CRÍTICA DE LIBROS H A B E R M A S , J . Debate sobre el Liberalismo Político, Theorie des kommunikativen Handelns, F. a m M., S u h r k a m p , 1981, (trad. cast. Teoría de la acción comunicativa, M a d r i d , T a u r u s , 1988. Faktizitat und Geltung, F. a m M., S u h r k a m p , 1992) ( t r a d . c a s t . J i m é n e z R e d o n d o , M., Facticidad y validez, M a d r i d , T r o t t a S.A., 1998). Comentario sobre los problemas de fundamentación del Estado democrático en una sociedad pluralista. Hacer una presentación sucinta de cualquier obra de J. Habermas o de J. Rawls, constituye para u n e s t u d i o s o de la filosofía y sociología jurídicas algo más que un difícil reto intelectual. Intentar, como en este caso, resumir de modo fidedigno e inteligible el discurso cruzado en un corto debate entre ambos —que ha sido objeto de prolongada meditación (199596)— tal vez suponga, en mi caso, una pretensión desmedida. Conozco a Habermas por sus obras y visitas a España, algo menos a Rawls —aunque tuve la ocasión de oírle personalmente en una conferencia en el Instituto de Derechos H u m a n o s — . Coincido con el introductor de la obra en la valoración de sus personalidades cont r a p u e s t a s ; u n a , de a c e n t u a d o carácter crítico, comprometida socialmente, siempre presente en el universo de la dialéctica social y política con nuevas formulaciones 356 que nos exigen repensar problemas y c o n t r a d i c c i o n e s , p a r a muchos una referencia obligada de toda nueva sociología —ésta dimensión crítica de su personalidad queda de manifiesto en sus propias palabras de justificación del debate: «El papel de oponente que me ha propuesto la redacción del Journal of Philosophy me obliga a convertir reticencias tentativas en objeciones. Esta reconversión c r í t i c a se justifica p o r el propósito amistosamente provocativo...»—; la otra, juzgada desde su obra , primeras impresiones y algunas referencias externas, parece corresponderse con la del viejo modelo de profesor universitario, a m a b l e e i n d e p e n d i e n t e , que puede elaborar un sólido pensamiento reflexivo desde la sosegada tranquilidad solo permitida por el distanciamiento respecto a esa dialéctica de la cotidianidad que tan a m e n u d o solo produce un tipo de pensamiento episódico de consumo. Decir que Habermas y Rawls forman parte de ese universo de intelectuales con auténtico valor d e t e r m i n a n t e del p e n s a m i e n t o dominante en una época histórica que estamos viviendo, no constituye novedad alguna, como tampoco es novedoso i n d i c a r que en el fondo de este debate p o d e m o s encontrar los problemas fundamentales de la teoría moral, social y política de nuestro mundo contemporáneo. La lectura comprensiva del libro exige necesariamente, como lecturas mínimas previas, las de la «Teoría de la Justicia» y «El liberalismo político» (Rawls), y la «Teoría de la acción comunicativa» o «Conciencia moral y acción CRÍTICA DE LIBROS comunicativa» y «Facticidad y validez» (Habermas) ^ El libro es una recopilación de tres artículos cruzados: «Reconciliatión through the public use of reason: remarks on John Rawls political liberalism» (Habermas, 1995), «Reply to H a b e r m a s » (Rawls, 1995), «Vernunftig versus Wahr-oder die Moral Weltbilder» (Habermas, 1996), publicados en «The Journal of Philosophy «y en Suhrkamp Verlag de Frankfurt. La versión española ha sido publicada por Paidos (1998) en traducción de Gerard Vilar, e i n c o r p o r a u n a excelente presentación de Fernando Vallespin que encierra, en si misma, el valor de una corta obra con la suficiente autonomía como para merecer consideración independiente. Es la presentación de Vallespin una exposición clara de los problemas fundamentales tratados por los autores, sus puntos de coincidencia y de discrepancia, pero acredita además un conocimiento de sus obras que le permite desbordar fácilmente el marco de los textos presentados —a pesar de la pretensión autolimitativaque le anima—, consecuencia lógica de toda divulgación comprensiva. Es la