrialización pos sustitución de importaciones.
Entre los sectores industriales que crecieron en la década de 1930 se destacan las
refinerías de petróleo, las industrias productoras de artículos de caucho y goma, de
productos químicos y farmacéuticos y textiles. Los centros industriales fueron instalados en
las grandes ciudades, como Córdoba, Rosario y Buenos Aires, y apuntaban a satisfacer el
consumo del mercado interno. Sin embargo, no se desarrolló un sistema industrial que
permitiese un desarrollo autosuficiente u autónomo, dado que dentro de la Argentina no
existían las denominadas industrias de base –fábricas de maquinarias y sus partes- por lo
tanto, los productos de estas industrias debían ser todavía importados. Para desarrollar el
sector industrial se solicitaron préstamos a los Estados Unidos y a otros países.
Las transformaciones demográficas y sociales
Hacia la década de 1920 comenzó a disminuir la cantidad de inmigrantes de origen
europeo que llegaba a la Argentina. Se produjeron dos nuevos tipos de movimientos
poblacionales: por un lado, aumentó la inmigración proveniente de los países limítrofes, y
por otro se produjo un significativo desplazamiento de población del campo a las ciudades –
principalmente hacia Córdoba, Rosario y Buenos Aires-. En ese proceso de migraciones
internas, la población se trasladaba con la expectativa de conseguir empleo en las nuevas
industrias, ya que en las zonas productoras de materias primas, por la interrupción de las
relaciones económicas internacionales, se había producido un marcado descenso de los
niveles de vida.
De este modo, el proceso de sustitución de importaciones trajo consigo no solo
efectos económicos sino también demográficos y sociales, dado que las grandes ciudades
que comenzaron a industrializarse en la década de 1930 atrajeron a un gran número de
habitantes del interior que se trasladaban a ellas con el fin de obtener mejoras en sus
condiciones de vida y de trabajo, ya que en las áreas rurales el desempleo era creciente.
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Los trabajadores provenientes del interior del país su sumaron, de esta manera, a la
población obrera de las grandes ciudades y conformaron un nuevo sector altamente
concentrado en las ciudades.
La vida de los trabajadores
La gran afluencia de mano de obra del campo a las ciudades produjo una situación
de concentración poblacional desmedida. La cantidad de personas que se instalaron en
Buenos Aires o Córdoba, excedió la capacidad existente de viviendas baratas de estas
ciudades y comenzaron a establecerse asentamientos con construcciones precarias que
dieron forma a las denominadas villas de emergencia. Las condiciones de vida de los recién
llegados eran de extrema precariedad; no contaban con agua potable, ni con las condiciones
básicas de salubridad e higiene.
Los migrantes internos habían sido, en su mayoría, trabajadores rurales en sus
lugares de origen y se diferenciaban de los trabajadores inmigrantes por sus ideas y
experiencias. Mientras que en las dos primeras décadas del siglo XX los trabajadores
habían dado forma a un movimiento obrero organizado gremial y políticamente, la actividad
política de los migrantes internos a partir de la década de 1930 fue prácticamente nula. Este
hecho facilitó a los propietarios de los centros industriales manejar las condiciones de
trabajo a su antojo, dado que no contaban con ninguna oposición.
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