contextualización como marco de la comprensión el principal fundamento de la autonomía que atribuimos a su presentación. Uno de los problemas fundamentales del debate es, como señala el autor, el de las relaciones individuo y c o m u n i d a d o el de ¿cómo conseguir respetar la autonomía y los intereses individuales dentro de un concepto de comunidad capaz de trascenderlos e integrarlos? y ¿cómo es posible alcanzar este objetivo en una sociedad crecientemente diferenciada en la que predomina una pluralidad de convicciones morales, concepciones del bien o modos de vida? Es este un viejo debate de la filosofía jurídica y política que hoy se reproduce bajo la forma de ciertos comunitarismos excluyentes y totalizadores que niega la dimensión individual fuera de la comunidad trascendente. Una de sus manifestaciones —el comunitarismo étnico— tiende a desbordar, en nuestros días, los marcos históricopolíticos que parecían consolidados y, en cierta medida, a impugnar los principios político-jurídicos del liberalismo democrático. Esto es lo que representa, a nuestro juicio, la reconstrucción romántica de la comunidad étnica como sujeto político de decisión que le sirve de fund a m e n t o . Es la pretensión de subsunción del sujeto en el ente colectivo una forma de negación de su capacidad de autodeterminación individual que le reconoce la doctrina política del liberalismo. La reconstrucción identitaria del sujeto aparece así como acción política * RAWLS, J. A Theory of Justice, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1971 (trad. cast. de González Soler, D. Teoría de la justicia, Madrid, FCE, 1978. Political Liberalism, N.Y., Columbia University Press, 1993 (trad. cast., Domenech, A. El liberalismo político, Barcelona, Crítica, 1996. 357 CRÍTICA DE LIBROS plenamente legitimada, aunque esta cuestión queda fuera de este debate. La cuestión sería, sin embargo, ¿cómo legitimar un marco político de convivencia que vaya más allá de un cierto «modus vivendi» entre las diferentes doctrinas comprehensivas? El consenso se concibe no como mero resultado de la negociación o compromiso sino como «concepción moral aceptada y asumida por motivos morales y no simplemente estratégicos». Para Habermas, en su teoría encuentran una solución más satisfactoria los problemas derivados del multiculturalismo, los conflictos étnicos o la integración de las diferencias en general. Para el autor, tanto Rawls como Habermas, ofrecen respuestas similares y el debate se presenta como una «disputa de familia». Ambos parten de una realidad que reconocen, la de su aplicación a sociedades sujetas al «fast of pluralism» para las que resulta inaceptable una concepción ética unitaria, el carácter finito y falibilista de la razón y el reconocimiento de validez a la «racionalidad procedimental» como instrumento de equilibrio entre esa doble dimensión individual y colectiva del sujeto. Las discrepancias comienzan en la reflexión sobre cómo esa dimensión dual afecta a la interacción entre libertad, democracia y derechos individuales o expresada de otro modo entre las «libertades de los antiguos» y las «libertades de los modernos». Concluye Vallespin que «o bien nuestra cultura política y la moralidad de fondo que sostiene la pluralidad de concepciones del bien es kantiana sin saberlo y hemos tenido 358 que esperar a Rawls para que nos lo confirme, o bien y esta sería la sugerencia de Habermas, en cuestiones de justicia con pretensión de validez universal es prácticamente ineludible el recurso a los principios kantianos de la razón práctica». El giro dado por Rawls consiste en la introducción de la distinción entre «veracidad» y «razonabilidad». La única condición para que se produzca el consenso de las diferentes teorías comprensivas sobre principios y valores básicos es la de su razonabilidad, entendida como reconocimiento de las «cargas del juicio, las consecuencias que de ello se derivan para su uso público y las condiciones de la reciprocidad y generalidad». No trata de construir una teoría de la justicia política válida para cualquier sociedad sino únicamente para sociedades que desean gobernarse democráticamente bajo condiciones de pluralismo ético. Para el autor, el «republicanismo kantiano», sostenido por Habermas, parte del concepto kantiano de la personalidad moral y sus pretensiones de universalización, en la que se combinarían tres dimensiones conceptuales —moral, ética y pragmática— en el ámbito público del discurso. El recurso procedimental de este autor incorpora elementos que considera fundamentales para el discurso público —imparcialidad, igualdad, apertura a todos, ausencia de coerción y unanimidad— y que considera equivalentes a los contenidos de una moral del respeto mutuo y responsabilidad solidaria. A diferencia de Rawls la autonomía privada —libertad negativa— y autonomía pública —libertad positiva— se funden simétricamente en un mismo concepto, dando lugar a una CRÍTICA DE LIBROS imprescindible complementariedad: el ciudadano no puede hacer uso de su autonomía pública si no poseyera la independencia necesaria garantizada p o r la a u t o n o m í a p r i v a d a y viceversa. 2. Las o b j e c i o n e s de Habermas: acuerdos y desacuerdos 1 .^ La posición original.— El diseño de la «posición original» de Rawls plantea a este autor algunas dudas relativas a su fundamentación. En primer lugar, la exigencia epistémica de separación entre las cuestiones de fundamentación y de aceptación que formula a través de tres interrogantes: —¿Pueden las partes, en la posición original, representar los intereses preferentes de sus clientes sobre la base de su egoísmo racional? ¿Se pueden asimilar los derechos básicos a bienes básicos? ¿ Garantiza el velo de la ignorancia la imparcialidad del juicio? La c o n c l u s i ó n h a b e r m a s i a n a r e s p e c t o del d i s e ñ o r a c i o n a l d e Rawls, en lo concerniente a la conc e p c i ó n de l o s p a r t í c i p e s , e s t a expresada en el siguiente argumento: «Si las partes deben comprender el sentido deontológico de los principios de justicia que buscan y a u n t i e m p o t o m a r a d e c u a d a m e n t e en consideración los intereses de justicia de sus clientes, tienen que estar pertrechados con c o m p e t e n c i a s cognitivas que van mucho más allá de las capacidades con las que tien e n que arreglárselas actores que deciden racionalmente pero que son ciegos a la justicia». Su propuesta para superar la objeción que fórmula es la de su ética discursiva. Solo bajo los presupuestos comunicati- vos de u n discurso inclusivo y libre de coerción entre p a r t i c i p a n t e s libres e iguales, todos se ven obligados a situarse en la perspectiva de todos los demás —autocomprensión y comprensión del mundo—, y solo así, lo q u e es i g u a l m e n t e b u e n o p a r a todos sería efectivamente de igual interés para cada cual, lo que exige que en la autocomprensión de cada uno de nosotros quede reflejada u n a conciencia transcendental, u n a c o m p r e n s i ó n del m u n d o q u e pueda ser umversalmente válida. La discrepancia estriba en que mientras para Rawls, el velo de la ignorancia debe extenderse a todos los puntos de vista e intereses particulares que pudieran alterar un juicio imparcial, p a r a H a b e r m a s sus presupuestos ideales del discurso no excluyen de entrada el pluralismo de l a s c o n v i c c i o n e s y v i s i o n e s del m u n d o . Aquel c o n c i b e la j u s t i c i a como equidad como desarrollo de una concepción política liberal de la justicia para u n régimen democrático tal que podría ser aceptado por t o d a s las d o c t r i n a s c o m p r e n s i v a s razonables. Este, en su teoría discursiva, no exige la exclusión —neutralización «a priori»— de las diferentes d o c t r i n a s c o m p r e n s i v a s , s o n sujetos reales y no las criaturas ficticias de la p o s i c i ó n o r i g i n a l , y su objetivo es la de dar una explicación g e n e r a l del significado, v e r d a d y validez de los juicios, t a n t o de la razón teórica como de la razón práctica. Rawls acepta que su posición original es u n mecanismo analítico destinado a formular una conjetura. Su campo de aplicación es el de la filosofía política; su objetivo, la fundamentación del marco político —el Estado democrático de derecho—. Su liberíilismo político pretende ser 359 CRÍTICA DE LIBROS una doctrina que peri:enece estrictamente a la categoría de lo político. Sus concepciones del derecho y de la justicia son estrictamente políticas e independientes (freestanding) de las diferentes doctrinas comprensivas. Aunque reconoce que «su concepción de la justicia política no es realmente independiente como m e gustaría que fuera, porque tanto si me gusta como si no, pienso que la c o n c e p c i ó n de la p e r s o n a —en el liberalismo político— va más allá de la filosofía política». 2.^ La idea del consenso entrecruzado.— Plantea H a b e r m a s dos cuestiones fundamentales: a) si el c o n s e n s o e n t r e c r u z a d o del q u e d e p e n d e la t e o r í a d e la j u s t i c i a juega u n papel cognitivo o solamente i n s t r u m e n t a l , b) el s e n t i d o del uso de «razonable» como predicado p a r a la v a l i d e z d e l a s m á x i m a s morales y como predicado para la actitud reflexiva de una «tolerancia ilustrada». Distinguiría Rawls dos ideas diferentes del consenso: una, procedente de la política cotidiana, en la que equivaldría a consenso mayoritario y en el que estarían presentes los intereses y exigencias de los ciudadanos con sus diferentes concepciones comprensivas y, la otra, específica del liberalismo político, en la que, bajo la denominación de «consenso entrecruzado razonable», se encerraría la pretensión de construir u n a concepción política (sostenida sobre el principio de autonomía de lo político) que pueda ser razonablemente defendida con independencia de las diferentes doctrinas comprensivas sin que fuera necesario renunciar o criticar sus compromisos con las mismas. 360 A su juicio, la introducción del t é r m i n o r a z o n a b l e s u p o n d r í a el contrapunto práctico de verdadero, lo cual supondría una renuncia a su valor epistémico. Las pretensiones de v e r d a d de t o d a s las «visiones razonables» del m u n d o c o n t a r í a n por igual y serían razonables aquellas que compiten m u t u a m e n t e en su justificación pública de la justicia política teniendo en cuenta las condiciones equitativas de cooperac i ó n . El m o d e l o de c o n s t r u c c i ó n i n s t i t u c i o n a l de las l i b e r t a d e s de creencia y conciencia, que puso fin a las guerras civiles confesionales, s u b y a c e en e s t a f u n d a m e n t a c i ó n rawlsiana. En este punto, plantea Habermas la cuestión de si estas doctrinas que participan en el consenso sirven a la pretensión de independencia, rigor y profundidad epistémica o si constituyen una mera condición necesaria de la estabilidad social y si, el término razonable, es expresión de la validez de los juicios políticos y morales o m e r a m e n t e u n a actitud reflexiva de tolerancia ilustrada. La respuesta de Rawls supone la introducción de dos nuevos conceptos, el de la estabilidad institucional para las razones rectas y el de legitimidad. La estabilidad se justifica a través de las siguientes razones: L^ la estructura básica de la sociedad es e f e c t i v a m e n t e r e g u l a d a p o r la concepción política de la «justicia más razonable»; 2.^ esta concepción esta c o n f i r m a d a p o r u n consenso entrecruzado de las doctrinas comprehensivas razonables que están en permanente mayoría; 3.^ las discusiones políticas públicas (elementos constitucionales y asuntos de justicia básica) son defendibles sobre la CRÍTICA DE LIBROS base de las razones políticas de la justicia más razonable. Su concepción de la legitimidad esta construida sobre tres ideas f u n d a m e n t a l e s : la de « u n o s ciudadanos razonables que aceptan la dificultad del consenso unánime en cuestiones básicas»; la del reconocimiento de que, en consecuencia, «una constitución democrática tiene que incorporar procedimientos de mayorías u otras formas plurales de votación» y que el ejercicio del poder político, «cuando es ejercido en casos fundamentales —de a c u e r d o c o n la c o n s t i t u c i ó n — se p u e d e e s p e r a r r a z o n a b l e m e n t e la aceptación por todos los ciudadanos razonables». De este modo, los ciudadanos pueden distinguir entre la legitimidad de la constitución, legitimidad de la decisión política conforme a la constitución y la just i c i a de esa m i s m a d e c i s i ó n . La decisión —considerada injusta por u n a parte de los ciudadanos— no deslegitíma ni a la constitución, ni al p r o c e d i m i e n t o decisional, a u n que la decisión particular pueda ser objeto de protesta por medio de la desobediencia civil o la objeción de conciencia. 3.^ La «autonomía privada» y la «autonomía pública» como presupuestos.— Considera Habermas que el «liberalismo político» pone, en p r i m e r lugar, en la ordenación de los principios, los que configuran la d e n o m i n a d a p o r él «libertad de los modernos» (libertad de creencia y de conciencia, p r o t e c c i ó n de la vida, libertad personal y propiedad), que corresponden a lo que entendemos por derecho privado subjetivo. Por el contrario, el «republicanismo», defendido por él, acentuaría la «libertad de los antiguos», es decir, los derechos de participación y de comunicación política que hace posible la autodeterminación de los ciudadanos. Ambas se presuponen recíprocamente, «no hay ningún derecho sin l i b e r t a d e s s u b j e t i v a s de a c c i ó n , reclamables jurídicamente, que garanticen la autonomía privada de las p e r s o n a s . . . , y n o h a y n i n g ú n derecho legítimo sin la legislación democrática común de ciudadanos legitimados p a r a p a r t i c i p a r c o m o libre e iguales en dicho proceso». Critica Habermas que aun cuéindo Rawls parte de la idea de autonomía política —sometida a límites— en la posición original al tener que ir levantando progresivamente el «velo de la ignorancia» se encuentra con ciudadanos de carne y hueso que se encuentran con un orden institucionalizado sobre sus cabezas. Estos t e n d r í a n s e r i a m e n t e r e c o r t a d a su a u t o n o m í a política p o r c u a n t o no pueden volver a experimentar el proceso de fundación como podría ser exigido por las cambiantes condiciones históricas. El «acto de fundación del Estado de derecho democrático no puede ni precisa repetirse». El uso público de la razón solo serviría en adelante al «pacífico mantenimiento de la estabilidad política». La respuesta de Rawls constituye una clarificación de su propio marco teórico. Defiende que el orden secuencial que plantea «no pretende describir ni un proceso político efectivo ni uno puramente teórico» sería una especie de contexto mental necesario para que los ciudadanos que aceptan la «justicia como equidad» p u e d a n aplicar sus conceptos y principios. El proceso seguiría la siguiente ordenación: 361 CRÍTICA DE LIBROS a) la «posición original» en donde los pzirticipes eligen los principios de justicia; b) la convención institucional en la que las partes se ven a sí mismos como delegados que tienen que convenir los principios y reglas de una constitución conforme a los principios de justicia admitidos en la fase anterior; c) actividad legislativa de promulgación de aquellas leyes que la constitución admite y los principios de justicia requieren y admiten; d) asunción de la actividad judicial de interpretes constitucionales y de las leyes promulgadas conforme a la constitución y los principios de justicia. Niega Rawls este fundamento crítico utilizado por Habermas (respecto a la negación de la autonomía que su concepción de la justicia parece encerrar). A su juicio, lo que puede provocar el malentendido es «la creencia de que, empleando una idea abstracta como la posición original como mecanismo de representación e imaginando las partes para entender su elección de principios a mantener a perpetuidad, supone aparentemente que la concepción de la justicia como equidad se puede fijar de una vez por todas. Esto pasa por alto el punto crucial de que estamos en la sociedad civil y que la concepción política de la justicia está siempre sujeta a la revisión de nuestros juicios reflexivos». Sostiene que el liberalismo político, al igual que en la concepción hebermasiana, no hay ninguna competición irresuelta entre autonomía pública y privada sino que, en el liberalismo correctamente interpretado, ambas son cooriginarias y ninguna se impone a la otra. El supuesto dilema que afronta es un verdadero dile362 ma puesto que las dos posiciones son correctas: «ninguna ley moral puede ser impuesta externamente sobre un pueblo soberano democrático» y «un pueblo soberano no puede en justicia, pero si legítimamente, promulgar ley alguna que viole esos derechos morales». No se puede negar el peligro que representa todo gobierno — democrático o de cualquier otro tipo—, puesto que no hay institución humana —política, judicial o eclesiástica— que pueda garantizarlo, para que la actividad legislativa respete siempre los derechos justos. La democracia política depende de una cultura liberal que la sostiene y no la sostendrá a menos que los ciudadanos razonables consideren que las instituciones de la democracia apoyan lo que estos ciudadanos tienen por normas adecuadas del bien en consonancia con los principios de sus doctrinas comprehensivas y permite la justicia política. 4.^ La justicia como equidad: ¿procedimental? ¿sustantiva?.— Entiende Rawls que la diferencia se establece entre «justicia de un procedimiento» y «justicia de su resultado», pero que ambas están conectadas y no van separadas. Entiende que la justicia procedimental tiene valores intrínsecos como el de la imparcialidad que da a todos iguales oportunidades pero que solo se dará la justicia procedimental perfecta si el resultado es verdaderamente equitativo. Frente a la objeción de Habermas, respecto a la naturaleza sustantiva de la justicia del procedimiento, contestada con el argumento de la diferenciación e interdependencia que hemos destacado, objeta Rawls que la concepción de aquel sobre los «aspectos procedimentales del uso público de CRÍTICA DE LIBROS la razón», es también sustantiva. La diferencia es que coloca en un primer plano la idea de «legitimidad» y no el de la justicia. Sin embargo, legitimidad y justicia, son cuestiones diferentes. El que un gobierno o una constitución sean legítimos dice algo sobre su procedencia. Leyes aprobadas por sólidas mayorías pueden considerarse legítimas aún cuando muchos las juzguen correctamente como injustas. Lo que también es verdad —dice Rawls— es que no pueden ser excesivamente injustos puesto que la injusticia de los resultados de un procedimiento democrático legítimo corrompe su legitimidad. La legitimidad es una idea más débil que la de justicia. Conjetura que la idea principal de su crítico es que una vez que la forma y la estructura de sus presupuestos teórico-prácticos —razón y acción— están adecuadamente explicados por la «teoría de la acción comunicativa», los elementos sustanciales de las doctrinas comprehensivas han sido absorbidos en la forma y estructura de dichos presupuestos. Concluye Rawls este artículo con el reconocimiento del valor de la crí- tica que le ha sido formulada, especialmente por cuanto le ha servido para un reexamen de muchos aspectos de su concepción sobre la justicia como equidad y el liberalismo político. Se cierra la obra con otro artículo de Habermas que titula «Razonable versus verdadero o la moral de las concepciones del mundo» que constituye un r e p l a n t e a m i e n t o quasi global de las reflexiones de Rawls que hemos expuesto. Creemos que la obra no ha recibido toda la atención que merece y animamos a su lectura y estudio, pues a pesar de las dificultades que se derivan del nivel de abstracción de las exposiciones y de las continuas referencias a conceptos y categorías de obras anteriores, se pueden encontrar —sin salir del texto— suficientes ideas y argumentos que pueden ser objeto de reflexión y debate intelectual. Este ha sido el objetivo fundamental que nos hemos trazado en el comentario que aquí presentamos. JESÚS AYLLÓN DÍAZ 363